Entrevista con Junot Díaz

El nerd más social jamás visto

Familias / panóptico / Febrero de 2022

Alejandro Menéndez Mora

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Junot Díaz (Santo Domingo, 1968) y su familia se mudaron pronto a Nueva Jersey. Para el autor, dejar la República Dominicana por los Estados Unidos fue la afirmación de que había todo un mundo aparte, “a huge damn world”, en sus propias palabras. En 2008, Junot ganó el Premio Pulitzer de Ficción por La maravillosa vida breve de Óscar Wao. La intensa luz de los reflectores lo obligó a esconderse y, desde entonces, prefiere no llamar la atención. Es colaborador habitual de periódicos y revistas estadounidenses y profesor de escritura en el prestigioso MIT de Boston. Después de dos amables negativas, a la tercera conseguí ponerme en contacto con él. “Ey, perdona. Cuando quieras estás invitado a Nueva York”, rápidamente se excusó a través de la pantalla. Le guardo la invitación. Empezamos. Esta entrevista se llevó a cabo en inglés, la traducción es mía.
¿De dónde viene tu pasión por la literatura?

Probablemente yo situaría su nacimiento en la necesidad desesperada que tenemos los migrantes de pertenecer a algún lugar. Cuando migré a los Estados Unidos necesitaba un sitio al cual pertenecer. En un mundo completamente confuso y difícil de entender, mi hermano mayor eligió el deporte, mi hermana pequeña tenía enormes habilidades sociales y yo me convertí en un lector obsesivo. Los libros, sin lugar a duda, me salvaron de aquel universo que no entendía. Creo que mi camino hacia la escritura era solo una excusa para seguir cerca de los libros. La mejor manera de estar siempre leyendo es convertirte en escritor. Al menos en mi cabeza. Ya sabes, tengo amigos escritores que apenas leen. Yo, sin embargo, apenas escribo para poder leer.

¿Cuáles fueron esos primeros libros que leíste y te conquistaron?

Recuerdo prácticamente todos los libros que supusieron un antes y un después para mí. Leía mucho los cuentos de Freddy, the Pig. Freddy, un puerquito muy inteligente, que estaba siempre de aventuras y que incluso una vez llegó a jugar al béisbol con marcianos. Por supuesto, hubo otros libros de historias adolescentes. Todos me marcaron. Después ya vinieron libros que aún hoy puedo seguir leyendo. Por ejemplo, Watership Down de Richard Adams. Cuando lo leí de pequeño I fucking loved that book. Ese libro fue probablemente el primero que viví. Lo llevé encima durante mucho tiempo, soñaba con estar en ese mundo. Una vez que conectas de esa manera, algo cambia dentro de ti. Fue lo que me pasó. Me encontré a mí mismo en esa tierra maravillosa que es la literatura.

¿Consideras que la literatura fue tu manera de escapar a un ambiente lleno de peligros, crimen y droga que representaba la República Dominicana y también Nueva Jersey?

La hipótesis que lanzas es bastante correcta. La literatura fue mi alfombra mágica para escapar. Pero, además de su utilidad para viajar a otros lugares, me sirvió para entender la realidad. Yo no comprendía los Estados Unidos ni a la sociedad en general. Tampoco entendía a los gringos ni a los dominicanos. Cuando naces en un país y pronto te mudas a otro, una de las cosas que de forma más explícita se presenta ante ti es la existencia de un mundo real. La mayoría de los niños son afortunados y viven en un territorio conocido: el vecindario, el colegio o la familia. Yo a los seis años, cuando me mudé a Nueva Jersey, me di cuenta de que más allá de todo eso había un mundo enorme dispuesto a pisotearme. Quería conocerlo y los libros me ayudaron.

Cuéntanos acerca de aquella familia egipcia que te regaló tu primer diccionario.

