Erin y la historia de Belice

Centroamérica / dossier / Julio de 2023

Aïda Ramirez Romero

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Eran las cinco de la tarde en Las Flores, un barrio a las afueras de Belmopán. Erin, aún vestida de colegiala, volvía cansada a su casa después de clases. Había caminado hasta el centro de la ciudad para pedir prestado a Mrs. Lisbeth un libro sobre la historia de Belice. Buscaba ideas para hacer la tarea que había pedido su teacher,1 Mrs. Marleen:

​ —Children, for tomorrow I want you to make a booklet that would tell the events that lead the country to its independence. First, you will explain what is celebrated on the 10th of September and then you will explain how we got our independence the 21st of September 1981.2

​ En una pequeña biblioteca personal, Mrs. Lisbeth atesoraba todas las publicaciones que salían sobre el país y las ponía a disposición de cualquier mente curiosa y lectora. Sin recelos, la maestra aceptó que Erin se llevara el libro, y aprovechó la presencia de la niña, como solía hacerlo, para contar historias de su pasado.

Belize City, 1980. Fotografía de John Blower. Flickr Belize City, 1980. Fotografía de John Blower. Flickr

​ A Mrs. Lisbeth le encantaba hablar de lo terrible que fue el huracán Hattie de 1961. Se acordaba de los muchos edificios que destruyó en Belize City, de las más de trescientas personas que murieron y de cómo otras miles se vieron obligadas a desplazarse hacia el interior del país. Por otro lado, se deleitaba contando los tiempos de su niñez, cuando Belice aún era una colonia británica y algunos aspiraban a la independencia. Mrs. Lisbeth recordaba escuchar en la radio los discursos del leader independentista George Price, que anunciaba el proyecto de construir una nueva capital que llamarían “Belmopán”. Los medios de comunicación reportaban que varios buldóceres arrasarían con la selva del centro del país para construir nuevas casas y oficinas de gobierno.

​ En aquel entonces, los padres de Mrs. Lisbeth se habían mudado de Belize City a la nueva capital, no tanto por convicción, sino más bien para que su papá mantuviera su trabajo en el gobierno. A su mamá le había costado irse a vivir a una ciudad cuyo aspecto era más el de un pueblo aburrido que el de una capital. Erin escuchaba todas esas historias con algo de aburrimiento, pues para ella, que había nacido en Belmopán, esa ciudad siempre había existido.

​ —Mrs. Lisbeth, I haffu goh, e late an I deh far from mi haus.3

—Al right sweety, I wah see you, don’t forget fu bring back mi book when you done with yu homework.4

​ Erin se apresuró para regresar a su casa. Caminaba por las calles lodosas de Las Flores, una comunidad que se fue desarrollando desde la construcción de Belmopán, tras la llegada de familias migrantes provenientes de otros países centroamericanos. Había llovido toda la noche anterior y, a pesar del fuerte sol que quemaba las pieles, la tierra no se había secado aún. Erin trataba de evitar los charcos, rodeándolos uno por uno. Con la cabeza metida en el libro, miraba las fotografías de acontecimientos heroicos ocurridos hace mucho tiempo.

​ Al llegar a su casa, saludó a su mamá que, sentada en la entrada, trataba de recibir un poco de brisa para refrescarse. La niña se sentó en un banquito y llamó a su hermana de 4 años, la subió en sus piernas y la cubrió de cosquillas y besos para saludarla con cariño.

​ Su mamá la interrumpió:

​ —Erin, andá a comprar 3 dólares de tortillas para la cena.

​ Miró a su mamá con cara de reclamo. Quería terminar su booklet antes de que cayera la noche, pues la familia pasaba por una dura situación económica y ya no podía pagar la electricidad. A Erin no le gustaba hacer sus tareas a la luz de una vela y, además, le daba miedo cuando oscurecía y prefería irse a dormir. Sin decir nada más, colocó su libro bajo el brazo y caminó hacia la tortillería.

​ Al llegar, encontró a doña Delmy echando tortillas sobre un comal encendido. El humo y el calor de la leña invadían el ambiente. Los movimientos de la señora eran enérgicos, sus manos agarraban la masa con agilidad, formaban bolitas perfectamente circulares y las torteaba a un ritmo veloz. Los brazos de doña Delmy bailaban, sus fuertes palmadas hacían temblar su piel, y cuando le daba a la masa una forma plana y circular, la devolvía al comal.

