Habitantes sin nombre

La calle / dossier / Abril de 2023

Idalia Sautto

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Las ratas bailaban de tres en tres. Pero una que no había encontrado compañera, bailaba sola. Y no lo hacía mal. Reinaldo Arenas


En el documental Sans soleil (1983) del francés Chris Marker podemos ver el templo Gōtokuji rodeado por cientos de maneki-neko o “gatos de la suerte”, muchos de ellos donados por las personas que visitan el lugar. Los gatos son parte de las calles de cualquier ciudad del mundo, pero quizá el respeto, el amor y el cuidado que les profesan en Japón sean únicos. Pocas veces he visto una cultura que venere tanto a este animal. Tuve la oportunidad de comprar una revista que solo se centra en las historias de los gatos que viven en los locales comerciales de Tokyo. La trama es muy sencilla: a manera de fotonovela se presenta al gato y el comercio que custodia. Qué le gusta hacer, cuál es su lugar favorito, y una traducción libre de lo que su dueño platica con él en los ratos libres. La gran mayoría de estos felinos provienen de la calle, donde muchos nacen y mueren.

Fotograma del documental *Sans soleil*, de Chris Marker, 1983Fotograma del documental Sans soleil, de Chris Marker, 1983


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Los animales se han tenido que adaptar a las ciudades, a la evolución de estas, a sus cuadrículas o laberintos, se han dejado domesticar para poder ganar terreno y ser incluidos en el derroche de desperdicios que puede tener una calle.

​ La ciudad facilita la posibilidad de convivir con animales como ardillas, aves, gatos y perros. A veces se puede decidir “adoptarlos”, llevarlos a un hogar y cuidar de ellos, aunque no todos son domésticos y muchos no quieren tratar con seres humanos.

​ El otro día, en la esquina de Campeche e Insurgentes, me topé con dos pajaritos comiendo un tamal verde de una hoja de maíz. “Pobres pájaros, cómo pueden respirar esta contaminación”, pensé; y también: “es una dieta rica basada en maíz y salsa verde”.


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A partir de aquella revista japonesa, imaginé un documental que diera cuenta de los gatos que viven en las librerías de viejo de la calle de Donceles, del bicolor de la estética La Jaula de las Locas, de los perros que custodian el puesto de periódicos en la esquina de Madero y de la historia de una familia de patos que vivía (¿o vive aún?) frente al Ex Teresa Arte Actual y a cierta hora de la noche salía a caminar por la calle cerrada que desemboca en Moneda. También creí importante retratar esos letreros en la entrada de los locales que advierten al visitante: “No acaricie al gato”, “El perro no está a la venta”. ¿Cómo llegaron ahí? ¿Cuál es su historia? ¿Qué otro barrio se nos revela a través de ellos?

​ Primero pensé en hablar sobre los animales domésticos del Kilómetro Cero (en la esquina de Cinco de Mayo y Monte de Piedad). En aquel momento vivía sobre República de Cuba, en el Centro Histórico, y fui sabiendo de algunos perros y gatos callejeros que encontraron un hogar en los comercios de la zona. Pero el detonante para escribir el guion fueron esos patos del Ex Teresa que pacen por la calle Licenciado Verdad. Su imagen transitando por el carril de Ecobici me hizo notar que el Centro también reúne muchas especies que fueron llevadas por algún motivo a los diversos negocios de esa área. Pero, ¿quién les está dando una voz? La propuesta no cristalizó y el guion quedó en la esperanza de convertirse en un fanzine fotográfico.


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Un libro-álbum titulado ¿Me has visto? (La Cifra, 2017), de Kuo Nai-Men relata la vida de un gato recogido de la calle que vive junto con su dueño en un departamento pequeño, dentro de un circuito de edificios muy altos de Taipéi. Después de varios años, el gatito decide saltar del balcón… y lo vemos volar con otros gatos en las ilustraciones a lápiz de Zhou Jian-Xin. No regresa a casa. La historia es similar a la de casi todos los gatos que se pierden en las ciudades: pocos vuelven.

​ Hace al menos dos meses que me encuentro con el cartel de “Puerco”, un gatito perdido en la colonia Santa María la Ribera. Los anuncios casi siempre están escritos en primera persona: “Soy macho, tengo un lunar abajo del ojo. Me escapé entre las calles de Sor Juana y Fresno”. Siempre intento retener en la memoria quién está extraviado por si tengo la fortuna de encontrarlo, pero nunca me he topado con ninguno de los gatos que por alguna razón se han perdido en la ciudad.

