Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, de Orlando Mondragón
El poeta desnudo ante sus lectores
Leer pdfDecía Sergio Pitol que una de las bondades de la escritura es que al llegar a los cuarenta años aún te consideran un “autor joven”. Si seguimos esa lógica, el poeta Orlando Mondragón, nacido en 1993, está apenas en la adolescencia literaria. No obstante, sus tres libros publicados hasta la fecha, Epicedio al padre (2017), Cuadernos de patología humana (2022) y Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaro (2023), ya dan cuenta de una voz consciente de su capacidad de tensar la frontera entre la experiencia vivida y la escritura poética. Su obra más reciente no se explica sin las anteriores, por eso esta reseña propone una lectura de sus tres poemarios con el fin de notar su evolución.
Mondragón nació en Altamirano, Guerrero, una pequeña ciudad donde, a diferencia de otras en el país, se desarrollaba una intensa actividad cultural “porque no había otras formas de divertimento”, según me dice el autor. La biblioteca municipal fue su primer contacto con la poesía. No entendía lo que leía, pero el sonido de los poemas le gustaba y recitar lo hacía sentir poderoso. En la secundaria comenzó a escribir sus primeros versos, influido por la tradición satírica y burlesca de Altamirano. Aunque no publicó esos intentos iniciales, reconoce que desde entonces su escritura ha sido un ejercicio de pulido constante.
Los años siguientes escribió en secreto, hasta que sintió que había aprendido a afinar sus textos: “me gusta corregir mis poemas casi todos los días porque siempre hay una palabra que encaja de modo distinto con el verso”. Más tarde, se trasladó a la Ciudad de México para estudiar medicina. Fue en ese cruce entre ciencia y poesía donde emergió la singularidad de su estilo; se alejó de la rima y empezó a buscar el sonido en sus versos como el cirujano que opera a un paciente en camilla, con una precisión casi de bisturí. Por ejemplo, en “Suturas”, de Cuadernos de patología humana, se percibe esa doble mirada, la del médico que describe el inicio de la vida como una secuencia clínica y la del poeta que sabe que ese nacimiento está amenazado por un silencio que puede durar toda la existencia:
La vida inicia en rojo. La oscuridad abriendo su acueducto. El líquido amniótico se derrama entre las piernas y el útero empuja al nuevo ser. La vida comienza con ese exilio. Tomas al bebé en tus manos. Está sucio. Tus guantes se manchan con la sangre de la madre. Luego de los gritos, un breve silencio. Aunque puede ser largo. Puede durar toda la vida, el silencio. Callarnos antes de poder llorar a todo pulmón.
En estos versos, la técnica médica no excluye la emoción; la crudeza con la que emplea las palabras provoca la tensión en donde la poesía de Mondragón encuentra su filo. Para él, escribir es una forma de desautomatización del lenguaje, una manera deliberada de respirar a través de las palabras. Esa búsqueda lo ha llevado a construir una obra que oscila entre la confesión y la contención, entre el cuerpo herido y el doctor que cura.
El debut de Mondragón ocurrió en 2017 con la publicación de Epicedio al padre, un poemario que narra la experiencia de un hijo homosexual que debe cuidar a su padre enfermo. Dividido en tres secciones, el libro avanza como si se tratara de un duelo que pasa por la enfermedad, la muerte y el recuerdo. Cada poema funciona como una escena breve, una estampa cargada de tensión. La voz poética emerge entre el pudor y la rabia, entre el amor filial y la herida de una identidad rechazada:
Desearía regalarle a mi padre un hijo que no esté roto. Un hijo sin defectos de fábrica, […]
Un hijo que pueda presentarle una muchacha hermosa en la cena, sin esta cruz de soledades en la espalda.
En la obra del poeta no hay geografía ni temporalidad, tampoco una estructura. Los puntos y el orden de los versos son las herramientas que más utiliza. Lo que escribe es sonido, lo demás es silencio. Estos espacios no son sólo pausas tipográficas o adornos, representan los lugares donde debería haber consuelo, conversación o defensa. Pero no los hay. Y ahí, en ese vacío, es donde cobran fuerza sus poemas. Hay una gran necesidad de ternura en la mirada del hijo que no sabe cómo relacionarse con el cuerpo moribundo de su padre.
Aunque poesía y medicina han estado ligadas desde la antigüedad, por ejemplo, en la Ilíada, en la que Homero describe con detalle las heridas de guerra y cómo tratarlas, la sorpresa fue unánime en 2021, cuando Mondragón, un médico de apenas veintiocho años, ganó el XXXIV Premio de Poesía Loewe con Cuadernos de patología humana. ¿¡Un médico poeta!? No obstante, su caso es uno de muchos que han transitado entre ambas ramas. Antón Chéjov ejerció como médico buena parte de su vida, asegurando que la medicina era su esposa y la literatura, su amante. También William Carlos Williams —pediatra— escribía versos entre sus consultas, confirmando que la poesía requiere de la incisión exacta en la carne del lenguaje.
Este segundo poemario marca un giro tonal respecto al debut de su autor. Si bien la herida íntima permanece, ahora es el cuerpo ajeno el que se convierte en materia poética. El yo lírico asume un nuevo registro: ya no es el hijo lastimado, sino el médico que ha aprendido a vivir entre el cansancio, los cadáveres y la repetición. Aquí ya no ordena sus sentimientos, sino que los cataloga y documenta para poder seguir. Por eso complejiza su lenguaje, se vuelve técnico, a veces sus poemas parecen dictados como un formulario clínico. Sin embargo, esa frialdad es sólo la capa que protege al poeta que no ha perdido su capacidad de sentir y necesita escribir para mantenerse conectado. Como ejemplo, el poema “VI”, en el que la voz poética debe desconectar a un paciente terminal, muestra el dilema de la profesión del autor:
Ha firmado un papel que me obliga a desconectarlo. Mi dedo es el verdugo que silencia los monitores.
