Entrevista con Guillermo Fadanelli

La razón naufraga ante el dolor

Miedo / panóptico / Septiembre de 2019

Alejandro García Abreu

“¿Qué se hace con los recuerdos, Fandelli?”, se cuestiona el narrador y protagonista de la más reciente novela de Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1963): Fandelli (Cal y Arena, 2019), “que parece ser biográfica y que sólo en algún sentido lo es”. El escritor narra la vida del “granuja, macilento y necio Willy Fandelli”. Una suerte de juego de espejos autobiográfico constituye la novela. En entrevista, Fadanelli conversa sobre el arte de la memoria como un juego a posteriori.

Fotografía de Antonio López

“El fracaso es lo más hermoso que nutre la tierra, es una verdadera huella humana”, escribiste en Fandelli. ¿Qué significado le das a la literatura del fracaso, incluido el sentido beckettiano: “Todo de antes. Nada más jamás. Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”?

Creo que todas aquellas corrientes filosóficas (existencialismo), artísticas (dadaísmo), literarias o de escritores que han abrevado en el fracaso, en la miseria moral y ambigüedad humanas, o en el sinsentido de nuestros actos (Thomas Bernhard, Emil Cioran, Samuel Beckett, etcétera), no hacen más que recordarnos o enfatizar el supuesto de que hemos sido lanzados al mundo sin ningún objeto o finalidad, y de que nuestro horizonte se encuentra dominado por el ineludible acecho de la muerte. Es decir, por la constante angustia provocada ante la posibilidad de cesar, de ya no estar. Y tal angustia da sustancia a cierta clase de creación artística. Por supuesto se trata de una postura romántica, en tanto que el romanticismo no es sólo una tendencia histórica determinada (aunque haya prevalecido en un par de siglos específicos), sino un rasgo esencial del carácter y del temperamento humanos. Isaiah Berlin escribió que si llevamos el romanticismo a sus últimas consecuencias termina siendo una forma de demencia. Yo estoy de acuerdo; sin embargo, creo que los ideales o las utopías son ridículos o demenciales per se, de allí su valor y su consistencia. Todas las certezas lo son a medias y es allí donde se impone el sentimiento trágico en una región de la literatura. Así, autores como Imre Kertész, Cioran y otros consideraron abominable la búsqueda del éxito, la cual les resultaba en sí burda, ordinaria y pírrica.

En Fandelli conjeturas que el pasado puede ser un desfiguro. ¿Cuál es el peso de la memoria al momento de escribir?

La memoria es dolorosa puesto que su opacidad te causa un gran desconcierto. Por ello deviene mito o mentira mitológica. La memoria sólo vive o como un conjunto de traumas (a veces inexplicables) o como un mito creado desde el presente y la literatura. Los libros son mensajes de extraños que desean compañía. Yo soy fatalista y mi memoria es un charco de detritus, pero de vez en vez aparece el sol.

Ahora lees filosofía desde perspectivas diversas y la incluyes en la ficción. Ese panóptico se vuelve el eje de tu obra reciente. ¿Cómo percibes la curiosidad filosófica?

La curiosidad no mató al gato, sino al hombre. Yo soy escritor de ficciones —es mi oficio— e incluso considero que los ensayos que he escrito son también obras de ficción. Yo no he leído de otra manera la filosofía sino como un lector de novelas, y muy desordenado. Y ha resultado estupendo, puesto que los libros de filosofía son novelas aún más extrañas, crípticas y entretenidas que la mayoría de obras que se adjudican ser parte del género novelesco. Insisto en que la filosofía está hecha de palabras, igual que los códigos civiles o los tratados acerca de cualquier tema humano (Charles Bukowski hojeaba libros de biología); me acerco a ellos con curiosidad, no sólo para saber y entretenerme, sino para crear y practicar una gimnasia literaria. Un escritor que no lee filosofía resulta, a mis ojos, algo ingenuo y un tanto pueril porque nos quiere convencer de una verdad fantasiosa a partir del mero recurso de su imaginación. Además lo hace en una época de incredulidad, nihilismo absoluto y predominio de los medios visuales de comunicación y entretenimiento. La literatura tiene, si quiere sobrevivir, que ofrecerte algo distinto: ser peligrosa.

