Una piedra en el estanque del futuro

Futuro / dossier / Diciembre de 2020

Adolfo Córdova

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¿Y después? Hace cien años dos cuadrados chocaron contra la Tierra y la reordenaron. Uno de los primeros álbumes ilustrados pensado específicamente para niños y niñas narraba esta colisión. Realizado en 1920 y publicado en Berlín dos años después, Sobre dos cuadrados, del vanguardista ruso Lissitzky, proponía a sus lectores otro presente posible, uno en el que eran bienvenidos a participar interviniendo el propio libro. “No lo leas, usa el papel, coloréalo, dóblalo, construye con él”, dice en la página de “Instrucciones”. Una manera de alterar el espacio bidimensional de la publicación y expresar así, literalmente, la transformación que correspondía hacer en el mundo real. Pero el libro, más allá de lo que haya hecho cada lector con él, sí contaba una breve historia del choque y del nuevo orden que se dejaba leer, y terminaba sugiriendo en una frase que ése no era realmente el final. “¿Y luego?”, “la historia sigue”, “hay más”, “ve más allá” son formas de traducirla, o también: lo que venga después no está escrito, depende de ti. María Montessori, contemporánea de Lissitzky, también creía en infancias activas, en las que niños y niñas podían ser sus propios maestros y organizarse como Pippi Calzaslargas, quien proclamaba: “A los niños conviene llevar una vida ordenada, sobre todo si pueden ordenársela ellos mismos”. Montessori demandaba atención para las infancias pues, insistía, allí se forjaba el futuro de la sociedad. En 1931 el maestro José Antonio Emmanuel, impulsor de la Biblioteca Anarquista Internacional (B.A.I.), publicó “La anarquía explicada a los niños”, un folleto que ha sido recuperado recientemente por varias editoriales donde afirma: “Que el libro sea tu mejor amigo, tu consejero, tu guía. Nunca sabremos bastante. Quien añade ciencia, añade anarquía. Investiga por ti mismo…”. Quería una educación, se lee en un epílogo, que desterrara “todo fanatismo” y aspirara “a libertar a la infancia de la opresión que sobre ella se ejerce”.

José Antonio Emmanuel, portada de La anarquía explicada a los niños, a cargo de la Biblioteca Anarquista Internacional, 1931

Estos discursos vindicativos y emancipadores se alejaban de aquellos más homogeneizantes y dogmáticos de las publicaciones socialistas infantiles de la primera mitad del siglo XX, en las que los niños y niñas eran instrumento, medios para un fin mayor, la tierra prometida sobre la que se habría de arar el futuro. Esta idea enraizó en México con el nacimiento de la Unión Soviética y la proliferación de libros escolares gratuitos, sobre todo en el sexenio de Lázaro Cárdenas, publicaciones que repetían a los niños y niñas sus deberes hacia una patria nueva y hacia su futuro. Una de las actualizaciones de todas esas ideas románticas alrededor de la infancia. Tanto Lissitzky como Montessori y Emmanuel mostraban otra cara del pensamiento socialista (atravesada por el feminismo en el caso de Montessori) en la que los niños y niñas también habían sido marginados y oprimidos, pero no tenían que esperar a crecer para cambiar su mundo. Lissitzky volteaba a ver directamente a sus jóvenes lectores y los invitaba a que comenzaran a materializar la realidad que querían ya, ahí mismo; les hablaba de un futuro en presente, como algo más cercano y siempre abierto. Lo hizo, además, desafiando una relación muy concreta: la de los niños y niñas con la tecnología del libro.

