Entrevista con Jorge Carrión

Contracultura / panóptico / Marzo de 2021

Imanol Martínez González

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Sus publicaciones en puerta —una novela gráfica sobre algunas de las figuras revolucionarias del mundo del arte y la literatura, Warburg & Beach, y un ensayo en la antología sobre Rosalía, Ensayos sobre el buen querer— dan cuenta del tránsito que Jorge Carrión realiza entre lo clásico y lo viral, conceptos a los que acude en su diario fake de la pandemia titulado, precisamente, Lo viral. Cuenta que todos los días lee el periódico en digital, pero los fines de semana lo hace en papel; que lleva un iPhone consigo la mayor parte del tiempo pero que se resiste a tener un smartwatch. Cada uno, dice, tiene que tomar sus decisiones y llevar un equilibrio entre conexión y desconexión.

En el podcast Solaris, ensayos sonoros, dices que en cada capítulo se examinarán “aspectos de la realidad que muy probablemente sean la vanguardia del porvenir”. ¿Cómo eliges tus temas?

Decidí empezar cada capítulo de Solaris recordando que el futuro ya está aquí, lo que ocurre es que está solamente en algunas zonas de la realidad y del presente, en algunas ciudades, países, poéticas, en algunas narrativas o tecnologías. Lo que hago es fijarme de un modo monotemático en ciertas tendencias o manifestaciones de fenómenos culturales, científicos, sociológicos y tecnológicos que se van a imponer y volver mainstream, como por ejemplo la conciencia de que las plantas tienen formas de sentir y de pensar, el crecimiento de la plataformas o, en la nueva temporada, la computación cuántica. Hay una constante en mis proyectos que tiene que ver con detectar fenómenos y creo que eso es problemático porque a menudo me he adelantado al mercado o a la comunidad lectora. He propuesto temas que no podían ser recibidos porque no había todavía una atmósfera favorable. Cuando publiqué Teleshakespeare, las series todavía no eran consideradas un tema de estudio por parte del ensayo literario o de la crítica cultural y salió Lo viral mientras se consideraba que todavía no era posible hacer un análisis crítico, literario, de la pandemia de COVID-19. Aunque parezca un tópico, es verdad que los temas no los eliges: se te imponen, y mis grandes temas han sido siempre la migración y el viaje, y eso tiene que ver con que mis padres y abuelos son inmigrantes andaluces. Cuando a finales de la primera década de este siglo recupero mi fascinación adolescente por la ciencia ficción y la fantasía, vuelvo a leer cómic y novela de ciencia ficción, y al ver series de televisión empezó a darse en mi mirada y en mis textos una especie de síntesis entre los temas clásicos que había trabajado y los nuevos, que llamo “virales”. Yo creo que desde Los muertos y Teleshakespeare hasta Lo viral y Solaris se ha ido acentuando ese interés por la emergencia.

¿Cómo concibes el ensayo creativo a partir de cierta renuncia o distancia con la academia?

Realmente a mí la vida académica no me interesa nada. El formato paper me parece que limita, y justamente la literatura se tiene que caracterizar por la transgresión. En ese sentido, me sitúo en una tradición de ensayo creativo y de crítica cultural ejercida por escritores como Stefan Zweig, Walter Benjamin, Susan Sontag o Bruce Chatwin, que se caracterizan por una escritura que explora otros modos de no ficción, de hibridar la crónica con el ensayo, y que tenían espíritu viajero. Tengo la suerte de haber encontrado en el máster en creación literaria de la Universidad Pompeu Fabra un espacio que me permite no tener que participar en congresos ni publicar artículos académicos y, no obstante, poder dedicarme profesionalmente a la vida universitaria.

Jorge Carrión. Fotografía de Beto Gutiérrez, 2018

Hablamos de los temas, pero también me interesa el formato. ¿Cómo fueron el tránsito y el trabajo con las palabras para un medio como el podcast, cuya estrategia apela a la calidez y la cercanía?

Yo creo que hay un momento fascinante, que es cuando dejas de ser sólo un lector muy interesado en un lenguaje y pasas a ser alguien que lo produce. Desde niño quise ser escritor, empecé a escribir muy joven, de modo que para mí siempre ha sido natural leer y escribir. Pero en los últimos diez años he pasado de ser un gran aficionado a las exposiciones de arte contemporáneo en museos de todo el mundo a ser yo mismo curator; también he pasado de ser lector de novela gráfica a escribir el guion de una y, en un tiempo más acelerado porque sólo llevo tres años escuchándolos, mi fascinación por el podcast me ha llevado a escribir y narrar los capítulos de Solaris. Bajo esa lógica es probable que en un futuro me atreva a intentar crear una serie de televisión. Creo que lo que hay que recordar —y lamentablemente mucha gente no lo recuerda o no lo quiere saber— es que sólo puedes crear algo interesante y relevante en un lenguaje si llevas mucho tiempo estudiándolo y trabajándolo. Sólo si eres un erudito en un lenguaje eres capaz de aportar algo a esa tradición.

La ciudad ha sido un tema central en tu obra. ¿De dónde surge ese interés?

