Tema libre de Alejandro Zambra

Lectura y conversación

El Pacífico / crítica / Junio de 2019

Daniel Saldaña París

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Supongo que traiciono todas las convenciones del género si comienzo esta reseña diciendo que me gustó Tema libre. Pero en el fondo da igual que diga que me gustó, porque ésta no es exactamente una reseña sino un apunte en mi cuaderno que en algún momento se convertirá en un apunte pasado en limpio en la computadora y, después, en un apunte publicado en una revista. Y es que Tema libre es uno de esos libros que nos recuerdan que leemos para tomar apuntes, para subrayar un párrafo, para copiar un fragmento en nuestra libreta o, por lo menos, para doblar la esquina de una hoja: marcas discretas y personales que dicen “por aquí pasé”, “aquí me detuve y me quedé pensando”; marcas que hacemos en el papel —que le infligimos al libro—, tal vez para responder a esas otras marcas que el libro deja en nosotros; marcas que, en el fondo, son siempre estrategias sustitutas de la única actividad que en verdad le haría justicia a la lectura: escribir nosotros ese mismo libro, de principio a fin, como hiciera Pierre Menard con el Quijote. Pero como no tengo espacio aquí para transcribir entero el libro de Zambra (aunque es breve), procedo a describirlo un poco. Tema libre tiene una estructura transparente: una primera sección (“Autorretratos hablados”) compuesta por tres ensayos que primero fueron conferencias, luego otra (“Ropa tendida”) que reúne cuatro cuentos (dos de los cuales, según declara Zambra, son “textos fracasados”, aunque me permito disentir), y una tercera sección que toma prestado un título de Natalia Ginzburg (“Léxico familiar”) y que agrupa cuatro ensayos sobre la extranjería, sobre ser el mismo en otro lado, en otro idioma —o sobre no ser el mismo en otro idioma ni en otro lado—. Más allá de esa estructura tripartita, el libro es un entramado de alusiones, guiños, recurrencias. Una conferencia de la primera parte remite (como en aquellas novelas juveniles de la serie “Elige tu propia aventura”) a dos cuentos de la segunda, incorporándolos; los ensayos de “Léxico familiar” reelaboran asuntos tratados en las conferencias, y el mejor de los cuentos (a mi juicio, claro), “Penúltimas actividades”, es también un ensayo hermoso y extraño, armado como instructivo, que algo dice sobre la escritura autobiográfica, otro de los temas —libres— que reaparecen de forma constante. En las conferencias que abren el volumen, Alejandro Zambra vuelve sobre algunas de las obsesiones y los registros de No leer (Anagrama, 2018), su anterior compilación de prosas. Aquí encontramos de nuevo, por ejemplo, ese entrañable plural generacional que aparecía mucho en las crónicas o columnas de aquel volumen: “sobre qué íbamos a hablar nosotros, que habíamos crecido como esos árboles que amarran a un palo de escoba: adormecidos, anestesiados, reprimidos…”; “veníamos un poco maleados o mareados por el escepticismo, pero queríamos pertenecer a algo, a cualquier cosa”. Pero Tema libre traza un arco más amplio: del nosotros de la juventud, al yo solitario y un poco desencantado del escritor célebre, al muy distinto nosotros de la familia, esa pequeña comunidad de tres personas y varios peluches parlantes. Así, la nostalgia —no exenta de humor y de ternura— con que el narrador recuerda sus años universitarios, se convierte, al cabo de estos ensayos autobiográficos, en el descubrimiento de un nuevo nosotros. Zambra se detiene, en ambos casos, a pensar las formas en que leemos desde cada uno de esos sujetos colectivos: la lectura inexperta, pero exaltada y compartida, de los primeros días de facultad; la delirante inocencia de la lectura que se descubre junto a los hijos (y sus juguetes), o la lectura como conversación amorosa que se practica al traducir en pareja. Zambra abre, para el lector, el taller de su escritura: nos revela el método detrás de la aparente espontaneidad de su prosa:

escribo muchísimo a mano y después en computador, pero a veces paso a mano lo que escribo en la pantalla. Agrando y achico la letra, cambio la tipografía, el interlineado y hasta el espacio entre los caracteres, como quien intenta reconocer un mismo cuerpo en diferentes disfraces. Y leo en voz alta todo el tiempo…

Esa relación entre oralidad y escritura, evidente para todo poeta, es otro de los leitmotivs de Tema libre. “Desde cierto punto de vista, lo que escribo siempre busca la naturalidad de una conversación en que digo lo que diría si alguien me editara los balbuceos”, escribe Zambra en el último ensayo del libro. Tema libre encuentra esa buscada naturalidad mediante el supremo artificio de “lo sencillo”, cuya manufactura es harto difícil. El lector tiene la sensación de participar en una charla íntima, que se permite digresiones, anécdotas y algunos chistes (no todos buenos). Y aunque el tema de fondo en esa conversación sea el propio Zambra, el libro no se ahoga en la autorreferencialidad ni en la complacencia, pues mantiene siempre la brújula del nosotros, que despierta mucha más simpatía que el tan manoseado yo lírico. Al leer Tema libre, es imposible no rebuscar en la propia historia de nuestras lecturas e intentar ejercicios similares: qué autores leímos creyendo que los descubríamos antes que nadie, qué formatos de escritura o de conversación frecuentamos (el fax, el telegrama, la carta, el desplegado) y cómo signaron nuestra relación con la palabra escrita. Zambra vive en México desde hace unos años y me parece que en Tema libre se pregunta por momentos si no se estará volviendo mexicano. No lo sé, pero creo que ha escrito un libro muy poco mexicano: una colección de textos inteligentes, pero que no proclaman todo el tiempo su propia inteligencia; un libro sutil, que toca lo extraño sin retorcer innecesariamente la sintaxis; un libro experimental, pero del modo en que son experimentales la infancia, la duda y la conversación, no el monólogo que desparrama convicciones. Es raro encontrar un libro en el que se recojan conferencias pronunciadas por el autor ante un público y que escape al tono pontificador o al despliegue de vano virtuosismo. Zambra lo consigue porque construye un nosotros, varios nosotros, y nos invita a conversar con él desde la discreción del apunte, el subrayado, la cita copiada en una libreta.

Anagrama, México, 2019

Imagen de portada: Yorchil Medina, Jardín exterior, 2013. Cortesía del artista