Entrevista con Andrea Bajani

El vacío y la muerte ante la literatura

Futuro / panóptico / Diciembre de 2020

Alejandro García Abreu

Traducción de: María Teresa Meneses

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¿Qué significa el vacío en la literatura?

Pienso en Kafka. Era un experto en el vacío. En Un artista del hambre. Cuatro historias —de 1924— el vacío es el espacio supremo en el que se encuentra la experiencia artística.

Le agradeciste a Paolo Piacenza “por el título [de Mapa de una ausencia] y el ansia de verdad”. ¿Cómo distingues “el ansia de verdad”?

Por un lado, creo que éstas son frases que escribes cuando tienes treinta años, que quizás hoy ya no escribirías. Si tuviese que decir algo menos retórico que el ansia de verdad diría que existe una forma de sed de verdad. Es sencillamente la honestidad para contar algo a alguien.

Composición con fotografías de Ivaylo Sarayski, Siruela, 2017

Tu escritura generó el reconocimiento inmediato de Antonio Tabucchi, quien te envió una carta después de leer tu primera novela. Tus libros son elogiados por escritores de la talla de Cees Nooteboom, Emmanuel Carrère y Enrique Vila-Matas. ¿Qué opinas de la obra de estos tres autores?

Sencillamente pienso que Nooteboom, Carrère y Vila-Matas, de diversa manera, aparte de ser tres de los más grandes escritores europeos vivos tienen en común el hecho de creer en la literatura sobre todo. Lo cual también es una forma de cinismo. Existe algo de melancólico en creer que la literatura es importante, lo más importante de todo, que es lo mismo que yo pienso. En el fondo, subyace una consideración melancólica de que la vida no es suficiente y, por lo tanto, necesitamos de la literatura.

De acuerdo. Como dijo Tabucchi citando a Pessoa: la literatura “es la sencilla demostración de que la vida no basta”. El día del primer aniversario de la muerte del novelista italiano presentaste Me reconoces, el libro con el que rindes homenaje a tu amigo fallecido, “es un baile en torno al abismo de las palabras, del sinsentido, de los sueños”. ¿Cómo fue el desarrollo del libro?

Es un libro que no había planeado, como ya se está volviendo mi manera de trabajar, es decir, no planear los libros sino escribir cuando tocan a la puerta. Este libro sencillamente nació luego de que Tabucchi muriera, nació de un cuento que él escribió. Durante sus últimos días en el hospital, precisamente dos días antes de morir, ya con mascarilla de oxígeno, quiso dictarle un cuento a su hijo. Entonces, con mucho agotamiento, se quitaba la mascarilla y su hijo escribía sentado al lado de la cama de hospital. En este cuento él hablaba de un salón de belleza en París en el que una mujer conversaba con alguien. En un cierto punto, uno se percata de que esa mujer le está hablando al espejo, que se está hablando a sí misma y dice: “mira, ahora yo me tengo que ir y, por lo tanto, te toca a ti contar la historia”. “A ti”, quiere decir al espejo. Y esta historia, escrita por un hombre que se está muriendo, como si dijese “ahora les toca a ustedes, a los libros, narrar la historia, yo ya no puedo hacer nada, ya me estoy yendo de aquí”, para mí, acaso, es la más grande lección de literatura en el mundo. Ese cuento, escrito a mano por su hijo, su esposa lo transcribió en la computadora, tratando de no perder las palabras. Dos días antes de morir, aunque sin tener fuerzas para respirar por un tumor alojado en los pulmones, la necesidad de dictarle un cuento a su hijo le transmite fuerza para hacerlo. No hay nada más, no conozco acto de amor hacia la literatura más grande que esto: un cuento que contiene la certeza de lo que está sucediendo, cosa que probablemente él no tenía. Quizás Tabucchi como persona no tenía la certeza de que realmente estaba muriendo, porque los doctores te dicen que si lo intentas te recuperarás. Pero él escribió el cuento porque sólo la literatura logra llegar hasta esos lugares donde el cerebro no lo permite. Todo esto era un acto literario, emotivo y existencial tan grande que luego, sencillamente, poco después de que él muriera, comencé a escribir este libro como un homenaje en el que el autor de Sostiene Pereira ni siquiera era nombrado, es decir, resulta obvio que es él, transformándose verdaderamente en todo un personaje. También éste fue un libro que escribí muy rápido, durante un verano en Ámsterdam, en una residencia para escritores. Es un libro feliz a pesar de que habla de un escritor que muere, de la amistad entre dos escritores. Acaso es el libro más luminoso que yo haya escrito.