Surge del viaje y supongo que de cuando en la adolescencia empecé a ir a Barcelona desde Mataró. Después, con los viajes a París, a Ciudad de Guatemala, a San Francisco, descubrí la deambulación urbana muy influido primero por Rayuela y después por el surrealismo y Walter Benjamin. Viaje y ciudad son dos realidades que están muy unidas. Cuando mi pareja y yo empezamos a plantearnos tener hijos y vivir aquí de un modo estable se disparó mi interés por Barcelona. De ahí nacen en paralelo dos proyectos: una novela gráfica documental y un libro de ensayo y crónicas sobre los pasajes de la ciudad. Yo creo que tiene que ver con la voluntad de entender a fondo la ciudad donde van a nacer mis hijos y también por una suerte de inteligencia adaptativa —no es casual que cuando no puedo viajar se me ocurren proyectos que hacer aquí—; eso es muy importante para ser feliz: sincronizar las aspiraciones con las realidades. Parte de la investigación la hice llevando un cochecito con un bebé, un tipo de paseo, de flânerie, de la que no se ha hablado y que es muy importante porque es otro tipo de tiempo, de percepción, de modo de vivir lo urbano.

La reivindicación que haces de la librería de barrio y la postura en contra de Amazon no oculta los privilegios que supone estar en un sitio y no en otro. ¿Qué reflexión se puede hacer en torno a lo centralista en ese discurso?

Evidentemente yo escribo desde este piso del barrio de Poblenou de Barcelona, en Catalunya, en España y en Europa, de modo que no hablo en términos globales o universales nunca, en particular cuando escribo sobre cuestiones como la circulación editorial. Cuando me dicen que Amazon llega a los pueblos y que ha desarrollado un sistema en el kindle que permite que las personas con problemas de visión puedan leer, yo apoyo que cada cual haga lo que crea conveniente y sea mejor para sí. No soy un activista político sino un escritor o crítico cultural que llama la atención sobre algunas cuestiones que detecta y que parecen más difíciles de justificar, como comprar en Amazon teniendo una muy buena librería a cien metros de casa. Después hay otras cuestiones muy difíciles de inhibir, vinculadas con los grandes grupos editoriales, con la distribución de libros, con la imitación irresponsable de un urbanismo donde se ha desdeñado la necesidad de caminar y se ha apostado todo al coche y al suburbio, lo cual lleva al aislamiento social previo al que han provocado internet, las redes sociales, Netflix y Amazon. De modo que todo hay que verlo desde una perspectiva histórica y cada cual escribe desde un lugar y un cuerpo que no son intercambiables. Mis libros, no obstante, no son manuales de edición ni radiografías sistemáticas del mundo editorial o de las librerías, sino libros de viaje, experiencias personales e invitaciones a la reflexión crítica. Si tú en tu ciudad tienes librerías que quieres que sigan existiendo debes tomar decisiones al respecto.

¿Qué valor hallas en las experiencias análogas sobre las virtuales?

Una de las grandes ventajas del formato libro es que empieza y acaba, y cuando acaba te obliga a una acción física y a tomar decisiones que no pueden ser automáticas: ponerlo en la estantería o ir a la librería a comprar otro. En cambio, en internet y en la cultura de las plataformas todo es virtualmente infinito y eso nos ha llevado a la saturación. Cada día nos cuesta más encontrar lo que queremos; nunca habíamos tenido tantas películas ni series a nuestra disposición y no obstante no sabemos qué ver. Hay un nuevo spleen, una nueva sensación de hartazgo ante el exceso de oferta audiovisual y ante el continuo consumo en el cual cuesta diferenciar las redes sociales, la lectura de un diario online, una película, una serie, etcétera. Hay experiencias que son más singulares y que por tanto son más memorables.

Finalmente, quisiera preguntarte por el máster en creación literaria. Visto a la distancia, parece obvio que una ciudad como Barcelona albergue un programa de este tipo, pero es sorprendente que lo hubiera hasta el siglo XXI. ¿Cómo se concibió?

La idea fue del poeta y traductor José María Micó. De un modo muy visionario, empezó a hacer un proyecto al que, para mi sorpresa, me invitó cuando tenía 29 años. Cuando entré, como coordinador académico y luego como codirector, lo que hicimos fue emanciparnos de la necesidad de ser un máster oficial para no tener sólo profesores que fueran titulares de universidad y doctores. En un máster oficial, Borges no hubiera podido ser profesor porque no acabó la secundaria. Lo mismo le ocurrió a Rodrigo Fresán, por ejemplo, que es profesor nuestro. Martín Caparrós, Antonio Muñoz Molina o Mónica Ojeda son licenciados pero la mayoría no son doctores, sino extraordinarios escritores y muy buenos docentes. A veces pienso que dentro de diez o veinte años nadie se acordará de mis libros pero sí del máster; quizá se convierta en mi gran obra gracias a la confianza de José María, que tuvo esta idea tan brillante hace quince años.

Imagen de portada: Rafael Barradas, Calle de Barcelona a la 1 p.m., 1918