crítica Gótico OCT.2025

Leopoldo Laurido Reyes

La poesía científica del Primero sueño, de Sigmund Méndez

Ver la oscuridad es ver y no ver

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Quien se haya permitido la aventura de leer el poema mayor de sor Juana Inés de la Cruz, el Primero sueño, habrá sentido una hipnótica atracción casi instantánea. Pero también habrá sentido la oscuridad que irradia —y que coincide, por cierto, con el mismo entorno nocturno que lo envuelve—. Con el paso de los siglos, esta oscuridad se ha ido cerrando cada vez más a causa de la distancia temporal y epistémica.

​ Además de recordar esa distancia, en el prólogo a La poesía científica del Primero sueño, Méndez hace otras observaciones que serán fundamentales para comprender el alcance del libro. Nos recuerda, por ejemplo, que entre el tiempo en que fue escrito el poema y nuestros días, se interpuso como una muralla la modernidad, periodo en el que se trastocó paulatina, pero radicalmente, el paradigma científico. He aquí un par de ejemplos ofrecidos en la obra. El primero: Copérnico revolucionó, con su De revolutionibus orbium coelestium, la idea que se tenía del cosmos, pues esa obra dio inicio al paso del geocentrismo al heliocentrismo; el segundo: con el Exercitatio anatomica de motu cordis et sanguinis in animalibus de William Harvey, las ideas galénicas sobre la dinámica sanguínea se quedaron en el olvido o, lo que es casi lo mismo, se fueron relegando a los libros de historia de la medicina.

​ No sólo los conocimientos científicos, nos enseña el autor, han sufrido cambios profundos, sino también la forma en que se entendía la poesía hasta hace un par de siglos. Ahora la poesía es vista apenas como una forma de placer, casi en contraposición a la verdad. Además de que, a partir del postromanticismo, la montaña de la poesía lírica ha dejado en una bruna sombra a ese vasto mundo que constituyen las otras formas de expresión poética, lo cual nos hace incurrir, ciertamente, en un “provincialismo histórico”, al suponer que esta concepción de la poesía, tan reducida y reciente, existe desde siempre. En la actualidad, la ciencia y la poesía son dos mundos del todo separados, a pesar de que, como se muestra a lo largo del libro, casi siempre fue diferente. De hecho, por muchos años, a la poesía se le consideró ya una forma de ciencia, ya la suma de todas las ciencias. Véase, por ejemplo, lo que señalan estos dos autores, tan distantes en el tiempo (las citas las tomo, por supuesto, del libro de Méndez). Guillaume de Conches, en Glosae super Platonem: “La poética, esto es, la ciencia de hacer composiciones en verso”; y Miguel de Cervantes, en El Quijote: “La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella”. Como ya dije, para que no quepan dudas, el autor nos ofrece una larga y poco conocida lista de obras de poesía científica; aquí, por señalar un caso paradigmático, mencionemos a los famosos Phaenomena de Arato (siglo III a. C.).

​ Gracias al prólogo podemos advertir también el objetivo, de ardua labor, de La poesía científica del Primero sueño: atravesar el muro de la modernidad para adentrarnos en el ámbito de los conocimientos científicos que en los tiempos de sor Juana se difundían, que ella tenía y que expresa en su obra; y, a partir de ello, comprender pasajes de su poema predilecto, hasta ahora oscuros o parcialmente clarificados. Para cumplir su propósito, el autor se vale tanto del “más puntilloso esclarecimiento de las influencias poético-literarias” en el Primero Sueño, de “la indagación —a partir de esas fuentes— de los conceptos e ideas”, así como de la literatura comparada y la tematología.

​ Después del necesario portal del prólogo, el libro tiene cuatro capítulos centrales. A éstos les siguen un epílogo y un apéndice. Que el primer capítulo esté dedicado a los temas cosmológicos no es fortuito. El poema de sor Juana comienza con el surgimiento de la noche, que sale de la tierra y, en forma piramidal, avanza hacia el cielo, sin lograr alcanzar las estrellas. Portentosa imagen, sin duda, y de base científica, pero en absoluto aislada o ajena a la tradición. Todo lo contrario. Méndez rastrea y encuentra que sus precedentes son tan antiguos como los filósofos presocráticos, que el mismo Aristóteles, quien habla de “la sombra de la tierra […] llamada noche”, señala esta descripción como “un conocimiento ya establecido”. Después del estagirita cita y analiza fragmentos de más de cincuenta autores, antiguos, medievales, contemporáneos a sor Juana e incluso algo posteriores a ella, todos los cuales usan la misma imagen de la noche como una pirámide o cono que surge de la tierra. Nada de ello le quita originalidad a los versos de sor Juana. Méndez lo explica.

