crítica Plástico JUN.2025

Fernando Arana Blanco

Una casa para el señor Biswas, de V.S. Naipaul

Un lugar en la literatura

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Por la enfermedad que lo tiene postrado en cama y ante la certeza de la muerte próxima, el señor Biswas, padre de cuatro, esposo, periodista, hijo de una pareja de hindúes que migraron a la pequeña isla de Trinidad, descansa en su casa. Esta simple acción no es cualquier cosa:

[E]n el transcurso de aquellos meses de enfermedad y desesperación no dejó de sorprenderle la maravilla de estar en su propia casa, la audacia de semejante cosa: traspasar su propia puerta, impedirle la entrada a quien quisiera, cerrar sus puertas y ventanas todas las noches, no oír más ruidos que los de su familia, deambular libremente por las habitaciones y por el jardín […]. Que él fuera responsable de tales cosas le pareció, en aquellos últimos meses, algo prodigioso”.

​ El camino para conseguir esta casa de dos pisos, cocina pequeña, con salón y comedor, orientada al oeste para recibir de lleno el sol será el motivo que se extenderá a lo largo de las centenas de páginas de Una casa para el señor Biswas, novela del escritor trinitense V. S. Naipaul, publicada en 1961: “¡Qué terrible hubiera sido, en aquellos momentos, no tenerla […] haber vivido y muerto como había nacido, innecesario y desposeído”.

​ Esta lucha entre posesión y olvido es una de las cuestiones en torno a la cual, de una manera u otra, gira la literatura del ganador del Nobel: “El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, que se permiten llegar a no ser nada, no tienen lugar en él”,1 dice al inicio de otra de sus novelas. La escritura de Naipaul, hijo de inmigrantes indios y nacido en la colonia británica de Trinidad y Tobago, encuentra su actualidad en la necesidad de tener espacios que podamos llamar propios.

​ Un lugar propio no es sólo uno al que podamos llamar nuestro, sino uno a partir del cual podamos construir un futuro y del cual tengamos una historia: “En un sentido estricto, no tengo un pasado al que acceder, un pasado en el que entrar y sobre el que reflexionar, y esa carencia me apena”.2 Esto genera una tristeza muy específica, “un sentimiento de profunda melancolía y desesperación por no saber lo que se ha perdido, por no poder encontrar la cura a esa carencia”.3 Se trata de un sentimiento constante a lo largo de la obra de Naipaul, sin embargo, si en otras novelas suyas esta carencia es comunitaria y social, en Una casa para el señor Biswas se revelará en los conflictos familiares; en específico, en la historia del padre del autor, Seepersad.

​ “Ambos, padre e hijo, se veían mutuamente débiles y vulnerables, y ambos se sentían responsables del otro, responsabilidad que, en épocas de dolor más acentuado, se ocultaba tras una autoridad excesiva por un lado y un respeto exagerado por el otro”. El atisbo de esta vulnerabilidad y el ojo crítico y cínico del escritor le permiten representar la figura paterna sin sentimentalismo. Naipaul no se limita al mostrar la violencia, el patetismo y lo ridículo de la vida de un personaje que conoce muy cercanamente y se atreve a retratar aspectos ante los cuales otros literatos se detienen por respeto, cariño o miedo. A partir de este conocimiento es que puede escribir sobre el deseo, los temores, la falta de voluntad y la debilidad del ser humano a la hora de tomar un lugar y llamarlo suyo.

​ La novela evoluciona como lo hace el señor Biswas: mientras que en un primer momento está ambientada en un entorno onírico, casi fantasioso (lleno de profecías y presagios),4 en la transición de la infancia a la juventud la narración cambiará a un estilo picaresco (Naipaul inclusive le propuso a Penguin Random House una traducción al inglés del Lazarillo de Tormes) hasta terminar en un estilo y una dimensión digna de las novelas del siglo XIX.

​ La relación entre este libro y la novela europea va más allá de la preponderancia del personaje principal en el título (como en David Copperfield de Dickens o Ana Karenina de Tolstói, esta obra podría llamarse sólo Mohun Biswas) y de la intención de retratar una vida completa en la muy decimonónica longitud de casi ochocientas páginas; es palpable, también, en el estilo mismo, que busca representar en pocas palabras, de forma aparentemente sencilla, una realidad con la cual estamos poco familiarizados. En El enigma de la llegada Naipaul explica la grandeza de Dickens: su genialidad consistía en que retrataba los espacios como si se los estuviera describiendo a un niño, “no con un despliegue de conocimientos o preferencias arquitectónicos, ni utilizando palabras técnicas, sino palabras sencillas […]. Sin emplear palabras que hubieran desconcertado a un niño de un rincón muy lejano, de los trópicos […], creando así una ciudad o fantasía que cualquiera podía reconstruir con sus propios materiales”. El estilo de Naipaul sigue estas pautas. A partir de un léxico común, sin llegar a ser simple, y mediante descripciones puntuales escribe el retrato de una sociedad poco accesible para el lector promedio. A la vez, esta novela privilegia la caracterización de sus personajes a partir de acciones específicas, bien medidas, y de emociones y pensamientos concretos.

