Los tatuajes polinesios

El Pacífico / dossier / Junio de 2019

Anahí Luna

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Herman Melville saltó a la fama por ser “el hombre que había vivido entre los caníbales”. En su primera novela semi autobiográfica Typee: A Peep at Polynesian Life (Taipi: un edén caníbal) relata la experiencia que vivieron el narrador (llamado Tom) y su amigo Toby (Richard Tobias Greene), marineros de un barco ballenero que después de seis meses en el mar llegaron a abastecerse a una bahía de la isla Nuku Hiva, en el archipiélago de Las Marquesas. Por ya no soportar la vida a bordo de la embarcación, deciden desertar y adentrarse en el taipivai; ahí son secuestrados por los taipis, una temida tribu caníbal. Si bien esta novela de aventuras complace la sed de exotismo de los lectores, también contiene elementos de una etnografía, describe la vegetación exuberante, el carácter afable de los nativos y algunas de sus costumbres, como la elaboración de textiles de corteza, los roles de los sexos, las festividades y las guerras intertribales. Los marineros se salvan de ser devorados por no ser enemigos y por tener un sabor salado. Toda esta experiencia hace que el narrador comience a replantear sus nociones de humanidad. ¿Acaso sería no tan repugnante alimentarse de carne humana? Para Melville, los nativos de Las Marquesas se caracterizan por ser civilizados sui generis, no por ser salvajes. El drama de la novela se centra en la vida de los beachcombers, desertores que en esta época solían habitar las playas de las islas del Pacífico y frecuentemente trabajaban como traductores e intermediarios entre los expedicionarios y los pueblos nativos. Los beachcombers huían de la tiranía de los capitanes, pero vivían con el miedo a ser tatuados o a ser devorados por los nativos. Si se querían integrar plenamente a la sociedad polinesia se tenían que someter al tatuaje. En Melville, resulta sorprendente que sean los tatuajes, y no el canibalismo, la amenaza principal a la existencia del narrador. Después de presenciar el retoque de los tatuajes de un viejo jefe, Tommo, como le decían al narrador, se volvió el objeto de deseo del tuhuna o maestro tatuador local, quien lo acecha en forma insistente para “desfigurarle” el rostro con tinta. En uno de los pasajes Tommo confiesa unos de sus temores: aunque tuviera la oportunidad de volver a la civilización, al estar tatuado nunca más tendría “la cara” para presentarse de nuevo ante sus compatriotas. Melville describió los tatuajes de sus personajes masculinos con singular entusiasmo. Afirmó, por ejemplo, que los cuerpos marquesanos cubiertos con “representaciones de aves y peces, así como de una variedad de las criaturas más deleznables” le llegaron a sugerir “la idea de un museo pictórico de historia natural o un ejemplar de Animated Nature de Goldsmith”. Con esto se refiere a un libro ilustrado de historia natural que en esta época se consultaba mucho.

Ilustración de Miguel Covarrubias, en Herman Melville, Typee: A Peep at Polynesian Life, The Limited Editions Club, Nueva York, 1935. © María Elena Rico Covarrubias

Por su postura abierta y su defensa de la libertad espiritual de los nativos de Polinesia, Melville tuvo problemas con la censura y los periódicos cristianos de su época y también mucha gente lo tomó por mitómano. En el ámbito literario la obra fue elogiada, tanto por Whitman e Irving como por Longfellow y Hawthorne. Quizás el más entusiasmado de los escritores contemporáneos fue Henry David Thoreau. A raíz de su lectura redactó una reflexión sobre las relaciones entre el mundo de los “salvajes” y los civilizados. Thoreau incluso dedicó unas líneas a la defensa del tatuaje en el Pacífico como una vestimenta equivalente a lo que en otras sociedades es la ropa. Este aspecto tan crucial de la novela de Melville fue retomado por el artista mexicano Miguel Covarrubias para la edición ilustrada del libro que realizó en 1935 para la prestigiosa firma editorial The Limited Editions Club de Nueva York. Entre los artistas de esta época, lo más conocido del arte del Pacífico era la plástica de madera, como las estatuas tiki, que entonces ya eran coleccionadas con bastante sistematicidad por connaisseurs y museos etnológicos. La potencia plástica de este arte interesó a escritores como Robert Louis Stevenson y Jack London y artistas como Gauguin, Pechstein, Nolde, Ernst y Matisse. Los cubistas se interesaban más en África, mientras que los expresionistas, al igual que los surrealistas, preferían el arte de los Mares del Sur. Es notable que no se interesaran en los tatuajes, a pesar de que era una práctica tan extendida, sobre todo en las islas de Polinesia.

Ilustración de Miguel Covarrubias, en Herman Melville, Typee: A Peep at Polynesian Life, The Limited Editions Club, Nueva York, 1935. © María Elena Rico Covarrubias

