No se puede derribar a Los Halcones con una pistola de plástico
Leer pdfCon el tiempo, Los Halcones dejaron de ser el temido grupo paramilitar que trabajaba al servicio del gobierno mexicano, sin embargo, algunos de sus exmiembros conservaban las armas y el conocimiento sobre cómo ejercer violencia. Un día de 1971 un grupo de halcones estacionó un Opel en una calle de Polanco y entraron a un restaurante con unos fusiles en ristre. En pocos minutos se hicieron de un botín que alcanzó la suma de cuatrocientos pesos, que equivalía a doce días de trabajo ganando el salario mínimo.
De repente, la banda notó que había un policía auxiliar cerca. Lo encañonaron para quitarle su arma y enseguida se dieron cuenta de que portaba una pistola de plástico. No tenía forma de defender a nadie, ni siquiera a él mismo. Cuando tenían encañonado al agente, despojado ya del juguete, pasó una patrulla de las verdes —pertenecían al cuerpo de policías auxiliares—. Sus tripulantes advirtieron que había un robo a mano armada en curso, pero se hicieron los disimulados.
A Sergio San Martín, el Watusi, no pareció sorprenderle ni la pistola de plástico ni que la policía fingiera no percatarse de la situación. Inexpresivo, el ex halcón relató todo esto a los elementos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) cuando lo detuvieron, por una serie de robos, junto con los demás miembros de la banda.
San Martín, otrora instructor de artes marciales de Los Halcones, comenzó su relato hablando del Opel, que robó porque pensó, al verlo estacionado en la Unidad Habitacional Lindavista Vallejo, que quizá arrancaría con la llave del automóvil de su esposa, del mismo modelo y marca. Después de asaltar el restaurante en Polanco, abandonó el coche cerca del cabaret Barba Azul, fundado por un refugiado de la guerra civil española y convertido en refugio de rumberas, artistas y vedettes.
Pero antes Los Halcones usaron el auto alemán para robar el supermercado Las 24 Horas, del que sustrajeron ocho mil pesos. Acordaron realizar otro asalto ocho días después, con un “nuevo elemento” que quería participar en “las acciones”, como las llamaba San Martín. Se trataba de Leopoldo Muñiz Rojas, el Grilligan, halcón y exmiembro de la Brigada de Fusileros Paracaidistas del ejército mexicano. Muñiz Rojas había aprendido sobre operaciones antimotines y disuasión de movimientos sociales, además de artes marciales como kendo y aikido, éstas en Japón. La chusca escena en Polanco no fue la última; el grupo asaltó la gasolinera frente al Hospital Militar, una vinatería e, incluso, un retén del ejército, donde robaron armas. Repartían las ganancias “equitativamente”, relataron con presunción a elementos de la DFS.
Demontología Doom Slayer [boceto digital], 2025. Todas las imágenes forman parte de la videoinstalación de Andrew Roberts “Cadáver fantasma” producida para el MUAC (DiGAV-UNAM). Cortesía del artista y del museo.
Por desgracia, en las fichas policiales no hay más información sobre la pistola de plástico del desvalido agente en Polanco. Sin embargo, las armas de juguete han protagonizado más historias de robos en México. El 14 de abril de 1983 la propia DFS reportó que la compañía Asbestos García Cornejo, ubicada en Taxqueña y Calzada de Tlalpan, fue asaltada por cuatro sujetos que escaparon en un Pacer color vino; se trataba de un automóvil inusual al que, por su forma redondeada y la gran proporción de vidrio en su superficie, se le conocía como “pecera voladora”.
El gerente narró que los hombres que huyeron en la pecera voladora tenían amenazada a la cajera —el hombre en verdad creyó que le iban a disparar— y que sólo por eso les entregaron 227 000 pesos. Recién en 1982 se había devaluado la moneda nacional y el dólar costaba setenta pesos, pero de cualquier forma era una suma alta. Cuando la Policía Judicial llegó, descubrieron el arma de plástico que uno de los asaltantes había dejado tirada.
Según registros de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México citados por Milenio, entre enero de 2019 y octubre de 2022, de 9 073 armas incautadas, 3 517 (una de cada tres) eran réplicas; una hipótesis de las autoridades es que las suelen emplear los primodelincuentes, no sólo por su bajo costo sino porque de esta manera evitarían penas más severas en caso de ser detenidos.
