En búsqueda del relato europeo

Infancia / panóptico / Octubre de 2019

Karim Hauser

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“Nunca antes, desde que existe, el mundo ha estado tan globalmente enervado, tan integralmente excitado”. Esta cita de El mundo sin sueño de Stefan Zweig marca uno de tantos puntos de inflexión en Nosotros, Europa, banquete de los pueblos [Nous, l’Europe, Banquet des peuples], el largo poema épico de Laurent Gaudé (Premio Goncourt 2004) llevado a escena por Roland Auzet en el Festival de Aviñón 2019. La cita aparece antes de la quema de libros y del gran asesinato avalado por las masas en Alemania a mediados del siglo XX, que da pie a una huida generalizada de “indeseables” en el viejo continente. No es un eufemismo para hablar de los judíos alemanes, sino un término que engloba igualmente a griegos que huyen de Turquía y a los turcos de Grecia, o a republicanos catalanes varados en playas desde donde inician el exilio. La shoá, término hebreo que significa ‘calamidad’, se extiende más allá del río Rin; los pasaportes falsificados se cuelan entre el alambrado de púas, cientos de miles de seres humanos se movilizan, algunos escapan de campos de concentración. Huyen de una Europa que encierra sufrimiento, detenciones, invasiones, que se vacía porque, como dijera el primer ministro francés Daladier durante la Segunda Guerra Mundial, “hay que deshacerse de los indeseables”.

Fotografía de Christophe Raynaud de Lage, Festival de Aviñón


La insoportable ligereza de la Historia Esta Historia la conocemos y, sin embargo, la lista infinita de sus víctimas la aburre; es una Historia ligera, advierte Gaudé en su texto. Yo la imagino como una sartén de teflón en la que la memoria del dolor colectivo resbala, como cebolla quemada que se despega con una espátula. “¿Quiénes somos? ¿Herederos de qué pasado? ¿Atravesados por cuáles tormentos? ¿Culpables de qué crímenes y portadores de qué utopías?” En su introducción, el autor se lamenta de que la Europa actual no consiga seducir a sus ciudadanos. Hija de la epopeya y de la utopía, de fuegos y de muerte, pero también de invenciones y de arte, hoy sólo aburre debido a su lejanía burocrática. El novelista propone que la literatura podría suplir este déficit de interés ciudadano. Por su parte, el director Roland Auzet lleva al escenario una adaptación para once actores y un coro multitudinario y concuerda en que es necesario producir un relato europeo.

Después de la bacanal [sostiene Auzet refiriéndose al momento explosivo que vivimos] Europa necesita de un alimento diferente que no deje solos a los oportunistas y permita a los monstruos volver a la carga.

