Austeridad, el sello cultural de la 4T

Cultura / dossier / Enero de 2020

Adriana Malvido

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La escena tuvo lugar en el Teatro de la Ópera de Roma en 2011, con Riccardo Muti como director, Gianni Alemanno como funcionario y Silvio Berlusconi como primer ministro de Italia. Imaginemos que transcurre en México y que nos encontramos en la sala principal del Palacio de Bellas Artes cuando uno de los directores de orquesta más importantes de este país toma la batuta para iniciar Nabucco de Giuseppe Verdi. Antes de la representación, sube al escenario Alejandra Frausto para denunciar el drástico recorte presupuestal que el gobierno ha impuesto al sector cultural. En el público se encuentra el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. El director de orquesta inicia la dirección y todo va muy bien hasta que llega al famoso canto “Va pensiero”, el que los esclavos oprimidos hacen suyo como símbolo de libertad. Se siente en el silencio del público un especial fervor cuando cantan “Oh, patria mía, tan bella y perdida”. La audiencia lanza papelitos que dicen “viva México” y pide un bis. Entonces el director da media vuelta y dice ante el público y el presidente:

Sí, estoy de acuerdo. Larga vida a la patria. Pero… Ya no tengo 30 años y he vivido mi vida, recorrí mucho el mundo, y hoy tengo vergüenza de lo que sucede en mi país. Entonces accedo a su pedido de un bis para “Va Pensiero”. No es sólo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando dirigía el coro […] pensé que, si seguimos así, vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó nuestra historia. En tal caso, nuestra patria estaría en verdad “bella y perdida”.

Yo me callé la boca muchos años […] Ahora tendríamos que darle sentido a este canto, cantemos en nuestra casa que es este teatro, les propongo unirse a nosotros para que cantemos todos juntos.

Todo el teatro se levanta a cantar con el coro. Revertidos los papeles, público y artistas se hacen uno para llamar la atención de los políticos. ¿Resulta probable esta escena en México? ¿Alguien ha visto al presidente en una función de ópera? ¿Se ha escuchado a la secretaria de Cultura defender con pasión y coraje al sector ante los recortes o a un público cantar por más apoyo? De todos modos, la imaginación sigue ahí en el teatro de Bellas Artes, donde surge, alrededor de la política de austeridad del actual gobierno de México, un debate entre artistas y funcionarios del presente y todos los tiempos. Jesusa Rodríguez, senadora que además es actriz y dramaturga, se pronuncia por la desaparición de las becas a los artistas porque son “privilegios” que sólo promueven la holgazanería. De pronto, desde atrás de la sala se escucha la voz de Víctor Hugo, la misma que en 1848 y ante la propuesta de ministros de recortar la financiación a la cultura en Francia advirtió:

Las reducciones presupuestales a las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde el punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista.

Y subiendo la voz agrega que el ahorro es ridículo para el Estado, pero resulta mortal para bibliotecas, museos, archivos nacionales, conservatorios, escuelas y muchas otras instituciones. Cuando más fuerte es la crisis, advierte

[es] más necesario duplicar los fondos destinados a los saberes […], habría que multiplicar todos esos espacios para que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden.

Juan Caloca, Máquina de guerra, 2018. Cortesía del artista

Con los ojos encendidos, el novelista critica la disolución cultural de un país y la destrucción de toda forma de excelencia: “Han caído ustedes en un error deplorable; han pensado que se ahorrarán dinero, pero lo que se ahorran es gloria”. “Hay prioridades que atender”, dicen a coro funcionarios culturales. En un país pobre como México, no podemos darnos lujos, ahora se privilegia la cultura comunitaria, los semilleros creativos, la cultura para la paz en los sitios más vulnerables y expuestos a la violencia. Dice Alejandra Frausto que la cultura “ya no es accesorio”, que la política cultural del sexenio es incluyente y justa. “Nuestro esfuerzo es que nunca más se perciba el derecho a la cultura como algo elitista”. Y asegura con orgullo que se han ahorrado 316 millones de pesos en gastos superfluos. Théophile Gautier, poeta francés del siglo XIX, reacciona:

Nada de lo que resulta hermoso es indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores? Yo renunciaría antes a las patatas que a las rosas, y creo que en el mundo sólo un utilitario sería capaz de arrancar un parterre de tulipanes para plantar coles.