Como éstas hay más historias: en 2014, un joven de dieciocho años asaltó una gasolinera en Monclova con la réplica de una Pietro Berreta 9 mm. Lo arrestaron, pero lo que más sorprendió a los policías fue la similitud del arma apócrifa con la real. En 2023, en Naucalpan, un hombre fue detenido tras intentar robar una tienda de conveniencia, amenazando al cajero con uno de estos juguetes; asimismo, en 2021, durante una disputa territorial de organizaciones criminales por el control de los ductos de Pemex en el Valle del Mezquital, en Hidalgo, uno de los grupos difundió videos en los que sus integrantes amenazaban a los rivales con armas largas en ristre. El entonces secretario de Seguridad Pública del estado, Mauricio Delmar Saavedra, desestimó la capacidad de fuego al afirmar que eran “grupitos de individuos que se disfrazan”. Pero la pelea por el huachicol siguió, con cuerpos acribillados, secuestro, tortura y decapitación de individuos sin que el gobierno precisara si entre los responsables estaban los hombres con “armas de utilería”.
El estudio sociológico “Disuasión y lesiones en delitos armados en México” refiere que la presencia de un revólver o una escuadra, incluso si son réplicas, reduce la probabilidad de resistencia de la víctima; es por ello que las pistolas de plástico han sido funcionales en la historia delincuencial.
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El artículo “Cuando las pistolas de juguete eran geniales”, publicado en True West Magazine, menciona que los primeros artefactos de este tipo aparecieron a mediados de la década de 1860, tras la guerra de Secesión norteamericana, “cuando algunas compañías de armas de fuego comenzaron a fabricarlas para compensar la pérdida de contratos militares durante la guerra”.
Pero fue entre 1940 y 1960 cuando tuvieron su época dorada debido a que en las películas y series de televisión abundaban los relatos del salvaje oeste o de policías y ladrones. Compañías de juguetes como Mattel, Hubley, Halco, Nichols —incluso la británica Lone Star Toys— “crearon armas que llevaban nombres de héroes y heroínas vaqueros, como ‘Paladin’, interpretado por Richard Boone o ‘Annie Oakley’, a quien dio vida la actriz Gail Davis, mientras que otros apodos del viejo oeste, como Texan, Mustang, Pioneer, Colt 45 o Stallion 45, también se popularizaron”.
En Las armas de fuego y su relación con la delincuencia, que se encuentra en el repositorio de tesis de la UNAM, Osmín Ignacio Rendón Castillo recuperó una publicidad mexicana de 1991 en la que un revólver que disparaba cartuchos de salva, con armazón de aluminio y cachas de plástico, se vendía en 92 000 “viejos” pesos.
Este tipo de pistolilla, al ser disparada, produce un fogonazo y ruido, pero no causa daño, por lo que se suele utilizar en producciones cinematográficas, pero también en maniobras policiales o militares, recreaciones históricas o en las pistas de atletismo para dar inicio a una carrera.
En La otra guerra secreta (2007), Jacinto Rodríguez Munguía, uno de los primeros periodistas que escarbó en los documentos ocultos de la DFS, imagina a los agentes de la policía secreta mexicana como hombres sin rostro y sin nombre, tecleando en máquinas de escribir los testimonios de los ex halcones. Es probable que usaran un lenguaje mecanizado, a veces precario, y eran, sin saberlo, autores de un género híbrido entre la burocracia política y el parte policiaco.
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Como el régimen político del PRI vigilaba a sus propios miembros, incluso a los que realizaban acciones encubiertas, la DFS anotó el 15 de enero de 1972, en el fichero de Luis López Mercado, coronel del Estado Mayor, que, en su declaración tras ser detenido, el Grilligan había dicho que, después del conflicto estudiantil del 10 de junio de 1971, “este militar formó grupos de diez ‘halcones’ para realizar las acciones”. A cada personaje de interés la DFS le creaba un fichero, llamado así porque lo integraban apuntes mecanografiados en fichas bibliográficas. También en una ficha de enero de 1972, pero del día 17, se asienta que el coronel López Mercado les hizo saber a Los Halcones “la desintegración de dicho grupo, manifestando que el gobierno les agradecía su colaboración, pero que debían estar pendientes porque, al momento de reanudarse las actividades, ellos serían los primeros en ser llamados”.
