periódicas Árboles SEP.2025

Alondra Reséndiz Ascencio

Tres monos aulladores en medio de una ola de calor

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Cuando un saraguato vocaliza, el ruido que emite envuelve todo a su paso: desde la ceiba más alta de la selva hasta la última hoja de los cacaotales. Estos primates expresan su grandeza por medio de la garganta, con la cual rugen, ladran y hacen sonidos de corto y largo alcance que se propagan a una distancia de hasta cinco kilómetros. Sus rugidos son ásperos, como si provinieran de una gran bestia, pero los monos aulladores apenas son perceptibles entre las copas de los árboles.

​ Decenas de ellos dejaron de aullar entre mayo y junio de 2024, en el sureste de México. Cayeron de los árboles. Tropas enteras yacían en el suelo, deshidratadas y casi inmóviles. Las crías que permanecían con vida abrazaban a sus madres muertas. El calor fue tan intenso que más de trescientos saraguatos murieron en Tabasco, Chiapas, Veracruz y Campeche. La evidencia sugiere que el golpe de calor fue agravado por la limitada hidratación de los monos y la dieta menos diversa con la que se alimentaban, usual en los hábitats alterados.1 Este episodio mermó aún más la población de aulladores, que ya habían sido clasificados como “vulnerables” en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

​ El 18 de mayo Tabasco registró la máxima temperatura histórica para dicho mes: el termómetro marcaba 44 grados centígrados, pero la sensación térmica superaba los 50.2 El calor era sofocante, como de encierro perpetuo, y apelmazaba todo. Durante dos meses los campesinos no registraron lluvias, entonces sobrevino la sequía y los montes comenzaron a arder.

​ A doce kilómetros de Villahermosa, el fuego arrasó con una porción del Bioparque Saraguatos,3 un resquicio de selva conservado por el veterinario Bernardo Mendoza y su familia. Junto con la familia Zurita y otras defensoras del territorio, se volcaron a apagar el incendio con cubetas, mangueras y lo que encontraron a la mano. La piel les ardía, el humo los sofocaba, pero los aullidos de los monos los instaron a seguir.4

Saraguato en un cacaotal durante la ola de calor, Tecolutilla, Tabasco, mayo de 2024. Fotografía de Luis Iván Sánchez. Cortesía del fotógrafo.

A través de los ojos de Bernabé

El día en que Bernabé, un saraguato de pelo largo negrísimo, y rojizo en la espalda, llegó a las manos de Elizabeth Sánchez se encontraba inmóvil, conectado a un suero. “Cuando lo recibí era un mono de cartón. Lo levantabas y estaba tieso. Apenas movía los ojos. Estaba todo demacrado”, recuerda la veterinaria.

​ Bernabé, un macho adulto de aproximadamente dieciocho años, fue hallado inconsciente en el estrato bajo de un árbol. Había sido víctima de un shock térmico. Fue canalizado inmediatamente a una unidad médica temporal en Cunduacán, gestionada de modo emergente por la asociación civil Conservación del Usumacinta (Cobius), la Alianza Nacional para la Conservación de Primates, el ayuntamiento del municipio y un grupo de voluntarios. Si bien en Tabasco viven tres especies de primates no humanos —el mono aullador de manto (Alouatta palliata mexicana), el aullador negro (Alouatta pigra) y el mono araña (Ateles geoffroyi)—, en el estado no existe ningún sitio oficial de rehabilitación para la fauna silvestre.

“Fue algo hermoso: Rita se acercó al macho, lo olió, lo abrazó y lo calmó, mientras llamaba a las otras hembras para que subieran al árbol. También se acercó a las hembras del grupo residente. Hizo un trabajo de mediación que evitó la agresión.”