Autoentrevistas desde el confinamiento

Redes sociales, blogs, foros y otras plataformas virtuales de conversación en medios electrónicos, con frecuencia portátiles, conforman hoy un camino para continuar propiciando el agenciamiento político en niños, niñas, adolescentes y jóvenes. En tiempos de pandemia éstas han sido, de hecho, una de sus principales vías. Desde España, por ejemplo, el proyecto editorial Wonder Ponder lanzó “Me pregunto, autoentrevistas desde el confinamiento”, una invitación para “personas de cinco a dieciocho años a preguntarse y reflexionar sobre la crisis del coronavirus y sus consecuencias”. Los niños, niñas y jóvenes o, mejor, las “personas” (provocadora variación, declaración de principios en sí misma) envían sus respuestas grabadas, escritas o dibujadas y Wonder Ponder las difunde y aloja en su sitio web. Este “repositorio de voces”, como también llaman al experimento, es público y evidencia que las preguntas en pandemia son catalizadores especialmente efectivos para desencadenar imágenes de futuro. En un documento descargable sobre la propuesta se incluyen instrucciones más en el tono de sugerencia e incitación del libro de Lissitzky o de la filosofía Montessori. Allí, Ellen Duthie, una de las fundadoras de Wonder Ponder, dice a los lectores que pueden elegir entre las preguntas sugeridas en el documento o modificarlas “como te parezca mejor” o pensar “en las tuyas propias”. El amplio universo de interrogantes posibles está dividido por temas como “Tu relación con el confinamiento”, “La experiencia de escuela en casa”, “Cómo lo están gestionando los adultos”, “La libertad”, “El desconocimiento o la incertidumbre” y “El futuro”. Aunque esta última categoría podría atravesar todas las anteriores, tiene sus propias preguntas:

¿Crees que tu vida/el mundo va a cambiar des­pués de esto? Si crees que sí, ¿en qué sentido? ¿Qué crees que tendría que cambiar para que la próxima vez que pasara algo parecido tu país estuviera mejor preparado? ¿Qué te gustaría hacer el primer día que puedas salir libremente a la calle?

“Andar en bicicleta”, dice Loana, de doce años, desde Batán, Argentina. “Ver a la familia que más extraño, como a mis abuelos, que antes los tenía pegaditos a mí”, comparte Valentina, de seis años, desde la Ciudad de México. “Estar con mis amigos, jugar, invitarlos a jugar a mi casa, o ir a jugar a su casa, o ir al parque a jugar, a la plaza, caminar, andar en bici, gritar, ¡y eso!”, no duda Martina, de diez años, desde Rufino, Argentina. “Iré a la naturaleza y correré tanto que no se me verá”, advierte Ixeia, de siete años, desde Zaragoza, España. Ver y no ver.

Bola de cristal, piedra en el estanque

Cuando empecé a escribir este artículo, lo primero que hice fue lanzar la palabra futuro en el estanque de mi infancia. Enseguida escuché la voz de una adivina reproducida una y otra vez en una maquinita: “Deja que mi bola de cristal te dé tu futuro. Por favor, inserta la moneda”, y un desenlace: más que revisar en el bolsillo de mi pantalón si tenía dinero, esa voz prometiendo futuros me intrigaba lo suficiente como para imaginar más preguntas y fantasear respuestas. Luego vinieron a mi mente otras frases recurrentes de los adultos: los planes para cuando fuera “grande”, mi supuesto interés sólo en el presente y esa proclama hueca, referida antes, de que “los niños son el futuro”. Diseñé entonces una suerte de “Autoentrevista”, en el tono de Wonder Ponder, o “bola de cristal”, para que niños, niñas y adolescentes miraran en su futuro e hicieran de “autoadivinos”. Con ayuda de un grupo diverso y comprometido de mediadores de lectura la hicimos llegar a 68 niños, niñas y adolescentes de entre cuatro y dieciséis años de edad, ubicados en Nuevo León, Ciudad de México, Oaxaca, Veracruz y Campeche.

Dibujo de Biel, de diez años. “Me pregunto #3” en Autoentrevistas desde el confinamiento, de Wonder Ponder

Empezamos por lanzar una piedra en el estanque de su futuro. En su propuesta del ejercicio “La piedra en el estanque”, incluido dentro de la Gramática de la fantasía de 1973, Gianni Rodari escribió:

Una palabra, lanzada al azar en la mente, produce ondas superficiales y profundas, provoca una serie infinita de reacciones en cadena, implicando en su caída sonidos e imágenes, analogías y recuerdos, significados y sueños, en un movimiento que afecta a la experiencia y a la memoria, a la fantasía y al inconsciente, complicándolo el hecho de que la misma mente no asiste pasiva a la representación, sino que interviene continuamente para aceptar y rechazar, ligar y censurar, construir y destruir.