Y para qué sirve un poema, le preguntan desde el público. “Sirve para ser bello. ¿No es suficiente?” La voz de Diego Rivera irrumpe en Bellas Artes. Gracias a una grabación de su hija Ruth, escuchamos: “El arte es un asunto de salud pública”. El pintor argumenta: “El arte lo mismo concierne al fenómeno de nutrición que al de la imaginación”. Ofrece fundamentos:

La obra de arte es un agente capaz de producir determinados fenómenos fisiológicos perfectamente precisos, o sea, secreciones glandulares que proporcionan al organismo humano elementos tan necesarios para la vida humana como los alimentos.

Para el organismo social, añade, el arte desempeña el papel de la circulación nerviosa, un papel semejante a la sangre que está accionada por el corazón, por el miocardio, pero que recorre el organismo humano desde los pies hasta las sendillas del cerebro. Así entendido,

el arte es una actividad esencial para la vida humana, y así como el campesino, el ganadero y el horticultor proporcionan alimento para el aparato digestivo, el artista proporciona alimento para el sistema nervioso.

Desde el segundo piso se escucha la voz de Montaigne: “No hay nada inútil, ni siquiera la inutilidad misma”. Nuccio Ordine, autor de La utilidad de lo inútil, advierte en voz alta:

Siempre que los gobiernos hacen recortes comienzan por estas cosas inútiles sin darse cuenta de que, si eliminamos lo inútil, cortamos el futuro de la humanidad. Ya decía Kant que “en una sociedad corrompida por la dictadura del beneficio, el conocimiento es la única forma de resistencia, lo único que no se compra con dinero. Es algo que se conquista”.

Una reportera piensa desde su butaca:

La Secretaría de Cultura solicita 13 mil 367 millones de pesos para el presupuesto 2020, que es sólo un 0.1 por ciento de aumento con respecto a 2019 que, a su vez, sufrió un recorte de 3.9 por ciento con respecto a 2018. Hoy en día, del presupuesto federal se destina solamente 0.21 por ciento al sector cultural.

Irrumpen en la sala Daniel Giménez Cacho, Antonio Gritón, Patricia Chavero, Renata Wimer y otros integrantes del Movimiento Colectivo por la Cultura y el Arte en México organizado a partir de los recortes. Exigen que se invierta 1 por ciento del PIB en el arte y la cultura, como recomienda la UNESCO, y que se apruebe, por fin, el proyecto de ley para la Seguridad Social de los Artistas, tan prometido en campaña. Porque los creadores rara vez cuentan con prestaciones sociales, contratos, ingresos fijos o jubilación. Las luces iluminan un cartel donde se lee: “Que los artistas tengan sueldo y los políticos sean voluntarios”. Un funcionario enuncia con orgullo algunos de los principales programas de cultura del gobierno:

En primer lugar está Cultura Comunitaria, pero también la distribución masiva (8.5 millones de ejemplares) de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, las tareas de la nueva Coordinación Nacional de Memoria Histórica y Cultural de México que preside Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente; el Complejo Cultural Bosque de Chapultepec, incluyendo a Los Pinos, para el que se destinará 12.4 por ciento del presupuesto de Cultura 2020. Además, se revitalizarán los 38 teatros del IMSS y los pueblos originarios serán, por fin, una prioridad.

Lo escuchan comunidades indígenas en resistencia frente a megaproyectos como el Tren Maya, el Proyecto Integral Morelos y el Corredor Transístmico, alertas ante la amenaza de un mayor despojo cultural y ambiental. Lo oyen investigadores, científicos, creadores, promotores culturales y ambientalistas, ante quienes la voz del Estado advierte que sus actividades no son prioritarias, que ya basta de derroches y de corrupción, de viajes innecesarios, de abusos. Arturo Ripstein reitera lo que dijo durante la entrega de los Arieles este año:

No hay crecimiento sin cultura, no hay desarrollo sin cultura, no hay democracia sin cultura. La cultura en su sentido más estricto y riguroso es la única opción que tenemos para enfrentar a la barbarie.

Antonio Gritón, La patria devorando a sus hijos, 2018. Cortesía del artista

Eugène Ionesco aparece en escena y recuerda aquel discurso que dio en 1961:

El hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil […]. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no se ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio.

