La historia de la enfermedad a través de las culturas

Enfermedad / dossier / Abril de 2024

Carlos A. Viesca y T.

SOBRE LA ENFERMEDAD

Hipócrates, el padre de la medicina, describió en uno de sus escritos la relación entre el enfermo, la enfermedad y el médico. El médico no existiría sin la enfermedad y esta no sería de nuestro interés si no fuera por los enfermos. A partir de ellos ideamos explicaciones de los padecimientos. La forma en que los pacientes viven sus males es importante, porque la experiencia puede ser muy diferente entre una persona y otra. En uno de sus Diálogos, el Timeo, Platón expone su visión de la naturaleza del cuerpo y el alma, detallando la composición y funcionamiento de los diversos órganos y partes del cuerpo, pero en cuanto a la dimensión última del conocimiento de la medicina afirma que el médico debe aprender cómo padece la enfermedad cada enfermo; a la vez, debe explicar a cada paciente los rasgos generales de su trastorno. Todos, desde los curanderos hasta los médicos ortodoxos, comprendemos las enfermedades a partir de estos aspectos generales.

​ Para la medicina china, la ayurvédica, la prehispánica, la que practican las tribus amazónicas, la que ganó el Premio Nobel el año pasado o cualquier otra, la enfermedad es una interpretación de datos basada en conocimientos que se consideran válidos. Pero la verdad de hoy será el error de mañana; por lo tanto, estas interpretaciones constituyen verdades con minúscula. Con el tiempo aprendemos cosas nuevas y modificamos la clasificación de los padecimientos. Un ejemplo interesante son las clasificaciones psiquiátricas, los famosos DSM, publicados por primera vez en la década de los cincuenta por la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos. En la actualidad el DSM está eliminando las enfermedades y sustituyéndolas por síndromes y trastornos. Es decir, la etiqueta de “enfermedad” está desapareciendo, o por lo menos hay dudas sobre ella.

​ Durante siglos, casi todos los sistemas médicos partieron de la falta de equilibrio en el cuerpo para clasificar las enfermedades. Los desequilibrios se establecían entre las dualidades más evidentes: frío y calor, humedad y sequedad, izquierda y derecha. Aunque los humanos solemos complicar las dualidades; las duplicamos al hablar de cuatro puntos (en frente, atrás, izquierda y derecha) o las triplicamos para que sumen seis (los cuatro puntos anteriores, arriba y abajo). Al dividir el cuerpo en partes horizontales, obtenemos los chacras de la medicina ayurvédica y los “pisos” de las medicinas prehispánicas. Ambos esquemas relacionan nuestro organismo con el orden del cosmos.

*Kitab al-Daryaq*, folio 26, S. XIIKitab al-Daryaq, folio 26, S. XII


SOBRE LA ENFERMEDAD PARA LAS CULTURAS MESOAMERICANAS

Las culturas prehispánicas concebían el universo como una serie de pisos en torno a un eje vertical y enrollado. Visto de lejos, el esquema del eje se parece a la doble hélice del ADN. Los humanos vivimos en el centro de este eje. Sobre nosotros hay cuatro pisos: el de Tláloc (donde se alzan los picos de las montañas y el agua), el del sol, el de la luna y el de las estrellas. Arriba están los cielos verdaderos y abajo los inframundos.

​ Según esta cosmogonía, nuestro cuerpo está hecho a imagen y semejanza del universo. El diafragma es el centro; inmediatamente está el corazón, el equivalente del sol; el hígado representa el sol de la noche. Hacia abajo se encuentran los pisos del inframundo, y hacia arriba, el aire de los pulmones y otros pisos superiores hasta llegar al remolino de la coronilla. Desde los cielos nos llega un influjo llamado tonalli que entra por la coronilla y no es otra cosa que una de las almas. Aunque también existe un influjo que proviene de los inframundos y entra por la planta de los pies, las asentaderas y el piso de la pelvis, porque nuestros antepasados prehispánicos se sentaban en cuclillas. Este influjo se conoce como ihiyotl y es el espíritu del viento. Se trata del aire que viene de abajo y se acomoda en el hígado. Los dos influjos se conjugan y llegan al corazón que da forma a nuestra personalidad.

​ Al igual que otras culturas, los prehispánicos sabían que hay sustancias que se mueven dentro del cuerpo, como la sangre, la mucosidad, la orina y la bilis. Las nombraron alahuac: son flemas o mucosidades de distintos colores que pueden causar desequilibrios. Cuando una sustancia se presenta en exceso, el cuerpo pierde su equilibrio y las personas se enferman. Por el contrario, si las sustancias se mantienen estables, las personas se encuentran sanas. En esta tradición también es relevante el temperamento; por ejemplo, si predomina el alahuac amarillo, nos volvemos biliosos.