¿En qué palabras piensan estos niños y niñas si decimos “futuro”? Damián, de once años, es contundente: “Pandemias”. Su hermano Iker, de trece, completa un escenario: “Extinción, guerras, avances tecnológicos, dibujos, exposiciones”; que espejea con la respuesta de Anette, de once: “Aventuras, cosas nuevas, extinciones de animales, muertes, experiencias”. Otros, como Daniela Guadalupe, de doce años, despegan: “Autos voladores, robots, androides, viajes en el tiempo, zombis, fin de la Tierra, árboles flotantes”; o Fernanda, de diez: “Tecnología, robots, avances, burbujas, planeación”, o Toño, de la misma edad: “viajes a la velocidad de la luz”. Algunos más se enfocan en deseos: “Trabajo, hijos, mi casa”, escribe Dulce María, de nueve años; “Comida y juego”, prioriza Ángel de Jesús, de ocho; “Esperanza, adelante, vida, crecer, buscar trabajo, mi forma de ser”, dice Wiliam, de doce. Yeidy, de once, resume así la reverberación ambigua que en general provoca esta palabra: “Alegría, tristeza”.

Menos tecnología, más amigos

Las palabras se vuelven enunciados cuando preguntamos por sus imágenes de futuro antes de que hubiera pandemia y ahora. Muchos piensan que perdieron libertad y deberán vivir acostumbrados a las restricciones sanitarias, proyectan caos, sobrepoblación y menos árboles, y temen más a la muerte de familiares y a las enfermedades. En la gran mayoría de las respuestas se refleja una ambivalencia sobre el uso de las tecnologías. Son aliadas y enemigas. Las necesitan diariamente, pero quisieran liberarse de ellas. De hecho, algunos, como Jonatan, de nueve, y Arely, de doce, creen que el futuro será mejor si hay “menos tecnología” o “no tanta”. Wi­l­iam, de doce años, está seguro de que habrá más tecnología y eso será malo: “Ya nadie va a querer leer porque todos van a tener su celular”. Y Uriel, de diez años, imagina días de puro encierro “frente a una pantalla” y a José Guadalupe, de once, le gustaría que en el futuro “la tecnología no avanzara demasiado”. Estas opiniones reflejan un cambio en el imaginario que asocia la tecnología con las mejoras. El rechazo es cuestión económica y de accesibilidad para otros, como Luis Alejandro, de doce años, quien sostiene: “Es más difícil [la vida] porque algunos no contamos con el recurso para obtener un celular, una computadora, y ahora se comunica uno por un aparato electrónico”. La ansiedad por la vida tras la pantalla se bifurca en otras respuestas que expresan desconcierto y desilusión, y lamentan el distanciamiento de los amigos y amigas. Daniela, de doce años, por ejemplo, habitante de la comunidad de Tinún en Campeche, dice:

Para mí fue muy difícil comprender que no iba a tener graduación de la primaria y me sentía muy triste porque fue algo que no esperaba e imaginaba tener una fiesta con todos mis compañeros del salón. Otra cosa que me arrebató la cuarentena fue mi fiesta de cumpleaños, no fue como quería porque no pude invitar a mis amigos.

Jennifer, de diez años, en San Francisco Chindúa, en la mixteca, sueña días futuros así: “Los niños se preparan para ir a la escuela, sus mamás los acompañan, en la hora del recreo salen a jugar con sus amigos y los fines de semana pueden ir de compras y al parque con sus papás”. Los temores nuevos se cruzan con los viejos, vinculados a la impunidad y el narcoestado en el país, y se expresan en forma de futuros en los que “los niños no sean maltratados”, “haya más respeto entre niños y niñas”, que no existan: “enfermedades ni enfermos”, “violencia”, “bullying y drogadicción”; “que no roben a los niños y las niñas”, “que se resuelvan las desapariciones y muertes de los niños”, “que disminuya la contaminación”, “que el país no sea tan estricto”. A los niños, niñas y jóvenes en San Francisco Chindúa, por ejemplo, les preocupa que su situación empeore. Marco Antonio, de trece años, dice: “Las cosas se están poniendo más difíciles y nuestros padres no tendrán mucho trabajo”; a José Antonio, de diez años, le angustia enfermarse “o no poder estudiar ni trabajar”, y a Roberto, de ocho, que haya “más enfermedades, no poder ir al parque, no conseguir trabajo”; Lizet, de once, se imagina el futuro “con muchas enfermedades desconocidas, con pobreza extrema”; y Gustavo, de diez, tiene “miedo a que esto no termine y no pueda volver a la escuela”. Otro ajuste en los deseos se vincula con la escuela. Nadie lamentó tener que volver cuando esto termine: la añoran. Daniel, de nueve años, de la comunidad de Costa de Oro en Veracruz, anhela: “Si tuviera una bola de cristal me gustaría verme en la escuela”. Algunos ni la conocen.

