crítica Plástico JUN.2025

Fátima Villalta

El tiempo principia en Xibalbá, de Luis de Lión

Un viaje al inframundo para reinventar al pueblo maya

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De forma inevitable las palabras están ligadas a los recuerdos, pero también a los espacios geográficos. Cuando recuerdo Guatemala, pienso en un “chucho”, la primera palabra que conocí de su español y cuya versión en diminutivo hace referencia a un pequeño tamal relleno de carne. El segundo término que aprendí fue “ladino”, aunque tardaría muchos años en comprender la complejidad de su significado. Lo escuché cuando un guatemalteco lo utilizó para referirse a sí mismo; de forma inmediata lo asocié con la palabra “mestizo”, sin embargo, me aclaró que no era su equivalente porque él no era indígena. Lo comprendí un poco mejor en Ciudad de Guatemala, donde, si bien los mayas y sus idiomas pueblan las calles, las esquinas y los mercados, quienes ocupan puestos de poder no lo son, o al menos dicen no serlo. Ahí radica la esencia de ese sustantivo escurridizo que hasta el día de hoy sigue provocando debates; su sentido guarda una contraposición: la negación de lo maya o lo indígena.

​ Esta tensión resume la novela más famosa de Luis de Lión (1939-1984): El tiempo principia en Xibalbá, publicada por primera vez en 1985 pese a haber ganado los Juegos Florales Centroamericanos de Quetzaltenango en 1972. Sería injusto hablar de la obra sin hacer referencia a la vida del autor, el primer escritor de la época moderna en Guatemala en identificarse como maya kaqchikel. Existe una profunda ironía en este acto, si se tiene en cuenta que la civilización maya es ampliamente conocida por su antigüedad, desarrollo y cultura, a lo cual se suma que más del 35 % de la población guatemalteca se reconoce como maya.1 Frente a estos datos es imposible no pensar en la profunda segregación racial de un país que tuvo su primer escritor indígena hasta bien entrado el siglo XX.

​ El segundo elemento valioso de su biografía radica en su militancia política durante el conflicto armado, entre 1960 y 1996, donde más de 200 000 personas fueron asesinadas y 45 000 desaparecidas. Luis nació en un pequeño pueblo cerca de la Antigua Guatemala, capital de la colonia española en Centroamérica. Fue maestro de escuela rural, estudió literatura en la Universidad de San Carlos y formó parte del Partido Guatemalteco del Trabajo. Fue secuestrado, torturado y asesinado en 1984 por elementos del ejército. Su fotografía más famosa pertenece al infame Diario Militar, un listado de 183 personas desaparecidas por las fuerzas armadas entre 1983 y 1985, publicado en 1999, después de los Acuerdos de Paz de 1996. En la lista, Luis ocupa el puesto 135 y bajo su nombre se lee el código 300, que significa: ejecutado.

​ Un recurso fundamental de la novela es su circularidad. El conflicto inicia y termina con un viento místico que augura importantes transformaciones en un pueblo del que no sabemos su nombre, pero se trata, posiblemente, de un poblado rural e indígena de Guatemala. A diferencia de Occidente, la cosmovisión maya articula el tiempo en ciclos que se repiten, en los cuales ocurre la destrucción y la renovación del cosmos. Esta concepción del universo y su respectiva tensión están en el centro de la obra de Luis de Lión.

​ Los hombres del pueblo sienten un enorme deseo sexual por la Virgen de la Concepción, una figura tallada en madera que se encuentra en la única iglesia. En sintonía con sus anhelos eróticos, existe una mujer que se parece a ella: “[tenía] la misma cara, los mismos ojos, las mismas pestañas, las misas cejas, la misma nariz, la misma boca y hasta el mismo tamaño, con la diferencia nada más de que era morena, que tenía chiches, que era de carne y hueso y que, además, era puta”. Aunque a diferencia de la virgen, que simboliza un elemento ansiado, pero inalcanzable, los hombres sí pueden entablar una relación con ella. Para sublimar sus deseos por la madre de Dios, Juan, uno de aquellos hombres, se casa con su versión de carne y hueso, mientras que Pascual, una especie de delincuente rebelde que aborrece la pasividad de su pueblo, decide, como último acto antes de marcharse, robar la figura de madera para violarla.