​ —Tardes, doña Delmy, ¿me da 3 dólares de tortilla, por favor?

​ —Ay, corazón, vas a tener que esperar, estoy sacando un pedido grande. Sentáte allí, ya te las voy a preparar.

​ Erin buscó un lugar donde sentarse. Vio una mesa rodeada de troncos de madera cortados que servían de sillas. Se sentó y abrió su libro. Buscaba unos textos cortos para copiarlos en hojas de papel y hacer el booklet que encargó la teacher. En cuestión de un ratito, varias personas llegaron y se sentaron también a esperar.

​ La voz de un anciano interrumpió su lectura:

​ —¿Qué lees?

​ Erin levantó la cabeza y vio a un señor de pelo canoso, vestido con una camisa blanca de algodón, del mismo tipo de las que se ponen quienes salen en la televisión. Erin vio que se trataba de Mr. Wade (a quien todos conocían), que vivía del otro lado de la calle que divide el centro de Belmopán de Las Flores, en una casa rosada, rodeada de pasto y de un cercado blanco. El señor tenía la costumbre de caminar cada tarde a comprar tortillas. Ya estaba jubilado y tomaba ese paseo como una oportunidad para hacer ejercicio y practicar su español, el idioma más hablado en Las Flores.

​ —Estoy leyendo sobre la independencia de Belice y la batalla de St. George’s Caye, cuando le ganamos a los españoles.

​ El señor frunció las cejas.

​ —Pero, chica, la independencia es el 21 de septiembre y la batalla de St. George’s es el 10 de septiembre, ¡son dos eventos distintos!

​ Para él era muy raro que la niña asociara los dos acontecimientos; incluso le parecía grave que los confundiera. Mr. Wade tenía unos 30 años cuando vivió la independencia del país, en 1981; así que, según él, no se podían confundir. El 10 de septiembre, por otro lado, era la conmemoración de un evento colonial que había sucedido en 1798, cuando los ingleses, junto con sus hombres esclavizados, expulsaron a los españoles del territorio que ocupaban en la costa caribeña.

Belize City, 1980. Fotografía de John Blower. FlickrBelize City, 1980. Fotografía de John Blower. Flickr

​ Esa batalla, llamada The Battle of St. George’s Caye, se había convertido desde el siglo XIX en un símbolo de la soberanía británica sobre el territorio que hoy en día es Belice. Implícitamente —y esto es lo que más perturbaba a Mr. Wade— esa celebración conmemoraba también la dominación sobre la población esclavizada de Belice.

​ Durante toda su carrera, Mr. Wade participó en un movimiento político que trataba de romper con la herencia colonial, y que tenía como una de sus exigencias retirarle el carácter de día de celebración nacional al 10 de septiembre. Él sostenía con firmeza que el 21 de septiembre era la proclamación de la independencia, de manera que esa fecha tenía que ser el único símbolo de la soberanía nacional. Por esas razones, las palabras de Erin irritaron en algo a Mr. Wade, que, con los ojos bien abiertos, escuchó a la niña:

​ —La independencia es el 21 y el 10 también, así dice la teacher. Pero nosotros siempre ganamos. Porque los demás, los pania,5 sentían miedo de venir hasta aquí. Tenían un gran barco, como cuando tiran bombas y todo eso. Querían llegar a nuestra island, pero el gran boat no podía cruzar porque había un montón de islands pequeñas. Entonces dijeron: “No nos podemos quedar aquí”, y nosotros comenzamos a pelear y los pania tenían miedo; por eso los pania querían matarnos a todos nosotros, pero no podían, entonces St. George’s Caye los mató a todos ellos.

​ Mr. Wade trataba de entender; pensaba: “la niña habla de la batalla que sucedió en el siglo XVIII en la isla de St. George y, al mismo tiempo, hace referencia a St. George como si fuera una persona, ¿quizás quiera referirse a George Cadle Price, el leader de la independencia?”; y concluyó: “¡De plano, esta niña está confundiendo todo! Confunde la fiesta colonial del 10 de septiembre y la fiesta nacional del 21”. Sin contradecirla, Mr. Wade continuó con sus preguntas para tratar de entender el sentido que la joven le daba a la historia nacional:

​ —¿Y quién era St. George’s Caye?

​ —Un hombre, un moreno.

​ —¿Como un jefe?

​ —Sí.