Ilustración de Daniela Martagón

El futuro a los cuatro años

El futuro, dice Kimberly Coral, de casi cuatro años de edad, es “el tiempo que todavía no pasa… está en las estrellas”. Cuando pedí apoyo para realizar los cuestionarios a la maestra Marcia Patricia Ramos, del preescolar público Amelia Fierro Bandala, en Milpa Alta, no estábamos seguros si funcionaría. ¿Se preguntan por su futuro los niños y niñas de cuatro años de edad? Sus respuestas, además de poéticas, son representativas de la encuesta y muestran cuán presente está la imagen de futuro en estos tiempos, en las vidas siempre a la espera del día “después de la pandemia”. Para Natalia Isabella el futuro es una palabra equivalente a “mañana” y grita de emoción cuando su mamá le pregunta qué día quisiera que llegara: “¡Mañana! Para conocer a mis amigos de la escuela”.  Mía Zoé comparte el deseo: “ya quiero ver a mi maestra, que me enseñe la tarea, hacer dibujos, que la maestra nos pregunte…”. Aunque sea “usando cubrebocas siempre, gel antibacterial en tu bolsita… casi como un astronauta”, completa Kimberly Coral. Zoé Yamilet directamente define el futuro como “ir a la escuela”. Los nueve alumnos de Marcia empezarían su educación preescolar este ciclo. Ninguno conoce la escuela, pero saben que no es una pantalla en un teléfono. Con la misma emoción que las clases, esperan días de vacaciones y playa. Ashlin María quiere que llegue su cumpleaños para ponerse su vestido de Cenicienta. Imagina bonito el futuro, todos felices, ella “feliz y bonita y doctora”. Dayker Brayan quiere que llegue el momento de ir con sus abuelitos a Tabasco y espera que el futuro “no sea peligroso”. Zuri Harumi imagina un futuro donde los niños puedan salir de excursión todos los días, si es en carro volador mejor, quiere ser veterinaria o dentista. Constanza dice que un día, si no está todo destruido, se imagina a los niños y niñas del futuro haciendo unicornios y ya quiere que llegue su cumpleaños. Se visualiza “más bonita, con el cabello largote, más altota”. Para Jesús Yael el futuro “está muy cerca o puede estar muy lejos” pero quiere que sea de colores. Igual al futuro que encuentra Sara.

Salvar el futuro

Sara, de diez años, confinada en su casa en Terrassa, en la provincia de Barcelona, respondió al tema “El futuro” de las “autoentrevistas” de Wonder Ponder con un cuento dibujado y escenificado en video. Allí, cuatro niñas y un perrito viajan en una máquina del tiempo a la era de los dinosaurios, a Marte y a “un país” donde un anciano las recibe y les informa que han llegado a “El Futuro” (“El futuro es un país extraño”, escribió Josep Fontana). “El Futuro” es “triste”, blanco y negro y lleno de tumbas. El anciano les dice que es por culpa de un personaje llamado El Rico que casi ha agotado la naturaleza. Para cambiar ese futuro volverán a su casa en el presente y, al crecer, una de ellas se convertirá en alcaldesa que pedirá: “no contaminar ni hacer nada malo”, mejor estar siempre en armonía con la naturaleza. Luego suben otra vez a la máquina para ver si ya modificaron el futuro y con ayuda de una varita mágica lo hacen aparecer: estaba ahí mismo, pero “escondido”, con “pandas, animales, árboles de colores, pájaros” y “todos felices”, dice Sara. ¿Y El Rico? “¡Muerto!”. Sara celebra ese final tocando su armónica. Notable síntesis (el video dura seis minutos) del poder de agencia de los niños y niñas activado por medio de una elaboración artística: ellas van a buscar al futuro y se piensan como sujetos políticos para cambiarlo, una se vuelve alcaldesa. Y quizá el gesto más potente del cuento sea que el futuro colorido ya estaba ahí, “escondido”, latente, posible. Su ejercicio de ficción, además, revela la imagen de futuro como artificio, susceptible de ser contado y recontado como a cada quien le parezca, como quería Lissitzky en su libro infantil de hace un siglo, y sin esperar a que llegue un día quién sabe cuándo. Fernando Javier, del preescolar en Milpa Alta, imaginó que en el futuro los niños y niñas podrán ser presidentes. Otro símbolo de la agencia política de las infancias en presente. En definitiva, niños, niñas y adolescentes tienen opiniones sobre el futuro, “no quiero que sea igual a este presente”, dice Anaatuu, de nueve años; externan sus preocupaciones y quisieran que fuera mejor, con mayores cuidados para sus pares, como Arely, de doce, que sueña con el día “que se quite la pandemia, haya más empresas para trabajar y los niños que están en la calle los recojan las personas del DIF o del orfanato”. Y están dispuestos a reinventarlo, como Viviana, también de doce, que se imagina “vivir en un mundo nuevo donde todos cuidemos la Tierra para que no haya tantas enfermedades”. No viven aislados y ajenos en el país del juego, se están repensando a partir de los cambios que ha tenido su cotidianidad, la falta de socialización, el encierro, la dependencia de las tecnologías y la conciencia de los cuidados. Y, con todo, cuando alguien le pregunta qué quiere ser de grande, Kimberly Coral, de tres años once meses, dice: “Yo pienso… me pueden hacer pensar mucho… me emociona”.