Los europeos están en busca de una identidad genérica y en esta colaboración Gaudé-Auzet se intenta cuestionar la relación con el prójimo a través de la historia de los países europeos. Exponer “nuestras visiones y nuestras diferencias, nuestras vergüenzas y nuestras es­­peranzas más locas”, afirma Auzet, al tiempo que apela a una ciudadanía europea común que prefiera la valentía de construir un pueblo frente a la comodidad de la multitud vociferante. Pienso en Twitter y sus histerias colectivas que no sólo afectan a los europeos. La comodidad de la multitud vociferante o el vitriólico trending topic.
Excavar en el siglo XIX Once artistas de diversas nacionalidades, flanqueados por un coro de aficionados compuesto por niños, mujeres y hombres de todas las edades, presentan un espectáculo que abarca los grandes periodos, evoca las colonizaciones, la primera locomotora, las dos guerras mundiales, Praga y mayo de 1968, el muro de Berlín… Pero si hay que buscar en algún momento de la recta histórica la génesis de la Europa moderna es sin duda el siglo XIX. Laurent Gaudé se pregunta por los orígenes de la Unión Europea mucho antes de que la imaginaran impulsores como Robert Schuman. La hipótesis que nos formula se remonta a 1830: la invención de la primera locomotora, The Rocket, en Inglaterra, invento que acompaña la naciente explotación del carbón y que cambiará la cara del continente por primera vez. El progreso que trae este avance tecnológico presagia insospechadamente el uso tenebroso que se hará del ferrocarril cuando llegue a enviar a millones de hombres a la muerte un siglo después. A este primer elemento que forja la identidad europea lo acompaña otro aún más oscuro. Se trata del maquiavélico 1885, cuando los Estados se reúnen en Berlín para repartirse de forma “muy civilizada” el continente africano. Aunque en la Europa de hoy no se ignora esta herencia colonial, casi nunca se reconoce por completo. Es esa Historia ligera de la que se descartan asperezas el mágico teflón del olvido. “Durante años nos comimos al mundo”, se lamenta Laurent Gaudé en la potente voz del protagonista Emmanuel Schwartz, que incomoda al público frente a este silencio complaciente y nos invita a “escupir sobre los nombres” de los autores de estas primeras atrocidades masivas, horrores basados en la distinción de razas, como las del rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo o Heinrich E. Göring en Namibia. Pero el siglo XIX también marca el despertar del continente con la “Primavera de los Pueblos” en 1848; de Palermo a París, de Milán a Berlín, el deseo de independencia de los pueblos se manifiesta en un periodo de revuelta popular contra los poderes conservadores establecidos. La Europa moderna nace de la utopía y de la insatisfacción de sus pueblos. Debido a la prohibición de reuniones políticas, ese momento de ebullición social fue testigo de la aparición de banquetes republicanos, lugares de debate ciudadano, incubadoras de ideas innovadoras. De ahí heredamos el sufragio universal y la libertad de prensa.
Muros y tragedias Nosotros, Europa, banquete de los pueblos es sin duda un espectáculo político y épico, pero también es musical y visual. La polifonía del coro y de los músicos recuerda el espectáculo de la tragedia antigua. La decoración en sí misma es un gran muro, a la manera del que dividió las dos Alemanias, o del que se erige en el patio del Liceo Saint-Joseph de Aviñón y en donde se escenifican dramas recientes como los ataques de 2015 en París, o el destino de los migrantes que ocupa los titulares en la actualidad. Un muro que sin duda nos remite a otros: la valla de Melilla, el muro de Israel en Cisjordania, las promesas de campaña de Donald Trump. Se producen momentos de gran emoción como la evocación de los horrores del nazismo, el interrogatorio frío y humillante de un migrante por parte de una funcionaria que termina reconociendo la inhumanidad de su misión, o la autoinmolación de Jan Palach, el joven checo que resistió con dramático heroísmo la ocupación soviética de 1968. La puesta en escena alterna entre historia e individuos, entre diálogo, canciones y proyección de videos, cuya amalgama contribuye a aumentar la tensión dramática. El fondo musical va del furibundo rock metálico de la alemana Karoline Rose a la interpretación etérea del contratenor brasileño Rodrigo Ferreira. El texto de Gaudé, eminentemente poético, se moldea de forma natural con estos lenguajes escénicos bajo la batuta de Auzet, que juega con los idiomas de sus actores: francés, italiano, alemán, polaco, español, griego, portugués y árabe marroquí. Laurent Gaudé no deja de invocar algunas grandes figuras tutelares, incluida la de Albert Camus, combatiente europeo, que escribió: “nuestra Europa es una aventura que seguiremos haciendo, a pesar de usted mismo, en el viento de la inteligencia”. La poesía de Blaise Cendrars en los años de 1920, o los senos de Joséphine Baker como símbolos de resistencia a la barbarie antes del abismo, permiten reivindicar las luces frente a la sangre y a las lágrimas.
La era del aburrimiento La Europa de hoy carece de pasión popular. Después de la sucesión de dramas colectivos, de guerras y de multitudes hipnotizadas por individuos con brazos levantados, no es extraño que la nueva Europa haya nacido en 1957 con un acto desabrido, la firma de unos documentos, “sin pasión, sin ira. El matiz. El compromiso”, dice Gaudé. Ese nosotros cargado del legado de igualdad, libertad y fraternidad “que contemplamos con fatiga. Desde hace tanto somos ciudadanos del aburrimiento. ¡Juventud, juventud! Necesitamos tu sobresalto.” A pesar de su fastidiosa burocracia, es importante querer a este continente que necesita reinventarse. Si algo tenemos en común los europeos, dice Gaudé, es haber “cruzado el fuego”, haber conocido el abismo en sus más oscuras profundidades. ¿Cómo hacerlo? “Gran banquete. Eso es lo que necesitamos ahora. Ardor. ¡Carne y verbo!” Justamente es lo que el dúo Gaudé-Auzet logra en esta colaboración. La pluma del novelista y dramaturgo nos lanza este poema épico de algo tan familiar pero que suena extrañamente nuevo. Similar a una odisea, o a un largo grito ininterrumpido a la manera del Aullido de Allen Ginsberg, nos lleva lejos y, acto seguido, nos trae las noticias de esta mañana. Carne, verbo y ardor. Y en este ardor, los intérpretes conminan a deshacerse del trasnochado Himno a la alegría para sugerir un Hey Jude incandescente como melodía europea común, plural mosaico de pueblos. “Europa es una geografía que quiere convertirse en filosofía. Un pasado que quiere convertirse en brújula”, son las palabras de Gaudé con las que los ciudadanos-poetas desnortados deberíamos quedarnos y transformarlas en acción, aunque sólo sea acción escénica.

Imagen de portada: Fotografía de Christophe Raynaud de Lage, Festival de Aviñón