Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero

Sobre las ruinas de lo siniestro

La noche / crítica / Junio de 2021

Aniela Rodríguez

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Después del éxito que representó Pelea de gallos (Premio Joaquín Gallegos Lara 2018 y publicado por Páginas de Espuma en el mismo año), María Fernanda Ampuero ha abierto otra grieta igual o incluso más grande que la de su anterior libro de cuentos. Con Sacrificios humanos no hay más que decretar que estamos frente a una escritora dispuesta a evidenciar nuestro lado más oscuro, a través de recursos que ondulan entre lo gore y lo poético; un movimiento pendular que nos recuerda que nuestra capacidad de asombro aún no ha conocido sus límites más inmundos. Detrás de ese mar de notas y entrevistas en torno a Sacrificios humanos, Ampuero lanza una declaración que da en el blanco para entender estas historias: “He escrito este libro aullando de dolor”. Trato de sacudirme esta frase durante toda la noche que paso leyéndolo. No puedo hacerlo. Pongo el acento en otros lados, miro hacia otras partes que no he notado en la primera lectura, pero no soy capaz de sacarme esa comezón de encima. No hay forma de entender este libro sin sentir la violencia metiéndose hasta las tripas. Me rehúso, peleo, cierro los ojos, pero ahí está otra vez, y de repente me llega esa sensación que creo reconocer de antes: es inútil confinarla o pretender que no existe. Eso Ampuero lo sabe bien, y nos lo pone en la cara tantas veces que es imposible obviarlo. No hay otra forma de nombrar la violencia más que a través de sus espinas. Es por eso que estos cuentos, a manera de sacrificios, punzan e incomodan: su ubicación es más cercana de lo que estamos dispuestos a aceptar. Pienso en la aparición de la violencia de género como una constante en su narrativa, que ya desde Pelea de gallos nunca ha tenido tapujos en retratar. Con “Silba”, por ejemplo, no pude sacarme esta imagen de la cabeza:

No quise formular las preguntas que harían que mamá se avergonzara […] del emborronamiento de su amor propio, de su condición de mujer miserable y prisionera, de su callar por miedo a que papá la abandonara, un silencio brutal, como una mano enorme de verdugo que te tapa la nariz y la boca mientras silba.

La figura de la mujer y la reconfiguración del ideal de lo femenino están presentes una y otra vez en estos once cuentos; temas que aún parecieran ser tabú dentro de la sociedad, como la violación, el feminicidio, la desaparición o el abuso doméstico, están retratados en su versión más desgarradora y sin amortiguadores, como sucede en “Biografía”, el cuento que inaugura este volumen:

Recuerdo que alguien me dijo que las estrellas que vemos llevan mucho tiempo muertas y pienso que ojalá así refulgieran las desaparecidas, con esa misma luz cegadora, para que sea más fácil encontrarlas.

Esta reacción tan humana es la que le interesa retratar a la autora en Sacrificios humanos: un terror que navega entre los terrenos de lo sublime y lo poético. En este volumen, el dolor del que tanto hemos deseado escapar se vuelve un artefacto que permea todo a través de sus ramificaciones. Un dolor viscoso que invade y en el que los personajes están atrapados en un ciclo sin fin. Hablemos del lamento por las mujeres violentadas, que aparece como un tema recurrente a lo largo de todo el libro. En “Lorena” queda claro que no existe fuerza suficiente dentro del lenguaje para nombrarlas a todas:

Ninguna recién casada, con su vestido de volantes y sus flores en el pelo, cree que va a ser una de esas mujeres que dan que hablar, de ésas sobre las que las otras comentan entrecerrando los ojos y negando con la cabeza, de aquéllas cuyos nombres fueron reemplazados por la golpeada, la violada, la abusada, la asesinada. Ninguna recién casada cree que va a ser otra cosa que feliz.

Leer a María Fernanda Ampuero no es sólo recibir el dolor en todas sus vertientes: es reconocerlo como propio, dejar que habite en nosotros. Quizás sea ésa la razón de que estos relatos emerjan desde la intimidad de sus protagonistas: esa nueva forma del terror que Sacrificios humanos pone sobre la mesa se gesta en una mínima dislocación de lo cotidiano, que se abre ante nosotros para enfrentarnos a nuestros miedos más arraigados: el fin de la inocencia, la despedida de un amor condenado al fracaso o el encuentro con alteridades que escapan a los ideales de perfección son tan sólo algunos de ellos. Para exorcizarlos, sus personajes están destinados a encararlos, como quien pone la mano por voluntad propia sobre un comal caliente, tal cual lo hace la protagonista de “Biografía”: “Fue la primera vez que pensé en mi propia muerte y la muerte era exactamente eso: estar sola en un callejón al que nunca le da el sol y que nadie, nunca, te vaya a buscar”. No bastan los eufemismos ni las metáforas. En los cuentos de la ecuatoriana, todo es desconsuelo y se enuncia a partir de las heridas más purulentas. Se sufre con los personajes, sí. Se aprende a aguantar la náusea, también. Pero, sobre todo, uno llega hasta los círculos más profundos de lo violento, ahí donde nuestra imaginación quizás no habría sido capaz de descender por sí sola, como sucede en “Hermanita”:

Qué fácil consume una vela todo lo que toca con su lengüita hambreada. Qué bien se prenden las telas, los plásticos, los zapatos de dos colores del colegio, los pelos claros y largos como el de mi prima. El fuego come carne y no la regurgita.

Al dolor hay que llamarle por su nombre, hay que invocarlo con su misma intensidad. Por eso este libro hiere hasta la médula: no sólo nos volvemos víctimas, sino que, de vez en cuando, también reconocemos nuestro rostro en los mismos victimarios. El valor de estos cuentos no está únicamente en las anécdotas, sino en el efecto que producen dentro de nosotros: ansiedad, desesperación, ganas de aventarlo todo y correr, correr tan fuerte y escapar de eso que somos o de lo que alguna vez hemos sido.


¿Qué esconde Ampuero detrás de estos ejercicios de lo siniestro? ¿Cuál es ese Frankenstein que se agazapa hasta que una mano extraña lo rescata de entre las tinieblas? El monstruo en Sacrificios humanos tiene muchas caras y está en todas partes. Nos sacude, hace que temblemos no sólo por el alcance de su crueldad (muchas veces, salpicada de vísceras, de sangre o de vacíos), sino por la posibilidad de encontrarlo en donde menos lo hemos pensado:

Una mujer que juró amar a alguien ante sus amigos y ante dios no debería lavar las sábanas ensangrentadas de la cama matrimonial después de que su esposo le rompa los orificios. Una mujer enamorada no debería tener que desinfectar heridas íntimas. Una mujer no debería llorar de miedo cada vez que un hombre se mete a la cama.

El terror bordado a lo largo de estas once historias se construye por oposición a lo familiar y representa aquello que no podemos controlar más y que termina comiéndonos en el día a día. Aunque salpicada por imágenes nauseabundas o grotescas, la atmósfera de lo siniestro va mucho más allá de un impacto meramente visual. En Sacrificios humanos, la escritora nos empuja a explorar las motivaciones de los protagonistas, nos encierra en el vertiginoso laberinto de la empatía. Sólo al haberlo atravesado seremos capaces de entender que la grieta que nos separa a nosotros de lo monstruoso no es tan grande como siempre la imaginamos.

Páginas de Espuma, Madrid, 2021 Páginas de Espuma, Madrid, 2021

Imagen de portada: Edvard Munch, Vampyr II, 1895