​ Del mundo externo de la cosmología pasa al mundo interno del cuerpo. Para esclarecer los versos 234-256 del Primero sueño, este capítulo se entrega a labores, aunque diferenciadas, entrelazadas. Entre ellas, explicar la forma como se entendían las “funciones corporales que anteceden al acto de dormir” e identificar los órganos involucrados, tarea nada sencilla, por lo controvertido del tema, tanto entre los médicos y filósofos antiguos como entre los sorjuanistas contemporáneos, así como a causa de la particular oscuridad de los versos indicados. Gracias a la tenacidad del autor, el capítulo ofrece una verdadera lección de medicina antigua.

​ En ámbitos cada vez más profundos, en el tercer capítulo, Méndez se adentra al espeso bosque conceptual de los sentidos interiores (imaginativa, estimativa, memoria…). Ese ramificado recorrido nos permite identificar diversas teorías con las que se intentaban entender los procesos cognitivos en la vigilia y durante el sueño. Entre otros resultados, se reconoce de nuevo la libertad poética de sor Juana en los versos 500-502, no siempre aceptada por críticos que han querido “corregir” el poema.

Arato, Phainomena [Aratea de Leiden], ca. 830, f. 93v. Universiteitsbibliotheek, Leiden, dominio público.

​ Por un lado, el capítulo cuarto investiga el valor que, en sor Juana frente a otros intelectuales, tenía el sueño como medio para que el alma lograra la comprensión del mundo. Por otro, respecto a la libertad creativa de la poeta, hace una ponderación sustentada en la mayor finura filológica, así como en la revisión de la tradición intelectual a la que la poeta mostró allegarse. La coherencia de la monja novohispana consiste en no aceptar ceñirse a una única línea de pensamiento. A pesar de ello, diferentes autores contemporáneos han intentado hacer que el poema coincida plenamente con uno u otro marco filosófico o teológico, pero en ningún caso lo han logrado. Como se muestra con sutileza de filigrana, el Primero sueño bebe de la obra de santo Tomás, mas no es tomista; del escolasticismo, aunque no es es escolástico, ni aristotélico, ni neoplatónico ni hermético; ni siquiera católico, porque no tiene un tratamiento religioso. En suma, no es “practicable una sectaria etiquetación filosófica”. El epílogo no sólo hace un resumen de los puntos tratados en el libro, también nos regala una lúcida reflexión en torno al profundo sentido general del poema, cuya “pasión científica no es contención ni salida de la honda incertidumbre, sino la fuerza que la avala y la amplifica”.

​ Por si fuera poco el recorrido realizado, a lo largo de veinticinco páginas, el autor nos obsequia un apéndice donde se vuelve a ver su compromiso con el poema. Allí revisa algunos puntos, ya no de temas científicos, que se han debatido con cierta asiduidad, como el posible conocimiento de Homero sobre las pirámides de Egipto, la “transformación” de la grulla en águila, la designación de Alcmeón como monarca y la asimilación entre Almone y Alcione, entre otros.

​ Es cierto que no ha habido pocos esfuerzos por entender el contenido científico del poema. Para comprobarlo, basta revisar los dos tomos que componen Sor Juana a través de los siglos (1668-1910), de Antonio Alatorre —quien continuó y engrosó un trabajo iniciado por Francisco de la Maza—, así como las investigaciones que diligentemente hicieron trece especialistas, reunidas bajo el título La recepción literaria de sor Juana Inés de la Cruz: un siglo de apreciaciones críticas (1910-2010) —quienes a su vez continuaron con el trabajo de Alatorre—. A ello se ha de sumar, eso sí, la revisión de las no pocas obras que se han realizado de 2010 a la fecha, como la de Américo Larralde, El eclipse del Sueño de Sor Juana (aunque su hipótesis central haya sido ya refutada por Méndez y Olivares Zorrilla), el póstumo El heliocentrismo en el mundo de habla española de Antonio Alatorre y aún obras más recientes, como las de Jorge Gutiérrez Reyna. En la revisión de esos textos se podrá ver que el interés por especular en torno a los elementos científicos en el poema de sor Juana tuvo su mayor auge en la segunda mitad del siglo XX, con figuras emblemáticas como las de Elías Trabulse y Georgina Sabat de Rivers.

