Breve historia del fracaso, de Fátima Villalta
Ruinas que se niegan a desaparecer
Leer pdfEl fracaso histórico es una de las heridas abiertas de la humanidad, pero es difícil aceptarlo; esta evasión, sin embargo, puede volverse un escenario para imaginar y el libro de cuentos Breve historia del fracaso, de Fátima Villalta, publicado en México por la editorial Nitro/Press en 2025 y, un año antes, en Guatemala por F&G editores, es un gran ejemplo de ello.
En nueve relatos, la autora esboza un mapa de ausencias retrospectivas —esto es, a partir de una reflexión sobre el pasado, expone diferentes vacíos— y retrata lugares y personajes que se diluyen en la historia oficial que el Estado nicaragüense construyó. Son textos entrelazados que excavan las fisuras de una nación marcada, en distintas épocas, por el exilio, la resignación social y los traumas de guerra. La realidad, nos recuerda Villalta, es un marco a partir del cual se pueden imaginar otros mundos, esto es, posibilidades alternas de existir. En el primer cuento pinta un país distópico en el que sus lagos han muerto y los cuerpos están intervenidos con prótesis genéricas, plásticas y de bajo costo. Luego nos arrastra a las ruinas de distintos pasados que se retoman en historias posteriores.
Este viaje narrativo, compuesto por diferentes voces que acuden al testimonio y a la memoria, describe una región acechada por las sombras de la necropolítica. Son voces inquietantes que obligan al lector a volver la mirada atrás y a cuestionarse cómo la ficción del contra-archivo y los recuerdos rotos de personajes comunes, que a pesar de sus fracasos personales y colectivos, se niegan a desaparecer e interpelan las versiones del gobierno pueden ayudar a recomponer las heridas producidas por los diferentes conflictos sociales y políticos.
Esa doble mirada, ficcional y documental, está presente en todo el libro de Fátima, quien, además de escritora, es investigadora de literatura centroamericana de posguerra y trabajó en Nicaragua como especialista en documentación histórica. El testimonio y el archivo son, sin duda, los recursos literarios que predominan en sus cuentos.
Breve historia del fracaso es una obra determinada a contar el dolor. Es importante, no obstante, señalar que si bien en algunos relatos los personajes adquieren espesor y se convierten en historia viva, en el sentido de que cuentan sus propias vidas, no ocurre así de forma constante. Además, en varios se percibe una reiteración tonal, pues no hay diferencia entre las voces, lo cual merma su singularidad. Esta homogeneización, más que cohesionar el libro, diluye su potencial polifónico y compromete la profundidad que podrían tener ciertos personajes, los cuales, de este modo, parecerían responder más a una intención discursiva que a una unidad literaria. Como resultado, podemos resentir la lectura de algunos tramos, especialmente cuando usa la técnica narrativa de perspectiva múltiple. Esa debilidad en la modulación es uno de los puntos en los que la autora aún podría afinar su propuesta.
Una pregunta incómoda, aunque necesaria, que recorre, como subtexto ético, toda la obra, es cómo estos relatos que narran el dolor de un país logran generar empatía en un lector ajeno a esa experiencia regional y periférica. Villalta, asumiendo ese riesgo y convirtiendo la escritura en un acto creativo y político, responde con destreza y muestra el poder que puede tener la literatura al plantear temas centrales cautivantes: como un amor que resiste la decepción de un país fracturado; el duelo, a la vez individual y colectivo, que revisita la guerra para hablar de la memoria de sus muertos; y la lucha contra el tiempo que ha borrado para siempre calles, amistades y afectos. Así, el libro compele al lector como testigo ético de una desolación que, a través de la ficción, ya no puede ser ignorada.
