Nao-Yan: La doble presencia del fuego

El doble / dossier / Septiembre de 2021

Jesús Ramírez-Bermúdez

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El monje y el rey

Un relato chino nos dice que el monje Hsüan-tsang se encontraba hace muchos siglos en el salón Zen del Templo de Madera del Tesoro. Recitó la letanía del agua y estaba por ir a la cama cuando escuchó golpes afuera de la puerta y sintió una fría ráfaga de viento fantasmal. En sueños, el monje vio a un hombre anegado en lágrimas, suspendido en el aire, que lo llamaba y le decía: “¡Maestro!” El monje Hsüan-tsang tuvo miedo, pero enfrentó al fantasma: “Te lo digo por tu propio bien, por compasión y bondad. Más te vale esconderte enseguida y no volver a pisar este lugar de meditación”. Pero el hombre aclaró que no era un espíritu maligno. Le pidió al monje observarlo bien, y Hsüan-tsang vio que llevaba una corona y un cetro. “¿De qué corte es rey su majestad? Le ruego que tome asiento”, dijo el monje, y quiso tomar al rey de la mano, pero sólo pudo tocar el vacío. El rey seguía suspendido en el aire. Entonces reveló su historia:

Maestro, mi casa está a cuarenta leguas, hacia el oeste. Allí se fundó mi reino, conocido como Cuervo-Gallo. Hace cinco años hubo una gran sequía. El pasto no creció y mi gente moría de hambre. Durante tres años fue así, hasta que los ríos se vaciaron y los pozos quedaron secos. Entonces llegó un mago de las montañas que podía llamar a los vientos y convocar a la lluvia. Le supliqué que montara el altar y rezara para que cayera la lluvia. Lo hizo y sus plegarias fueron atendidas. La lluvia cayó a torrentes. Me postré ante él y lo traté como a un hermano mayor. Por dos años fue mi compañero. Un día de primavera ese mago y yo caminamos por el jardín de flores hasta llegar al pozo de cristal de ocho lados. Ahí él aventó algo y acto seguido hubo una gran luz dorada. Me llevó al lado del pozo, preguntando qué tesoro habría en su interior. De súbito, me empujó hacia el pozo; después cogió una losa con la que cubrió la boca y la selló con arcilla, y aún plantó un árbol arriba. ¡Tenga piedad de mí, maestro! Llevo tres años muerto en el fondo del pozo.

W. H. Lizars, _Disección que muestra la base del cerebro_, 1827. Wellcome Collection W. H. Lizars, Disección que muestra la base del cerebro, 1827. Wellcome Collection

El monje sintió un temblor al confirmar que estaba frente a un fantasma. Pero se atrevió a decir: “La historia de su majestad es difícil de conciliar con la razón. ¿Cómo es que en tres años no lo han buscado sus funcionarios, sus concubinas y chambelanes?” El rey fantasma respondió:

Ya le hablé sobre los poderes del mago. No tenía más que sacudirse y ahí y ahora, en el jardín de flores, se transformó para convertirse en una réplica exacta de mí. Y ahora tiene mis ríos y colinas y robó mi reino. Todos mis funcionarios y oficiales, mis reinas y concubinas: todo es de él. El mago tiene relación cercana con los empleados y oficiales de la Muerte. Y ellos bloquean cualquier intento mío por presentar una queja ante el Rey de la Muerte.

Los hijos falsos

Si alguien quiere conocer el desenlace de la historia, debe buscarlo en la novela Viaje al oeste, escrita en el siglo XVI por Wu Cheng’en.1 Por mi parte, quiero detenerme en el tema de este ensayo: el temor humano a ser suplantado por otro, por alguien capaz de usurpar nuestro lugar en el mundo mediante una mímesis radical. El miedo a la existencia de un doble —una réplica de sí— aparece en la historia clínica de algunas personas que atraviesan los territorios de la patología neuropsiquiátrica. Hay un constructo médico que puede orientarnos en la investigación de este problema. Me refiero al síndrome de Capgras: en este delirio los familiares del paciente son individuos falsos, dobles o impostores que han tomado el lugar de los familiares verdaderos.2 Al evocar una vieja ficción oriental traté de sugerir que la problemática del doble, si bien aparece con fuerza dramática en la intimidad de la experiencia clínica, es una forma de angustia que adquiere dimensiones existenciales en la literatura universal. En el texto de Wu Cheng’en, el monarca de Cuervo-Gallo yace muerto en un pozo, mientras los súbditos y funcionarios de su reino son incapaces de identificar a una réplica. ¿Es posible establecer un puente entre la angustia existencial de la ficción literaria y el sufrimiento de quienes viven la psicopatología del doble? Joseph Capgras describió un caso de duplicaciones en su artículo clásico acerca de L’illusion des sosies.

