Una avalancha de metal

A treinta años del “Black Album” de Metallica

El doble / crítica / Septiembre de 2021

Antonio Ortuño

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I

Hace treinta años, el 12 de agosto de 1991, salió a la venta el disco Metallica, epónimo de la banda de metal más reconocida del planeta. Es probable que una vasta mayoría de los lectores de este texto recuerden aquella grabación, aunque no sean precisamente seguidores de ese tipo de música: sus canciones han copado las radios FM del mundo en los recientes decenios, en un sitial que, en la infancia de quienes ahora somos cuarentones o mayores que eso, tenían las piezas de figurones como los Beatles y los Stones, o bandas como los Queen, los Eagles o Boston. Desde su lanzamiento Metallica se convirtió en un disco, en todo sentido, clásico. Su portada negra (con el dibujo de una serpiente enroscada, de un tono gris oscuro o de un negro apenas contrastante en otras ediciones, y casi invisible en la orilla inferior derecha) llevó a que fuera conocido como el “Black Album”, aunque no se llame de tal modo… Y, para mayor confusión, la banda acabó renombrándolo de esa manera en las ediciones de aniversario que han ido apareciendo (y están por aparecer aún). En todo caso, lo que está fuera de toda duda son sus alcances. El disco ha facturado 52 millones de copias (casi 16 de ellas sólo en Estados Unidos), forma parte del listado de las grabaciones musicales más difundidas en la historia, y es la más vendida del popular índice Nielsen desde que se estableció, en 1990, lo que significa que ningún disco de ningún género expendió más copias en EE. UU. durante los recientes tres decenios. Más allá de ello, Metallica cambió para siempre el papel del rock extremo en la música popular. Pero antes de contar esa historia y la que vino después, convendría esbozar algunas aclaraciones. Las etiquetas en el arte suelen ser vagas, pero con “metal” no me refiero a la música que hacen bandas de hard rock como Led Zeppelin, Guns N’ Roses, Kiss o Aerosmith, o bandas de heavy, como Black Sabbath, Iron Maiden o Judas Priest. El metal proviene, en cuanto a influencias e historia, del hard y el heavy, pero desarrolló desde sus principios unas características propias, que radicalizan las de sus antecesores. Es, de algún modo, el hermano joven y extremo del género, y nació con un espíritu subterráneo, confrontativo y marginal. Un espíritu que Metallica convirtió en pop con el dichoso “Black Album”.

II

¿Qué es el metal? Para un neófito, oír hablar de thrash, doom, stoner, death, power o black metal (y eso por nombrar solamente de las variantes más conocidas) sonará a un galimatías. Para el aficionado, se trata de una tipología más o menos clara, y casi indispensable para navegar esas aguas. Pero, en resumen, y sin entrar en detalles de subgéneros, el metal es la versión más ruidosa y agresiva del rock, basada en el poder sónico de los riffs de las guitarras y los ritmos atronadores del bajo y la batería. A veces se toca más rápido y otras más pausadamente. En ocasiones tiene un espíritu inconforme que lo acerca al punk, y en otras busca lo oscuro y lo grotesco. A veces se decanta por lo heroico y otras por el humor. Pero es siempre crudo y beligerante y debido a esa naturaleza no es un tipo de música que agrade a los medios masivos de comunicación: resulta demasiado estruendoso, y sus imágenes y temáticas suelen ser excesivamente violentas, tenebrosas e incómodas (y, a veces, abiertamente repulsivas y excéntricas). Tampoco a la gente con sensibilidades quisquillosas les acomoda demasiado (y acá podemos incluir, en diferentes épocas, a adalides de los valores tradicionales y religiosos y, más recientemente, a elementos de las tendencias socialjusticieras), pues, en general, el metal ha sido un género tocado y escuchado mayoritariamente por hombres blancos, aunque en los años recientes se haya visto una incorporación (o visibilización, por usar un término en boga) masiva de personas no blancas y, muy en especial, de cantantes e intérpretes femeninas, que existieron desde el inicio pero que ahora gozan de mucho mayor reconocimiento en el medio. El metal siempre ha cargado el sambenito de ser una música perseguida. En los setenta y principios de los ochenta, las bandas metaleras (y aquí hay que añadir a los pioneros del heavy, en muchos casos) enfrentaron verdaderas ofensivas de críticas, bloqueos, cancelaciones y demandas por parte de sectores políticos conservadores, y una generalizada marginación por parte de la industria del pop y la prensa musical “seria”. Apenas los primos más suaves del género (el glam o hair metal, por ejemplo) alcanzaron una respetable cota de difusión y ventas en los años que van de 1980 a 1991. Pero Van Halen, Bon Jovi, Mötley Crüe, Def Leppard o los mismísimos Guns N’ Roses no pueden ser considerados como metal, aunque compartan un barniz estético y algunos de los elementos técnicos del género. No: fueron Metallica, con álbumes como Master of Puppets (1986) y …And Justice for All (1988), el tercero y cuarto de su discografía, quienes comenzaron a masificar la vertiente más ruda del rock. Pero el estigma en torno suyo tardó en desvanecerse. Sin ir más lejos, los organizadores de los Grammy prefirieron premiar a la vieja banda de progresivo Jethro Tull, en 1989, antes de darle el galardón de “mejor banda de hard rock y heavy metal” a Metallica… Todo eso cambió con la publicación del “Black Album”. “Metallica dio el salto que no nos atrevimos a dar en Iron Maiden y que tampoco dieron Judas Priest o, luego, Pantera. Hay que reconocerlo”, dijo hace poco el vocalista Bruce Dickinson, quizá el más reconocido del ambiente heavy. La contratación del productor Bob Rock, quien provenía del mundo del pop y del hair metal, ayudó a que las canciones del álbum resultaran, a la vez, suficientemente agresivas para los viejos seguidores (salvo para los más aferrados) y digeribles y amistosas para el público en general. Los primeros años del decenio de los noventa vieron ocurrir una eclosión descomunal de la música popular anglosajona. Las personas de cierta edad recordamos fenómenos masivos de la época como el grunge de Nirvana y Pearl Jam, el indie de R.E.M., el “alternativo” de los Red Hot Chili Peppers, el pop de Alanis Morrissette, etcétera. Pues bien, Metallica sonó y vendió más que todos ellos y se apoderó del mercado. Por el camino, claro, pasó de ser la banda underground más respetada del planeta a convertirse en una maquinaria multinacional de ganar dinero, que no dejó de vender en adelante rock de estadio y números uno en las listas. Pero esa historia ya no pertenece al metal, sino al hit parade.

