Un pasito aquí y un pasito allá

relación musical entre Centroamérica y el Caribe

Centroamérica / dossier / Julio de 2023

Frank Báez

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A pesar de que nací en una isla ubicada en medio del Caribe, muchos europeos y sudamericanos suelen catalogarme como “centroamericano”. No es algo particular, a varios caribeños que conozco les pasa, y de igual forma hay centroamericanos que han sido confundidos con caribeños. ¿A qué se debe esta confusión regional? ¿Dónde empieza Centroamérica y acaba el Caribe? O al revés, ¿dónde empieza el Caribe y termina Centroamérica?

​ Preguntas como estas surgieron a propósito de la celebración en Santo Domingo de la décima edición del festival Centroamérica Cuenta, un punto neurálgico para la proyección y la difusión del pensamiento y la creatividad en la región. Ya que por causas políticas no pudo realizarse en Nicaragua y ha tenido que recorrer itinerantemente otros países centroamericanos (y celebrarse incluso en España de forma virtual), surgió la propuesta de traerlo al Caribe y se eligió a la República Dominicana como el primer país de acogida.

Portada de *Sopa de caracol… con el nuevo ritmo “punta”*, de Banda Blanca, 1990Portada de Sopa de caracol… con el nuevo ritmo “punta”, de Banda Blanca, 1990

​ En el discurso de inauguración, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, ideólogo y director del festival, se refirió a la condición de apátrida que le impuso la dictadura de Daniel Ortega tras arrebatarle su nacionalidad:

Vivo porque escribo, vivo en mi lengua, que es mi patria, y vivo en la memoria de mi pueblo. Ninguna tiranía puede quitarme la lengua en la que escribo, ni puede quitarme la pertenencia de la gente que desde mi infancia da vida a mi escritura.1

​ A la mañana siguiente tuvimos un encuentro en el hostal Nicolás de Ovando. Además de contar con una larga trayectoria como cuentista y novelista, que incluye títulos como Castigo divino (1988) y Margarita, está linda la mar —Premio Alfaguara de Novela en 1998—, y de haber estado involucrado en la política nicaragüense —fue vicepresidente de Nicaragua de 1985 a 1990 y candidato presidencial en 1996—, Sergio Ramírez es un connotado melómano.

​ —Estoy escribiendo un texto sobre la relación musical entre el Caribe y Centroamérica —le dije.

​ —Es un romance que lleva varios siglos —me respondió—. Lo primero que debemos tener claro es que el Caribe es una región que siempre termina saliéndose del mapa.

​ —¿Cómo así?

​ —Que es difícil de contener. Es como la música. El Caribe es un sentimiento cultural que va más allá de la geografía.

​ Me puso de ejemplo a Guayaquil (Ecuador) y Bahía (Brasil), ciudades que, a pesar de estar a miles de kilómetros de la región, parecen urbes caribeñas. Centroamérica resulta un poquito más fácil de abarcar y definir: se trata de un istmo de 522762 kilómetros cuadrados que une a la América del Norte con la del Sur y comprende siete naciones: Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Excepto El Salvador, cada una cuenta con costas que el mar Caribe baña, y es en esos pueblos del litoral donde se siente el influjo de la música y la cultura de las islas. Un ejemplo es el de la exitosa canción “Sopa de caracol” que interpretó la orquesta hondureña Banda Blanca, sirviéndose de elementos de la punta, un estilo de música garífuna. De hecho, el estribillo de la canción, “Watanegui consup Iupipati Iupipati Wuli Wani Wanaga,2 está en la lengua de los garífunas, descendientes de esclavos africanos mezclados con la población amerindia de las islas caribeñas.

​ En el caso de Nicaragua, me contó Sergio Ramírez, hay una influencia del calipso y el reggae jamaiquino que no es una producción original, sino trasplantada. Algo similar podría agregar respecto a la salsa, el bullerengue y otros ritmos caribeños.

