Es la vida que merecen: una biblioteca contra los clichés en Caracas
Leer pdf—Profe, yo no he estado en una biblioteca, pero mi abuela tiene una en la casa —respondió el adolescente a la pregunta de Albe Pérez—. Está en la mesita que tiene al lado de la cama, ahí hay como quince libros.
Albe pasó semanas conversando con alumnos del bachillerato del Instituto Técnico Jesús Obrero, en Catia, Caracas, para averiguar si sabían qué era una biblioteca y qué les gustaría ver en una. La mayoría hacía gestos de duda; otros, como el ya mencionado, ofrecían respuestas que bailaban entre la ternura y lo naïf.
Ella siempre ha estado ligada a los jesuitas, incluso mientras construía una destacada carrera en el área de cultura de la alcaldía de Chacao, en la capital venezolana. Luego de varios comentarios medio en broma, medio en serio, el rector del Jesús Obrero, Miguel Ángel Corominas, la llamó en 2023 para proponerle que reformara la biblioteca. El recinto opera como liceo en las mañanas, como universidad en las tardes y también asisten los estudiantes del Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (el Inces, que ofrece cursos para profesionistas). Catia, donde se encuentra, es un sector popular en el que desde siempre se han visto los clichés de la pobreza y que contiene puntos álgidos como zonas paramilitares. Allí, el Jesús Obrero cosechó fama de ofrecer educación de calidad. Sin embargo, en 2023 su biblioteca era la Ibiza de los hongos y las polillas.
Septiembre de 2025. Atravesamos una cancha desierta por las vacaciones, bajo un sol tan caliente como los que pintó Van Gogh. Albe abrió la puerta de cristal. El alivio del aire acondicionado me mostró una biblioteca de un blanco que arrulla, con estantes de un color rojo que te hace ojitos. Un carrito gris, tan cuchi como una casa de muñecas, estaba frente a mí con una variedad de libros populares. Tres tableros de ajedrez prometían tardes épicas; luego, seis cubículos que se usan para reuniones de estudio y que se me antojaron como la versión en miniatura de los que hay en una de las mejores agencias de marketing del país. Albe me hizo pasar a la recién inaugurada Sala Pódcast. Mi cabeza voló: imaginé lo que podría hacer allí. Después se paró en el centro de la biblioteca y abrió los brazos:
—¿Qué te parece?
Era un asco. La mayoría de los títulos que estaban en la antigua biblioteca se encontraban enfermos. Además, habían envejecido mal: sobraban obras técnicas de principios del siglo XX que vaticinaban como novedad lo que luego sería normal. Se vendieron, para elaborar pulpa de papel, casi dos gandolas de libros. Los estudiantes identificaban el lugar como una especie de depósito de libros/revistas, en donde celebraban cumpleaños, hacían pequeñas reuniones festivas y a lo mejor —cuando los fenómenos celestes se alineaban— alguien se sentaba a estudiar.
Vi jóvenes que pedían prestado un libro y después lo escondían en otro estante, para seguirlo leyendo en el próximo recreo. Un ejemplar de Harry Potter estaba lleno de papelitos que cumplían la labor de marcalibros, cada uno de un lector distinto. Entre los universitarios, vi algunos que van a la biblioteca, pero a leer en sus teléfonos (Wattpad sigue siendo muy popular); un par se acercan incluso en los días que no tienen que ir a la universidad.
Tras la reforma, la inauguración fue en octubre de 2024. Los adolescentes, luego de amontonarse frente a las puertas de cristal, entraron como cachorros a los que les quitan las correas. Ni Albe ni Marcos Togni ni Beatriz González ni Michael Zerpa, el director y los encargados del espacio, imaginaron que alguna vez tendrían que explicar lo que en muchos lados puede resultar obvio: no se debe correr en la biblioteca.
Biblioteca Hermano Korta S. J. y Centro de Recursos de Aprendizaje e Investigación del Instituto Técnico Jesús Obrero, Catia, Caracas, 2024-2025. Todas las fotografías son cortesía del CRAI.
Ellos vieron de primera mano cómo, en las siguientes semanas, la fiebre por el ajedrez se afianzó tanto que las partidas se convirtieron en duelos entre el América y las Chivas: gente gritando “Oooooooh” cada vez que un peón moría bajo las pezuñas de un caballo. La manía persiste, aunque otros universitarios acostumbran jugar Uno con pasión similar a la de un capítulo de Yu-Gi-Oh!, un manga hecho serie de televisión. A veces, Marcos o Michael tienen que pedirles que moderen el tono de voz. Albe decidió comprar mangas, que se convirtieron en hits. Yo mismo vi cómo alumnos de primer semestre, que entraban por primera vez a la biblioteca, se apuraban a preguntar qué debían hacer para leerlos.