​ Esta similitud permitió que los médicos de Europa se entendieran a la perfección con los médicos indígenas, porque la teoría europea establecía la existencia de cuatro humores. Esta surgió entre principios del siglo VI y finales del siglo IV a. de C. Antes de Hipócrates, una serie de filósofos presocráticos —para la medicina, serían prehipocráticos— plantearon que todo está hecho de agua, tierra, aire o fuego. Pero en el cuerpo humano no hallamos estos elementos. Así que aquellos filósofos buscaron sus equivalentes y los llamaron humores: sangre, flema o mucosidad, bilis amarilla y bilis negra, con los que empatan cuatro referentes: frío, calor, humedad y sequedad. Fue Hipócrates quien condensó esta teoría. Por ejemplo, la bilis amarilla es caliente y seca; lo dedujeron porque al vomitar bilis se siente una quemazón en la garganta y la boca queda reseca. En cambio, la flema es fría y húmeda. Por lo tanto, el cuerpo contiene cuatro humores que corresponden a los cuatro elementos del universo.


SOBRE LA EXPLICACIÓN DE LA ENFERMEDAD

En el siglo XVIII, al teorizar el origen de las enfermedades, los médicos se interesaron en las alteraciones de los órganos, sobre todo en aquellas ocasionadas por heridas de guerra y traumatismos. Así postularon que los órganos producen sustancias, de modo que si se altera el órgano se altera la sustancia. Esta tesis alcanzó su punto culminante con los trabajos de Giovanni Battista Morgagni, quien ocupó la cátedra de anatomía en Padua. Morgagni escribió un libro titulado Del sitio y causa de las enfermedades por indagación anatómica. Al ser un erudito en anatomía, pudo aseverar que el sitio de la enfermedad es el órgano y que la lesión es su causa. Su teoría desbancó a los humores y las sustancias alteradas como el origen de los padecimientos. Con ello, la medicina transitó de un concepto fisiopatológico —es decir, de origen funcional— a un concepto anatomopatológico, aunque la discusión entre ambas aproximaciones persiste. Con los años, la medicina occidental pasó del órgano al tejido, a la célula, al interior de la célula, a los cromosomas, a los genes y a las estructuras genómicas para explicar las enfermedades.

​ Hace tiempo un colega me comentó que algunos pacientes recuperados de covid desarrollan coágulos. La pregunta es si la enfermedad causa la formación de coágulos o si más bien desencadena la reacción de algún rasgo preexistente en el genoma de ciertas personas y, en consecuencia, se dispara la formación de coágulos. Al respecto, el diagnóstico actual de coágulos se ha facilitado gracias a los estudios químicos. Sin embargo, un médico en la época de Hipócrates habría concluido que la bilis negra se juntó en una vena o una arteria; el doctor de Moctezuma I habría dicho que se juntó la alahuac negra.

​ Para identificar la enfermedad, la alteración anatómica interroga al paciente por el órgano en el que siente dolor, pero es indispensable saber qué caracteriza ese dolor. Las punzadas son muy diferentes del dolor constante y sordo. Cuando un paciente dice que siente ardor en el estómago, está localizando el sitio y la cualidad del dolor. A partir de esta información, el médico pensará que se trata de ácido estomacal. En la actualidad, la medicina combina el enfoque de la anatomía patológica —la cual nos ha conducido hasta la biología molecular— y la perspectiva de las alteraciones funcionales, aunque todavía no sabemos qué fue primero: si el huevo o la gallina.

Ilustración del Códice Florentino, 1577Ilustración del Códice Florentino, 1577


SOBRE EL DIAGNÓSTICO

Todas las tradiciones médicas toman el pulso de los pacientes, pero lo clasifican de distinta forma. La medicina tradicional china es la más sofisticada en este tema, aunque Hipócrates y Galeno también lo estudiaron. En años recientes la clínica francesa ha recuperado estos conocimientos. Los pueblos prehispánicos solo distinguían si el pulso latía o no.

​ En cambio, el tacto, los ojos y su brillo les parecían de suma importancia. El médico sobaba el sitio donde el paciente sentía dolor, porque se creía que al hacerlo se movían las alahuac; el procedimiento se repetía hasta expulsarlas del cuerpo. A la fecha subsiste la técnica tradicional de tronar las anginas. Se palpan para identificar la que se encuentre más inflamada y esta se soba hacia abajo hasta llegar al hombro, después al brazo y por último al codo, donde se siente una bolita que truena al apretarla.

​ Por su parte, los árabes observan el rostro del paciente, como hacían los griegos. ¿Se le hunden los ojos? ¿Tiene la mirada fija o se mueve hacia los lados? En su cultura, el olor revela la causa de las enfermedades. Un coma diabético se puede diagnosticar a partir del aliento a manzana. Ya casi nadie practica esta forma de diagnóstico, pero continúa siendo importante: antes siquiera de sacarle sangre al paciente, ya se sabe lo que tiene.