En Fandelli te refieres a la demencia. ¿Crees que la demencia, percibida como locura y vesania —y no como el estado de degeneración progresivo e irreversible de las facultades mentales—, sea un factor creativo?

Sí, claro; el demente o el romántico alteran el mundo desde su mirada. Este mundo no es más que la extensión de uno mismo. Lo deforma y al deformarlo lo crea. La normalidad no existe, sino como imposición civil o hipocresía compartida para que ese mundo heterogéneo del que habla Georges Bataille no se destruya, para que las pasiones simulen ser dominadas, para que los bárbaros no se maten entre sí; pero el escritor no es una persona normal, es un demente arbitrario que cree dar vida a personajes en sus páginas y que crea un orden singular, personal y muchas veces incomprensible incluso para él mismo. ¿De dónde obtuve yo el impulso y la energía para escribir Fandelli? No tengo idea.

Los recuerdos acosan a la voz narradora. ¿Qué opinas del ars memoriae?

El arte de la memoria es un juego a posteriori que puede ser entretenido, pero nadie sabe qué pasa allí dentro, en esa burbuja oscura y compleja que llamamos memoria. Incluso los traumas que guardamos en ella van asumiendo otra significación a lo largo del tiempo. Y no obstante lo anterior, existen fuerzas o impulsos vitales que te lanzan en una dirección en vez de otra. ¿Cuál es el origen de estos impulsos? Henri Bergson escribió al respecto. El interior transforma el exterior a su gusto. Y nadie sabe por qué.

En Fandelli hay evocaciones de la muerte. ¿Piensas a menudo en tu propia mortalidad?

Sí. ¿Qué sentido tiene vivir y aprender o tener experiencia acumulada si uno terminará muriendo? ¿Dejar una herencia o continuar la marcha de la especie humana? No me interesa —yo no tengo hijos— y menos cuando me enfrento al tiempo fugitivo, el parpadeo cósmico que es la vida de un ser humano. Pienso en ello y también acepto que no me siento cómodo en este mundo, en general, que en su mayoría me parece brutal, cruel y carente de inteligencia. El daño al medio ambiente y la ausencia de justicia social, económica, etcétera, todo ello es decepcionante; he allí una de las razones por las que me recluyo en la literatura y en las historias ficticias. El alcohol no me preocupa, no lo ligo a la muerte, sino a la vida.

Una suma de “lamentos melancólicos” cobra importancia: la voz narradora recuerda sus lecturas de Franz Kafka, Henry Miller, Jean-Paul Sartre y Albert Camus. ¿Crees que las lecturas le otorgan veracidad al mundo?

Son el único mundo habitable: la literatura y el sexo. Lo demás es prescindible en mi ánimo. El arte es posibilidad de tierra firme, es un verdadero lugar en el que echar raíces. Es conversación con todos los yos que te habitan y una prueba concreta de la existencia. La ausencia de lecturas en una persona es más notoria que si anduviera desnuda y, además, su brutalidad tiene consecuencias directas en el mundo compartido o en la comunidad que habita.

La voz asevera: “Tendrás que seguir viviendo sin importar cuántas veces simules a la muerte y te suicides contando historias anómalas”. ¿Qué opinas de la muerte voluntaria?

El suicidio es un privilegio, y para algunos de nosotros la única razón de continuar vivos. Nadie tiene derecho de entrometerse en tus decisiones al respecto, ¿qué clase de ética respalda a quien dice estar en contra de la muerte voluntaria? Sus argumentos, si bien denotan una postura, una dirección de conciencia, pueden ser nulos o carecer de sentido a ojos de otro ser humano. No hay argumento ético universal, aunque se siga la regla kantiana de manifestar nuestros juicios como si debieran valer para todos. La razón naufraga ante el dolor, la decepción metafísica o el relativismo inteligente. Y un apunte más respecto a esta novela que parece ser biográfica y que sólo en algún sentido lo es: Isaac Bashevis Singer decía que sus ficciones eran su verdadera biografía, y que su biografía era su verdadera ficción. Tal, me arriesgo a decir, es el caso de Fandelli.

Imagen de portada: Francisco de Goya, El aquelarre, entre 1819-1823