Se creó también un sistema de préstamo de libros, en el que ya hay aproximadamente ochenta chamos registrados (en toda la institución hacen vida tres mil): al mes, alrededor de cuarenta aprovechan este beneficio. Aunque se solicitan muchos libros técnicos, la verdad es que los alumnos piden las versiones digitales porque el Jesús Obrero está conectado a través de internet a la biblioteca de la Universidad Católica Andrés Bello y a la red bibliotecaria de las universidades de la Compañía de Jesús en Latinoamérica. Entonces, las estrellas del lugar son las que se imaginan: Harry Potter, Crepúsculo, Stephen King, el manga.
—Nunca tuve el hábito de la lectura —dice Marcos, tras explicarme que tanto sus papás como sus hijos sí—. Dije: me tengo que meter en el papel. Tengo que dar el ejemplo. Cuando me piden recomendaciones, debo saber qué responder. —¿Tú mismo te has beneficiado de la biblioteca? —le pregunto a Michael, luego de comprobar que entre los estantes hay varias cosas que a mí, que soy de su generación, me llaman la atención. —La verdad, no. Por ahí está ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Tengo tiempo pensando en echarle un ojo. —¿Los profesores solicitan libros? —le pregunto, por la tarde, a Beatriz, quien cubría el turno vespertino. —Sí, algunos. Sobre todo, técnicos. Que yo recuerde, ninguno ha pedido literatura.
Beatriz era la encargada de las recomendaciones, aunque Marcos también se ha animado. Por ejemplo, con una chica que pidió la biografía de Hitler, a lo que él, hijo de un padre que huyó del fascismo italiano, respondió entregándole el libro y pidiéndole que también leyera el Diario de Ana Frank, para después sentarse a conversar las lecturas.
Una chica que los impresionó estudiaba en el Inces. Buscaba algo de Mario Benedetti —no había mucho, sólo un fotopoemario y Gracias por el fuego—, por lo que Beatriz comenzó a hacerle sugerencias. El primer libro que le prestaron fue Drácula: lo devolvió al día siguiente. La chica, dijo, padecía insomnio: a falta de somníferos, consumía historias. Empezó a solicitar un promedio de ocho libros al mes. Siempre le hacía un pequeño review a Beatriz.
El chamo mostró los moretones en sus brazos. Se los había hecho el papá. Del joven le habían comentado a Marcos que tenía problemas de ira: se entraba a golpes con frecuencia. Pero Marcos sólo veía en él a un chico de dieciséis años que se sentaba a leer o escuchar música en sus audífonos, aprovechando la tregua del aire acondicionado en la biblioteca. Se hizo pana de Marcos y Michael porque a ambos les pareció bien cuando les propuso hacer su labor social en la biblioteca. Los ayudaba a mover y acomodar libros. Desde el día de la inauguración hasta el presente, no han terminado de registrar todo el stock.
El joven, que habló de las golpizas que le daba su papá, tejió una relación con Marcos: si sacaba una buena nota, si tenía dudas o problemas, iba corriendo a contárselo. —Siempre tuve miedo de que lo que el chamo debería sentir hacia su papá lo sintiera hacia mí —dice Marcos. Porque al papá, luego de que el colegio, psicopedagoga mediante, lo denunciara, le quitaron la custodia del chamo. Sin embargo, dado que en el sistema judicial venezolano hay más leyes que lectores, el chico volvió al sitio donde le llenaban el cuerpo de hematomas.
El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas fue a dar un taller, pues una de las mayores dificultades que experimenta el Jesús Obrero es el alto porcentaje de violencia doméstica que padecen sus alumnos. Marcos aprovechó para hablarle de ese caso al comisario.
—Si por mala suerte —respondió el funcionario— ese muchacho se suicida y deja una carta diciendo “agradezco al profesor Marcos, de la biblioteca, por el cariño, etcétera”, tú vas preso. El papá va a decir que tú lo incentivaste. Entonces, trata de que no se acerque tanto.
—Es el mensaje que queremos inculcar en ellos: es la vida que merecen. Tener espacios de esparcimiento, donde la creatividad se les dispare. No tener que estar siempre persiguiendo imposibles, sino disfrutando de un entorno amable, grato, que los contiene y además los desafía —dice Albe.
En ese entorno amigable, en el que algunos van a pedir laptops para estudiar, escuchar música o ver videos —una universitaria acostumbra hacer largas siestas—, por supuesto que alguna vez han tenido que decirle a esa chica del liceo que se baje de las piernas de aquel muchacho, pero han sido casos esporádicos.
Albe le pidió organizar un club de lectura a Beatriz, que decidió hacerlo sobre Orgullo y prejuicio. No tenían ningún ejemplar, pero compartirían el PDF. Se inscribieron sólo tres chicas. De las cuatro sesiones preparadas, una fue con el prestigioso académico Luis Yslas, quien la dio online desde Perú; la otra fue con una cineasta que habló de las adaptaciones de la obra. Aunque empapelaron la institución con volantes, apenas asistió el 0.1% de quienes vieron la publicidad. —Hace falta crear comunidad, que los profesores se involucren y ayuden a correr la voz de las actividades —opina Beatriz. —Yo siempre les he dicho a Albe y al rector que la biblioteca tiene que ir de la mano con el pénsum, para saber qué es lo que van a hacer, cuáles son los horarios y poder acoplarnos, ofreciéndoles a los chamos algo diferente —dice Marcos.