​ ¿Qué recomendaba Hipócrates a los médicos? Sentir el pulso, tocar, pegar la oreja y escuchar. En alguna ocasión, René Laënnec atendió a una mujer joven que tenía problemas para respirar. Cuando quiso poner su oreja sobre el pecho de la muchacha, ella retrocedió. Él decidió enrollar su cuaderno para escuchar el sonido del pecho de su paciente, el cual resultó amplificado. Más tarde se preguntó qué pasaría si usara un tubito para oír lo que suena dentro del cuerpo. Este fue el origen del estetoscopio.

​ Después vendrían otras herramientas, como el laringoscopio, que fue inventado en Barcelona por un profesor de cantantes de ópera y perfeccionado por otras personas para ser usado en la práctica médica. A mediados del siglo XIX, van Helmholtz pensó en utilizar la luz para ver el fondo del ojo. Aunque el microscopio fue inventado en el siglo XVI por Anton van Leeuwenhoek, su capacidad aumentó en el siglo XIX. En esta misma época aparecieron los rayos X. El físico alemán Wilhelm Röntgen estaba jugando con los rayos catódicos cuando vio a través de ellos la mano de su esposa. En la radiografía, conocida como “La mano de Berta”, se ve su anillo de matrimonio. Al permitir la observación de las partes opacas dentro del cuerpo, los rayos X revolucionaron los diagnósticos. En conclusión, la cultura occidental le sigue dando prioridad a la vista. Después de observar, el médico puede escuchar; de repente, palpa el cuerpo; y solo algunas veces lo huele.


LAS PLANTAS MEDICINALES

Los curanderos tradicionales mexicanos practican la observación clínica, es decir, saben qué plantas recetar para sanar distintos padecimientos. Hay plantas que son tonicardiacas o cardiotónicas, esto es, aumentan la eficiencia de las funciones del corazón; por ejemplo, la Digitalis y las grandes plantas usadas por los cardiólogos. El Instituto de Cardiología tiene a la yoloxóchitl como símbolo. Se trata de un tonicardiaco un poco más efectivo que la Digitalis que los pueblos prehispánicos empleaban para tratar las enfermedades mentales y del corazón, pues consideraban que con este órgano pensamos. Al mejorar la irrigación cerebral de los pacientes con depresión o demencia senil, ellos también mejoran; no es directo pero hay una repercusión.

​ Hace algunos años, el Dr. Xavier Lozoya y otros médicos estudiamos la posibilidad de atender la diabetes con plantas. Sabíamos que muchas son útiles para ello; por ejemplo, la tecoma que se utiliza en las zonas aledañas a Xalapa. Al hacer investigación de campo descubrimos que las personas iban al Seguro Social y su salud estaba bien controlada. Cuando les preguntamos por el tratamiento, respondían que estaban siguiendo la recomendación de los médicos, pero era evidente que no decían la verdad. Nos ganamos su confianza y un curandero de la zona nos dijo que muchos pacientes del Seguro Social que acudían con él porque se les subía el azúcar. “Yo les doy una sustancia preparada en té. Les digo que vayan al Seguro Social por sus análisis, pero que no digan qué les estoy dando y que si les recetan no se la tomen”. Esa planta, la tecoma, continúa siendo efectiva para el control de la diabetes.

​ Desde el siglo XVI, muchos tratados recopilan estos conocimientos y saberes. En los años setenta, se creó el Instituto Mexicano para el Estudio de las Plantas Medicinales, donde se empezaron a estudiar estos medicamentos a partir de la bioquímica y la farmacología. A pesar de haberse hecho un cuadro básico de plantas medicinales y tratamientos provenientes de la medicina tradicional, su uso en la medicina oficial ha sido muy limitado y en el momento actual prácticamente nulo, siendo un recurso que podría ser de gran utilidad en especial para la atención primaria de la salud.

Anónimo, *Doctor y paciente*, India, s/fAnónimo, Doctor y paciente, India, s/f


SOBRE LA RELACIÓN MÉDICO-PACIENTE

El doctor Pedro Laín Entralgo, historiador de la medicina y la psiquiatría, es autor de muchos libros, entre ellos una preciosa historia de la medicina en siete tomos. Escribió varios volúmenes sobre la relación entre el doctor y el paciente. Él plantea que una medicina bien practicada siempre tiene como componente central la amistad médica. Si el doctor no es capaz de convertirse en amigo de su paciente, no es un buen doctor. La diferencia está en ser médicos de las enfermedades y ser médicos de las personas. El doctor Fernando Martínez Cortés, un personaje muy importante en México, planteaba lo mismo. Sin embargo, la educación actual dicta que los pacientes deben obedecer al tratante y quienes no se disciplinen merecen morir, porque no se ajustan a la Verdad del consejo del doctor. Esta visión está instalando una medicina de enfermedades en detrimento de la medicina para las personas.

Imagen de portada: Anónimo, Doctor y paciente, India, s/f