Esto otro que también me habita (y no es el alma o no necesariamente)

Animales / dossier / Mayo de 2020

Elisa Díaz Castelo

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A partir de un verso de Darío Jaramillo


Animalejos insidiosos o inocuos, pero, ante todo, diminutos, o, por lo menos, discretos. De varias patas o ninguna, redondos o alargados, con o sin ojos, con o sin dientes, asexuados o calientes, procreativos. Sobre todo invisibles o bien ocultos, invertebrados (por suerte), inveterados. Desde siempre nos habitan, huéspedes y nosotros, anfitriones, no podríamos vivirnos solos, mantenernos. Somos ellos: son nosotros. No hay dualismo ni monismo. Todo parasitario, todos parásitos: hay más células de microbios que células humanas en el cuerpo.
Bacterias sobre todo, rumiantes, pastando en las estepas del intestino, virus, también, perfectos como semillas de castaños. Y dónde, en todos lados y cuándo, siempre: la ameba indecorosa, el demodex alienígena, anquilosoma, tricocéfalos, la triste solitaria. Todos nauseabundos al microscopio: aparatosos, necesarios microorganismos patógenos y comensales, rumiantes animalillos simbióticos, simbólicos. Holgazanes, vividores de este cuerpo para ellos universo, con sus nebulosas de células, infiernos de ácido, para ellos tierra fértil, paraíso de sangre en movimiento.
Pero esto que también me habita algún día se mudará de cuerpo, me moriré, me comerán de adentro para afuera, clostridia, coliformes (se muere siempre de adentro para afuera, del centro al diámetro, de la sangre al nombre). Esto que también me habita soy yo, parte por parte, perviviendo con la irresoluta sentencia de la vida eterna o al menos más larga que la mía, diminuta, rapaz y carroñera, después de la muerte.

Imagen de portada: Carabus intricatus. Fotografía de Udo Schmidt, 2019