​ Es indudable que, para cumplir sus objetivos, Méndez no sólo ha leído toda la crítica literaria precedente y contemporánea en el tema tratado, sino mucho más. Se trasluce una portentosa y envidiable capacidad lectora. Además, su poliglotismo le ha permitido extender, por mucho, los límites de sus disquisiciones. Aparte del español, en este libro aparecen otros ocho idiomas (casi todos de textos no contemporáneos), principalmente el latín y griego antiguo, lenguas de cultura en los tiempos de sor Juana, pero también el inglés, italiano, francés, portugués, alemán, escocés y holandés. Y no aparecen en meras citas, lo cual ya sería bastante, también se encuentran como material al que le aplica su filoso bisturí filológico. Por suerte, el mismo autor ha traducido todo.

​ Este amplio número de fuentes (que de forma involuntaria convierte al libro también en una antología) y de idiomas será sin duda material para la crítica y el desborde de prejuicios. Estoy seguro de que no faltará el lector incauto que suponga este despliegue de erudición como mera fanfarronería. Pero no lo es. Si se mira con calma, se constatarán las buenas consecuencias del proceder del autor. Primero: ofrecer fuentes directas para cada uno de los argumentos presentados vuelve a éstos confiables, no resultado de meras suposiciones, teorías o hipótesis. Segundo: nos permite identificar, de mucho mejor manera, el lugar de sor Juana en la historia de la literatura occidental; el caso de la novohispana no es el de una genialidad aislada, sino el de una que planta su originalidad sobre una larguísima estela de escritores, científicos, filósofos, teólogos, etc. Tercero, pero no último: la constante presencia de textos que se podían leer en sus tiempos, o de textos que eran la base de los que leía la poeta, nos obsequia poder sumergirnos —al menos mientras sumimos la cabeza en el libro— en el clima literario del siglo XVII; de esa manera, se crea el simulacro de conocer lo que sor Juana conocía. Méndez nos ayuda a que atravesemos el muro del tiempo.

​ Que el autor esté tan pertrechado de agudos instrumentos intelectuales, con una erudición acaso sin par en México, no nos debe llevar a pensar en un rígido, antes bien en un riguroso filólogo, abierto como pocos a aceptar la flexibilidad artística de sor Juana. Aquí la minucia filológica no se contradice con el reconocimiento de que, más allá de cualquier análisis literario, lo que escribió la jerónima fue un poema, esto es, el producto genial del ingenio.

​ Quizás el hecho de que Sigmund Méndez sea también poeta le ha permitido aplicar varios tonos y matices a su libro. Es cierto que, en buena parte de la obra, la escritura, junto con ser de una pulcritud clasicista, es necesariamente oscura por auténtico prurito de exactitud y también por la cantidad de información agolpada, a veces compactada en frases de una síntesis pétrea. Al mismo tiempo, uno puede detectar el gozo de la escritura; gozo del autor al escribir y, por lo tanto, gozo nuestro al leerlo. Acá o allá, en especial en la última parte del libro, podemos encontrar plácidas y eficaces paronomasias y metáforas, bromas e ironías (que me han hecho reír o gruñir de emoción), reflexiones filosóficas ecuánimes y profundas y un apasionamiento desbordante ante algunos temas en los que hay controversia.

Sigmund Méndez, La poesía científica del Primero sueño, Conahcyt y Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 2025.

Imagen de portada: Marco Tulio Cicerón [traductor], “Perseo”, Aratea [manuscrito con poemas de Arato y extractos de De Astronomica de Higinio], ca. 820, f. 4. British Museum Library, dominio público.