Nota del autor: Además de las entrevista directas que realicé, quisiera agradecer especialmente a los mediadores de lectura que me ayudaron aplicando el cuestionario diseñado: Sara Elena Benavides de la Biblioteca Comunitaria Eco Calli en Costa de Oro, San Andrés Tuxtla, Veracruz; Marcia Patricia Ramos del preescolar Amelia Fierro Bandala en San Antonio Tecomitl, Milpa Alta; Noemí Nol de la Sala de Lectura Rehilete en Ciudad de México; Tajëëw Díaz del Colectivo Mixe en Oaxaca; Elizama Reynaga y Fermín Méndez de la Primaria Enrique C. Rébsamen en Oaxaca; Lorena López y Germán Wilfrido Hernández de la primaria Francisco I. Madero en San Francisco Chindúa, Oaxaca; David Caanul del Club Colibrí de Niñas y Niños Lectores en Tinún, Tenabo, Campeche; y Nora Obregón y Evelyn Ovalle de la Biblioteca Formus en Monterrey. Por supuesto, quiero agradecer también a los 68 niños, niñas y adolescentes entre 4 y 16 años que tan generosamente respondieron: Daniela Guadalupe Estrella Chuc, Anette Guadalupe Chuc Yah, William del Jesús Balam Euán, Rodney Ahiezer Moo Dzul, Luis Alejandro Mayoral Jimenez, Ashly Carolina Cruz Santiago, Lissette Yaritzi Salazar Tenorio, José Guadalupe Mayoral Mayoral, Jonatan Torres Mayoral, Viviana y Arely Torres Mayoral, Marco Antonio y Brenda Michel Domínguez Mayoral, Daiana Thayli Arriaga Salazar, Gustavo Cruz Muñoz, Roberto Bazán Domínguez, Yolotzin Danae Reyes Salazar, Luis Fernando y José Antonio Torres Torres, Dulce Valeria y Rosario Denise Cruz Santiago, Lizet y Edgar Domínguez García, Aileth Cruz Guzmán, Ayelén Joana García Mayoral, Benjamín Medina Cruz, Jennifer Tamara Cruz Cruz, Rodrigo Alejandro Martinez Cristóbal, Ingrid Joselyn Blas Mendoza, María Fernanda Valencia Aragón, Carlos Alberto Bohorquez Cortez, Raquel Jocelyn Robles Pérez, Ángel de Jesús Noyola López, Iker Oswaldo Ramírez Córdova, Anaatuu Díaz Vásquez, Alejandra, Jaime y David Villareal Cárdenas, Uriel Barrera González, Fernanda, Mariana y Otto Alejandro Preisser Ovalle, Paula Pedraza, Paulina Luebbert, Gabriel Octavio y Iker David Galván García, Damián e Iker Adrián López Nol, Daniela y Antonio Suárez Hernández, Darlén y Dana Elizondo Pulido, Dulce María Díaz Vargas, Marian Magfe Torres Vargas, Yeidy Loeza Gallardo, Daniel y Cecilia Mendoza Flores, Jesús Yael Abad Tenorio, Zoé Yamilet Angulo Angulo, Kimberly Coral Cruz Miguel, Dayker Brayan González Jiménez, Constanza Zoé Jiménez Flores, Fernando Javier López Reyes, Ashlin María Martínez Delgadillo, Natalia Isabella Navarro Arévalo, Zuri Harumi Salas González, Mia Zoé Sánchez García, Elisa Velázquez Silva.

Imagen de portada: Ilustración de Daniela Martagón