Entrevista con Sara Mesa

Lo personal de cada mirada

Orígenes / panóptico / Febrero de 2019

Carlos Barragán, Gonzalo Sevilla

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Vila-Matas describe a Sara Mesa como una escritora con un tono “poco español y muy europeo”. Sea cierto o no, los libros de Mesa ya forman parte del catálogo imprescindible de Anagrama de estos últimos años. Quedamos con ella unas horas antes del Festival Eñe de literatura en Madrid para charlar sobre el lenguaje, la legitimidad de la escritura y, por supuesto, de sus libros.

¿Cuál es su relación con el lector? No creo que sea fácil explicar el contenido de sus libros.

Es difícil. Hay mucha gente de mi entorno cercano que ni siquiera sabe que yo escribo. 

¿En serio? 

Yo no lo voy diciendo por ahí. A lo mejor alguna vez una vecina viene y me dice: “Te he visto en el periódico”. Pero si esa persona no lee, no lee. Hay gente cercana curiosa que me pregunta por qué escribo o de qué va el libro. Ante esas preguntas tengo una sensación de desnudez. Hay una faceta mía que no está destinada a la gente cercana, sino a alguien anónimo. No digo que mi vecina no pueda ser ese destinatario, pero como no busco reconocimiento… es más, me incomoda. Me incomoda que la gente me conozca por escribir. Saber que alguien cercano me lee, incluso amigos, siempre me desazona un poco. Y más cuando hablas de los asuntos turbios. Hay escritores que cuando escriben, aunque tengan muchos años, piensan en lo que va a decir su madre o su hijo. ¿Por qué? En los libros salen situaciones o reflexiones que la gente no imagina que tú puedas llegar a tener. Hay tal grado de intimidad con el lector que abre una puerta, que preferiría no conocer la reacción del otro lado. Siento que cuando la gente cercana lee mis libros, le estoy contando intimidades. Eso no me agrada mucho.

También ha dicho que lo autobiográfico en sus libros no son las situaciones que describe sino los sentimientos, parecido a lo que decía Gil de Biedma.

Prefiero no hablar de sentimientos, porque es un poco restrictivo. Quizá la mirada. O experiencia. Todo eso va a salir en lo que escribes de manera natural. Si no sale, si tú quieres escribir sobre otra cosa impostada, el resultado no será natural. Últimamente le doy muchas vueltas a la legitimidad de la escritura. Se puede escribir de cualquier tema, pero no todo el mundo puede escribir de cualquier tema. No todos tienen la legitimidad para hacerlo. Y ésa no se consigue sólo en función de una experiencia vital, sino en función de una determinada mirada que sea capaz de captar todo lo que se está contando en el libro. O bien tu mirada, tu capacidad de comprensión humana y tu penetración en la psicología de la realidad es profunda y es tan buena que tienes la legitimidad para hacerlo o no puedes escribir y no la tienes. Y se ve en el resultado, el libro está impostado. El libro busca escandalizar.

¿Cómo sabe que ha encontrado un tema auténtico?

Yo no creo en la imaginación. Escribir no es una cuestión de imaginación, sino de búsqueda interior. Sondeo en mí misma, en mis propias intuiciones e inquietudes, y de ahí sale una historia, que tiene relación indirecta conmigo. Pero no sucede fuera. Hay gente que parte de la situación equivocada de: “Quiero ser escritor, pero no se me ocurren cosas que contar”. Aunque se te ocurra un tema buenísimo no vas a ser escritor. Yo, si quieres te regalo un tema, pero ¡no funciona así! Los escritores que dicen: “Ahora voy a escribir sobre este tema”, son redactores de historias. Pero ya está.

¿Piensa que el simbolismo sólo funciona si se desarrolla con un realismo minucioso? En uno de sus cuentos en Mala letra describe cuidadosamente cómo una niña se pierde en un bosque y logra una imagen muy potente.

La palabra minuciosa me chirría. No tiene por qué serlo. Es una descripción que revela una mirada única. En lo que yo me fijo no tiene nada que ver con lo que tú te fijas. El trabajo del escritor consiste en extraer lo personal de cada una de nuestras miradas. Y en saber plasmarlo. No hay tanto una labor de minuciosidad como de selección. Y creo que, volviendo al lenguaje, trabajo mucho en el nivel formal, en las estructuras y en las localizaciones. Es decir, cuando cuentas una historia, ¿dónde te sitúas para contarla? En el personaje fundamental, en las consecuencias de un hecho… Normalmente, yo me sitúo en un lado. Estos niveles estructurales en mis libros, donde voy manejando distintas capas, sí que pueden ser complejos. La narrativa consigue unos efectos o no, en función de cómo se cuentan las cosas y desde dónde.

Eso va ligado al “contar sin decir” y el ir bordeando los temas. ¿No cree que esos silencios pueden caer en malinterpretaciones del lector?

