Enemigo sin rostro

Daños Colaterales / dossier / Septiembre de 2018

Emmanuel Rosas Chávez

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No he pedido más que una vida tranquila en una época tranquila. Pero el año pasado comenzaron a llegar de la ciudad rumores de agitación entre los bárbaros […] Se rumoreaba que las tribus bárbaras se estaban armando. El Imperio debía tomar medidas de precaución, ya que con toda seguridad habría guerra. J.M. Coetzee1


“Pensábamos, ‘si esto es una guerra, desgraciadamente va a haber muertos’. Desde que dices guerra, sabes que va a haber muertos.”2 Éstas son las palabras de Israel, un soldado instruido para la guerra. Ya han pasado más de diez años desde que el gobierno de Felipe Calderón decidió declarar la “guerra” —continuada por Enrique Peña Nieto— contra el narcotráfico y el crimen organizado. Más de diez años en los que ha dominado el discurso oficial: cárteles, capos, sicarios, territorios, plazas. No obstante, a este relato dominante subyace una historia de destrucción del tejido social, muchas veces escrita con sangre: torturas, desapariciones, desplazamientos. Esa guerra se ha hecho en nombre de un ideal vano: el Estado de derecho. Su bandera se alza sobre montones de muertes, y a pesar de las muertes, no le ha seguido la paz. La estrategia ha desembocado en un estado de excepción. Un estado que, en esencia provisorio, ha devenido permanente. Lo anormal se ha normalizado.

Estado de excepción y la invención de un enemigo

Según el diccionario de la RAE, la palabra excepción, significa que una cosa “se aparte de la regla”, “salga de la condición general de las cosas de su especie”. En otras palabras, la excepción es un estado de anormalidad. Ante ésta surge la necesidad de restablecer la normalidad. Esta necesidad crea una sensación de urgencia, de emergencia. Ahora bien, lo que me interesa es reparar en la relación que guarda la idea de un estado de excepción con la de un estado de necesidad. El adagio latino necessitas legem non habet, “la necesidad no tiene ley”, no quiere decir que la necesidad suspenda la ley, sino que un caso “particular” hace necesario que se sustraiga de la ley. La relación que guardan el estado de necesidad y el estado de excepción es doble. Por un lado, la necesidad funciona como “justificación de una transgresión en un caso singular y específico a través de una excepción”.3 Por otro lado, el estado de excepción debe crear el estado de necesidad, es decir, inventarlo para hacerse necesario. La estrategia de seguridad emprendida por los dos últimos gobiernos federales ha fracasado en al menos dos aspectos. En primer lugar, no se ha logrado reducir la violencia ligada al narcotráfico y crimen organizado. En segundo lugar, se han incrementado4 las violaciones a derechos humanos. Esto quiere decir que la “guerra” desplegada por Calderón, en vez de reducir la inseguridad, ha creado un clima en el que la violencia es lo cotidiano. ¿A qué se debe que la guerra haya incrementado la violencia y las violaciones a derechos humanos? Se debe al estado de excepción en que se encuentra hundido México, una suspensión del ordenamiento jurídico;5 otorga al soberano, incluso, el poder sobre la vida: “el derecho incluye en sí al viviente a través de su propia suspensión.”6 Aquí un ejemplo del poder del soberano sobre la vida: “haciendo memoria —cuenta el soldado José—, en el ejército sí me tocó recibir esa orden: que no queden vivos, los muertos no hablan. Ésa era la norma número uno, los muertos no hablan, los muertos no declaran”.7 El estado de excepción no es natural, es artificial, es creado por la necesidad de enfrentar a un enemigo. Quienes tienen el poder “hacen referencia continua e invocan la excepción, la urgencia y una noción ‘ficcionalizada’ del enemigo”.8 La idea de un enemigo sirve para legitimar al soberano, para validar el estado de excepción en que puede sumir a sus gobernados. Después de todo, ¿acaso la ley no debe servir al común de los hombres? A veces, dice el soberano, el enemigo es tan fuerte que no basta la ley, y la excepción se hace ley, se vuelve norma. No obstante, suele suceder que el enemigo no sea tan fuerte como lo pintan. En Esperando a los bárbaros de Coetzee, el viejo magistrado se indigna de la gente a la que el Imperio ha hecho prisionera: “¿Es que nadie le dijo que eran pescadores? […] ¡Vosotros estáis para ayudarle a encontrar bandidos, ladrones, invasores del Imperio! ¿Acaso esta gente tiene aspecto de suponer un peligro para el Imperio?”9 Más adelante explican al magistrado que apresaron a los pescadores porque “trataban de esconderse”.10 Eso los hacía sospechosos. La idea que se ha creado del narco y del crimen organizado en México tiene todos los elementos de una ficción. El 19 de febrero de 2012, en la última ceremonia encabezada por Felipe Calderón con motivo del Día del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicana, los militares montaron una representación casi teatral de cómo se atrapa a un narcotraficante, el militar que hacía de narco vestía botas y sombrero y escuchaba narcocorridos en su camioneta. Esta escena provocó las risas del presidente.11 Alberto, un soldado, explica por qué detuvieron a un automóvil sospechoso: “Coincidía con lo que nos han enseñado de los narcos, que van muchos porque son un grupo criminal, traen los vidrios polarizados para esconder las armas, manejando mal porque vienen drogados o ansiosos, y traen tierra porque vienen de la brecha donde hacen sus fechorías”. Así, simplemente por parecer sospechosos, acataron las órdenes y mataron a dos inocentes. Después un sobreviviente explicaría que: “traían tierra en la carrocería porque venían de un convivio familiar de un rancho, que venían muchos porque eran familia, que manejaban mal porque traían dos llantas de refacción en mal estado, que tenían vidrios polarizados, porque en el norte del país es común usarlos para amainar el calor”.12 El arquetipo que se ha inventado del narco puede coincidir con el de la gente originaria de zonas rurales. Y si estos “sospechosos” traían tierra, bien podría ser porque al igual que muchos mexicanos trabajan de sol a sol en el campo. En realidad, el victimario, el enemigo puede ser muy diferente del creado por el discurso público. Pero a fin de cuentas, este enemigo permite al Estado justificar acciones ilegales, incluso inmorales.

