La vida feral

Contracultura / panóptico / Marzo de 2021

Idalia Sautto

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Kiki llegó a mi vida a finales de 2016. El hospital veterinario que la atendió la bautizó con ese nombre. El objetivo era esterilizarla y echarla de vuelta a la calle, pero mi hermana insistió mucho en que yo adoptara a esta gatita. “Es muy especial”, me dijo. “No tienes que hacer nada con ella, sólo alimentarla, porque nunca te va a pedir cariños o atención”. La descripción me pareció un poco rara. Mi experiencia con los gatos siempre había sido de compañía y de enorme cariño. Tener un gato que no se dejara tocar me resultaba muy extraño. La naturaleza de los gatos puede entenderse desde la oposición entre lo feral y lo doméstico. Pienso en las momias del British Museum: una serie de gatos momificados pertenecientes al periodo romano, antes de la conquista árabe en Egipto. Estas momias felinas que acompañan las tumbas de los faraones nos hablan ya de la importancia que tenían en la vida cotidiana del año 30 de nuestra era. Intentar la inmortalidad de un gato a través de su momificación también es el vestigio más antiguo de una voluntad de integrar a la cultura a un acompañante de otra especie. En realidad, hasta hace muy poco comprendí la diferencia entre un gato doméstico y uno feral. Kiki es una gatita feral que llegó a vivir conmigo de un día para otro. Muy al principio me pareció un reto tener un animal con estas características. Creí que quizá un grado de ese salvajismo se iría aplacando. Pensaba que todas las cosas, todas, por más dolorosas o traumáticas que sean, siempre se terminan aplacando con el tiempo. Han pasado ya cinco años desde que Kiki llegó y aún es imposible tocarla. Me enteré de las campañas de TNR (Trap, Neuter and Release, ”atrapa, esteriliza y regresa”, en español) por mi hermana, ella es médica veterinaria y hasta entonces lo único que sabía sobre la adopción de gatos venía de mi experiencia con gatos domésticos. Hace menos de un año, cuando por la pandemia de covid-19 un mercado por primera vez se vio en la necesidad de cerrar sus puertas, mi hermana vio la oportunidad de hacer ahí una campaña de este tipo. La mayoría de los mercados tiene sobrepoblación de gatos y resultan un buen lugar para implementar esta medida. Acompañé a mi hermana en esta misión, motivada por la experiencia de conocer más sobre el proceso. El TNR se hace de preferencia por la noche, cuando no hay mucho movimiento y los gatos sienten más confianza de salir. En el mercado al que fuimos hay una sobrepoblación de más de cincuenta gatos. Las mismas personas del lugar los alimentan porque son cazadores y controlan las plagas de ratones. Cuando llegamos nos dimos cuenta de que algunos de los locales no habían recogido los platos con croquetas, gracias a eso ninguno de los gatos tuvo que salir de su refugio en busca de comida. La velada en la que se realizó el TNR se extendió de las nueve de la noche a las cinco de la mañana y sólo cayeron cinco gatos en las jaulas. Aunque la práctica se ha implementado en toda la ciudad, aún hay mucha ignorancia sobre estas campañas. Hay cierto estigma contra este tipo de trabajo, como si esterilizar fuera una manera de “quitarle vida” a un gato. Lo cierto es que la esterilización es la única medida que existe para evitar la sobrepoblación y el descuido de la especie. Para realizar un TNR primero se tienen que identificar lugares con sobrepoblación de gatos: predios abandonados, mercados, unidades habitacionales, terrenos baldíos, etcétera. Después hay que buscar a la persona a cargo de esa zona y pedirle permiso para poder realizar la campaña con eficacia. En el caso específico del mercado Siglo XXI, mi hermana tiene trato directo con una rescatista de animales; fue ella quien identificó el lugar y se dio cuenta del problema.

Gato capturado y esterilizado, de la serie “La vida feral”. Fotografía de Alex Tapia, 2020. Cortesía del autor