Michel Jean Cazabon, Costa norte de Trinidad desde la base norte, 1851. Yale Center for British Art, dominio público.

​ El miedo y la falta de voluntad del señor Biswas lo convierten en un personaje interesante, la humillación de la cual será objeto lo hace comprensible, su crueldad lo hará complejo: por su necesidad de conseguir un hogar de cuatro paredes que lo rodeen y lo protejan, el señor Biswas alejará la ternura y el cariño: “No la abrazó ni la acarició […]. Como no deseaba tentaciones, no la miró, y se sintió aliviado cuando ella salió de la habitación. Pasó el resto del día encerrado, escuchando los ruidos de la casa”. De la tensión que surge de la pregunta ¿qué es lo que hace a una casa una casa? se alimenta la particularidad de su tragedia. El recurso del vaivén moral se manifiesta, también, en los otros personajes, lo cual logra alejar esta larga novela del estatismo y lo previsible, manteniendo activo al lector: la narración es efectiva porque nunca es completamente empática ni completamente cínica.

​ El matiz se aprecia, además, en que se trata de una novela muy cómica (“contiene muestras de mi escritura más divertida”5): es un tipo de humor bastante oscuro, a ratos muy eficaz, que pone de manifiesto la complejidad no sólo intelectual de interpretar la obra de Naipaul, sino también la emocional: no es humor negro lo que ofrece esta novela, en el cual la carcajada estalla gracias a un distanciamiento ante lo patético, sino más bien una empatía trágica. El hecho de que el narrador se refiera al protagonista, desde que nace hasta que muere, como “señor Biswas” despierta ternura; cuando lo golpean de forma caricaturesca, emulando las fórmulas de la picaresca española, se genera en el lector una culpa incómoda.

​ Esta variedad de recursos se engrana sin provocar confusión debido a la simpleza de la premisa. El libro se titula Una casa para el señor Biswas y sobre eso tratan sus páginas: la falta de identidad y de historia, la violencia de las comunidades poscoloniales, el desarraigo y la tristeza se vierten con sencillez en la figura de la casa (“lo que mejor saca a la luz los grandes temas son las pequeñas tragedias”, dijo el autor en El enigma de la llegada).[^6] La magnitud de estos temas, al final del día inasibles, cobra forma concreta en una casa “de verdad, con materiales de verdad”, dos pequeños dormitorios, dos pisos y largas columnas de hormigón, tejado rojo, paredes ocre y ventanas blancas.

​ La obra de Naipaul no ha sido muy difundida en los países de habla hispana. México, con su mercado editorial más limitado que el europeo, no es la excepción. La traducción a nuestro idioma de esta edición de Una casa para el señor Biswas corrió a cargo de Flora Casas Vaca, quien se ha encargado de gran parte de la obra de Naipaul (Miguel Street, El enigma de la llegada y La pérdida de El Dorado, por mencionar unas cuantas).

​ El trabajo de Casas Vaca conserva las generalidades del texto, pero agrega regionalismos españoles (en expresiones como “tío”, etc.) que pueden ser molestos para el lector americano. El estilo de Naipaul es difícil de emular, dada su aparente simplicidad, y la traducción de Casas Vaca lo pierde un poco cuando trata de complejizar la sintaxis. Esto genera estructuras externas a la norma del español y deja de lado la naturalidad del inglés de Naipaul.

​ A pesar de estas limitaciones, vale la pena revisar la obra del nobel de literatura (“maestro indiscutible, merecedor como muy pocos del galardón recibido”, diría Ignacio Echevarría)6 con el ojo crítico del siglo XXI, no sólo por la actualidad de las voces que retoma, sino también por lo incómodo de su literatura, por su violencia sutil y su belleza en lo desolador cotidiano, por su justa medida entre lo divertido y lo trágico. Una casa para el señor Biswas nos recuerda lo que se siente leer un clásico.

V. S. Naipaul, Una casa para el señor Biswas, Debolsillo, 2016.

  1. V. S. Naipaul, Un recodo en el río, Francisco Gurza (trad.), Debolsillo, 2010. 

  2. El escritor y los suyos. Maneras de mirar y de sentir, Flora Casas Vaca (trad.), Debolsillo, 2016, p. 87. 

  3. John E. Drabinski, “V.S. Naipaul and Derek Walcott – History and Caribbeanness”, Caribbean Critical Theory [pódcast], episodio 10, 4:12-6:06, 5 de marzo de 2024. 

  4. V. S. Naipaul, Momentos literarios, Flora Casas Vaca (trad.), Mondadori, 2012, p. 157. 

  5. V. S. Naipaul, El enigma de la llegada, Flora Casas Vaca (trad.), Debolsillo, 2010, p. 168. La cita original es “Great subjects are illuminated best by small dramas”(p. 154). 

  6. Ignacio Echevarría, “Sin camino en el mundo”, en El nivel alcanzado, Debate, Barcelona, 2021, p. 237.