Ese riesgo existe. Va en función de lo elusiva que sea cada escritura. En mi caso creo que no hay riesgo de eso. Por mucho que yo trabaje las elipsis, los rodeos o las indirectas, mi escritura es sencilla. Cualquier lector medio entiende perfectamente mis libros. Y creo que a veces los escritores subestimamos a los lectores. Damos explicaciones excesivas, por ese miedo de que no queden claras las alusiones. Hay muchos libros que tú empiezas a leer y son maravillosos porque te van mostrando un personaje… pero cuando te has hecho una idea de cómo es, van y te lo cuentan. ¡Cómo si no lo hubieras visto! Por mi experiencia, la gran mayoría de los lectores capta perfectamente lo que tú has querido contar. Y además porque muchas veces no es un hecho concreto. Son sensaciones, angustias. Todo el mundo es capaz de captar el drama de una chica que se ha perdido en el bosque y la opresión familiar. Los detalles concretos a veces dan un poco igual.

Aunque no se haga de manera consciente, ¿cree que quiere señalar aspectos que el lector pretende evitar?

Sí, totalmente. Y muchas veces es un debate mío. Es mi tendencia última, por lo menos en Cara de pan, Cicatriz y en muchos cuentos de Mala letra. Quiero poner al lector frente a sus propias contradicciones. Buscarle fallos al razonamiento. Mientras escribo, yo también lo pienso. Es decir, antes forma parte de mi propio análisis y después lo comparto. La primera que se somete a esa lucha contra los prejuicios, las ideas preconcebidas y las ramificaciones de una ideología soy yo. A veces conviene preguntarse ciertas cosas y, de alguna manera, yo me las pregunto a través de mis libros.


Sara Mesa


¿Esa pregunta es premeditada o aparece a medida que escribe?

Es una mezcla. Hay una parte de premeditación, pero muy emborronada. Siempre he escrito sobre las relaciones entre niños y adultos que no son sus padres. Estas relaciones raras aparecen en Un incendio invisible, en Cuatro por cuatro… Es un leitmotiv que de alguna manera culmina en Cara de pan. Ahora tengo que escribir otra cosa. Además, la actualidad es cada vez más rápida. A pesar de que cuando empiezo a escribir el libro no tengo ciertos temas en la cabeza, la actualidad me va permeando contra mi voluntad. Yo no quiero escribir sobre el acoso o abrir el debate del bullying, pero de alguna manera sí estaba en mí anteriormente esa preocupación. No aparece con el #Metoo, sino con el tiempo actual en el que todo se ha vuelto sospechoso. Especialmente lo relacionado al sexo, incluso cuando no lo hay. ¿Cuándo se volvió peligroso que un hombre en un momento dado pueda quedarse mirando a un niño? Toda esa mezcla junto con mis obsesiones y mis micronarraciones hacen un magma en mi cabeza del que sale un libro. Por lo tanto, no está demasiado premeditado. Si yo partiera de una idea para escribir, haría una novela de tesis, pero no es lo que hago. Mi novela con suerte me lleva a una tesis, pero no al revés.

¿Cree que no vivir de la escritura favorece su libertad de creación?

En España no se puede vivir solamente de la escritura. Es muy raro. Los escritores que lo hacen no viven solamente de escribir, sino que hacen traducciones, escriben artículos de opinión o dan charlas. Vivir solamente de escribir es mi sueño. Si me preguntas si eso me parece mal o bien… Me parece fantástico, pero no se consigue si no es literatura comercial. Es muy raro que un escritor que hace este tipo de apuestas pueda vivir de la literatura. Yo he intentado preservar mi libertad. Es una cuestión económica también. Mi libertad es no tener que depender de entregar una novela para el alquiler. He evitado eso, pero si me preguntas si esa situación es ideal, te confirmo que no lo es. Pierdo muchas horas en un trabajo que no me disgusta, pero no es lo mío. Mi sueño es dejarlo, pero no quiero dejarlo para estar escribiendo artículos de opinión de temas sobre los que no tenga ni idea. No estoy en contra de que un escritor opine, sino de que tenga que opinar de todo. Opinar para poder vivir.

¿Cree que el marketing de literatura femenina perpetúa la diferencia con la que intenta acabar?

En cierto modo se está haciendo. Es un marketing muy falso. No es real. A mí me han llamado de varias revistas de tendencias y nunca voy. Deberían hacer una lista de las mujeres que se negaron a ir. Para ir, por ejemplo, te maquillan y tienes que posar con ropa que ellos te dan. No me maquilles, déjame que vaya con mi ropa. ¿Qué tipo de reivindicación es ésa? Es una reivindicación engañosa y, en mi opinión, puede ser perjudicial. Hay mujeres que piensan distinto. Es mi opinión, yo no tengo una verdad, pero no me siento cómoda en esas coordenadas. Sin embargo, sí soy muy reivindicativa. Leed los listados de los premios literarios importantes en los últimos diez años. La diferencia entre hombres y mujeres me parece brutal.

Imagen de portada: Sara Mesa