Las carreras

Futuro / dossier / Diciembre de 2020

Robin Myers

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Debe haber algo. Si todo se mueve cada vez más rápido, debe haber algo que no se mueva cada vez más rápido. Algo si no completamente quieto, lo suficientemente lento como para tocarlo. ¿Qué piensa de eso el agente de tránsito con su gorra y su chaleco amarillo, inmóvil, parado exactamente sobre la línea divisoria de lo que está entrenado para detener cuando no se detiene: cuatro carriles que confluyen sólo si hay un choque, y de lo contrario fluyen como un río hacia su muerte, o como aquellas cosas que desea el río y con las que hace lo que quiere: peces, cieno, basura, el cadáver de alguien que le tuvo confianza? ¿Qué pasa con las líneas amarillas pintadas en mitad de la calle, paralelas, que de inmediato empiezan a descascararse por la fricción de las ruedas contra el pavimento? Debe haber algo que sepa cómo bajar la velocidad sin frenar; debe haber una manera de mirarlo de frente mientras aún se mueve. Una vez, en las montañas, con calzado inadecuado, me recosté con otra gente en una escalinata limpia de piedras alargadas y planas que la nieve había aprendido a rodear al bajar derritiéndose por las laderas. lo haya hecho más lento o más rápido). Cuando cerré los ojos, lo único que escuchaba era el agua. (Hubo una vez en que lo único que escuchaba era el agua). Pero el agua se movía con rapidez. ¿Hay algo que avance sin avanzar todavía más rápido? ¿Cómo lo vivirá la joven estudiante de ópera que se para en el parque para cantar, con la gente que corre alrededor de ella con su ropa de neón como láseres? ¿O el vendedor de mangos que pela una infinidad de mangos y que corta rodajas de una fruta tras otra tras otra más? ¿O ese grupo de amigos que se empeña en hacer volar un globo de aire caliente con forma de estrella sobre la autopista sin que se incendie? No se me ocurre cómo hacerlo sin que se incendie, o se detenga. No se me ocurre nada que no empiece con una vez, aunque se repita sin parar. Una vez, a un amigo, un colibrí se le cayó muerto a los pies; me dijo que le sorprendió lo pesado que era cuando lo levantó. Una vez, vi a un borracho tambaleándose por las vías del tren. Una vez, escuché caer un vaso, que se quebró mientras el saxofonista sostenía una nota grave y dulce por tanto tiempo que me quedé esperando que volviera a respirar o que se le parara el corazón. Una vez, y otra vez, y otra vez, el momento de acercar mi cara a otra, como si fuera la primera vez, o la última; aunque el acercamiento la arranca de raíz, la abre como una naranja, la boca detenida para encontrarse con otra boca aunque sea un instante. Si hay algo que sepa bajar la velocidad y sin embargo seguir siempre adelante, me gustaría enterarme. ¿En qué es que se convierten, el nadador profesional, el hacktivista insomne, el ávido coleccionista de latitas, el padre de una hija que sola se hace trenzas en el pelo antes de dormir? Debe haber una forma de mirarlos mientras aún están creciendo, ver el agua, los números, la avidez y la hija, de alguna forma, sin tenerles miedo a ellos ni a dónde van. No la forma en que yo esperaba dentro de un autobús, en un semáforo en una ciudad a la vez detenida y atestada: esa pausa duró de una manera que sentí en verdad eterna, o que podía volverse eterna, todo mi deseo agolpado en el movimiento que se me negaba, una frustración casi erótica en su impotencia. Lo que pensé, una vez, cobardemente, antes de que otra vez el autobús se tambaleara hacia adelante y siguiera camino hacia quién sabe dónde después de que bajara yo, porque ésa es la parte de la que no me acuerdo, fue me voy a quedar acá para siempre, fue me voy a quedar acá el resto de mi vida.


Escucha el Bonus track de Robin Myers, con Fernando Clavijo

Tomado de Conflations/Amalgama, Antílope, CDMX, 2016, pp. 12-19. Traducción de Ezequiel Zaidenwerg. Se reproduce con autorización.

Imagen de portada: Carolina Magis Weinberg, Silent Before (detalle), 2016. Cortesía de la artista