Aún conservo aquel amigo cuyos padres me regalaron mi primer diccionario. Él sigue siendo muy cercano y cada semana hablamos por teléfono. De vez en cuando todos los amigos nos juntamos a través de Zoom. Ambos éramos migrantes, es decir, a nadie le importábamos. Él venía de Egipto, yo venía de la República Dominicana, pero ambos nos encontrábamos en ese barrio de Nueva Jersey. A diferencia de mi familia, la suya tenía un nivel de educación elevado. El padre de mi amigo era arquitecto y su tío, un alto miembro de las fuerzas armadas egipcias. Esta familia se dio cuenta desde muy temprano de que yo estaba realmente interesado en los libros. Ellos fueron los primeros que me llevaron a una librería. Mi madre pasaba todo el día trabajando y ni siquiera tenía coche, así que no podía llevarme. Fueron, de alguna manera, mis padrinos. Hasta que fui a la universidad ese libro siguió conmigo. Lo perdí en una mudanza.

¿Cómo era Nueva Jersey en los años ochenta? Vivías en un barrio de vecinos dominicanos, ¿no?

Crecí y viví en la black America. Era un niño mulato rodeado de niños negros americanos. Para mí este hecho no representó ningún problema: mi hermana es completamente negra. Cuando mi hermana baja a la calle hablando español, los negros saltan de sorpresa. Los ochenta fueron unos wild fucking years. A mí me encantaba estar fuera de casa, pasear y salir de fiesta. No soportaba quedarme en mi habitación. Tenía muchos amigos y podríamos decir que era el nerd más social jamás visto. Lo que más recuerdo, de verdad, era que éramos pobres, y no solo materialmente pobres desde lo cultural y lo social. En esa época no encontrabas diez libros de un autor caribeño o dominicano en los Estados Unidos ni de casualidad, como puedes encontrarlos ahora. Los ochenta fueron tiempos muy extraños. Afortunadamente para mí, que me gustaban los deportes, estaba la figura de Muhammad Ali. Te lo digo, tío. Estaba fascinado con él, vivía convencido de que Ali era dominicano.

Esto que comentas acerca de que eras muy social y tenías muchos amigos es bastante contradictorio con lo que encontramos en La maravillosa vida breve de Óscar Wao.

Creo que el narrador del libro que mencionas, Junior, es parecido a “mi otro yo”. Vengo de una familia grande. Somos cinco hermanos en total y cuatro íbamos juntos a la secundaria. La casa de mi madre siempre estaba llena de gente. Aunque yo no hubiera querido, todo lo que me rodeaba me convertía en un niño muy sociable. Además, también era un nerd, bastante nerd en realidad, pero gracias a mi hermana aprendí a llevarme bien con la gente. Todos mis amigos eran también unos nerds, pero no se llevaban tan bien como yo con los demás. Jugaba al béisbol, boxeaba, corría. Hacía todo lo que se supone que los nerds no hacen. Odiaba boxear, pero mi padre me animaba a hacerlo. Todo esto me convirtió en un personaje raro.

Me sorprendió que, a través de la historia de un nerd apasionado por la ciencia ficción, contases algo tan real como la historia reciente de la República Dominicana con el dictador Trujillo.

El trujillato es para mí, sin conocer muy bien otras dictaduras, pura ciencia ficción: está fuera de todo realismo. Una dictadura no se puede entender con el realismo. Eso fue algo de lo que todos los grandes escritores se dieron cuenta. Bolaño lo hizo a su manera, con cuentos policiales y detectivescos. La ciencia ficción, el cómic de superhéroes y la dictadura viven muy lejos de la realidad. Una dictadura es como una pesadilla. Yo me crié con dos supervivientes de la dictadura, que nunca consiguieron escapar de ella porque vivían a través de costumbres heredadas del trujillato. Cuando me preguntaban quién era mi vecino, qué crees que respondía: Trujillo. Ese trauma es increíble. Todos los dominicanos con padres de la misma generación contamos las mismas historias.

Mapa histórico de la isla La Española, 1720. The New York Public Library Mapa histórico de la isla La Española, 1720. The New York Public Library

De Los boys, un libro de cuentos, pasaste a la novela, La maravillosa vida breve de Óscar Wao. ¿Cómo fue esa evolución?

A la vez que escribía los cuentos de Los boys, estaba haciendo una novela. Para el género fantástico me interesaba la novela, pero para las historias más realistas prefería el cuento. Era gracioso porque por la noche escribía mis cuenticos, estrujándome por quitar una frase o una palabra de más, y por las mañanas escribía la novela, donde cabía todo sin importar nada. Creo que aguanto poco la realidad y me fascina lo fantástico.

¿Ahora estás escribiendo un cómic? ¿Qué diferencias narrativas encuentras?