©@perroconsueter, *Pandilla de perros ladrones*, 2023. Cortesía del artista©@perroconsueter, Pandilla de perros ladrones, 2023. Cortesía del artista


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El primer gato que tuve vino de la calle. Estaba afuera de una tienda de pinturas, donde le arrojaban agua para correrlo, cuando mi papá lo encontró, lo defendió y lo trajo a casa. Luego supimos que se trataba de una gatita. Era pequeña y parda. Se me ocurrió bautizarla como Corazón de Melón. En ese momento pensé que quizá mis padres querían darle algún otro nombre, pero aceptaron el que yo elegí. La Cora, que fue como la llamamos el resto de su vida, quizá sea el mejor regalo que me han dado las calles de la Ciudad de México. Tal vez sea esta la única imagen nítida que guardo de mi padre rescatando a un gato, un simple acto por el que merece todo mi respeto. Siempre que intento reconstruir este momento de mi vida no puedo dejar de pensar en que quizá sea también el primer recuerdo que tengo. Todo comenzó ahí, con esa gata, Corazón.


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“Desconfía de las personas que no tienen mascotas” es como un mantra en mi familia. “No estamos solos como especie” es lo que quisiera decir. Quien no es capaz de empatizar con la vida de otra especie difícilmente entenderá cómo está constituída la condición humana. Al menos desde esta idea pienso que, en gran parte, mi naturaleza como persona procede de observar a los animales que me rodean. A veces de forma muy cercana, como con mis gatos, otras veces al verlos pasar en el exterior, como con las ratas.

​ Las ratas históricamente son conocidas por ser portadoras y transmisoras de enfermedades. Durante siglos se creyó que ellas eran las responsables de la llamada “peste negra” en Europa. Sin embargo, hoy se conoce que no fueron los agentes transmisores de esta epidemia, sino las pulgas que portaban. Las ratas ayudaron a propagar la “peste” que causó la muerte de 50 millones de personas en la Europa del siglo XIV, sí, pero, en cualquier caso, solo fueron huéspedes —y también víctimas— de la verdadera culpable.

​ Caminando del estudio a mi casa, sobre la Ribera de San Cosme, hay un camellón grande que hace poco ensancharon para tener más banqueta peatonal. Ahí siempre veo pasar gran cantidad de ratas. Mi mejor amiga me las muestra con un dedo, “Rat, mira, ahí estamos las dos”. Nos decimos de cariño “rat” desde que descubrimos que ambas somos del mismo año de la Rata: 1984, la Rata de Madera.

​ En el horóscopo chino, a diferencia de la visión occidental, la rata es un roedor inteligente, “la mejor madre del zoo”, el animal que sabe observar de lejos los contratiempos y que puede tomar decisiones para sobrevivir en situaciones adversas. Me gusta ser nombrada “rata”. Es una imagen que me protege.

©Fermín Guzmán, *Perros callejeros en los Ejidos de Santa María, Chimalhuacán*, EDOMEX, 2021. Cortesía del artista©Fermín Guzmán, Perros callejeros en los Ejidos de Santa María, Chimalhuacán, EDOMEX, 2021. Cortesía del artista


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SubwayCreatures es una cuenta de Instagram que sigo desde hace ya varios años. Se trata de una página que se alimenta de los videos que la gente envía desde cualquier rincón del mundo sobre situaciones que suceden en el metro. Muchos de estos videos son del metro de Nueva York, pero de vez en cuando se ve el de Buenos Aires, la Ciudad de México o París. Todos ellos retratan situaciones bizarras, y a veces se cuelan varios protagonizados por algunos de los habitantes más comunes de estos espacios: ratas, palomas, ardillas, serpientes, perros, gatos…

​ Entre los cientos de escenas colgadas en SubwayCreatures están la de un gato rescatado de las vías, una ardilla que hizo su nido en los cables de mantenimiento y una serpiente que baja del elevador. Uno de esos videos muestra una rata que jala el cadáver de otra por las escaleras hasta escabullirse por un hoyo en la pared. Al parecer, para que no quede a la intemperie, la lleva a la madriguera. La escena me hizo pensar en los rituales funerarios que tanto nos caracterizan como especie. ¿Acaso esa rata sabe que su compañera está muerta y la lleva a algún lado para guarecer su cadáver?, ¿las ratas sienten empatía por otras ratas?, ¿las ratas sufren duelo?, ¿las ratas se comen entre ellas? Sí, algunas veces. Esto tiene que ver con su propio entorno. Las “de laboratorio”, que son domesticadas justo por haber nacido en cautiverio, se comportan muy distinto a las salvajes recién atrapadas. Las primeras tienden a intentar completar sus tareas, incluso para salvar su vida. En cambio, las ratitas ferales rápidamente se dan por vencidas y no entran en el juego del examen.