​ La unidad médica era, en realidad, un estadio de béisbol. Aquel mayo, antes de que fuera inaugurado como centro deportivo, se convirtió en una clínica. Los apartados diseñados para los comercios fueron transformados en salas de atención médica; las tablas de concreto para despachar botanas y bebidas se volvieron camas para monos abatidos. En los pasillos había mesas con donaciones: medicamentos, jeringas, frutas, agua y jabón. Los salones climatizados fueron adaptados para atender a las crías. Jaulas de distintos tamaños, con ramas en su interior, poblaban el estadio.

​ Elizabeth fue parte de la veintena de veterinarios que viajaron a Tabasco desde distintos estados para apoyar voluntariamente a los animales durante la emergencia. Ella se trasladó desde Yucatán pensando que su estancia se prolongaría unos cuantos días, pero terminó quedándose un mes.

Todas las fotografías son de las veterinarias Yuliana Ojeda y Elizabeth Sánchez, quienes atendieron a los saraguatos durante la crisis. Fueron tomadas en la unidad médica temporal de Cunduacán, entre mayo y junio de 2024. Cortesía de las fotógrafas y de Alondra Reséndiz Ascencio.

​ Sin voz y sin fuerza, Bernabé se comunicaba por medio de miradas con Elizabeth. “Trabajar con primates que estuvieron en vida silvestre y luego llegaron a cautiverio es complicado por la cantidad de estrés que sufren. Están acostumbrados a vivir en las copas de los árboles, donde no ven una mano humana que les intenta dar una fruta o papilla por medio de una jeringa.” Además de descubrirse de pronto en un estadio, los saraguatos estaban heridos, separados de sus tropas y rodeados de gente.

​ “Los monos ven en tercera dimensión, como nosotros” y los que pertenecen a la especie de Bernabé son los únicos primates del continente americano que perciben tres espectros de color (verde, rojo y azul). Por ello, su visión es nítida y distinguen detalles concretos. Y lo que Bernabé veía eran jaulas, concreto, manos humanas: todo lo contrario a su hábitat.

​ La primera tarea del equipo médico fue administrar protectores hepáticos, pues los shocks térmicos afectan el hígado y los riñones. Debido a que los saraguatos se alimentan de hojas y frutas, los veterinarios diseñaron una dieta basada en hojas de matapalo, ramón y otros árboles locales, que suministraban en forma de papilla y usando jeringas. Añadieron suplementos y multivitamínicos, además de elaborar los historiales clínicos de sus pacientes.

​ Pero el caso de Bernabé era grave: no podía caminar, se mantenía postrado y le salieron llagas. Requería atención las veinticuatro horas del día. Los médicos diagnosticaron que le quedaban pocos días de vida.

Un Rayito intrépido

Rayito tenía apenas dos meses y medio de haber nacido cuando llegó a la unidad de atención médica en el estadio. Lo nombraron así por su rasgo físico más llamativo: una raya beige a la mitad de la cola, cuyo color resaltaba entre su negro pelaje. Con el paso del tiempo, las crías aprenden a usar su larga cola prensil para sujetarse de las ramas. Sin embargo, al principio necesitan de sus madres para sostenerse; se aferran a ellas durante los primeros meses de vida, incluso si mueren. Por ese motivo, los cazadores de animales destinados al tráfico ilegal matan a las hembras adultas y raptan a sus crías. Rayito no perdió a su madre por obra del disparo de un cazador, sino por un letal golpe de calor.

​ Al llegar a la clínica, las nueve crías, incluido Rayito, tenían diarrea. “Si entrabas, gritaban y gritaban, todo el tiempo estaban llorando”, recuerda la veterinaria Yuliana Ojeda, quien viajó desde Quintana Roo para sumarse a la tarea de rescate. La doctora explica que es difícil rehabilitar a las crías sin la infraestructura y el personal adecuados. Por ejemplo, estos monos requieren una dieta específica porque son herbívoros fermentadores. Por otra parte, el lapso de crianza es de dos años y medio aproximadamente, comienzan a valerse por sí mismos a los cuatro o cinco años y sólo después es posible liberarlos.