El Grilligan reveló los nombres y los crímenes del grupo delictivo al que recién se había integrado. Según su versión, Sergio San Martín Arrieta, Víctor Manuel Flores Reyes, Jorge Sandoval Ramírez y Candelario Madera Paz eran parte de él. Asaltaron, entre julio y septiembre de 1971, un hotel en la colonia Moctezuma, el restaurante en Polanco y una gasolinera en la avenida Ejército Nacional. Después, el Grilligan se incorporó al servicio público como “segundo encargado” de un grupo de diez personas que protegían al secretario de Recursos Hidráulicos, un trabajo por el que recibía “un sueldo mayor a tres mil pesos mensuales”. Por ese motivo ya no participó en el asalto a la sucursal Cuitláhuac del Banco de Comercio, al que “efectivamente, fui invitado”.
A partir de la investigación realizada por la DFS sobre Leopoldo Muñiz, sabemos que éste nació el 23 de febrero de 1947 —tenía veinticuatro años cuando participó en la represión en San Cosme—, estudió hasta quinto año de primaria, trabajó como garrotero y que uno de sus cuatro hermanos también era halcón.
Bajo interrogatorio, los ex halcones se delataron unos a otros. San Martín Arrieta contó que el Pelón se vistió de soldado cuando atacaron el retén militar de Tecamachalco, en Puebla. Dispararon contra el cabo en turno con una pistola 38. El episodio se convirtió en una ráfaga de balas entre lo que parecían dos comandos de militares, porque varios de los asaltantes vestían como efectivos del ejército mexicano. El Watusi llevaba el uniforme verde olivo de teniente. Tras herir al cabo, hurtaron dos fusiles automáticos ligeros.
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El Pelón, Víctor Manuel Flores Reyes, confesó que el grupo de ex halcones acordó que cometerían asaltos “para hacerse de dinero y poder subsistir”. Este joven venía de Ocotlán, Jalisco, donde nació en 1949. El año de la matanza de Tlatelolco, cuando tenía diecinueve años, se unió a las fuerzas armadas, a las que sirvió durante diecinueve meses, los últimos siete como guardia en las Islas Marías.
Cuando fue detenido por la DFS, el 7 de enero de 1972, reveló parte de lo que hicieron el Jueves de Corpus:
En el año de 1970, ingresó al grupo de los llamados ‘HALCONES’ a invitación que le hiciera CANDELARIO MADERA PAZ, del que sabe fue paracaidista y actuaba como entrenador de Karate en dicho grupo, por tal motivo fue filiado y participó en varios actos del grupo de choque, que el jefe máximo de este grupo era conocido por el seudónimo de ‘El Negro’ y que su última participación fue en los hechos del 10 de junio pasado, cuando fue enviado junto con sus compañeros para disgregar a los estudiantes que efectuaban una manifestación y durante estos acontecimientos recibió un balazo en el antebrazo izquierdo, siendo atendido en el Hospital Militar; al causar alta de ese nosocomio le hicieron entrega de $ 5,000.00 comunicándole que el grupo quedaría disuelto.
Agobiado por la falta de recursos, el Pelón comenzó a compartir vivienda con su comandante Madera Paz hasta que se unió a la banda de asaltantes, a la que también se sumó otro halcón: Rafael Delgado Reyes. Éste confesó que el 10 de junio de 1971 incendió algunos vehículos y que atacó, junto con otros paramilitares, a unos estudiantes en la estación del metro Insurgentes. Admitió que uno de los alumnos murió, pero no detalló si el asesinato fue a causa de un disparo o de una golpiza.
Los ex halcones fueron interrogados por el entonces subdirector de la DFS Miguel Nazar Haro. En el sexenio de Vicente Fox enfrentaron acusaciones por genocidio debido al Jueves de Corpus; sin embargo, el 15 de junio de 2005 la Suprema Corte de Justicia publicó un comunicado en el que declaró “extinguida la acción penal por el delito de genocidio” contra una serie de involucrados, entre los que se encontraban San Martín Arrieta y Víctor Manuel Flores Reyes. La Primera Sala determinó que el delito había prescrito para ellos, no así para el expresidente Luis Echeverría Álvarez ni para el exsecretario de Gobernación, Mario Moya Palencia. Algunos de estos individuos, como el Watusi, reconocieron haber sido miembros del grupo paramilitar. Por cierto, el epílogo de su historia es digno de mención: en 1976 fue designado custodio en el Reclusorio Oriente, a partir del primer día de junio, un mes que seguramente le traería más de un recuerdo.
Imagen de portada: Fotograma de Cadáver fantasma, 2025.