Pasillo del Trans-Allegheny Lunatic Asylum, que operó de 1864 a 1994 en West Virginia. Fotografía de Carol M. Highsmith. Library of Congress Pasillo del Trans-Allegheny Lunatic Asylum, que operó de 1864 a 1994 en West Virginia. Fotografía de Carol M. Highsmith. Library of Congress

En 1906, tras la muerte de dos gemelos, la señora M comenzó a presentar delirios de celos, persecución y grandeza. Según sus propios escritos, existían dos o tres dobles de ella misma, lo que la obligaba a portar la mayor cantidad de certificados de identidad y salud para evitar que la confundieran con sus réplicas. A ella la habían transformado físicamente: sus ojos eran más grandes ahora y habían cambiado el color de su cabello. Algunos de sus hijos fueron suplantados por impostores; a otros los habían secuestrado o envenenado; su esposo también fue asesinado, y los hombres que vivían con ella eran impostores que usurpaban su aspecto y su lugar dentro de la familia. De acuerdo con sus cálculos, existían hasta ochenta impostores haciéndose pasar por su esposo. El conserje y los inquilinos de su edificio también eran dobles, y los hospitales —así como la policía— formaban parte de un “trabajo universal de sustituciones y desapariciones”. Una réplica de sí misma había usurpado también su lugar en el hospital y recibía las visitas que le correspondían a ella, así como cartas y paquetes que ella había ordenado.

Lo familiar y lo memorable

Joseph Capgras hizo narraciones cuidadosas y especulaciones atractivas para explicar los problemas psicopatológicos. Pero no disponía de herramientas para investigar los mecanismos neuropsicológicos que conducían a sus pacientes a través de paisajes remotos de la conciencia, hacia lo que Aldous Huxley llamó “las antípodas de la experiencia humana”. Hoy se habla del síndrome de Capgras cuando una persona asegura que sus familiares son réplicas, dobles, impostores que usurpan el lugar y la forma de los verdaderos familiares.3 La señora G, una paciente atendida en el Instituto de Psiquiatría de México por mi colega y amiga Yvonne Flores Medina, narra la siguiente historia: sus hijos fueron secuestrados; los muchachos que viven con ella son sus dobles. Pero la señora G los trata bien porque también son víctimas de secuestro: un dispositivo electrónico fue implantado en sus cerebros para insertarles una memoria falsa. Por eso actúan como si fueran los hijos reales. G piensa que los secuestradores también le implantaron un chip a ella. Así controlan su percepción y logran que sus verdaderos hijos adopten la apariencia de personas extrañas. Los alimentos del supermercado así mismo han sido falsificados: son productos con una apariencia similar, pero adulterados. Con estos engaños, los secuestradores controlan la dieta de la señora G para que el dispositivo electrónico funcione correctamente. Ella examina los alimentos por largos periodos; busca diferencias sutiles entre los productos verdaderos y los modificados. La paciente trabaja en una tienda y algunos clientes —piensa— son sus verdaderos hijos, con una apariencia modificada; cuando hacen preguntas triviales para comprar algo, muestran claves encubiertas y ella intenta descifrarlas: debe responder en un orden específico a las preguntas. De otra manera, nunca podrá recuperar a su familia.4 En este caso, los estudios de neuroimagen no mostraron una lesión que pudiera explicar el problema clínico, y las pruebas neuropsicológicas —diseñadas para evaluar los procesos cognitivos— mostraron una aparente integridad de las funciones intelectuales. Pero apareció una clave: había una alteración en el sentido de familiaridad. Cuando se pidió a la paciente que comparara los estímulos que había visto previamente y los que no habían sido presentados, no era capaz de discriminarlos.5 El sentido de familiaridad, tan importante en nuestra vida afectiva, depende de mecanismos cerebrales relevantes para descifrar el enigma de Capgras. Existe una hipótesis según la cual los mecanismos de la percepción y los procesos psicofisiológicos que asignan valor emocional a un rostro necesitan estar bien acoplados; una desconexión física a este nivel podría generar una experiencia anómala en el sentido de familiaridad.6 Pero, ¿hay estudios experimentales que hayan examinado la validez de esta explicación?

