La modernidad y las grietas en la narrativa del éxodo africano

Éxodos / dossier / Febrero de 2018

Abdallah Audu Salisu

Traducción de: Rodrigo Jalal

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La migración procedente de África, tanto la histórica como la contemporánea, y la consecuente diáspora de afrodescendientes tienen un fundamento: la embestida imperial europea sobre el continente. La economía política actual fue establecida por ella de tal manera que la dirección del movimiento humano y comercial desde este territorio sólo puede ser hacia afuera, pero todos estamos de acuerdo en que África también debería obtener un beneficio. Entonces, ¿cómo asegurarnos de que las cosas no sólo salgan de África y que ésta no se quede con las manos vacías? Es necesario replantear nuestra percepción del continente basada en la economía política moderna, y revisar cómo ésta daña el pensamiento y las narrativas acerca de él. A menudo perdemos de vista cuán destructiva es nuestra apreciación de la historia africana, y debido a ello resulta difícil entender por qué la población africana emprende constantes e incansables éxodos. Al ver cómo las narrativas están enmarcadas de forma divisoria se vislumbra por qué el éxodo continúa y cómo las estructuras actuales del mundo se benefician de las divisiones y del éxodo, y de ahí nuestra renuencia a poner alto a las divisiones. Suponemos que, como África es enorme y diversa, descomponer la historia en partes tiene más sentido. Pero cuando consideramos al continente como el centro de mano de obra y recursos minerales de la economía mundial, y a la vez como la periferia que debe proveerlos al centro que es Occidente —sin importar cómo se sienta África al respecto—, nos damos cuenta de que el continente no puede escapar a la mayoría de los problemas que enfrenta. Esto se da cuando se emplea la divulgación moderna del conocimiento como una herramienta para el dominio de Occidente sobre África; la información se manipula para que todo acerca del continente parezca primitivo y retrógrada. Así, las narrativas occidentales, por muy ilustradas que se declaren, son a menudo anti-África y anti-negritud. La epistemología o el cuerpo de conocimiento dentro de este contexto moderno también siguen siendo anti-África y anti-negritud, y perjudican a los afrodescendientes. En su canción “Exodus”, Bob Marley preguntó a los afrodescendientes: “¿Están contentos con la vida que llevan?”. Para el colectivo de afrodescendientes, la respuesta es claramente “No”. Marley continúa: en vez de un éxodo para “dejar Babilonia” (Occidente) e “ir a la tierra de nuestros padres”, los africanos se dirigen todavía en dirección contraria. Veremos en este ensayo cómo las grietas en la historia colectiva africana se vinculan con el éxodo y con las relaciones económicas y sociales.