Alejandro Magallanes, La imagen de migración, 2012

Almas punitivas

En la imaginación del enemigo subyace un tipo de violencia suave, dirigida, mayormente, a los sectores más vulnerables de la sociedad. El enemigo que se ha construido en el discurso público da una imagen estereotipada y unívoca del criminal. Pareciera que “no se trata de perseguir un tipo de conducta, sino de combatir a un grupo de población”.13 En una declaración, Felipe Calderón defendió su estrategia de seguridad: “Hay gente que le reprocha a mi gobierno que combata a los criminales, y ahora sí que qué querían que hiciera. ¿Qué los invitara a pasar, que les invitara un cafecito o qué?”14 Aquí el más claro ejemplo de un apetito por castigar sin siquiera detenerse en el hecho de que algunos de los “criminales” pueden estar obligados por un ambiente de marginación. Yo opongo a esta sed punitiva de “ley y orden” un instante de reflexión, en el que se reconozca que muchos de ellos son producto de una violencia objetiva que ha orillado a muchas personas al crimen. Es momento de gritar a la sociedad: “¡No, vosotros lo habéis hecho! ¡Éste es el verdadero resultado de vuestra política!”15 Es triste que esta sed punitiva del Estado haya sido contagiada al común de las personas. El criminal sirve de tranquilizante a la sociedad, y hace que ésta emerja como juez.16 El criminal es una “víctima propiciatoria”, pues su culpabilidad absuelve a todos los demás.17 Es por estas funciones del criminal que la sociedad ha desarrollado al máximo un instinto punitivo. Aquí una escena de la avidez con que la sociedad trata de castigar:

Todos se pelean por las varas, los soldados apenas pueden mantener el orden, pierdo de vista a los prisioneros que están en el suelo a medida que la multitud se atropella para coger su turno o tan sólo para presenciar la paliza desde más cerca.18

¿Quién combate al enemigo?

Hasta este punto he descrito cómo se inventa un enemigo y las funciones que éste cumple para un estado de excepción. Sin embargo, queda una duda: ¿quién combate al enemigo? Por más ficticio que sea el enemigo, para seguir la trama es necesario que exista un héroe capaz de combatirlo. Desde luego, el combate no ha de ser una tarea simple, de hecho, es un trabajo sucio. Tan sucio que el verdadero combatiente no se atreve a realizar su tarea, y la relega en equipos especiales: los soldados, el pueblo uniformado. Los Sonderkommandos fueron la más terrible creación de los nazis. Efectivamente, estos comandos especiales de judíos se encargaban de llevar a las cámaras de gas a los demás judíos. Los Sonderkommandos vieron su destino revelado en un instante, no tuvieron la fortuna de la incertidumbre. Estos individuos veían hundirse a los suyos, pero tenían que callar. No quiero exagerar al decir que algunos de los soldados mexicanos encargados de combatir al “enemigo” comparten el irremediable sino de los Sonderkommandos. Estos soldados muchas veces se dan cuentan de que en realidad no combaten a un enemigo, sino a los suyos. El soldado Israel comenta: “no disparas a un enemigo, disparas a tu paisano. Para mí no es un enemigo, aunque esté armado. Yo no veo a nadie como un enemigo, jamás”.19 Y es que en algunas circunstancias la condición de víctima da cierta tranquilidad, los soldados a través de un estricto sistema de jerarquía han perdido la suerte de ser víctimas.