El cuerpo y el territorio son los espacios simbólicos mediante los cuales Fátima Villalta expone a sus personajes. En sus páginas, el cuerpo es un mapa de lo vivido, de las heridas que la memoria manifiesta a través de pesadillas constantes de secuestros y disparos. El territorio, por su parte, es un lugar que no garantiza estabilidad, sino que, al contrario, es un espacio en el que se vive la represión y el abandono. Ahí la juventud vive la carencia de algo, “porque los espíritus ya murieron, sólo quedan los cuerpos que buscan el sustento […] aunque ha pasado tanto tiempo que no recuerdan qué, porque la memoria es corta para evitar que duela el cuerpo lastimado”, escribe en “Una historia de amor cualquiera”; hay una escasez afectiva que obliga a crear extraños encuentros para sobrevivir.
U.S.A. out of Nicaragua!, 1980. Rini Art.
Otro elemento importante de estos relatos es el lenguaje directo con el que, además de revivir el pasado, se proyecta —a través de escenas cotidianas— un futuro posible. Sus tramas no se quedan estancadas en tiempos pretéritos porque los personajes enfrentan su historia personal y colectiva tomando conciencia de sus heridas. Con una prosa sobria y frontal, la escritora, logra que no sólo se aferren a la nostalgia de sus recuerdos, sino que también recurran al olvido como una condición necesaria para seguir adelante.
Así lo afirma Julián con su testimonio en “Otra película para gente triste”, al opinar que en esos años posteriores a la insurrección cívica, castigada y silenciada en Nicaragua en abril de 2018: “Sólo había dos caminos: sumergirse en el dolor, en lo que se fue, en lo que perdimos, o seguir adelante y olvidar”. De esta manera, expresa el fracaso de una generación pisoteada por el autoritarismo de un Estado que desgastó las ilusiones sin promesa de reparación.
Por otra parte, las puntadas literarias que resuenan en el libro remiten a autores como el nicaragüense Manolo Cuadra, cuya escritura estuvo marcada por la guerra, el exilio y el encarcelamiento. En su libro de cuentos Contra Sandino en la montaña, el testimonio directo expone la violencia militar de los marines estadounidenses en Nicaragua, ocurrida de 1927 a 1933. Villalta, en cambio, desplaza el tono bélico hacia espacios y registros más íntimos y cotidianos, sin abandonar por ello la fuerza del testimonio. Un marine, por ejemplo, plasma en su diario de viaje su fascinación por la selva tropical de Ocotal, para luego retratar, con perturbadora naturalidad, las violaciones sistemáticas y la masacre étnica que él y sus compañeros cometieron durante una intervención militar en ese mismo municipio.
Algunas páginas de la obra de la autora, además, resuenan con la fuerza narrativa del segundo capítulo de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Al igual que el chileno, Villalta recurre al testimonio como recurso estructural; con éste hilvana las vicisitudes del peligroso viaje que muchas personas centroamericanas —impulsadas por la necesidad de sobrevivir a la violencia necropolítica que impera en México y Centroamérica— emprenden a diario, recorriendo un continente absurdo y hostil. La personaje principal de “Algunas cosas sobre mí”, que ofrece un relato con los rumores y mitos que envuelven su vida, ilustra este contexto:
¿Qué no he escuchado decir? El rumor que más me divierte es el que dice que fui la mujer de uno de los señores de la droga, lo irónico es que no es un secreto para nadie que nunca me han gustado los hombres; también dicen que trafiqué con la familia de Juan Orlando Hernández cuando era presidente […], que inauguré el primer laboratorio en la frontera de Nicaragua con Honduras, que lavé dinero en El Salvador cuando comenzaron a circular las criptomonedas.
Al tiempo que la protagonista codifica las crueldades que definen la vida en las zonas fronterizas, los rumores funcionan como archivo de la violencia simbólica y política que atraviesa la región. Con su testimonio no busca la redención, sino la exposición de una realidad. Al mirar a la cámara, mientras la entrevistan, la mujer anónima afirma sin temor: “los militares son los peores, sólo la tortura los complace, hay un grado de sadismo horrendo entre esa gente”. Esta voz, como muchas otras en el libro, denuncia de manera frontal, aunque también con ironía, la violencia sistemática que envuelve los cuerpos y las memorias de quienes habitan los márgenes del continente americano.