En ese contexto, Miguel Covarrubias es una gran excepción. Probablemente fue el único de los modernistas que se tomó en serio los principios visuales que involucra este arte corporal. Más que otros artistas comprendió la importancia que tenía el acto de inscribir diseños en la piel y su papel central en estas culturas que se pueden caracterizar como fundadas en el gesto y la imagen rituales. Covarrubias se documentó ampliamente para realizar sus ilustraciones, en especial destaca su estudio de la obra del antropólogo alemán Karl von den Steinen, quien en 1897 vivió durante seis meses en Las Marquesas. Su obra monumental Die Marquesaner und ihre Kunst (Los marquesanos y su arte) constituye el primer estudio detallado de las formas expresivas marquesanas. Covarrubias retoma numerosas imágenes del primer volumen de esta obra dedicada al tatuaje, que incluye un catálogo muy completo de los motivos y un estudio sobre la morfología de este arte. Este tatuaje tradicional se crea por medio de una operación dolorosa, ejecutada con instrumental hecho de dientes y huesos fijados a un mango de madera o bambú que los polinesios usan para golpear la piel, con lo que logran inyectar una tinta creada a partir de pigmentos minerales y vegetales. Este aspecto técnico explica la etimología del término que deriva de la palabra tahitiana tatau (golpear, marcar). Como explica Von den Steinen, lo más importante para comprender esta práctica cultural es su aspecto sacrificial, el don de la sangre. Con esto, el tatuaje genera la fuerza mágica que se conoce como mana: protege los cuerpos contra las enfermedades y durante las guerras; además, aumenta la atracción sexual y de esta manera fomenta la procreación y la fertilidad. Más allá de todo esto, Von den Steinen entendió la inscripción de diseños en la piel como la expresión de un principio humano universal: la búsqueda de la belleza. También el antropólogo inglés Alfred Gell advirtió que en los pueblos del Pacífico estas modificaciones corporales son parte de la formación de la persona y de los procesos rituales que acompañan a los individuos en el paso de la infancia a la pubertad. Gell sostenía que el arte de Las Marquesas debía ser entendido como una técnica para engrandecer y embellecer una persona mediante la adherencia de espíritus múltiples y potentes del panteón nativo. La composición de los tatuajes a partir de un gran número de diseños variados es importante para expresar la posición de la persona dentro de su red de relaciones.

Wilhelm Gottlieb Tilesius von Tilenau, A Young Nukahivan Not Completely Tattooed, 1813. Department of Library Services, American Museum of Natural History, New York

Covarrubias, a la par de los artistas e intelectuales de la primera década del siglo XX, apreciaba el arte primitivo, sobre todo porque para él involucraba medios espirituales de expresión en cuyas formas puras era posible dar cuenta de la verdadera naturaleza humana. En las ilustraciones que realizó para la obra de Melville vemos que su apuesta era revertir algunos de los aspectos exotistas más problemáticos de la novela. En este contexto es importante retomar su reivindicación estética del arte del tatuaje. En una de sus ilustraciones, que por cierto fue descartada para la edición de la novela, vemos tres marquesanos completamente tatuados tomando la bebida elaborada con la raíz de la kava. Aun cuando los cuerpos se presentan en flexión, el tratamiento de cada detalle demuestra su conocimiento a profundidad de los motivos. El hombre mayor de barba blanca y lóbulos alargados es Marheyo, el padre de Kory-Kory, quien fue el sirviente que el jefe de los taipis, Mehevi, asignó a Tommo y Toby durante su estancia, a pesar de que eran rehenes. El personaje a la izquierda de la composición, cuyo perfil en tres cuartos permite ver un afilado diente de ballena incrustado en su oreja derecha, sostiene en su mano un tazón hecho de la cáscara interior del coco. El tercer hombre de espaldas con la cabeza rapada y el cabello enroscado en dos partes es el sirviente Kory-Kory.

Miguel Covarrubias, s. t. (tres personajes), imagen descartada para publicación, ca. 1935. Colección Casa Luis Barragán. © María Elena Rico Covarrubias

Los tatuajes que lleva Kory-Kory no fueron tomados de la obra de Von den Steinen, sino de un grabado proveniente de una expedición rusa liderada por el capitán Adam Krusenstern. La expedición fue bastante temprana (1804) y está documentado que en ella colaboraron dos intérpretes beachcombers que llevaban un tiempo asentados en Nuku Hiva: el inglés Robarts y el francés Jean-Baptise Cabris, un desertor de un ballenero inglés de quien se dice que se tornó en un “verdadero salvaje”. Para integrarse plenamente a la comunidad, Cabris se dejó tatuar, aprendió a nadar con tanta habilidad como los nativos y se casó con la hija de un jefe menor de la isla. En 1804 Cabris se volvió el principal informante del naturalista de la expedición, Georg Heinrich von Langsdorff, quien junto con Wilhelm Gottlieb Tilesius von Tilenau produjo algunas de las fuentes visuales más importantes sobre Las Marquesas. La historia de Cabris tiene un final trágico. Estaba a bordo de la embarcación rusa cuando Krusenstern dio la orden de levantar el ancla. Cabris ya no pudo llegar a la costa porque el oleaje era fuerte. Se volvió marinero de nuevo y fue liberado en Kamchatka. De ahí logró desplazarse hacia la Rusia europea y vivió exactamente lo que temía Tommo, el personaje de Melville. Al tener el cuerpo completamente tatuado, no le quedó otra opción que unirse a los espectáculos del tipo sideshow, donde fue admirado por estar cubierto con extraños diseños. Vivió esta etapa escenificando “danzas caníbales” y contando historias fantásticas sobre los Mares del Sur. También se sabe que fue un tiempo la estrella del Gabinete de las Ilusiones en París. Cuando murió en Valenciennes en 1822, un museo francés, argumentando interés científico, intentó comprar su cuerpo para preservar su piel en alcohol. Se dice también que fue enterrado en un lugar secreto para proteger sus restos de la profanación y el coleccionismo. El historiador del Pacífico Nicholas Thomas ha señalado que el tatuaje occidental contemporáneo no se podría entender sin estos procesos de intercambio, apropiación y traducción originados en los contactos durante la era de exploración y colonización del Pacífico. Mucho antes de los antropólogos y artistas, fueron los buscadores de fortunas, marineros, náufragos, amotinados y desertores, presidiarios fugados y misioneros renegados quienes comenzaron la popularización de este arte corporal hoy en día cada vez más aceptado y valorado.