El pecho se sacude un poco.
Solo eso.
Mondragón, el médico poeta, está convencido del poder curativo de las palabras: “como seres humanos, es lo que nos diferencia de nuestros colegas animales, la capacidad de producir lenguaje y de comunicar pensamientos complejos”. Sabe que en ocasiones las palabras más sencillas, esas que apenas suenan, son las que más pueden doler, las que se quedan en la mente como una cuenta pendiente. Son bellas, pero también terribles.
Una de las características de sus dos primeros poemarios es que son narrativos. El autor no se entrega a la abstracción, en cambio, elige los temas como quien se prepara para una intervención quirúrgica. Cada poema cuenta una historia y el conjunto puede leerse como una serie de microrrelatos en verso. Es decir, Mondragón hace una disección de la realidad y, al mismo tiempo, propone una ficción. No obstante, lejos de repetir fórmulas, el escritor ha sabido complejizar su búsqueda y ahora entrega a los lectores Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, en el que la primera persona se asume sin rodeos.
Peeter Boel, Bodegón de caza con un cisne, ca. 1645. Museum Boijmans Van Beuningen, dominio público.
Si Epicedio al padre fue la herida inaugural y Cuadernos de patología humana la disección profesional, Paisaje nevado… es la apuesta tanto poética como vital, a sabiendas de que vivir también significa una pérdida. El libro, distinguido en 2023 con el III Premio Internacional de Poesía Ciudad de Estepona, representa una apertura en la que Mondragón permite a sus lectores asomarse en otro aspecto de su intimidad. Les muestra un escenario donde el médico es el paciente y la poesía su medicina. Son versos en los que el poeta elige hablar por primera vez sin velos sobre su vida, sus amores y sus contradicciones. No están aquí la línea protectora de lo narrativo ni el blindaje técnico del lenguaje médico. Hay cuerpo, sexo, desamparo y fugacidad. Esto se aprecia en “Vivaldi”, en que el amante recoge su ropa y se marcha, dejando al poeta con la sensación del otro en la piel:
Segundos antes de quedarnos dormidos dice que debe marcharse. Levanta la ropa como instrumentista que se dispone a guardar su música. Yo le agradezco que me deje con estas notas vibrando en mi cuerpo.
El protagonista de estos poemas es un sujeto vulnerable que se expone al frío de la mirada ajena. No romantiza la soledad, la acepta como parte de la vida, como el eco inevitable en cada encuentro; “todo recuerdo es el presente”, dice Novalis en el epígrafe del libro. Estructurado en cuatro secciones, el poemario va caminando entre lo biográfico y lo contemplativo hasta formar una miscelánea de intereses tan variopintos que terminan por unirse sólo a través del deseo. Como en “Paisaje nevado”, en el que muestra el abandono, la espera y la incertidumbre de los cuerpos que, aún presentes, ya han partido. Escribe:
Mis amantes no sienten frío. Toda la noche rechazan la cobija que con ternura les ofrezco.
Se quejan del brazo que entre sueños los busca para sentir que no se han ido pero toda la noche se están yendo.
Otro de los méritos del libro es que hace una sutil crítica a ciertos aspectos del mundo gay, como la vanidad física y el deseo carnal que se sobrepone al romanticismo. En “Fábula” ironiza: “Con cada nuevo amante / me adelanté a las decepciones: / las predije antes de herir. / De ser herido”. Y en “Ropa” las camisas se convierten en objetos pesados, cargados de recuerdos y relaciones fallidas: “Voy a obligarme a usar / estas camisas que fueron primero suyas / y ahora me pertenecen. / […] / Ya lo verán. / Ya iremos aprendiendo / que su cuerpo también se olvida”.
El título del poemario proviene del cuadro pintado en 1601 por Pieter Brueghel el Joven, expuesto en el Museo del Prado, en el cual Mondragón encuentra una clave simbólica entre su vida y aquellos cuerpos minúsculos que patinan sobre el hielo, condenados a caer, pero que continúan trazando sus pasos. Así observa el mundo este poeta, como quien sabe que lo que sostiene sus pies se puede quebrar en cualquier momento:
Nosotros, los minúsculos, los sonámbulos, los migratorios, iguales a los pájaros en estatura, […] Los que, como las aves en el cuadro, vemos la trampa puesta sobre la cabeza y preferimos ignorarla con tal de ver unos instantes nuestras huellas grabadas en la nieve porque creemos que puede salvarnos.
Mondragón es un poeta que retrata con su pluma un panorama de emociones. Su obra es lírica y armoniosa. Sus palabras hacen eco en el silencio de las experiencias humanas, una melancolía profunda se guarda en sus adentros. Para él es preciso encontrar la belleza en los lugares más cruentos; no busca respuestas definitivas, sino capturar lo fugaz, lo que intentamos retener antes de que inevitablemente desaparezca, y esa es su principal virtud.
A sus 32 años, es uno de los poetas jóvenes más consolidados en México; sus premios y su trabajo lo cimientan. Cuadernos de patología humana va en su segunda reimpresión y Epicedio al padre se reeditó en 2025 en Elefanta editorial. Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros llega de a pocos a este lado del Atlántico y, aunque es su libro más ambicioso hasta el momento, porque en él se desnuda ante sus lectores, quedaremos a la expectativa de que siga redoblando sus apuestas.
Orlando Mondragón, Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, Pre-Textos, 2023.
Imagen de portada: Pieter Brueghel el Joven, Paisaje nevado con patinadores y trampa para pájaros, ca. 1601. Museo Nacional del Prado, dominio público.