Caminando a mi lado, Ghen

Discapacidad / dossier / Noviembre de 2020

Pura López Colomé

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…iba adquiriendo cercanía discreta, absorbiendo cada sílaba en un registro más amplio. Los relatos, las locuras eran míos. Las antenas, las percepciones, suyas. Mi historia trágica no trágica. Lo atemperado no atemperado de uno de tantos, uno entre muchos viajes. Las charlas concluían porque concluían el día o la tarde o la visita o ese periodo concedido, una vida de conocernos apenas pero a fondo.
Un buen día me reveló por qué se había aproximado de modo tan predecible, tan el mismo y tan callado. Me contó por escrito, con lujo de ideogramas orientales, que un ave había ingresado a su persona a los seis años por la puerta derecha de eso que llamamos organismo. Entró y llegó para quedarse, dejando de recuerdo
una vibración meliflua, un líquido sonido suavizante de un idioma que habría sido entrecortado, digno de jerarcas y ministros, pleno de abruptas imposiciones, tan solemnes,
ra-ta-ta-tat, alto y siga, ra—ta—ta— rigideces forzadas en los pulmones, en el aliento, diques al fluir continuo del fraseo de riachuelo, los naturales modos del subsuelo.
Sobrevolándolo se hallaba el carbonero japonés de previo nombre latino: Parvus minor. Tocó el vestíbulo
sin formalidad, sin parsimonia, clavando el color que le daba el negro distintivo al centro exterior del cráneo. El canto era el plato fuerte. Vendría después. Sin comer ansias, momentos dorados que pondrían de relieve la amplitud del repertorio. Ya habría un tiempo mil veces mejor que el de ruiseñores o mirlos de las siete islas. A él le estaba reservado ser amo y señor de la isla. Y mientras tanto yo, absorta en analogías que hacían mi mundo más chato y limitado, me imaginaba, engolosinada, chupamirtos, picaflores, colibríes tropicales muertos de sed en mis oídos al no hallar dulzura alguna. La del carbonero, en cambio, prorrumpiría entre lujos de sintáctica estructura. Sintaxis. Lo que yo siempre había buscado a tientas, con miedo, ahora se abría paso: carbón negro, carbonero en campanero transformado, según habría predicho Juan de Yepes, soltando amarras y alas, orando a los cuatro vientos, los cuatro multiplicados y en dioses transformados.
Ghen, en tarabilla, comenzó a repetir en trabalenguas infantil, de pronto y sin motivo, frases sueltas de un lenguaje que trastocaba el orden del cosmos sin querer traduciendo los dictados del ave carbonera-campanera en su interior oracular y místico de doctor en ciencias ocultas y reveladas. Predecía en cadena sonora los horrores y flagelos de un infierno que desaparecer podría en un instante. No le creyeron: pensaron que eran disparates de un pequeño muy sensible. Y sí. Además.
* A las afueras de Nagasaki parecían haber emigrado todas las aves de repente, menos su cautivo campanero, cantando a lengua batiente. No era de noche, aunque había oscurecido. Sé de la fuente que mana y corre, aunque es de noche, el eco a siglos de distancia. Por su oído izquierdo salía el canto de advertencia, justo durante el mayúsculo estallido. Con la música por dentro pues contra ella nada, escuchó a partir de ese momento sólo por el lado derecho para absorber el siniestro, lo fútil y fugaz proveniente de otros, otras. Él sabría transformar esas historias. Para atender en adelante las soledades que se huelgan de conocer a Dios por fe, su carbonero emergía muy brevemente dando tono a sus respuestas.
Todo dolor ya bagatela, todo humo de batallas por tormentas apagado. Todo poema vibrátil verdad, verdad vibrando sobre la superficie oscura y clara de la luna.

Imagen de portada: Stephanie Hill, sin título, 2016. Cortesía de Creative Growth