​ “A los bebés que no se movían les acerqué un peluche. Cuando sintieron la parte afelpada, se abrazaron a él y paró el llanto”, relata Yuliana, quien tiene experiencia asistiendo a crías de saraguatos y sabía que no cualquier muñeco les brindaría seguridad, así que llevó unos peluches marrones, de pelo largo y más grandes que ellas. Todos los pequeños monos jugaban, dormían y comían con sus peluches.

​ En las fotos de Yuliana cada monito aparece con un peluche marrón, salvo por Rayito, quien está encima de un peluche verde con audífonos gigantes. Rayito mira fijamente a la cámara, tiene sus ojos bien abiertos y brillantes, está atento a lo que sucede frente a él. Sus brazos sujetan la cabeza del falso mono y con la cola rodea su cuello.

​ Un día soltó el peluche y comenzó a trepar las ramas dentro de las jaulas. No le gustaba consumir leche con chupones porque se le inflamaba el estómago, en cambio, prefería las jeringas. En su certificado de salud, Yuliana consignó: “Rayito (macho). Queda certificado que goza de excelente salud tanto interna como externamente. Presenta excelente adaptación a la leche, a sus papillas y al consumo ad libitum [a voluntad] de hojas. Es el macho más dominante de las nueve crías”.

​ A Rayito, el más intrépido del grupo, le gustaba jugar fuera de su jaula. Después de todo, había pasado un tercio de su vida en una clínica emergente, muy lejos de la vida silvestre que conoció. Las autoridades de la Secretaría del Medio Ambiente decidieron trasladar a todas las crías al Centro para la Conservación e Investigación de la Vida Silvestre, en el Estado de México.

LA SOLIDARIA RITA

La misma ola de calor separó a Rita de su cría. Ambas se desplomaron, deshidratadas y débiles, de un árbol y ella no fue capaz de seguir amamantando. “Le dimos su cría a una hembra más joven, para que la cuidara”, explica Gilberto Pozo, doctor en Ciencias y director de Cobius.

​ También Rita fue a dar a aquella clínica. Antes había estado internada junto con otros monos en una veterinaria de Tecolutilla, Comalcalco, a una hora de distancia. Para auxiliarlos, el médico Sergio Valenzuela dispuso su consultorio, una habitación blanca a la que los animales entraban por un pasillo lleno de medicamentos. El calor seguía sin dar tregua y, por primera vez, Sergio rehabilitaba monos al tiempo que atendía entrevistas con medios de comunicación de varios países. La mortandad de los aulladores se había vuelto noticia mundial.

​ “Yo jamás imaginé que pudiéramos estar hablando de una posible extinción local tan rápida”, comenta el doctor Gilberto. Las consecuencias del calor lo tomaron por sorpresa, a pesar de sus dos décadas de experiencia en ecología, comportamiento y conservación de fauna silvestre, con especialidad en primates.

​ Gilberto recuerda que Rita fue recuperándose con medicina y alimentación asistida. Ejercitó sus músculos y poco a poco fue mudándose a jaulas cada vez más grandes. Cuando recobró la fuerza empezó a relacionarse fácilmente con otros monos. Era una mediadora cariñosa que se fijaba en los demás y los unía. Un día Gilberto le ofreció un chicozapote y Rita comenzó a morderlo hasta que se acercó otra hembra y le compartió el fruto.

​ Los adultos, a diferencia de las crías, están listos para volver a la vida silvestre tras una recuperación favorable. En junio del año pasado, Rita y otras hembras volvieron a mirar el verdor de su mundo. El equipo que las liberó, integrado por personal de Cobius y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, temía que los monos que seguían viviendo en los montes atacaran a las nuevas integrantes, pero Rita supo manejar la situación. Nunca dejó de proteger a las hembras jóvenes con las que recobró la salud. “Fue algo hermoso: Rita se acercó al macho, lo olió, lo abrazó y lo calmó, mientras llamaba a las otras hembras para que subieran al árbol. También se acercó a las hembras del grupo residente. Hizo un trabajo de mediación que evitó la agresión”, relata Gilberto.