​ —La marimba es tal vez el instrumento propio de la región —dijo pensativo, luego de que le trajeran un café.

​ Contó que la marimba fue un instrumento adoptado por los indios mestizos al grado de que, por mucho tiempo, se pensó que era parte de su legado. Pero es originaria de África, específicamente de una región en Angola llamada Marimba. A diferencia de Guatemala y de Yucatán, donde se llega a desarrollar la marimba melódica, que se sienta sobre patas, tiene tres corridas de teclado y es capaz de ejecutar composiciones complejas, en Nicaragua se toca la original, la marimba de arco, en do menor, que se carga al hombro.

​ —Tenemos el son nica, un género musical nicaragüense que utiliza la marimba, la guitarra y el requinto, y al que después se le incorporaron las maracas, los timbales, los platillos y el cencerro.

​ Dicho ritmo lo popularizó Camilo Zapata y luego lo desarrollaron los hermanos (Luis Enrique y Carlos) Mejía Godoy, tíos del popular salsero Luis Enrique. Sin embargo, es un fenómeno que no trasciende lo local.

​ —Pero le falta el ritmo sincopado —se quejó Sergio Ramírez—. Es gracias a la síncopa que la música caribeña ha sacudido más cuerpos que cualquier terremoto.

Portada de *Cosa nuestra*, de Willie Colón, 1969Portada de Cosa nuestra, de Willie Colón, 1969

​ En su libro Tambor olvidado (2008), Sergio Ramírez expone cómo la música nicaragüense y otras similares de Centroamérica carecen de los elementos percusivos provenientes de África, tales como los tambores ngomas de los congos, que en el Caribe recibieron diferentes nombres: tambor yuka en Cuba, y en República Dominicana, atabales o palos.

Mientras los tambores aborígenes se quedaron en el rito, más cercanos a la tristeza monótona, los africanos desbordaron hacia la calle y entraron en los salones para embullar todo el Caribe marcando en los bongós, las timbas y las tumbadoras, los ritmos de todas las variedades musicales, hijas de los tambores cimarrones y de la contradanza francesa, que se fusionaron primero en el danzón. [Élie] Fauré afirma “que una sola gota de sangre de negro en un lago de sangre de blancos basta para darle el germen de las cadencias decisivas”.


***

—Yo creo que lo de la síncopa es importante —me dijo el escritor y músico panameño Emiliano Pardo-Tristán, con quien participé en una mesa que tenía el sugerente título de “El pasado por delante”—. La música centroamericana de influencia indígena está mucho más cerca del downbeat. Por ejemplo, los indígenas cunas tocan una flauta de pan y se apoyan en los tiempos fuertes, pero nunca en la síncopa, que nos viene de la herencia africana.

​ Aunque, señala, a estas alturas es muy difícil reconocer los orígenes y deconstruir los estilos y los ritmos, ya que todo está muy fusionado.

​ —En Panamá tenemos la mejorana. Y mucha gente dice que viene de la guitarra, pero realmente no, porque en los tiempos de la conquista el instrumento en boga en España era la vihuela, que es más pequeña que una guitarra. La mejorana es un instrumento muy rústico que a duras penas afina bien. Cuando hice una investigación, los instrumentos estaban tan desafinados, que tenía que imaginar cómo realmente sonaban.

​ En 2020 Emiliano Pardo-Tristán ganó el Concurso Nacional de Literatura Ricardo Miró con su novela Lo blanco y lo negro, que cuenta la historia de Cocoyé, una ficticia orquesta cubana que viaja con tambores y cueros autóctonos de Santiago de Cuba para tocar en los clubes que proliferaban en el Panamá de los años treinta del siglo pasado. En sus intentos por seducir a la clientela compuesta de marineros estadounidenses, bardos errantes caribeños, empleados del Canal de Panamá y prostitutas sudamericanas, inventan un nuevo género musical llamado “guajirón”, una mezcla entre el charlestón y la guajira que causó furor no solo entre las flappers colonenses, sino entre todos los personajes estrafalarios de la noche panameña.