Todo el mundo tiene sus lentes, la mayoría de la gente tiene varias. Mi problema, durante mucho tiempo, ha sido que solo he usado una: la emocional. Lo único que me interesaba eran las emociones. Ahora, que he cambiado a un medio más visual, tengo que desarrollar esos músculos y esos hábitos. Necesito encontrar una imaginación más visual.

¿Te consideras dominicano?

Depende del contexto. La gente piensa que si formas parte de la diáspora dominicana no eres dominicano. Y otra gente dice que si no naciste en la República Dominicana tampoco. Yo, por supuesto, nací en la República Dominicana. Me siento dominicano porque entiendo qué significa serlo. No podemos hablar de la República Dominicana sin hablar de sus migrantes. Quizá mis puntos de vista sean un poco más ridículos o complejos. Mi mamá tiene ya casi ochenta años y yo 53. Ambos enviamos dinero cada mes a nuestra familia en la República Dominicana. Es curioso que yo, un dominican american, un dominicano en la diáspora, subsidie al dominicano auténtico. Es muy confuso y por eso, como artista, me interesa tanto. No pienso que lo haga para mantener, de alguna manera, la particularidad del dominicano auténtico. No lo pienso en términos tan grandes. Lo hago por motivos familiares: quiero a esa gente. Me crié en una familia completamente dominicana. En mi casa no se hablaba ni una palabra de inglés. Y al igual que una persona no puede vivir sin soñar, yo no puedo vivir toda mi vida con estos gringos: necesito ir a la República Dominicana. Y tampoco puedo vivir toda mi vida allá, necesito coger para Nueva Jersey o Boston. Soy como un anfibio, un pájaro transeúnte. Y lo que es ya el colmo del migrante. Cuando vuelvo a la República Dominicana me dicen: “¡Mira, maldito gringo!”. Ese momento, como artista, me fascina. No me duele porque al final ya he conseguido comprenderlo. Por eso, en mis historias hay tantos dominicanos migrantes que vuelven.

¿Qué es para ti el Caribe?

El Caribe, primero, es el sitio donde se cometió el crimen histórico más profundo. Y, segundo, es una zona postapocalíptica donde los supervivientes han desarrollado la cultura más creativa y, tal vez, más importante del mundo. Es una cuna de creatividad, de supervivientes y de africanidad.

Después de ganar el premio Pulitzer tuviste que recluirte, aislarte ante el acoso de la prensa. ¿Cómo fueron aquellos meses? ¿Pudiste escribir algo?

No. Después del Pulitzer duré cuatro años sin levantar una pluma. Hay personas a las que les encanta la atención. Conozco muchísima gente a la que le fascina el aplauso aunque jura que no lo soporta. No puedes imaginar la cantidad de gente que me dice que no tolera que caiga sobre ellos la atención, pero que sin recibirla se mueren, como un vampiro sin sangre. Yo realmente detesto la atención. Y está confirmado: si te gusta el protagonismo no tardas cuatro años en escribir tu siguiente libro. En mi familia era mucho mejor pasar desapercibido. Si mi madre, o quien quiera, me llamaba por mi nombre ya sabía que iba a haber un problema. Cuando escucho mi nombre, una parte de mí se tensa. Yo estoy feliz cuando nadie me presta atención.

¿Hacia dónde se dirigen la literatura dominicana y la latinoamericana?

Lamentablemente, estamos entrando en una era con muchos desafíos. La literatura está perdiendo la competencia contra lo digital. Doy clases a los alumnos más brillantes del mundo: soy catedrático en el MIT. Esos carajitos no son brutos. Y en clase algunos me dicen: “Profesor, a mí me cuesta leer una novela”. Si los muchachos más brillantes han perdido el hábito de leer, debemos entender lo que le está pasando a la cultura literaria. Estamos perdiendo lectores, aunque las editoriales y las librerías aumenten año con año sus récords de ventas. Es importante que mantengamos la diversidad cultural y para ello es fundamental mantener la literatura. Vivimos en un mundo demasiado acelerado, pero va a llegar el momento en que todo se pause y nos giremos hacia las artes contemplativas. Ahí será esencial la palabra escrita.

Imagen de portada Junot Díaz. Fotografía de ©Nina Subin. Cortesía de la artista