crítica Nacionalismos DIC.2025

Ezra Alcázar

Andar la tierra, de Gabriela Mistral

Gabriela Mistral: andar México entre el maíz y la sed

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En el prólogo de Andar la tierra, Lina Meruane nos recuerda que Gabriela Mistral llevaba “un mapa vivo bajo sus pies”. No era uno de turista ni de hoteles de lujo: era un itinerario hecho de cansancio y de maravilla, de huesos que dolían y ojos que brillaban. Ese mapa no estaba dibujado en papel, sino en el andar mismo, en el roce de sus pasos con la tierra.

​ México ocupa un lugar decisivo en ese recorrido. Aquí la poeta no sólo conoció paisajes y ciudades, sino que se encontró con un país que la transformó. En sus cartas privadas se confiesa agotada, vencida por la rutina de discursos, visitas, viajes incesantes. Pero en sus textos públicos, en los recados y crónicas que compartió, aparece otra voz: la que se maravilla del cielo mexicano, de las Grutas de Cacahuamilpa, de la generosidad en las casas donde la recibieron. Esa tensión —entre la fatiga íntima y la celebración pública— es, quizá, la clave: no viajó por placer, sino por deber; tampoco para coleccionar estampas, sino para enseñar, para aprender, para dar testimonio.

​ En esos testimonios, México se le vuelve una tierra doble: la tierra de la abundancia y la tierra de la carencia. Dos poemas que me gustan particularmente concentran esa dualidad: la tierra verde del maíz y la tierra blanca de la sed.

​ En “El maíz”, Mistral se sumerge en el símbolo más profundo de esta geografía. El maíz del Anáhuac no sólo es alimento, también es cuerpo y es mito. Lo llama Quetzalcóatl verde, lo compara con oleadas que cubren y bañan, lo siente como risa india que consiente y que hiere. En esos versos, bracea dentro de un mar vegetal, se deja envolver por la eternidad de las milpas, y escribe: “México se acaba donde el maíz se muere”. Y podríamos agregar, con una ironía necesaria: México también se pondría en riesgo si ese maíz se contamina con semillas ajenas, si cede a las exigencias del vecino del norte. Porque Mistral entendió lo que hoy sabemos muy bien: que la soberanía de un pueblo también se defiende en su maíz limpio, en el grano que no ha sido torcido por otros intereses.

​ Pero a esa visión de abundancia se suma otra, no menos intensa: la de la sequedad. En “En tierras blancas de sed”, Mistral canta no a la plenitud de la milpa, sino a la aridez que parte la tierra y las gargantas. Los cactus aparecen como Cristos clavados en el paisaje, los caseríos se encogen bajo el viento y hombres, niños y animales claman por agua. El poema es un largo grito de sed: “¡agua!”, repiten, despiertos o dormidos. Y cuando por fin aparece un ojo de agua, ese pequeño manantial se vuelve milagro: vale más que el oro, más que la plata, más que el amor. El descubrimiento es profundo: al beber, no hay jerarquía posible. El niño y el ciervo, el que tiene belfo y el que no, todos se igualan en ese acto esencial de saciar la sed.

​ Así se completa el mapa mexicano de Gabriela Mistral: entre el maíz y la sequedad, entre la abundancia y la carencia, entre la alegría de la comunión y el grito de la necesidad. Y en ambas imágenes, la poeta insiste en lo mismo: caminar despacio, mirar hondo, escuchar lo que la tierra dice.

​ Ese andar pausado de Mistral puede compararse también con la lectura. Porque hoy leemos, como viajamos, mal: con prisa, buscando lo que está de moda, lo recién premiado, lo que llena escaparates y listas de novedades. Se leen los libros como quien acumula postales, uno tras otro, apenas rozando la superficie. Mistral nos recuerda que el viaje verdadero es otro: el de detenerse, el de demorarse en un paisaje hasta que se vuelve nuestro. Así también debería ser la lectura: reposada, sin la ansiedad del marketing, sin la urgencia de lo famoso, leyendo no para sumar títulos o likes, sino para dejarnos transformar por las palabras.

​ En Andar la tierra, ella rechaza el turismo veloz, la mirada superficial, la prisa que arruina el paisaje. Prefiere el hospedarse en casas humildes, el detenerse para escribir, el mirar con calma. Su manera de viajar es también una enseñanza de cómo leer: lentamente, sin obedecer a las modas, dejando que cada página se quede en nosotros como se queda el polvo en los pies del caminante.

​ Por eso, leer hoy estos textos y estos poemas es volver a escuchar una voz que nos recuerda que viajar no es acumular postales, como leer no es acumular likes. Que el maíz no es sólo alimento, es identidad y resistencia. Que el agua no es únicamente un recurso, es milagro. Que la maravilla y la sed conviven en la misma tierra, y que nuestra tarea es mirarlas sin prisa, con respeto, con la humildad de quien anda la tierra, de quien lee de verdad y sabe escuchar.

​ Gabriela Mistral anduvo México con sus pies cansados y sus ojos vivos. Y nos dejó, en sus prosas y poemas, una lección que no se agota: que andar es aprender, que leer es demorarse y que escribir es compartir lo que la tierra nos dice a cada paso.

Gabriela Mistral, Andar la tierra, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, UNAM/FCE/Universidad de Chile, Ciudad de México, 2025.

Imagen de portada: Gabriela Mistral entre la milpa y los magueyes, Chapultepec, México, 1922. Biblioteca Nacional de Chile, dominio público.