​ Resulta sugerente que sea la colaboración de un trompetista panameño que entra en la orquesta —en sustitución de un cubano que deserta— lo que impulsa la creación del nuevo ritmo. De una manera divertida y llena de esplendor, Pardo-Tristán nos hace partícipes del proceso en que surgen las fusiones musicales y la relación que mantienen con las pasiones humanas, con el viaje, con el arrebato y con la poesía. Tal como lo indica el título, se trata de un canto al mestizaje, a la mezcolanza de géneros musicales, razas, preferencias sexuales, acentos, idiomas, idiosincrasias, y por supuesto, todo esto como un laboratorio ambulante donde se va descubriendo el nuevo ritmo, el contoneo original.

​ Esa relación apasionada y fructífera entre lo centroamericano y lo caribeño es un detalle que la ficción le copia a la realidad. Tan solo hay que volver los ojos —o mejor dicho, los oídos— a la música popular. ¿Qué sería del merengue “El Jardinero”, que ha hecho bailar a toda la humanidad, si Wilfrido Vargas no hubiera dado con el cantante hondureño Jorge Gómez, quien le imprimió su estilo y, sobre todo, su falsete? También recordemos la relación de los músicos caribeños con Panamá. Varios éxitos de la salsa, como “El Gran Varón” (interpretado por Willie Colón) y “Conciencia” (interpretado por Gilberto Santa Rosa), fueron escritos por el compositor panameño Omar Alfanno. De igual modo, el súper éxito “Despacito”, de los puertorriqueños Luis Fonsi y Daddy Yankee, fue escrito en colaboración con la cantautora panameña Erika Ender.

​ A principios de los años ochenta, un niño panameño de nombre Edgardo Armando Franco tenía sueños de convertirse en un gran músico. Solía vender refrescos en los conciertos para ver a sus artistas favoritos. Una noche en que se presentaba la cantante cubana Celia Cruz, notó que no había vigilancia en los camerinos y se coló. Al tener en frente a la estrella cubana le contó su sueño y le pidió que lo aconsejara, pero Celia reaccionó dándole un pescozón. A duras penas, le dio dos consejos: que nunca entrase en un camerino sin permiso y que, si quería convertirse en artista, debía crear un ritmo original.

Portada de *Es mundial*, de El General, 1994Portada de Es mundial, de El General, 1994

​ El niño hizo caso a estas palabras y creció para convertirse en El General, intérprete de himnos de discotecas como “Tu pun pun”, “Muévelo”, “Te ves buena”, entre otros, que han llevado a muchos historiadores de la música a considerarlo como el padre del reguetón. Lo que hicieron El General y otros raperos panameños fue mezclar el reggae, el dancehall y el raggamuffin de Jamaica y otras islas caribeñas, e introducir letras en español. Muchas de estas experimentaciones pasaron a Puerto Rico y se convirtieron en el reguetón que perreamos en la actualidad, que ha seguido evolucionando con el dembow dominicano y otros nuevos ritmos.


***

El cantautor cubano Benny Moré llamaba al puertorriqueño Ismael Rivera “el Sonero Mayor”. Maelo, como lo conocían sus amigos, fue uno de los músicos más dotados de su generación. Durante gran parte de los sesenta tuvo una severa adicción a la heroína que amenazó con destruir su carrera musical. En 1962, en un viaje de regreso a Puerto Rico con el Combo de Cortijo, le incautaron un cargamento de droga y acabó pasando los siguientes tres años en una prisión federal. Al cumplir su sentencia, regresó a los escenarios musicales y a la heroína.

​ En 1969 Maelo estaba en un concierto en la Ciudad de Panamá cuando le hablaron del Cristo Negro de Portobelo, una estatua milagrosa entre cuyas hazañas, se creía, estaba la de haber detenido una epidemia de cólera. Probablemente Maelo pensó que, si había sanado a toda una ciudad, de seguro podría limpiarlo a él. Además, tuvo la dicha de tocar al día siguiente en la ciudad caribeña de Colón, a unos cuantos kilómetros de Portobelo. Se fue a visitar la estatua y cuentan que, cuando la vio, cayó inmediatamente de bruces, como Saulo en el camino de Damasco, y arrancó a llorar y a gritar que estaba curado.