​ A grandes rasgos, éste es el conflicto de la novela, pero la trama es sólo un pretexto para presentar alegorías sobre el colonialismo, el racismo y la identidad. Los distintos recursos estilísticos que el autor emplea dialogan de forma directa con grandes movimientos literarios latinoamericanos, como el realismo mágico y el espíritu vanguardista de la época, del cual Miguel Ángel Asturias se constituye como figura elemental de la literatura guatemalteca. A diferencia de Hombres de maíz del premio nobel, Luis de Lión responde a la herida colonial desde una sátira mordaz, a ratos profundamente divertida y por momentos solemne y aterradora, cargada, además, de simbolismos del mundo maya al que el autor pertenece. Desde la ironía, De Lión evidencia la mirada ladina y complaciente bajo la cual son observados los mayas, como si se tratasen de piezas de un museo o extensiones del Popol Vuh, un libro que, en realidad, les resulta ajeno:

el padre llegaba con prisa para terminar pronto y sólo se detenía en el sermón por un rato para predicar en contra de los protestantes, de los que no había ni uno en el pueblo; en contra de los liberales y los masones, que eran parecidos a los protestantes, pero de los que nadie conocía ni uno para muestra, y de vez en cuando también en contra de los comunistas que para la gente del pueblo era como oír hablar de una España lejana y perdida entre el mar o como un libro raro llamado Popol Vuh.

​ En el Popol Vuh, los primeros seres creados por los dioses son de barro y, en razón de ello, son imperfectos: son incapaces de hablar o pensar con claridad; sus creadores, entonces, los destruyen. De la misma manera, en la novela, el pueblo es asolado y se levanta de entre sus ruinas; sus pobladores mueren sin saber cómo ni porqué y, en su lugar, son reemplazados por “las mismas caras y los mismos apellidos, que neciamente vuelve[n] a levantar los mismos ranchos y a sustituir a los muertos con gente nuevecita”. Como con los ciclos de la cosmovisión maya, los habitantes del lugar se enfrentan a la oscuridad perpetua y aprenden a inventar la luz del día en sus cabezas. Es en uno de esos ciclos cuando sucede el robo de la virgen, encarnación de la mujer blanca que, por su condición de indígenas, a los hombres de ahí les estaba prohibido poseer. Su figura también simboliza la imposición de los valores occidentales: su religión, sus creencias y su visión sobre lo que es o no erótico. Para Pascual, por ejemplo, las mujeres indígenas carecen del atributo sexual que sí posee la Inmaculada porque es, después de todo, una ladina, la negación de todo lo que ellos representan:

Sólo con los ojos abiertos, redondos, vestido con una viejísima ropa de jerga arrugada, se puso a ver a todas las mujeres que entraban, una a una, a examinarlas, a medirles el tamaño de los camotes, a calcularles la dureza de las chiches, a ver cuánto de delicia podían tener entre las piernas, a escarbarles el rostro para ver si había alguna huella de la experiencia. Sin embargo, las vio como las imaginaba: comunes, corrientes, con el pelo largo, con los pies descalzos, indias.

​ El título de la novela tampoco es una decisión arbitraria. Xibalbá es el inframundo maya, ahí habitan algunos dioses y es donde tienen lugar ciertas calamidades que sufren los humanos. De acuerdo con el relato del Popol Vuh, los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué descienden para enfrentar una serie de pruebas, que, una vez superadas, les permitieron transformarse en el sol y la luna, respectivamente. Como si el colonialismo fuera la gran batalla del mundo maya moderno, el robo de la virgen desata la locura del pueblo que termina erigiendo sobre el altar una nueva figura.

​ Luis de Lión escribió todas sus obras en español y no en kaqchikel porque, en ese momento —aunque aún en la actualidad—, el alfabetismo en idiomas indígenas era muy bajo. Pese a eso, nunca dejó de identificarse como un hombre maya y esa visión estuvo presente en su trabajo literario, su militancia y su visión del mundo. Decir que El tiempo principia en Xibalbá es una obra valiosa para Guatemala me parece, cuando menos, una acotación bastante modesta. Su respuesta al indigenismo de la época lo convierte en un libro vigente que no sólo se enfrenta con la herida colonial de su país, sino que, además, crea una ficción profundamente latinoamericana.

Luis de Lión, El tiempo principia en Xibalbá, Ediciones del Pensativo, Antigua Guatemala, 2018.

Fotografías de los anteojos, la máquina de escribir y el curriculum vitae de Luis de Lión por Juanita Escobar, 2019. Cortesía de la fotógrafa y del Proyecto Luis de Lión.

  1. Ix’iloom Laura Martin, “Luis de Lión y la persistencia de la tradición retórica maya”, Memorias del Congreso de Idiomas Indígenas de Latinoamérica-II, 27-29 de octubre de 2005, Universidad de Texas, 2005.