Alejandro Magallanes, México grita, 2016

Las muertes que no fueron lloradas

En El extranjero, la novela de Camus, el protagonista Meursault fue condenado, debido a que en ciertos aspectos su conducta indicaba que era un hombre poco sensible, incapaz de mostrar afecto, de sentirse en el otro. En efecto, el día del entierro de su madre “los instructores —cuenta Meursault— se habían enterado de que ‘yo había dado muestras de insensibilidad’”.20 El abogado de Meursault se aferraba a la idea de que su “cliente” (de hecho, Meursault no contrató al abogado) había reprimido sus sentimientos, pero Meursault se negaba a declarar eso: “No, porque es falso.”21 Lo que sorprende del protagonista de El extranjero es su imposibilidad de duelo, y más si es hacia su madre. Pues, en efecto, ¿qué se puede esperar de alguien incapaz de afligirse por su madre? No pretendo moralizar; empero, si una persona no llora a su madre ¿acaso podrá llorar a otras personas? “Una vida que no es merecedora de ser llorada […], nunca ha contado como una vida en realidad”.22 De lo que se trata es de hacer que las vidas cuenten, que ninguna se vaya sin haber conseguido alguna lágrima. México está embarcado en una guerra, una guerra que ha distribuido el duelo. Ayotzinapa ya se ha vuelto un monumento a la barbaridad de esta guerra, que siempre nos está recordando que existen términos que no se pueden cruzar. Sin embargo, ha habido otras masacres a las que sólo ha seguido el silencio, otras vidas que no han sido dignas de duelo.23 ¿Es necesario el duelo? Sí, porque el dolor nos permite poner en primer plano los lazos que nos unen como sociedad. El duelo no despolitiza, al contrario, puede emerger como el guía de un esfuerzo en común contra la violencia.24 No obstante, para que exista debe haber la certeza de que la vida no es aislada, se vive en otras personas, tiene que haber la conciencia de que cuando se pierde una vida algo de mí se pierde en ella. Siempre hay un “vínculo con ese ‘tú’ [que] forma parte de lo que constituye mi ‘yo’”.25 Para lograr que el duelo no se quede en una quimera tenemos que hacer algo, ¿qué se debe hacer? Quizá no logre dar una respuesta, pero sí he de aportar algunas ideas.