Desconexión

En un ensayo titulado “La insoportable similitud del ser”,7 el neurocientífico V. S. Ramachandran y la escritora Sandra Blakeslee narran la historia de un joven llamado Arthur, quien había tenido una vida familiar sin complicaciones llamativas hasta que sufrió un traumatismo craneoencefálico: se golpeó la cabeza en un accidente automovilístico y permaneció en estado de coma durante tres semanas. Al despertar, recuperó el habla y la capacidad para caminar, pero comenzó a decir que sus padres no lo eran, porque los verdaderos estaban en China. Quienes veía allí, esas personas que lo cuidaban en casa y lo acompañaban a todas partes, eran impostores. Trabajaban por un salario. El problema no era tan sólo un discurso peculiar: había una profunda desconfianza hacia los padres en todos los aspectos de la vida y una notable oposición en el flujo cotidiano. El padre de Arthur estaba harto de la situación. Un día entró al cuarto de su hijo y anunció: “¡Ya regresé! Soy yo, hijo; estaba en China. Dejé a un impostor encargado de cuidarte, pero ya he vuelto”. Arthur abrazó a su padre y todo parecía indicar que el truco había funcionado con una extraordinaria simplicidad. Pero unos días después, Arthur comenzó a decir que sus padres habían regresado a China.

Mujer en el supermercado. Fotografía de Victoriano Izquierdo. Unsplash Mujer en el supermercado. Fotografía de Victoriano Izquierdo. Unsplash

El doctor le mostró al joven fotografías de sus padres, mezcladas con otras de personas desconocidas. De manera simultánea, registró la conducción eléctrica de la piel. Una persona libre de patología tiene una conducción eléctrica mayor en la piel al ver fotografías con un alto valor emocional, como las de los padres, porque el sistema nervioso autónomo aumenta la sudoración y esto facilita la conducción eléctrica. Pero eso no sucedió en el caso de Arthur. La respuesta eléctrica de la piel era similar cuando el joven veía fotografías de los padres y cuando veía imágenes de sujetos desconocidos. El doctor Ramachandran propuso que el delirio se debía a una desconexión en el sistema nervioso, como resultado de la lesión traumática: el área especializada en el reconocimiento de rostros humanos (localizada en el giro fusiforme del hemisferio cerebral derecho) se habría desconectado del área encargada de asignar valor emocional a los rostros, los gestos, la mirada; es decir, la amígdala del lóbulo temporal. Esto conducía a un estado de “desconexión percepto-emocional”: los padres eran percibidos como extraños; aunque eran físicamente idénticos, el sentido de familiaridad estaba ausente. El delirio persistió a lo largo del tiempo, a pesar de las intervenciones médicas y psicológicas. A veces Arthur se aproximaba cariñosamente a su madre, y actuaba como si la reconociera. Pero entonces podía dudar de sí mismo. “Madre —le decía—, cuando el verdadero Arthur regrese, ¿me seguirás queriendo como ahora?”