Se hicieron también un par de actividades sobre Bad Bunny, una en la mañana y otra en la tarde. En la primera contaron con un músico que habló de las influencias musicales del puertorriqueño. Asistieron alrededor de noventa chamos. En la de la tarde, uno de los más eminentes periodistas culturales del país dio una charla ante cuatro personas.
Desde que acabó el año escolar, Marcos no ha vuelto a ver al joven que era maltratado por su padre. —No quiero meterle una barrera sólo para evitar problemas. Mi naturaleza está en no hacerlo.
Y de repente parece claro que, más allá de las labores de bibliotecario, su rol es ser un poco de todo y dar mucho afecto. La mayoría de los jóvenes que pasan por allí están en la pobreza. Hay por lo menos trescientos cuyas familias no pueden darles tres comidas diarias, por lo que se benefician de las ayudas en el cafetín.
El Jesús Obrero es un recinto en el que se estudia robótica, informática y carreras por el estilo. Hay un chico de unos trece años que todos los días le enseña a Marcos los videojuegos que ha programado. El equipo entero me hablará de la cantidad de estudiantes con neurodivergencia. El porcentaje de esta población en el mundo está entre el 15 % y el 20 %. Un caso particular es el de un joven dentro del espectro que siempre deambuló por las clases como un pingüino perdido en Tijuana. La biblioteca devino en su iglú personal. A veces lee literatura, con frecuencia estudia, todos los días pide prestada una laptop para ver caricaturas.
Héctor Torres, uno de los más relevantes escritores venezolanos y autor de Caracas muerde, es egresado de la institución y donó libros. Me pregunto por qué no aprovechan más su imagen. Supongo que una forma de sumergir a los estudiantes en la literatura es a través de un escritor exitoso que se aburrió en los mismos pupitres que ellos. Porque no se trata de incentivar la lectura a secas, sino la literatura. Hay muchos ejemplos que hablan de su impacto decisivo en comunidades vulnerables.
El día que visité el bachillerato, vi jóvenes que pedían prestado un libro y después lo escondían en otro estante, para seguirlo leyendo en el próximo recreo. Un ejemplar de Harry Potter estaba lleno de papelitos que cumplían la labor de marcalibros, cada uno de un lector distinto. Entre los universitarios, vi algunos que van a la biblioteca, pero a leer en sus teléfonos (Wattpad sigue siendo muy popular); un par se acercan incluso en los días que no tienen que ir a la universidad.
Parte del nuevo stock llegó gracias a que Beatriz subía stories a Instagram sobre las actividades: sus seguidores se motivaron a donar. Aun así, me dio la impresión de que había una laguna entre los grandes clásicos y lo mainstream. Dicho de otra manera: entre “lo-que-se-supone-que-hay-que-leer” y lo único que han conocido algunos jóvenes. Un universitario miraba con curiosidad La más fiera de las bestias, de Lucas García París, una novela que suele funcionar con todo tipo de público. Se me ocurre que serían útiles obras de Chimamanda, Mariana Enriquez, Hernán Casciari, José Urriola o Eduardo Sánchez Rugeles, por nombrar algunos autores prestigiosos que, por temas y lenguaje, suelen generar fandom entre los adolescentes.
Beatriz renunció a la biblioteca para centrarse en sus estudios. Para ella, algo tan llamativo como las pequeñas tallas de los alumnos, probablemente malnutridos, era su ternura: tan educados y agradecidos como personajes de Discovery Kids. De todos con quienes conversé, fue la única que habló de literatura con algo indispensable para inspirar a otros: pasión.
Y entonces, me surge la pregunta: sin ella entre los estantes, ¿quién hará recomendaciones? Recomendaciones genuinas, de esas que nacen de los bordes de las heridas propias y no de lo que dicta un pénsum. Está probado que muchos de los niños que se aficionan a la lectura provienen de padres lectores o de hogares con libros. Del mismo modo, quienes hablan con placer de los textos que descubrieron en las aulas del bachillerato lo suelen hacer recordando el entusiasmo que les contagió un profesor o una profesora en particular.
“La lectura no se enseña: se contagia”, le leí una vez a Juan Villoro, quien también escribió que leer “es como el paracaidismo: en condiciones normales sólo es practicada por espíritus arriesgados, pero en emergencias le salva la vida a cualquiera”. —Esto [la biblioteca] rompe todos los clichés de que los jóvenes no leen, de que están pegados al teléfono todo el día —dice Albe.
Es difícil contradecirla, no sólo por lo que dicta su experiencia, sino porque hay suficientes ejemplos, en Venezuela y en el mundo, que la respaldan. Yo creo que las verdaderas emergencias y peligros sociales se esconden en la posible respuesta a otra pregunta. Una que me persigue desde la adolescencia y que, tras despedirme del Jesús Obrero, no logré resolver: ¿los adultos leen?