Portada de *Esto sí es lo mío*, de Ismael Rivera y sus Cachimbos, 1979Portada de Esto sí es lo mío, de Ismael Rivera y sus Cachimbos, 1979

​ Le recordé la historia al periodista y crítico panameño Daniel Domínguez, otro de los invitados al Centroamérica Cuenta, mientras nos dirigíamos bajo el sol del mediodía por El Conde a comprar un chip para su celular.

​ —[Maelo] Sacaría tres canciones dándole las gracias al Cristo Negro de Portobelo: “San Miguel Arcángel”, “El Nazareno” y “El Mesías”. De esta última se tomarían unos versos que se grabarían en la estatua en Portobelo en honor suyo y de los cantantes de salsa.

​ Pero la devoción al Cristo Negro de Portobelo y a Panamá no quedó ahí: Maelo apoyó y fue mentor de uno de los salseros más importantes de todos los tiempos: “el poeta de la salsa”, el panameño Rubén Blades. Hijo de una colombiana y un cubano, Blades emigró joven a Nueva York y se decantó por la salsa que estaba causando furor entonces. Empezó a trabajar con Fania Records, uno de los sellos discográficos más populares y trascendentes de la época. En 1977 se asoció con el trombonista neoyorquino de origen boricua Willie Colón, con quien sacó más de seis discos, entre los que es necesario mencionar Siembra, considerado por muchos el disco de salsa más importante de todos los tiempos. A partir de 1983 empezó su exitosa carrera de solista, que lo ha llevado por todos los escenarios del mundo. Además de cantautor, Blades ha participado como actor en varias películas y series de televisión, es abogado graduado por Harvard, activista por los derechos humanos y político.

​ Daniel Domínguez me recordó que también fue ministro de turismo de Panamá (2004-2009) y que en los últimos años ha mostrado cierto interés en lanzarse nuevamente como candidato a la presidencia. Añadió que, a pesar de su posición de fulgurante astro de la música mundial, Rubén Blades siempre ha mantenido los pies en la tierra: sencillo, sin complicaciones, se preocupa por su pueblo y sus amigos. Y, por supuesto, no ha olvidado a Maelo. En la canción “La Perla” (2008), de la agrupación puertorriqueña Calle 13, Blades, casi al final, interviene con una especie de soneo y recuerda a su mentor de una manera cariñosa y hermosa:

Nacimos de muchas madres pero aquí solo hay hermanos. Y ese mar frente a mi casa, te juro que es verdad, como el de La Perla, aunque yo esté en Panamá. Y sobre el horizonte veo una nube viajera dibujando la cara del gran Maelo Rivera Celebra esta reunión, compay. ¿Qué te parece esta combinación de Rubencito y Calle 13?

Portada de *Los de atrás vienen conmigo*, de Calle 13, 2008Portada de Los de atrás vienen conmigo, de Calle 13, 2008

​ Aquí de nuevo está la camaradería, la unión, la fraternidad y la fiesta. No hay duda de que la música es la moneda de intercambio entre estas dos regiones. Por esa razón, le recomendé a Daniel Domínguez que fuese a ver la puesta de sol en el malecón de Santo Domingo. Le dije que, si tenía suerte, al anochecer vería las luces de Panamá parpadeando en el horizonte. Esto, claro, es absurdo, pero la música nos ha hecho sentir tan cerca que puede ser posible.

Imagen de portada: Portada de Cosa nuestra, de Willie Colón, 1969

  1. El discurso completo puede leerse y escucharse aquí. 

  2. En español: “Quiero tomar sopa, quiero seguir disfrutándola. Un poco para ti, un poco para mí” [N. de los E.].