​ Mr. Wade estaba en shock. Durante años, pronunció discursos transmitidos en la televisión, los periódicos y la radio, en los que criticaba severamente las narrativas de la batalla de St. George’s Caye. A menudo decía públicamente que esa historia elaborada en la época colonial partía de una idea racista y equivocada, que evidenciaba la dominación del blanco sobre el no blanco, en una relación de alianza sin resistencia.

​ Mr. Wade leía mucho y conocía todos los estudios críticos que los historiadores y sociólogos habían realizado sobre esa narrativa colonial. Pero ahora, de repente, se encontraba confrontado con otra visión, la de esta alumna que vivía en Las Flores y para quien un jefe moreno había defendido Belice de los españoles en la época colonial. Lo más impresionante para Mr. Wade era que Erin no mencionaba ni a las personas esclavizadas ni a los británicos, que eran los personajes tradicionales de ese relato. Además, en su discurso, la figura del padre de la nación, George Price, parecía haberse convertido en protagonista de la batalla colonial. Aun así, mantuvo su curiosidad por entender lo que Erin creía:

​ —¿Quiénes combatieron de nuestro lado?

​ —Todos los que hicieron el fight ya se murieron, porque fue hace muchos años.

​ —¿Pero en el libro no dice quiénes eran?

​ —No dice nombres, solo que vinieron de África.

​ —¿Y los ingleses quiénes eran?

​ —Pues los ingleses son de esos que vinieron de África.

​ Otro shock para Mr. Wade, que buscaba una lógica en las explicaciones de Erin. Al final, el señor llegó a la conclusión de que la joven estaba transformando la historia nacional y que no entendía lo importante que debía ser la independencia. En vez de contar una rebelión en contra del poder colonial británico, su relato se desarrollaba alrededor de una figura afrodescendiente que, para Erin, era símbolo del liderazgo político y un defensor del territorio.

​ —¿Y a dónde se fueron los españoles después del fight? —siguió preguntando Mr. Wade.

​ —Se fueron para El Salvador, Honduras y Guatemala, todos esos países… Ya no regresaron… Desde ese día ya no regresaron porque tenían miedo, porque nosotros ganamos.

​ De repente la voz de la tortillera cortó la conversación intergeneracional:

​ —Erin, ¡aquí están tus tortillas!

​ La niña recogió su libro de la mesa y se acercó a la tortillera. Doña Delmy la esperaba parada detrás de su comal, con una bolsa de tortillas colgando de su mano. Erin agarró la bolsa y le dio tres monedas de un dólar.

​ —Gracias, doña Delmy.

​ Erin se dio la vuelta, orientó sus ojos hacia el suelo para no caerse, pasó a la par de Mr. Wade y, sin apenas levantar la cabeza, se despidió.

©Pen Cayetano, sin título, 1986. Belizean Arts©Pen Cayetano, sin título, 1986. Belizean Arts

​ Mr. Wade permaneció sentado. Parecía mirar a las demás personas que también esperaban tortillas, pero estaba sumergido en sus pensamientos. Pensaba: la historia depende de quien la cuenta. Admitió así mismo que la independencia no tenía nada atractivo para esta niña. Es cierto que la independencia de Belice se ganó sin disparar armas ni derramar gota de sangre alguna; todo fue gestionado por relaciones diplomáticas en las instancias internacionales. Recordaba la emoción con la que Erin le había contado la batalla colonial, el fight, los boats que tiraban bombas y el jefe matando a los pania. Trataba de encontrarle una explicación: a pesar de que mucha gente ha escrito sobre la historia de la independencia, el relato colonial sigue cobrando sentido, aunque se transforma de manera exponencial, según la imaginación de cada persona.

Imagen de portada: ©Pen Cayetano, sin título, 1986. Belizean Arts

  1. Las cursivas se utilizan en este texto para introducir palabras distintas del español. La intención es representar el plurilingüismo social de Belice, que consiste en el uso de varios idiomas en los diálogos. Aquí aparecen expresiones en inglés y kriol, además del español. 

  2. Estudiantes, para mañana quiero que hagan un folletito que cuente los eventos que llevaron el país a la independencia. Primero, explicarán lo que celebramos el 10 de septiembre y luego cómo logramos conseguir nuestra independencia el 21 de septiembre de 1981. 

  3. Mrs. Lisbeth, tengo que irme, es tarde y estoy lejos de mi casa. 

  4. Está bien, cariño. Te veo, no te olvides de devolverme el libro cuando termines tu tarea. 

  5. Término utilizado en Belice, para referirse a los españoles de la época colonial o a sus descendientes.