​ Recuerdo un video que se hizo viral llamado “el mapache cholo”. En él se puede ver a un mapache llegar a un garaje y asustar a tres gatos que comen croquetas de un plato. La voz impostada del mapache imita el acento del norte de México. “Buenas tardes, ¿cómo están? Voy a lavarme las manitas, ¡ay, qué rica está el agua!”, se escucha, mientras devora las croquetas. “Qué rica está esta croquetita, ¿en dónde la compraron, loco?”. Los gatos se apartan con miedo. Vi cientos de veces el video y creo que hasta hice una grabación sobre él. Más que causarnos risa, la escena debería hacernos refle­xionar sobre el hecho de que, como ese mapache, otros miles deambulan por la ciudad sin encontrar refugio ni alimento.

​ A veces me frustra sentirme incapaz de hacer algo al respecto, y hasta me acuerdo de una amiga que vive en Quebec y compró un rifle para matar a los mapaches que hicieron nido en el tejado de su casa. Cuando me contó esto como una anécdota secundaria quedé de una pieza. Por desgracia, muchas personas consideran la fauna silvestre como una plaga que debe ser eliminada.


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—¿A qué huele?

​ —Es el olor de un zorrillo atropellado.

​ Aprendí en mi infancia a distinguir el olor que deja la muerte de un zorrillo antes que a reconocer su fisonomía. Estuve ante esta escena tantas veces que, creo, de 1990 a la fecha han atropellado a todos los zorrillos que existían en la ciudad. No es lo único que he visto. A veces, cuando manejo en bici, me topo con pájaros muertos en las cunetas de las avenidas, ratas aplastadas en el pavimento, perritos atropellados… son muy pocas las imágenes alentadoras de animales citadinos. Por suerte también veo el brillo de la mirada de un gato que cruza una calle de noche, el correr de las ardillas por los cables de luz que luego abandonan de un salto para caer en árboles o palmeras, las palomas haciendo huecos en la arquitectura.

Todos estos terrenos eran milpas. Había renacuajos, ajolotes, sanguijuelas”. Eso recuerda mi abuela de cuando Churubusco era un río y no una avenida de alta velocidad en la colonia donde crecí. El piar de las aves en la ciudad hace tiempo que dejó de ser un canto para volverse un sonido más que se combina con el ruido blanco de los motores, el rechinar de un organillero, el perifoneo del fierro viejo… Parece increíble que todavía habiten en los árboles, que podamos pensar en un nido de golondrina asentado en las junturas de las ballenas que sostienen el segundo piso del Periférico. Pero sí: incluso ahí hay una vida salvaje asomando. ¿Cómo describir la fauna de esta ciudad sin sentir unas ganas absurdas de llorar?

​ El aeropuerto de la Ciudad de México reporta hasta 76 especies de aves y reptiles que deben mantenerse al margen de las pistas, por donde andan perros y halcones entrenados. Estos últimos son adiestrados para combatir a otros animales, como ciertas aves que pueden meterse en la turbina de un avión y las ratas que merodean la zona de descarga. De esta forma conviven en un mismo espacio dos tipos de vida: la domesticada y la feral. También se puede ver halcones y águilas sobrevolando colonias cercanas como la Jardín Balbuena. Imagino que, quizás, varias de estas aves adiestradas por cetreros del aeropuerto han decidido renunciar a sus trabajos.

​ El lado siniestro de este entorno que quizá pocos conocen es el de los gatos que logran entrar a los talleres del aeropuerto y descomponen algunos aparatos, por lo que les ponen trampas mortales. Una vez en que estuve junto con mi hermana rescatando perros en el antirrábico vimos llegar una camioneta cargada de jaulas de gatos muertos para incinerar. La camioneta venía del aeropuerto.