Y ahí, advierte, es donde puede generarse un fanatismo delirante o una rabia colectiva. Nélida Piñón se levanta del asiento y cuestiona los sistemas educativos que sólo quieren ciudadanos obedientes y sofocan las vocaciones para fabular la realidad. “Nos quieren convertir en criaturas modestas […]. El empobrecimiento cotidiano se debe a una sociedad que no permite la imaginación y la fantasía.” En eso, se escucha de atrás la voz de Ry­szard Kapuściński:

Hoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban.

Los artistas, agrega Marshall McLuhan, son “las antenas de la especie”. Y desde las butacas del siglo XIX Robert Louis Stevenson levanta su novela La isla del tesoro. ¿Y qué tiene que ver con el debate? Ordine responde por él:

Su personaje Jim entiende, gracias a una inútil curiositas, que aquellos grabados valen mucho más que su cotización venal porque, además de testimoniar diversas expresiones de lo bello, documentan también momentos memorables de las vicisitudes de pueblos y reinos.

Exacto, salta de su asiento el poeta Gautier para hacer énfasis en la idea. Propone que nos imaginemos que un volcán abre su bocaza en Montmartre y lanza sobre París un montón de cenizas y una tumba de lava, como el Vesubio lo hizo en Estabia, Pompeya y Herculano, y cuando los arqueólogos del futuro excaven la ciudad muerta “decidme qué monumentos habrían quedado en pie para testimoniar el esplendor de la gran enterrada”. Una periodista piensa desde su butaca:

¿Y cómo verán eso los funcionarios si desde el 3 de mayo de 2019 cuando se anunció la reducción del gasto público, ninguno puede viajar a comisiones internacionales sin permiso del jefe? ¿Cómo, si desde entonces se redujeron casi a la nada las exposiciones internacionales en museos y espacios públicos? ¿Cómo, si estamos tan ensimismados? ¿Cómo, si el presidente que no sale de México dice que para qué quieren viajar científicos, investigadores o artistas…, si hay internet? El escritor Paco Ignacio Taibo II canceló la participación del Fondo de Cultura Económica en la Feria Internacional del Libro en Fráncfort debido a la política de austeridad de la 4T y porque “tampoco tenemos nada que ofrecer”. A la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ 2019) le recortaron la mitad de su presupuesto y al Festival Internacional Cervantino, 20 por ciento. Un ladrillo más a la muralla lo puso el director del Instituto Nacional de Migración cuando advirtió a los migrantes que serán expulsados “así sean de Marte”.

Otra reportera se encuentra a Fernando de la Mora. Y el amable tenor le dice que está bien que ahora se ponga más atención en las culturas comunitarias. Quizá ya es hora, sugiere, de que la iniciativa privada apoye más al arte y la cultura, como en otros países. Pero admite que se requieren incentivos fiscales. Y es que en México a las 28 mil organizaciones de la sociedad civil y a cientos de colectivos culturales, la 4T les canceló todos los apoyos. En Bellas Artes buscamos inútilmente a un secretario de Estado, a un gobernador, a un líder parlamentario. Tampoco los encontramos en el cine, el teatro, en el museo, o en la biblioteca. La cultura, nos recuerda Vicente Leñero,

pertenece al lenguaje de la identidad, a la gramática de la exaltación de la vida […] Y si quienes nos dirigen desconsideran para sus propias vidas la valoración íntima de las manifestaciones culturales, resulta lógico entender que no hagan lo suficiente para promover el ejercicio y la apreciación de lo que exalta la vida […] Habría que recordar entonces, una vez más, que la mayor riqueza de México está en su cultura. La que se hizo, la que se hace hoy, la que está por hacerse. Habría que encontrar el modo de convertir la cultura en necesidad.

Se cierra el telón diseñado por el Dr. Atl. Y un gran silencio se apodera de la sala.



Escucha el Bonus track de Adriana Malvido, con Fernando Clavijo

Nota bene: Las citas de autores europeos en el texto fueron tomadas de La inutilidad de lo inútil de Nuccio Ordine. Ade­más, se consultó Lapidarium IV de Kapuściński, La seducción de la memoria de Nélida Piñón y el archivo hemerográfico y entrevistas de la autora.

Imagen de portada: Palacio de Bellas Artes, 2012. Fotografía de Estudio de Arquepoética y Visualística Prospectiva BY-NC-SA