¿Cómo fue el proceso de traducción, con Maria Paola Pierini, de Clima de miedo, de Wole Soyinka para Codice edizioni?

Este libro lo recuerdo como la enésima confirmación de que soy un pésimo traductor. Porque para ser un buen traductor se debe tener una gran paciencia, una gran precisión; no sé, se debe tener un talento y yo no pienso tener el talento del traductor. Así pues, esta traducción la realicé junto con mi compañera de ese entonces, que tenía mejores conocimientos del inglés que yo en esos años. No recuerdo nada del libro de Soyinka, a pesar de que pienso que es un grandísimo escritor. Sin embargo, para mí esa traducción es más la fotografía de una vida en pareja entre mi compañera y yo. En el fondo, es necesario darle todo el crédito de la traducción a ella, ya que yo, como todos los que se sienten inseguros al abordar una lengua extranjera, estaba muy irritable, incluso creo que hasta acabamos discutiendo. Pero debo decir que lo maravilloso de esta traducción fue que pudimos trabajar juntos. Sin embargo, cada tanto me siguen asaltando unas ganas enormes de ponerme a traducir. Pienso que los traductores deberían tener un estatus especial porque son actores políticos y culturales fundamentales a los que no corresponde el trato que reciben. Así que cada tanto me pongo a traducir un texto y cada vez que lo hago pienso que realmente estoy muy poco dotado para este trabajo. En 2015 traduje El principito del francés, que es mi primera lengua extranjera. Este trabajo constituyó para mí un esfuerzo inmenso, descomunal, por lo cual, una vez más, me vuelvo a repetir que no lo volveré a hacer, que me cuesta menos trabajo escribir mil páginas de una novela que traducir dos, lo que me vuelve extremadamente irritable. Pero me gustaría traducir poetas, traducir poesía, aunque quizá sería mejor dejárselo a los profesionales. El principito lo traduje cuando vivía en Berlín, por lo tanto tenía el alemán en todo mi alrededor, el italiano en la familia, frecuentaba una cafetería turca donde traducía del francés al italiano y, por lo tanto, inevitablemente, era extenuante. Pero luego, con la ayuda de la editorial y de amigos traductores, creo ahora que es una buena traducción. Pero es mejor renunciar a la tentación de querer ser traductor.

Diseño de portada de Irasema Fernández, Elefanta Editorial, Ciudad de México, 2019

Eres narrador y poeta. ¿De qué manera contrastas la poesía con la narración y con la Historia, en mayúscula?

Las novelas que me interesan como lector y escritor son aquellas en las que las turbulencias y las perturbaciones son evidentes. Implican cierto peligro. Desarrollo personajes y pienso en la finitud de la obra.Una novela queda concluida, aunque en muchas ocasiones sea abierta. No importa si deja al lector contrariado, incómodo o feliz. Hay una especie de conclusión, aunque el libro siga vivo. La poesía es un territorio diverso, va más allá de un espacio predeterminado. Nadie aguarda al poeta, a diferencia del lector que espera una nueva novela. En 2016 fui invitado a dictar una conferencia en la Scuola Holden, en Turín, publicada en La Repubblica con el título “La sana inquietud que nos da la poesía”. Afirmé que los poetas no obedecen las indicaciones de la Historia, la forma más violenta de la racionalidad. El poeta sigue otros caminos, abre grietas en los mapas. Por esos senderos se encuentra con hombres y mujeres que se perdieron o que se aventuraron en esas tierras. Tienen versos para compartir. Sólo la poesía puede ser nuestra arma para defendernos de la racionalidad de la Historia. La poesía es el medio que tenemos para desestabilizar haciendo preguntas. Los poetas siembran preocupación. Son pesadillas, pero, como escribe nuestro admirado Nooteboom en Tumbas de poetas y pensadores: “las personas no pueden vivir sin sueños peligrosos e inesperados”.

Nooteboom concluyó esa frase de Tumbas con exaltación: “tampoco el mundo puede existir sin poesía”.

Exactamente. Lo recuerdas bien. La Historia ofrece en nombre de la seguridad recintos a los que ya nadie quiere entrar. Mientras que la poesía, afirmó Joseph Brodsky, “es una tremenda escuela de inseguridad e incertidumbre”. Por eso, en la inseguridad que nos estrangula, dije en la conferencia que te mencioné, la poesía ofrece su mano, porque, como aseveró el escritor ruso exiliado en Estados Unidos, “en el fondo, los poemas dicen: no sé”. Se trata de la entonación interrogativa de un enunciado. Para eso se necesita coraje.

Imagen de portada: Andrea Bajani. Fotografía de Lorenzo Maccotta ©