Llegamos a las ocho de la noche y el director del mercado ya había habilitado un local vacío para colocar las mesas donde iban a operar a los gatos. Mi hermana, junto con su equipo de trabajo, esterilizó el lugar y dispuso las herramientas de cirugía. Se colocaron las jaulas en puntos estratégicos del mercado, ocultas con cobijas para disimular la trampa. Un gato feral lo que menos quiere es ver a un humano; para poder atraparlo existen contenedores especiales que funcionan con un pedal de captura y que pueden prevenir que se dé cuenta del engaño. La jaula, además, facilita la administración de medicamentos y la observación del animal. Después de la operación se suministran también vacunas y se hace un corte en la oreja izquierda para que los felinos intervenidos se puedan identificar como gatos TNR. El corte es una señal universal para identificar que un gato ya está esterilizado. El TNR no es una práctica que se haga todos los fines de semana porque, para organizar una campaña de este tipo, se necesita la voluntad de muchas personas. Es importante mencionar que en México a casi nadie le importa hacer un TNR: se requiere de médicos veterinarios que sepan llevar a cabo operaciones no invasivas, porque se trata de gatos que no podrán tener un seguimiento después de ser esterilizados. Hace un par de años se llevó a cabo un TNR en un parque a las afueras de la ciudad. Se hizo en perros y gatos pero no se siguieron las técnicas de no invasión. Hay dos formas de operar a un gato: entrar por en medio o de costado (óptimo sobre todo en el caso de las hembras). Si un gato feral alcanza a lamerse una herida en su vientre puede llegar fácilmente a abrirla por completo y seguir hasta encontrarse las vísceras. Es muy escandaloso ver a un gato morir por una mala praxis; y que las intervenciones terminen en tragedia resulta aún más terrible para las personas que se vieron involucradas en la petición de permisos para realizar las campañas. En aquel parque la gente empezó a ver cómo se morían los perros y gatos recién operados por el mal manejo ambulatorio. Otra razón por la que tampoco se hacen campañas de TNR en población de gatos es que los ferales no suelen ser el estereotípico felino adorable de los #catsofinstagram. Son animales flacos, con hongos o sarna, que nadie quiere, que no son bonitos y que han tenido muy mala vida. Están abandonados y nadie les hace caso, y da igual si padecen hambre o sed o si están enfermos. Con todo, el TNR no es para ayudar a los animales que ya nacieron, su finalidad es evitar la reproducción.

Gato liberado después del TNR, de la serie “La vida feral”. Fotografía de Alex Tapia, 2020. Cortesía del autor

En países del primer mundo se considera un lujo tener un gato o un perro. En México no existe una legislación para cuidar un animal de compañía. Esto permite que exista una enorme cantidad de gatos y perros en situación de calle. Muchos sufren abandono, los atropellan, los envenenan, los violan: el historial de maltrato animal en nuestro país es enorme. Las historias de abuso en las prácticas con animales que no tienen un hogar son abrumadoras. También existe una parte triste del TNR: hay gatos que ya no se pueden regresar a las calles. Los que tienen fracturas, son muy viejos o están enfermos. Un gato que da positivo a leucemia o a virus de inmunodeficiencia felina es candidato a eutanasia. No se puede devolver a uno de estos felinos con leucemia porque puede contagiar a los demás. Los ferales no son candidatos a la adopción porque viven estresados en cautiverio. Estos gatos quizá tengan la buena suerte de tener un cuidador. Hasta el momento, hacer campañas de TNR resulta una opción para evitar que vengan más animales a sufrir al mundo. Es posible agarrar gatos muy bebés con buenas posibilidades de encontrarles un hogar. Puede pensarse al gato feral como uno de tantos residuos de la sociedad capitalista. No son un negocio para nadie, por esa razón a nadie le importa aportar económicamente a este tipo de campañas. Las personas encargadas de realizar TNR lo hacen de manera voluntaria, por amor a la vida de esta especie. Kiki me ha mostrado más de la naturaleza que cualquier curso de ontología o de latín. Esta gatita ha dejado claro cuáles son los límites entre su vida y la mía. Me enseñó a ver la naturaleza de su especie; sin estar domesticada sólo es esa vibración salvaje la que la mueve a refugiarse por instinto y a comer por sobrevivencia. Podemos habitar juntas sin tener que tocarnos. Sabe que no le haré daño pero de ninguna manera me permite acercarme. La vida salvaje de Kiki también me ha revelado este universo en donde hay más gatos en situación de calle que los que puede tolerar la ciudad. La gente sigue abandonando a sus mascotas porque no puede o no quiere hacerse cargo. Frente a este panorama, el TNR tendría que volverse una práctica cultural de nuestros tiempos. ¿Cómo podemos cultivar el arte de cuidar la vida salvaje de la ciudad? ¿Cómo lograr que las siglas TNR detonen una urgencia por detener la sobrepoblación de gatos y perros ferales? ¿Cómo convertir el bienestar de un gato en una práctica común?

Imagen de portada: Gato en proceso de esterilización, de la serie “La vida feral”. Fotografía de Alex Tapia, 2020. Cortesía del autor