Discurso de Martin Luther King, Washington, D.C., 1963

Los determinantes

África es el cimiento de la modernidad, pero aun así sus necesidades se abordan mediante los conceptos de “estructura” y “agencia”; la estructura se refiere a los patrones recurrentes de organización que influyen o limitan las opciones y oportunidades que tenemos, y la agencia significa la capacidad de un individuo para actuar autónomamente con base en su libre albedrío. Este debate es importante porque todo sistema necesita una estructura definida que limite el libre albedrío con el que las personas actúan dentro de él. Aun cuando África provee la mayoría de los recursos y labores que el sistema requiere, al encontrarse en el fondo de la pirámide social, los afrodescendientes actúan con poco o nulo libre albedrío dentro de aquél. Con Occidente al centro y África como periferia, esta restricción sistémica empuja a los afrodescendientes a actuar y reaccionar dentro de esta estructura, pero con un libre albedrío limitado o inexistente. Lo que resulta notable del sistema no es el grado de su materialidad y la racionalización de las ambiciones hegemónicas de unos pocos, sino la paradoja de querer proteger los derechos humanos sin instrumentos legales adecuados para compensar la sangre, el sudor y el trabajo que lo construyeron. Además, esta lógica de centros y periferias para la participación económica sólo consigue acumular riqueza en los centros y atraer a la gente de las periferias. Puesto que África siempre ha sido una periferia que sólo aporta mano de obra y materia prima, no es difícil ver por qué la gente emigra del continente a estos centros. Actúan, por lo tanto, con mera agencia (el limitado libre albedrío que tienen dentro del sistema). Sin embargo, cuando la migración a los centros sofoca a la competencia, se generan narrativas migratorias desvinculadas de narrativas intergeneracionales para denigrar a los nuevos migrantes itinerantes, en vez de reevaluar la estructura y las restricciones que impone al pueblo. La única diferencia entre las dos diásporas es que la intergeneracional fue principalmente forzada, mientras que la nueva migración es el éxodo post-independencia. A pesar del tiempo que las separa, las dos son parte de un continuo de migración involuntaria dentro del mismo sistema moderno. Los grilletes físicos marcaron la migración involuntaria pre-independencia; las políticas y mentalidades coloniales y neocoloniales de la proliferación de pobreza endémica marcan la migración actual. Estas aproximaciones divisorias hacen que la diáspora intergeneracional busque una premisa aceptable para definir su identidad al margen de los nuevos migrantes. Las democracias occidentales mitigan la diáspora intergeneracional para ganar votos y evitar críticas internacionales a la vez que culpan a la migración itinerante por los problemas sociales. Las contribuciones de ambos grupos al mantenimiento de la estructura se minimizan y menosprecian. Mantener esta grieta permite que todo siga igual, en beneficio de unos pocos. En vez de separar unas partes de otras, habría que ver las diferencias en la historia del éxodo como piezas de un mismo rompecabezas. Ejemplos de las narrativas del éxodo, como el del contexto de habla portuguesa, son típicos del corredor del Atlántico y reflejan la esclavitud y colonización de los africanos en América Latina, dado que el español ha tenido poco impacto sobre el continente, aunque sea lengua franca al otro lado del océano. Prueba de esto son la intensa relación entre Brasil y África y los esfuerzos de Dilma Rousseff por aprovechar este vínculo económicamente. Otros ejemplos incluyen el contexto caribeño, que tiene una narrativa integral de la esclavitud transatlántica e incluso dio identidad al panafricanismo, así como el Cuerno de África y otras rutas de migración del Pacífico que recorren migrantes desde Somalia, Eritrea, Tanzania, Kenia, Etiopía, Yibuti y las islas Seychelles, Lamu, Mauricio, Zanzíbar, entre otras, y el Golfo de Adén, en el que tantos migrantes y esclavos se han perdido. Otros se han perdido en el desierto del Sahara y en la península de Sinaí debido a la esclavitud doméstica en contextos contemporáneos y la captura histórica de esclavos en rutas árabes y del Pacífico. Otra grieta que segrega a muchos africanos en el norte consiste en el error común de ver al Magreb (el norte de África) como parte de la historia del Medio Oriente/Asia. Es intelectualmente engañoso desvincular las distintas partes de esta historia, sobre todo la diáspora histórica de la contemporánea, pues ello promueve divisiones en la epistemología anti-África y anti-negritud. Además de que las dos son inseparables y las grietas menoscaban la narrativa del éxodo, este engaño obstaculiza el abordaje de asuntos estructurales globales. La manera en que otras diásporas y narrativas migratorias se perciben promueve la noción de que las historias de los afrodescendientes sufren una distorsión para preservar las divisiones y mantener su sitio subordinado en las estructuras globales. Esto permite vislumbrar cómo los daños causados por esfuerzos intelectuales ilusorios propician comunidades africanas resentidas en los centros de participación económica, mientras que cada vez más africanos buscan vías precarias para llegar a estos centros. Uno supondría que la gente de Somalia y Eritrea se uniría con los libios de la “Libia en ruinas” para intentar cruzar el Mediterráneo, pero los jóvenes de países como Ghana y Costa de Marfil, que se consideran progresistas, con frecuencia superan en número a los jóvenes de “Estados fallidos”. Por ello, cualquier romantización de la diáspora africana conduce a la trivialización de serios problemas que afectan al colectivo afrodescendiente. Las diásporas como la de los indios en el Caribe gozan de cierto grado de narrativa romántica al ser vistos como “héroes” que atraviesan continentes para poner sus negocios. De manera similar, los inmigrantes irlandeses en Estados Unidos y los alemanes en Brasil tienen un toque épico. Las estructuras modernas no permiten que los afrodescendientes emigren de África con la intención de establecerse en otros países y puedan esperar ser bienvenidos, aceptados y bien integrados, tal como hacen los europeos que pueden simplemente hacer sus maletas e irse a otro continente. Debido a la urgencia de la situación, los esfuerzos por romantizar la historia africana pierden su importancia porque la estructura básicamente antagoniza con la esencia del africano. Por esto, la diáspora africana puede continuar indefinidamente sin que se vea como una historia de migrantes.