Concretar el dolor

Me niego a dar cifras sobre los estragos causados por la guerra porque los números normalizan. Cuando escucho cifras tan grandes sobre muertes, tortura o violación de derechos humanos, pienso que esos datos no pueden ser reales, me es difícil asimilarlos, e incluso cuando los números me parecen perceptibles surge en mí la sensación de que una muerte significa simplemente una más, una que se suma a la larga cuenta. En fin, yo no soy sensible a los números, no soy capaz de llorar por ellos. En oposición a las cifras, propongo retratar el dolor, la violencia. Retratar da cuenta de que son personas reales las que sufren por la guerra. Retratar permite saber que lo que se pierde son vidas, no números. Y ahora sí es más fácil, al menos para mí, ser susceptible al dolor de los demás, al sufrimiento del otro. Ahora bien, ¿cómo retratamos el sufrimiento de los demás?, la fotografía y la literatura pueden ser buenas opciones, pero no todo tipo de fotografía ni de literatura. Susan Sontag escribía: “Nadie exclama: ‘¡Qué feo es eso! Tengo que fotografiarlo’. Aun si alguien en efecto lo dijera, todo su sentido sería: ‘Esa cosa fea me parece… bella’”.26 La violencia es algo feo, es algo que no merece ser retratado, a menos que le parezca bello a alguien. Parece haber cierta contradicción en lo que afirmo, pues ¿cómo pretendo combatir la violencia si soslayo retratarla? No hay tal contradicción: yo pugno por evitar que la violencia sea retratada en su completa crudeza, porque nos puede invitar a ya no seguir: no querer ver. La escritora Elizabeth Costello dice que “si lo que escribimos tiene el poder de hacernos mejores, seguramente también tiene el poder de hacernos peores”.27 No sé si estoy completamente de acuerdo con su argumento, pero sí creo que hay un tipo de literatura o de fotografías que nos incitan a ya no combatir la violencia, pues las imágenes que presentan causan repugnancia, horror. Existe la idea sumamente divulgada de que ver el “mal” completamente de frente nos hace más fuertes y permite que no salgamos “debilitados sino fortalecidos, más decididos a no permitir que el mal regrese nunca”.28 No comparto esta idea, pues, insisto, mirar el mal en su total dimensión nos puede hacer huir. Queda una pregunta: ¿cómo afrontar el mal, la violencia, sin querer huir? Siguiendo con la idea de Sontag, propongo que al retratar la violencia —con literatura, fotografía o cualquier arte—, se intente embellecerla, ¿cómo se hace eso? No viendo a la violencia de frente, sino de reojo. No retratar el acto violento, sino lo que las personas eran antes; así los daños de la violencia se nos presentan más cercanos, y eso nos da fuerza para luchar contra ella. Otra idea es retratar lo posterior a la violencia, de este modo aprendemos que, pese al sufrimiento, el apego a la vida siempre es más fuerte que la violencia, y aquélla sigue su curso pese a todo. Por último, advierto que la literatura o la fotografía no van a terminar con la violencia, pero sí son una buena terapia porque nos permiten encarnarnos en el otro, tener la sensación de que la vida del otro también es mía.

Imagen de portada: Alejandro Magallanes, No más sangre, 2011.

  1. J.M. Coetzee, Esperando a los bárbaros, Debolsillo, México, 2016, p. 19. 

  2. “Matar o morir” en Cadena de mando (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  3. Giorgio Agamben, Estado de excepción, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2007, p. 61. 

  4. Organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Open Society Foundations han realizado informes sobre las violaciones a derechos humanos. 

  5. Giorgio Agamben, op. cit., p. 59. 

  6. Ibidem, p. 26. 

  7. “Matar o morir” en Cadena de mando (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  8. Achille Mbembe, Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado indirecto, Editorial Melusina, España, 2011, p. 21. 

  9. J.M. Coetzee, op. cit., p. 32. 

  10. Ibidem

  11. “Recuerda Calderón a las tropas que tienen la obligación de conducirse con apego a la ley” El Sur, 20 de febrero de 2012. (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  12. “Capacitación” en Cadena de mando(la cursiva es mía). (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  13. Fernando Escalante Gonzalbo, El crimen como realidad y representación, El Colegio de México, México, 2012, p. 129. 

  14. “¿Querían un café con narcos?, ironiza Felipe Calderón” Excélsior, 12 de febrero de 2012. (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  15. Slavoj Žižek, Sobre la violencia: Seis reflexiones marginales, Paidós, Barcelona, 2009, p. 22. 

  16. Hans Magnus Enzensberger, Política y delito, Editorial Anagrama, Barcelona, 1987, p. 26. 

  17. Ibidem

  18. J.M. Coetzee, op. cit., p. 156. 

  19. “Matar o morir” en Cadena de mando (Consultado el 25 de mayo de 2018). Éste y otros testimonios que he citado más arriba son parte del trabajo de un grupo de periodistas que se encargó de entrevistar a seis soldados que han participado en el estado de guerra en que vive el país. (Consultado el 25 de mayo de 2018). 

  20. Albert Camus, El extranjero, Alianza Editorial, Madrid, 2012, p. 69. 

  21. Ibidem

  22. Judith Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Paidós, México, D.F., 2010, p. 64. 

  23. El caso de San Fernando en Tamaulipas, y, en mayor medida, la matanza en Allende, Coahuila, son ejemplos de vidas que no fueron lloradas. En los siguientes sitios pueden encontrarse esfuerzos importantes para no enmudecer ante los casos de San Fernando y Allende, respectivamente en Periodistas de a pie y en En el desamparo. El reporte de Ginger Thompson en ProPublica, también es un esfuerzo contra el silencio en el caso de la matanza de Allende. 

  24. Judith Butler, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 48. 

  25. Ibidem

  26. Susan Sontag, Sobre la fotografía, Alfaguara, México, 2006, p. 125. 

  27. J.M. Coetzee, Elizabeth Costello, Debolsillo, México, 2014, p. 175. 

  28. Ibidem, p. 179.