El tono y el realismo de los cuentos recuerdan el estilo del brasileño Rubem Fonseca que, en su libro El cobrador, evidencia cómo se descomponen una nación y su sociedad cuando se banaliza el mal que impregna sus calles. Villalta, como Fonseca, hace de la violencia una estética al exponerla como un elemento constitutivo de una triste realidad. Mediante el lenguaje directo, hace de ella una estrategia expresiva que evidencia la naturalización del horrorismo, definido por Adriana Cavarero como la vulnerabilidad absoluta de las víctimas que elimina su identidad singular.
Del cuaderno 21, 1980.
Lo mismo sucede en “La historia de mis lentes”, un relato intergeneracional y cotidiano, en el que una mujer le cuenta a una niña de doce años la anécdota de cómo adquirió sus primeros lentes. Ésta también es la radiografía de una Nicaragua contemporánea que se ha ido derrumbando poco a poco, como lo evidencian los sueños del personaje principal que se convierten en pesadillas recurrentes sobre aquellos secuestros, disparos y destierros que una vez vivió en el país del fracaso. Tal vez por esa razón, cuando uno va avanzando en las páginas del libro de Villalta, se ve obligado a aceptar la caída al abismo: una y otra vez se comprueba que no hay moraleja y que la nostalgia no consuela. Pero sí hallamos una saudade producida por ese sentimiento vago, penetrante y constante de algo que ya no existe; es la conciencia de que las edades doradas del ayer nunca regresan.
El fracaso nacional en Villalta, entonces, no es un simple tropiezo: es una sombra que persiste y que da lugar a formas de resistencia contra el olvido y a estrategias para mantenerse firme en un país desgarrado por su propio pasado. Los guerrilleros desconocidos de “Los jóvenes que fuimos”, por ejemplo, describen una generación fallida y la voz narrativa no teme desmitificar el orgullo patrio y revolucionario de esos chavalos, ahora adultos, como víctimas de una revolución perdida donde: “sus vidas [son] puestas al límite en una utopía en la que ya no pueden creer” y que abre paso a un falso progreso; ahora están destinados a convertirse en fantasmas.
Así construye la autora el escenario de la posguerra: “[son] adultos con la mirada perdida, con los ojos viendo al vacío”, marcados por el sentimiento de haber vivido una juventud atravesada por una pesadilla bélica. El presente de estos personajes se desdibuja por la incertidumbre, mientras que su futuro se proyecta como un hundimiento: “vendrá el olvido que todo lo cubre, que todo lo roe”, advierte aquella voz con tono poético y profético.
Estas imágenes abren un diálogo con otras obras nicaragüenses recientes que también reconstruyen la falta de una memoria íntima y colectiva. Es el caso de la poesía de Gema Santamaría en Breves incendios, los cuentos de Carlos M-Castro en Cantar de inocencia y las Crónicas de la ciudad de David Rocha, entre otros autores que, a partir del concepto de la abyección, transgreden el relato del Estado para trazar cartografías ocultas de un país que los silencia.
Breve historia del fracaso destaca, de este modo, por el uso de perspectivas múltiples que enriquecen una misma historia y que desmontan el imaginario heroico de una nación. A nivel formal, la proliferación de registros —desde el monólogo interior hasta la exposición directa de pensamientos y emociones— intensifica la experiencia de lectura. Sin embargo, el libro cobra un mayor sentido político cuando se le considera en relación con la literatura centroamericana de posguerra: desarma al héroe y aparta la mirada épica de la lucha armada con el fin de retratar, desde la intimidad, las consecuencias del trauma y las cicatrices de aquellos que vivieron entre los escombros de la historia. A partir de la ficción, Villalta propone un contra-archivo que cuestiona el discurso oficial y expone las ruinas circulares que habitan sus personajes; ruinas que, al narrarse, se niegan a desaparecer.
Fátima Villalta, Breve historia del fracaso, Nitro/Press, México, 2025.
Imagen de portada: Rini Templeton, del cuaderno 17, 1979. Fondo Rini Templeton, Centro de Documentación Arkheia. Todas las imágenes forman parte de la exposición de la artista en el MUAC, UNAM.