Damas con antifaz, de Rita Abreu

Revoluciones / crítica / Octubre de 2017

Cecilia Kühne Peimbert

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Para el oído somos

En tiempos de otras creencias más fanáticas y específicas, nos dijeron que en un principio había sido el Verbo. Después sospechamos que el verbo era la voluntad de la palabra —voluntad divina, por supuesto— y que por ello todo había aparecido, luminoso. Pero luego las cosas comenzaron a complicarse, la luz a contaminarse y el verbo se convirtió en gritos. La alegría de vivir en el paraíso duró menos que una carcajada y de la expulsión todavía no nos reponemos. Fue culpa de ella, de Eva. Por sucumbir a la serpiente, morder esa manzana y comerse los placeres y dolores del entendimiento. La ira del Creador —como es habitual— no tuvo límites. Y en su palabrería de seis días decretando el orden del cielo, la tierra y sus muchedumbres, cual si de una radionovela se tratara, distinguió a dos géneros por su sexo y papel y ordenó que la voluntad de crear a través de la palabra no fuera potestad de las mujeres. Así lo padeció Sor Juana Inés de la Cruz al recibir la carta del obispo de Puebla, firmada con el seudónimo de Sor Filotea, donde además de prohibirle volver a escribir y dejar de investigar, hipócrita y esquivo, le advierte: “Letras que engendran elación, no las quiere Dios en la mujer; pero no las reprueba el Apóstol cuando no sacan a la mujer del estado de obediente”. Y cómo, muy elegante en su desobediencia, le explica, en modo epistolar, que hasta batir un huevo tiene que ver con las leyes de la física, remata diciéndole que podía renunciar a todas las formas de aprender, pero nunca a la hechura de su espíritu (y de paso escribe una de las mejores piezas de la literatura mexicana). Más siglos de silencio transcurrieron hasta que comenzó a gestarse otro universo donde la mujer logró armar un espacio de expresión y libertad: la radio. Invento de creación a domicilio, emisor de palabras que arden y resuenan, donde todas las ilusiones se convierten en verdades y sólo la realidad se escucha, la radio es por antonomasia comarca de mujer. Y la historia de este mundo en el ámbito mexicano es contada con especial precisión en Damas con antifaz. Mujeres en la radio 1920- 1960, de Rita Abreu. Trabajo insólito en todas sus aristas, Damas con antifaz es producto de una investigación de mucho tiempo y el resultado de casi toda una vida ante el micrófono, hablando de arte, ideas, cultura y otras voces. En este volumen, Rita hace un recorrido por la radiodifusión me­xi­cana desde sus primeras y asombrosas transmisiones, y no deja de provocar reflexiones y redirigir la atención hacia este medio, un compañero que siempre está presente y a fuerza de sonar nos ha convencido de que, en realidad, la ventana del alma no son los ojos sino el oído. Advertidos de que el libro se centra en la participación e influencia de las mujeres en la radio, los lectores también se encuentran, en ordenado concierto, con personajes y pasajes de la historia nacional que no imaginaban que tuvieran algo que ver con el cuadrante. Nos enteramos, por ejemplo, de la inauguración en 1923 de El Mundo, la emisora de Martín Luis Guzmán donde María Tubau cantó “una tonadilla” sobre una besucona despedida en una mañana de niebla; la primera emisión privada en voz de una mujer —la niña María de los Ángeles Torres Camacho— el 27 de abril de 1921 desde el Teatro Ideal, ubicado en la calle de Donceles; la aparición de la emisora CYL de Raúl Azcárraga en copropiedad con El Universal Ilustrado; el surgimiento de emisoras casi institucionales, como las del Partido Nacional Revolucionario (PNR), la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Relaciones Exteriores; los planes políticos y radiofónicos de presidentes, empresarios y buscadores de talentos; el surgimiento de la muy influyente cigarrera de El Buen Tono y su influencia en la locución de comerciales; las radionovelas, El Teatro del Aire y, por supuesto, el surgimiento de la XEB, la XEW-AM, Radio Mil, el IMER y la radio universitaria. En su libro, la autora retoma los mejores tiempos, no necesariamente más fáciles, de figuras notables para la expresión femenina, estuvieran de acuerdo o no sus auditorios, y se alinea con ellas. Sirvan de muestra otras voces y anécdotas de ilustres damas mexicanas, como Rosario Castellanos, cuando retoma su desagrado por el silencio obligatorio de las mujeres y en su libro Mujer que sabe latín escribe: “A lo largo de la historia (la historia es el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, y todo lo que queda fuera de él, pertenece al reino de la conjetura, de la fábula, de la leyenda, de la mentira), la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana: un mito”. Hay furia fundamental en sus palabras. Rabiosa decepción por la desigualdad, la discriminación, la estupidez. Porque si la condición fantástica de la mujer equivale a ser un mito, la naturaleza “excepcional” de lo femenino equivale también a ser incomprensible como una fábula, y solamente cercana al arte si de artificios se trata (colorete, carmín o el merengue de un pastel). Castellanos lo pensó, las mujeres lo dijeron y habían gritado mucho para conseguir el voto y tener la conciencia más despierta. Rita Abreu así lo piensa y lo escribe y lo dice en la radio casi todos los días. Damas con antifaz cuenta, de una manera diferente, cómo el sexo femenino en México, a través de los años, fue tomando la palabra. Primero por escrito —poemas, declaraciones, cartas secretas— y después, tímidamente, dejándose ver. Con los ojos las leyeron y para la vista fueron. Pero siguieron siendo molestas y escandalosas si se subían a un escenario y se mostraban. Ya fuera haciendo de actrices, vicetiples o cantantes. Y cuenta Rita que, al principio, nunca estuvieron incluidas en ensayos o textos académicos, ni fueron locutoras de sus propios programas. Ignoradas por querer dirigirse al público, por llamar la atención, y mucho más si eran inventos casi diabólicos, como esa “máquina de vanguardia”, como llamaron a la radio cuando apareció (“ya las habíamos visto, mudas, en las películas, ¿ahora teníamos que escucharlas?”). En ello reside parte del encanto de Damas con antifaz: es un recorrido apuntalado por las mujeres de la radio y en la radio. Desde las instrumentistas que engalanaron las presentaciones de las emisoras —como bien dice su virtual contraportada— hasta las charlistas, actrices de radio teatros, divas de la canción, estrellas de las radionovelas, maestras de economía doméstica, doctoras para el alma, como Gloria Iturbe, alias La Doctora Corazón; escritoras de melodramas estrujantes, como Caridad Bravo Adams, Marissa Garrido y Fernanda Villeli; intelectuales del calibre de Raquel Tibol o de poética estridencia como Pita Amor. La otra parte del encanto es que sea precisamente Rita Abreu —de estupenda voz y sabiduría radiofónica— quien nos lleve de la mano a conocer a estas damas con “voces-antifaz”, mujeres sin máscara, pero con el poder de su propio verbo, fueron develando y transformando todo de manera curiosamente revolucionaria: usando como bastión la radio y como arma la palabra, y dejando en suspenso todo lo que falta.

Rita Abreu Ink, México, 2017