Un incendio dentro del cráneo

Las alteraciones en el sustrato neural de la familiaridad son una avenida para investigar el síndrome de Capgras, pero aun si se demuestra en forma consistente esa anomalía, sería necesario contestar otra pregunta: ¿por qué la persona no concluye simplemente que no tiene los sentimientos de familiaridad habituales frente a sus padres o hijos, sino que elabora un delirio que contradice los supuestos cotidianos del sentido común? Quizá la falla en el sentido de familiaridad tendría que ir acompañada de una deficiencia en los procesos metacognitivos, es decir, en la capacidad del paciente para detectar errores mediante el análisis de su propia actividad cognitiva. El síndrome de Capgras se ha registrado en personas con diagnóstico de esquizofrenia y en pacientes con enfermedad de Alzheimer y otras condiciones neurológicas; es un puente científico entre la neurología y la psiquiatría.8 La coyuntura es fértil para la investigación porque ofrece condiciones para entender el doble aspecto de la psicopatología: su dimensión neural y su aspecto fenomenológico. Quizá un caso puede ilustrar esta convergencia. El señor M, de 21 años, fue llevado a mi hospital por un padecimiento de una semana de evolución: escuchaba voces que le daban órdenes, sentía que el mundo no era real y que él no era el mismo de siempre. Pensaba que sus órganos corporales estaban fallando y que algunos habían desaparecido. Empezó a decir que los miembros de su familia eran impostores que pretendían secuestrarlo, y los agredió físicamente. En la consulta de urgencias aseguró que las personas que lo traían eran copias idénticas a sus familiares en el aspecto físico, pero que en realidad sólo eran duplicaciones fraudulentas. Suplicó a los médicos que lo ayudaran a escapar. Durante la investigación clínica del caso se realizó un análisis del líquido cefalorraquídeo y se observó un proceso inflamatorio debido a anticuerpos que atacan las neuronas: de manera más específica, se trata de anticuerpos formados en el organismo del paciente, con una acción patológica sobre los receptores cerebrales de un neurotransmisor indispensable para la operación cognitiva. Es la encefalitis por anticuerpos contra el receptor NMDA, que puede conducir al estado de coma e incluso a la muerte. El señor M se recuperó por completo mediante una terapia inmunológica conocida como plasmaféresis. Pero antes de instrumentarla, obtuvimos una imagen molecular mediante tomografía por emisión de positrones: una tecnología nuclear para ver el metabolismo cerebral. Mediante un proceso informático, los datos adquiridos por el equipo se transforman en imágenes tridimensionales, con un código de color: los tonos “calientes” —del rojo al amarillo— indican una mayor actividad metabólica. La imagen del señor M confirmaba la encefalitis y mostraba un intenso metabolismo en el hemisferio derecho del paciente, debido a la inflamación, como si tuviera un incendio amarillo y rojizo en el lóbulo frontal derecho.9 La actividad del lóbulo frontal es necesaria para llevar a cabo razonamientos metacognitivos que permiten al individuo detectar sus propios errores, y las lesiones del lóbulo frontal derecho son frecuentes en personas que sufren delirios de duplicación y mala identificación de personas, lugares u objetos.10 Veo la imagen molecular del señor M y recuerdo el caso de la periodista Susannah Cahalan, quien padeció encefalitis por anticuerpos contra el receptor NMDA y publicó su testimonio en un libro titulado, con justicia, Brain on fire: el cerebro en llamas. Si empecé este ensayo con el relato chino del monje y el rey fantasma, quizá no resulte forzado regresar a la cultura oriental: cuando se traduce al chino y se representa mediante pictogramas, la palabra “encefalitis” se presenta como “Nao-Yan”. Nao puede entenderse como “cerebro” y “Yan” es la doble llama de un fuego violento.11 La imagen molecular de nuestros pacientes, cuando hay un proceso de inflamación severo, parece una metáfora visual de esa presencia doble y violenta del incendio cerebral. Pero ¿no es también una metáfora del peligro que surge cuando la narrativa fantástica usurpa el lugar del realismo y la psicopatología del doble brota en lo más íntimo de la conciencia?

Imagen de portada: Tomografía por emisión de positrones de un cerebro. Cortesía del autor

  1. Wu Cheng’en, Rey Mono, versión de Arthur Waley, Wendolín Perla (trad.), Perla Ediciones, Ciudad de México, 2020. 

  2. I. S. Marková y G. E. Berrios, “Delusional Misidentification: Facts and Fancies”, Psychopathology, 1994, vol. 27, núms. 3-5, pp. 136-143. 

  3. J. Capgras y J. Reboul-Lachaux, “L’Illusion des ‘sosies’ dans un délire systématisé chronique”, Hist Psychiatry, 1994, vol. 5, núm. 17, pp. 119-133. 

  4. El lector puede encontrar más sobre este caso en el número sobre Conciencia de la Revista de la Universidad de México. Disponible aquí [N. de la E.] 

  5. Y. Flores-Medina, M. Rosel-Vales, G. Adame y J. Ramírez-Bermúdez, “The loss of familiarity: A case study of the comorbidities of Capgras and Fregoli”, Neurocase. En prensa. 

  6. W. Hirstein y V. S. Ramachandran, “Capgras Syndrome: a novel probe for understanding the neural representation of the identity and familiarity of persons”, Proc. R. Soc. Lond. B, 1997, vol. 264, núm. 1380, pp. 437-444. 

  7. V. S. Ramachandran y S. Blakeslee, Fantasmas en el cerebro, Juan Manuel Ibeas (trad.), Debate, Ciudad de México, 1999. 

  8. T. E. Feinberg y D. M. Roane, “Delusional Misidentification”, Psychiatr. Clin. North Am., 2005, núm. 28, pp. 665-683. 

  9. R. Lozano-Cuervo, M. Espinola-Nadurille, M. Restrepo-Martínez et al., “Capgras delusion in anti-NMDAR encephalitis: A case of autoimmune psychosis”, Asian Journal of Psychiatry, 2020, núm. 54, 102208. 

  10. O. Devinsky, “Delusional misidentifications and duplications: Right brain lesions, left brain delusions”, Neurology, 2009, núm. 72, pp. 80-87. 

  11. H. Guan, “Pictographs of encephalitis in Chinese characters”, The Lancet Neurol., 2019, vol. 18, núm. 4, p. 331.