Angela Davis, póster de protesta por su detención, 1971

La manifestación

El primer punto importante en la manifestación y sus efectos es ver si las grietas existen naturalmente entre los nuevos itinerantes y los africanos de la diáspora intergeneracional. Los dos tienen una relación armoniosa, salvo por la dialéctica y la práctica de divisiones estructurales, para las cuales cada uno ha encontrado espacio y tiempo. El sistema también tiene influencias supuestamente estructurales que se manifiestan como contradicciones en los africanos. Además de atraer a la gente de las periferias para participar en el consumo imparable en los centros occidentales, les enseña que las personas con una educación y experiencias occidentales son “mejores humanos”. Esto mantiene vivo al éxodo y a África como una fuente de materia prima para la economía mundial. Si buscamos soluciones veremos que la mayoría se enfoca en cómo se siente Occidente como el centro de las relaciones humanas. La dimensión actual del éxodo, en la que jóvenes africanos arriesgan la vida en el Mar Mediterráneo, la selva panameña y los desiertos de la frontera México-EU para llegar a Occidente se trata nuevamente de lo que éste inspira. Occidente teme una invasión de estos jóvenes nacidos de un saludable crecimiento poblacional africano, y el debate está marcado por las barreras europeas en lugares como el enclave español en África y con los estadounidenses esperando el muro de Trump en la frontera con México. Pero esto no detiene el éxodo. Por otro lado, la diáspora histórica aún tiene dificultades para definir su identidad de manera aceptable en cualquier país donde se han instalado negros. Gran parte de esta historia se centra en los migrantes africanos vistos como una molestia para Occidente, e ignora el racismo institucional y, más importante aún, los defectos de las estructuras globales y las narrativas de indiferencia hacia la gente de color. Al enfocarse en los sentimientos de Occidente, se crea un acercamiento apologético y resentido por parte de los intelectuales africanos, quienes intentan contrarrestar la divulgación del conocimiento anti-África y anti-negritud. Los nuevos acercamientos no reaccionarios no se consideran inteligibles, especialmente aquellos que intentan unir las narrativas del éxodo. Los que son demasiado influyentes para ignorar se aceptan dentro de las disciplinas culturales y literarias, en vez de aceptarse como impactantes programas políticos para analizar los males del sistema. Otra manifestación de esto se da en las apropiaciones culturales, las cuales sirven de técnicas para fabricar incorporaciones híbridas triviales que ocultan los problemas sociales serios y refuerzan las grietas. Se encuentran ejemplos vívidos de ello en la cultura franco-caribeña en Francia; ahí los poseedores de culturas son alienados y se ejerce una apropiación de éstas en parodias triviales. Los poderosos poemas del escritor martiniqués Aimé Césaire critican tales burlas de la vida y cultura caribeñas en Francia. Las grietas a menudo inspiran políticas antimigrantes en países occidentales con la intención de proteger empleos y la asistencia social para sus ciudadanos. Estas políticas no dejan a los nuevos migrantes cruzar las fronteras, y aunque la diáspora intergeneracional sí es parte de la ciudadanía, el racismo estructural e institucional impide que ésta obtenga los mayores beneficios. La narrativa divisoria de la diáspora contra los nuevos migrantes se refuerza con las condiciones impuestas por una visión de la ciudadanía como identidad primaria moderna. Las comunidades migrantes, las diásporas, los centros y las periferias, así como patrones migratorios con imparables éxodos, todo esto surge cuando distintas culturas se comprimen en un solo Estado, influidas por la esclavitud, la migración forzada y las políticas de pobreza endémica creada en países con riquezas naturales. Para sustentar estas estructuras e instituciones, las narrativas modernas deben extraer el verdadero significado de los éxodos como el africano. Desde un punto de vista de producción económica —de explotación de capital y mano de obra— se encuentra que este continuo de éxodos desde las periferias hacia los centros se construye sobre premisas falsas y dicotomías históricamente ficticias que desembocan en las explotaciones. Los éxodos de esclavitud establecieron la base estructural de la economía global moderna y la migración poscolonial la mantiene en movimiento. Es aquí donde la ciudadanía como identidad se convierte en una herramienta para seleccionar gente y permitirle una participación en el centro. Las manifestaciones históricas de las divisiones muestran que éstas yacen entre los elementos básicos de la estructura. La Ilustración europea y el embate imperial sobre África ocurrieron al mismo tiempo. Al definir la ciudadanía, el Congreso de Viena de 1814-1815 abolió la esclavitud. África fue dividida en la Conferencia de Berlín de 1884, tras la expansión del sistema penitenciario como una herramienta penal en las sociedades occidentales. El sistema penal y las divisiones territoriales