III

El metal siguió y vivió, impulsado por el triunfo total del “Black Album”. Para empezar porque atrajo la atención hacia otras bandas del estilo, que habían iniciado el camino junto a Metallica. Hablo de los otros pioneros del thrash metal: Megadeth, Anthrax y Slayer. Y, en menor medida, también a grupos de la misma matriz como Exodus, Suicidal Tendencies, Death Angel y otros, que comenzaron a ser mucho más seguidos y celebrados. La masificación de Metallica también dio un buen empujón al reconocimiento del sonido de bandas extremas anteriores que, hasta ese momento, no habían pasado de ser consideradas “de culto”, como los esenciales y magníficos Motörhead, o como Venom, King Diamond, etcétera. Y, sobre todo, dejó la mesa puesta para las oleadas de grupos metaleros por venir, quienes a partir del Metallica comenzaron a ganar espacios que por años les estuvieron vedados. Sería imposible en este ensayo trazar un mapa preciso de todo lo que ocurrió después de la avalancha. Baste decir que el estatus del metal en la música popular quedó plenamente garantizado. Aunque sin rendir las banderas necesariamente. A mediados de los noventa, el éxito de bandas como Pantera o Sepultura mostró que aquellos músicos que no estaban dispuestos a sacrificar su radicalidad a las necesidades de un mercado que quería grupos de imagen dura pero sonido blando seguían en pie de guerra. Más tarde, la ola del llamado nu metal (“nuevo metal”) llevó a los primeros lugares mundiales a grupos que combinaban la influencia metalera con sonidos diversos, en algunos casos cercanos a otros estilos como el hip hop. De todos ellos, quizá los de reputación y calidad más perdurable hayan sido los estupendos System of a Down y Deftones, aunque fueron agrupaciones de ribetes menores, como Linkin Park, Korn o Slipknot, las que tuvieron las más altas ventas y difusión. Pero, por fortuna, las búsquedas estéticas del género trascendieron ese periodo de resonancia comercial desmesurada. Ya entrado este siglo, grupos como Mastodon, Tool, Gojira, Lamb of God, Clutch, Baroness, Enslaved, Kvelertak y Opeth han producido obras musicales de primera línea. Y grupos menos encomiables, pero aun así vigentes, como Ghost, Killswitch Engage, Hatebreed, Mudvayne, Avenged Sevenfold, Trivium, Five Finger Death Punch, Godsmack, Stone Sour y otros han llenado las estaciones de radio y las arenas y estadios con trabajos extremadamente populares. Mientras, en un ámbito más radical, algunos como Arch Enemy, At the Gates, Behemoth, Hypocrisy, Children of Bodom, además de una caterva innumerable de dementes ruidosos provenientes lo mismo de países anglosajones que de Escandinavia, Europa del Este y América Latina, empujaron la idea de brutalidad del sonido hasta hacerlo ya casi incomprensible para la vieja guardia (quizá un fan de Deep Purple haya pensado lo mismo, veinte años antes, al escuchar a Pantera…). Hay decenas de revistas, portales, sitios especializados en torno al metal (que remplazaron a los viejos fanzines) y una base gigantesca de fans en las redes sociales. Los grupos hacen giras no sólo por bares y bodegas apestosas, sino por auditorios de lujo y festivales con cientos de miles de asistentes. Una banda de indudable sello metalero como la italiana Måneskin ganó el festival pop Eurovisión 2021… El metal, pues, vive, al menos si vivir significa importar mucho para millones de personas. Y no todo, pero mucho de eso se debe a un disco pensado para ser pop, grabado por la banda que había representado la vanguardia del metal hasta el día que entró a ese estudio y dejó de lado el under y el thrash metal a cambio del plato de lentejas más grande de la historia del rock. ¿Metallica se inmoló para que el metal viviera? Quizá sea una interpretación demasiado generosa, pero no está tan fuera de lugar.

Una avalancha de metal

Imagen de portada: Concierto de Metallica en Austin, Texas. Fotografía de whittlz