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El nuevo concepto de vivienda que son las torres y los condominios implica que estos contengan todo lo necesario para reducir la posibilidad de que sus inquilinos pisen la calle. El único paseo posible será entonces dentro del mall ubicado en el mismo complejo que se habita. Pasear en la calle es peligroso, siempre lo ha sido. Sin embargo, la calle no se hizo adversa en el siglo XXI, solo que ahora se tienen más herramientas para evitarla. Antes se colocaban rejas para asegurar colonias, ahora se construyen pequeñas ciudades en un mismo espacio. Por fortuna siguen existiendo los barrios en donde la vida social se vincula con el espacio público, el parque, las plazoletas, el baile urbano, los sonideros. Los animales se refugian en estos lugares, donde pueden ser cuidados por una comunidad. Aun así no es suficiente. La vida promedio de un gato callejero es de 6 meses a 2 años como máximo, mientras que la de uno doméstico puede llegar a 15 años, aunque se han registrado casos de algunos que llegan a vivir 30. Cada vez se alarga más la vida de nuestros animales de compañía porque hay más estudios sobre sus enfermedades y formas de cuidado, que comienzan desde la alimentación, vacunación y esterilización a edades tempranas.

​ Perros, gatos, palomas, ardillas, ratas y pájaros han sido desplazados por el crecimiento de la ciudad y la escasez de áreas verdes. Ahora podemos ver cacomixtles, mapaches y tlacuaches buscando comida en los basureros de los condominios, donde muchas veces los vecinos los matan. La pregunta es si necesitamos un rifle sanitario o, simplemente, dejar como áreas reservadas los lugares que antes les pertenecían. ¿Qué hay entre ambos extremos?, ¿cómo convivir entre ellos?


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De vuelta al documental Sans soleil, el director imagina la posibilidad de narrar únicamente las cosas simples que ocurren a su alrededor. Se propone entonces hacer “listas” divididas por intereses, tales como “objetos elegantes”, “situaciones molestas”, “cosas que no vale la pena hacer” y una especial para “cosas que hacen latir el corazón”.

Me escribió que en las afueras de Tokyo hay un templo dedicado a los gatos. Me gustaría poder mostrarles la simplicidad y la falta de afectación en esa pareja que ha venido al cementerio de gatos a dejar una tablilla de madera con inscripciones. Así su gata Tora estará protegida. No, no estaba muerta, solo se había escapado. Pero cuando muriera, nadie sabría cómo rezar por ella, cómo interceder para que la Muerte la llamara por su verdadero nombre. Tenían que ir los dos, bajo la lluvia, para llevar a cabo el ritual que repararía, en el lugar de la pérdida, el tejido del tiempo.

​ Corazón de Melón vivió casi 15 años, dos de ellos conmigo. Mis padres la regalaron a una tía muy lejana, por lo que solo volví a verla una vez más. Hubiera deseado que esa despedida fuera de otra manera. Tal vez debí escribir su nombre en un papel como lo hacen en el templo japonés, resguardar su memoria para que estuviese protegida y, sobre todo, tener voluntad para transitar su pérdida, como si con esa escritura pudiera dejarla ir. De la lista de “cosas que hacen latir el corazón” está el recuerdo de esta gata que dormía conmigo por las noches y que me acompañó esos años en los que me sentía sola.

​ Los animales no tienen conciencia de los peligros de las calles ni pueden entender lo importante que estas son para nosotros. Para ellos representan un espacio más donde vivir, conseguir alimentos y transitar. Es por eso que nos corresponde a nosotros, que hemos trazado avenidas y levantados pueblos y ciudades donde antes había vida silvestre, protegerlos. Siguiendo la lógica de Sans soleil, creo que haríamos bien en pensar una lista de “cosas que no vale la pena hacer” que incluyera vivir en una torre Mítikah o un mall, matar con un rifle a un mapache e ignorar que existen miles de animales en condición de calle que solo vienen al mundo a sufrir. También podríamos pensar en una de “cosas que vale la pena hacer”, como esterilizar a temprana edad a nuestros animales de compañía y no comprar, sino adoptar. Esto sería, en la medida de lo humano, lo mínimo que debemos exigirnos.


Escucha el Bonus track de Idalia Sautto, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: ©Fermín Guzmán, Perros callejeros en los Ejidos de Santa María, Chimalhuacán, EDOMEX, 2021. Cortesía del artista