victimizaron a la diáspora intergeneracional; la ciudadanía y las visas excluyen a los migrantes. Esto resume la realización de un proyecto “modernizador” y el paso a su mantenimiento —la evolución de un sistema que requiere mano de obra indiscriminadamente a uno que regula la entrada de la misma, la cual también sirve de definición operacional de la separación de los migrantes itinerantes y la diáspora intergeneracional—. Es cierto que la estructura es notoria, que no es fácil revertirla una vez echada a andar, pero debe ser posible cambiar algunos elementos, al menos los aspectos que antagonizan a ciertas personas dentro del sistema. Los análisis causales como éste arrojan luz sobre los factores que requieren atención para lograr esos cambios. Debemos reexaminar las grietas entre las narrativas migratorias histórica y contemporánea de África, así como entre otros aspectos del éxodo, para abordar los problemas subyacentes. El éxodo resume el desarraigo histórico de un pueblo con migraciones contemporáneas y legados contingentes dentro de un sistema que vuelve antagónicos a los africanos. Se ha perdido por completo la noción de que se trata de algo urgente y esto produce problemas que no reciben una atención analítica adecuada desde Frantz Fanon. Cheikh Anta Diop abogó por una continuidad cultural basada en una genealogía africana contra las diferencias que siempre se enfatizan; él sufrió en carne propia cómo estas grietas y el intelectualismo anti-África y anti-negritud hicieron que su trabajo fuera rechazado en Francia. Otros, como Kwame Nkrumah y Amilcar Cabral, intentan mantenerse como héroes de grupos marginados porque la definición moderna de la ciencia no toma en cuenta sus aproximaciones, en especial el psicoanálisis de Fanon. El origen común de las diásporas itinerante e intergeneracional, así como su papel de fuente de mano de obra para Occidente, son argumentos unificadores importantes para proyectos intelectuales formales. Pero los textos políticos africanos, neocoloniales y reaccionarios, ayudan a esta malicia intelectual al propagar una examinación apologética indiscriminada de temas históricos y contemporáneos. Estos textos buscan una aproximación a y un apaciguamiento del sistema en vez de criticarlo por empeorar los problemas. Según Fanon, esto se debe a una insatisfacción psicológica con el ser y a un deseo de vincularse con quienes no se quieren asociar necesariamente con África y con la negritud. Muchos negros hacen sus fortunas gracias a las diásporas e intentan desafiar la dirección del éxodo y la indiferencia estructural hacia África y la negritud para repatriar e invertir en el continente. Pero no tardan en darse cuenta de que las estructuras trabajan en contra de sus intereses y ambiciones porque la estructura global colectiva dicta que África no es una periferia apta para el comercio, la explotación de capital y el consumo, sino para la exportación de materia prima y mano de obra. Si algo se logra con esto es que la organización racista del sistema económico global facilite la inversión y repatriación de ganancias de quienes no son negros a costa de los africanos. Esto creó ideales romanticistas en los que la mayoría de los africanos repatriados vuelven a las diásporas y se conectan espiritualmente con el continente, expresando una nostalgia por su gloria precolonial, su rica historia y sus personajes famosos, a la vez que muestran un resentimiento con la estructura global y la esperanza de volver a intentarlo algún día. Estadísticamente, los pocos repatriados que permanecen en África ponen negocios marginales con la intención de superar sus dificultades traumatizantes y sistémicas. En conclusión, debemos intentar construir África. Pero es imperioso comprender que no obstante lo bien organizados que estén estos proyectos dentro de estructuras antagonistas en el continente, con frecuencia nadan contra la marea, con la esperanza de llegar más rápido a la orilla. Por ello, al igual que todas las historias modernas, las peripecias del éxodo africano deben ser contadas debidamente por África. Lo que África tiene por ofrecer debe contar primero para África, especialmente sus recursos humanos y minerales. Hay que explorar nuevas ideas para los centros y las periferias, y regresar del éxodo para invertir en obras que cuenten con los recursos, la gente y el conocimiento de la tierra. Dejando a un lado las dificultades de estos cambios, la distorsión de las trayectorias históricas por parte de las narrativas de globalización conduce a premisas débiles que suponen que la migración es voluntaria. África se vio forzada a entrar en esta modernidad, y sus diásporas histórica y contemporánea aún son arquetipos de una molestia inmigrante en sí misma, a pesar de sus generosas contribuciones intergeneracionales frente a todo tipo de violencia. Las grietas desaparecen en este sentido. Escribe Nayyira Waheed en su libro Salt:

Rompiste el mar en dos para estar aquí. Sólo para descubrir que nada te quiere. —Inmigrante.

Imagen de portada: Mural de Nelson Mandela en Old Family Court, Filadelfia, foto: Bradley Maule.