Los monos recuperan la voz

Inmóvil, Bernabé enfrentaba uno de los peores pronósticos del grupo. Los médicos ajustaron su dieta e implementaron una serie de cuidados hasta que, por fin, Bernabé se movió. Los veterinarios lo tocaron y alzó la cola. Más adelante, comenzó a arrastrarse por el suelo para poder desplazarse de un sitio a otro. Empezó a tragar con menos dificultad sus alimentos. Después de reposar en una hamaca adaptada especialmente para él, pudo jalar las hojas de unas ramas introducidas en la clínica como parte del enriquecimiento ambiental. Luego se subió a una jaula pequeña y logró colgarse.

​ Para levantar el ánimo de otros saraguatos adultos, el equipo encargado de cuidarlos ideó algunas técnicas. “En las mañanas, los adultos disfrutaban de un baño de sol en sus jaulas. Aparte, empezamos a poner vocalizaciones de aulladores”, describe la veterinaria Elizabeth. El hioides es un hueso en forma de u que se encuentra en la parte anterior del cuello de algunos animales. En el caso de los saraguatos, se trata de un hueso agrandado que les permite amplificar sonidos. Es como si tuvieran una caja de resonancia integrada con la que siembran avisos en la selva. Tras una semana de reproducir los ruidos típicos de la especie, un sonido estalló como señal de triunfo: un macho adulto comenzó a vocalizar.

​ La conexión emocional de la doctora Elizabeth con los aulladores surgió de la época en que trabajó en un zoológico. Asegura que las emociones son cruciales para la rehabilitación de estos animales. Gracias a ello, Bernabé mostró signos de mejoría, pero su vida no volverá a ser la misma. La Semarnat determinó que su destino será Yumká, un área natural protegida que se considera un centro turístico, en Villahermosa.

​ Las de Rayito y Bernabé son historias exitosas de rehabilitación, al menos mientras estuvieron en la unidad médica, y Rita incluso pudo reintegrarse a su hábitat natural. Los saraguatos que lograron sobrevivir regresaron, con sus míticos aullidos, a los montes. Sin embargo, se estima que murió el 31 % de los aulladores de la Chontalpa a causa de la devastadora ola de calor de 2024. En total, se registraron 286 cadáveres en Tabasco, 37 en Chiapas, 24 en Veracruz y 3 en Campeche.

​ “Todos queremos que esto no se repita, pero debemos tomar acciones preventivas: cero deforestación y cero incendios”, advierte el doctor Gilberto. Esta especie aún vive en los fragmentos y remanentes de la selva. Muchos habitan en los árboles más grandes de los cacaotales de la región Chontalpa. Pero las carreteras y los cables eléctricos atraviesan los montes y varios monos mueren atropellados o electrocutados. De ahí que el doctor Gilberto insista en remedios de mayor alcance: “las reforestaciones y los estudios de conectividad y salud se tienen que implementar sí o sí, para evitar que vuelva a ocurrir este tipo de emergencia ecológica” y que los saraguatos fallezcan por la intromisión de los humanos en sus selvas.

Imagen de portada: Una cría de saraguato afectada por la ola de calor en la clínica veterinaria del Dr. Sergio Valenzuela, Tecolutilla, Tabasco, 2024. Fotografía de Yuliana Ojeda. Cortesía de la autora.

  1. Un equipo involucrado en la rehabilitación de monos durante la contingencia, y con experiencia en medicina veterinaria, primatología y conservación, lo constató en el estudio “Howler Monkey Die-Off in Southern Mexico”, publicado en American Journal of Primatology

  2. La temperatura promedio mundial en 2024 fue la más alta registrada en el periodo 1850-2024, de acuerdo con los datos monitoreados por la Organización Meteorológica Mundial. 

  3. Se trata de una Unidad de Manejo Ambiental. 

  4. En Tabasco sólo queda el 3 % de la vegetación original. Entre 2001 y 2023 se perdieron cuatro millones de hectáreas de bosques en México, de las cuales el 19 % era selva tropical primaria.