De la mano de Perséfone

Orígenes / dossier / Febrero de 2019

Ricardo García

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Orígenes de la agricultura

De tan cotidiana, la agricultura no parece la innovación que dio rumbo definitivo a nuestra civilización. De tan común, olvidamos la manera en la que llegó a fundar nuestros vínculos sociales y comerciales, y nos parece lejana también la magia de su origen. El símbolo de la agricultura es la piedra angular del mito y del misterio que rodea al origen de la sociedad moderna. Es quizá la figura del mito la que nos puede introducir a un proceso que llevó varios miles de años de perfeccionamiento.

El mito de la diosa

El origen de la Agricultura, como la conocemos de manera simbólica, se explica con un rapto. La diosa Core se encuentra recogiendo flores en un prado y capta la atención del dios del Inframundo que, arrebatado por su belleza, le hace frente. Eros había lanzado un dardo al dios Hades, y quedó prendado de la joven diosa. Hades la miró de frente, la tomó de la cintura, y la llevó con él a las profundidades de la tierra. Entonces, “en la pupila de Hades [Core] se vio a sí misma…” nos cuenta Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía, y fue arrebatada del mundo de los vivos para internarse en la oscuridad. Démeter, su madre, tras la desaparición de su hija, la buscó por todos los rincones de la tierra conocida. El dios Sol, que había sido testigo del rapto, le confesó a Démeter la falta de Hades. Los cultivos mientras tanto comenzaron a menguar y la tierra empezó a lucir desolada sin alimento. Frente a Zeus, Démeter lanzó un ultimátum a todos los dioses: si su hija no le era devuelta, la totalidad de las semillas y los cultivos se perderían. Zeus no tuvo más remedio que buscar una pronta resolución del conflicto. Mientras esto sucedía Core comenzaba a padecer su cautiverio con resignación. Hades le ofreció unos granos de una roja granada para que calmara su hambre, y con ello el rapto pasó de ser anécdota a convertirse en un mito. Existía la maldición que quien probaba alimento en el Inframundo no podría salir de él. Artero gesto, el dios oscuro le ofrecío unas suculentas semillas, la granada: símbolo de pasión y resurrección, de prosperidad y abundancia, y aseguró así a su cautiva. Cuando Démeter llega por su hija la condena se cumple, y aunque Core vuelve al mundo de los vivos, bajo el designio de Zeus, de manera cíclica regresará por un tiempo al palacio de Hades. Una manera de narrar el ciclo del principio y fin de la vida, tal como ocurre cuando llega el invierno. En esta historia también se encuentra encerrada la parábola de la agricultura: para que los cultivos lleguen a cobrar vida, las semillas pasan un tiempo gestando su nacimiento en la oscuridad de la tierra. Viven una transformación. Tal y como Core regresa con su madre transformada en Perséfone.

Cómo ocurrió en Europa

No existe un dato paleoagrícola preciso o las evidencias de semillas que nos permitan ubicar con exactitud el inicio de la cultura agrícola en Europa. Algunos especialistas han intentado demostrar la entrada de la agricultura desde el sur de España, por Gibraltar proveniente de África del norte; otros más, aseguran que de Anatolia (Asia menor, la península turca) se internó por el este en las estepas y de allí al resto de Europa. Lo que sí se sabe de manera más puntual es que al incio del Holoceno, del actual periodo Cenozoico, se comenzaron a recolectar y clasificar semillas para utilizarse en remedios naturales y para integrarlos a la cocina. Las evidencias de un origen agrícola se basan sobre todo en el análisis de ADN y el análisis óseo de los homínidos de esa época, quienes pasaron de una dieta exclusiva de animales a otra de origen animal y vegetal, sobre todo de gramíneas. Los cambios que ocurrieron se dieron por la modificación de hábitos alimentarios. Por tanto, lo que el mito de Perséfone transmite cuenta con un imaginario sólido que nos seduce por su cercanía con la historia. Ya fuera por una incursión en aquellas montañas de los Pirineos, ya fuera por viajes marinos de Ceuta a Gibraltar, aquellas primeras semillas escogidas y cultivadas vienen del inframundo de la historia. El trigo, la cebada, las lentejas y los frijoles (leguminosas) se cultivaban en Oriente Medio desde 9,000 antes de nuestra era y se sabe —por los datos de la dieta— que aparecen ya en tierras europeas hacia los 7,000 a.n.e., las glaciaciones del Cuaternario habían terminado y la temperatura del planeta aumentaba; como las precipitaciones pluviales ocurrían de forma regular, las semillas y plantas de cultivos pudieron extenderse por grandes territorios. Entre el Paleolítico y el Neolítico grupos de cazadores recolectores exploraban año con año las zonas en las que habían encontrado semillas silvestres y las consumían al igual que sus piezas de caza. Tardaron quizás un par de miles de años en domesticarlas y volverlas parte de su dieta cotidiana. Ahora sabemos que las tribus en Europa no fueron las primeras ni las únicas que produjeron conocimiento agrícola. En el continente americano se dio un proceso similar de exploración y minucioso experimento.

Dante Gabriel Rossetti, Proserpine, 1882

Perséfone en Mesoamérica

De este lado del Atlántico, los nómadas provenientes del estrecho de Bering ocuparon el continente ya avanzada la era Cenozoica, y los grandes deshielos dieron paso a un nuevo clima. Durante esa era geológica se gestaron movimientos volcánicos que formaron conjuntos de macizos rocosos a lo largo del continente americano. En la región de Mesoamérica queda evidencia de ese movimiento: grutas, cuevas, refugios temporales, sirvieron de cobijo para los pueblos nómadas. Estos grupos aprendieron de las semillas silvestres que encontraron a la vez que daban cuenta de la fauna de los parajes; luego clasificaron y domesticaron las plantas del entorno para su consumo. Así ocurrió en la Sierra de Tamaulipas y la Sierra Madre, en el Valle de Tehuacán, Puebla, y en las cuevas de Guilá Naquitz, Valles Centrales de Oaxaca, y la Cuenca de Tlapacoya. En esos parajes se llevó a cabo la larga adaptación del maíz (Zea mays L.), el frijol (Phaseolus spp.), la calabaza (Cucurbita spp.), el aguacate (Persea americana) y el tomate verde (Physalis spp.). Estos frutos de la tierra formarían la milpa, el sistema de cultivo que es la base económica y sustento de todos los pueblos de la región.

Guilá Naquitz: las profundidades de Oaxaca

El más notable de los registros en Mesoamérica se encuentra en los Valles Centrales de Oaxaca. Allí, a diferencia de Europa, se obtuvieron datos exactos sobre las semillas que se habían recolectado y dejado en el fondo de una cueva. Los pioneros del Valle de Tlacolula —donde yacen Mitla y Yagul— resguardaban unas semillas que eran muy codiciadas entonces y que son sustento hasta el día de hoy: las calabazas. Guilá Naquitz adquirió notoriedad a nivel internacional, pues sorprendió al mundo científico por los datos que conservó intactos durante miles de años. El arqueólogo Kent V. Flannery dirigió durante los años 1960 el proyecto de mapear y recoger evidencias de flora, fauna, así como utensilios domésticos por los Valles Centrales de Oaxaca. Se aventuraba la hipótesis de que los primeros pobladores establecieron campamentos temporales y acondicionaron las grutas y cuevas del macizo de Yagul-Mitla para su estadía. Descubrir los restos de polen y semillas de Cucurbita pepo fue el primer paso de tan notable hallazgo: tras las pruebas de carbono-14 se supo la edad de las semillas y sedimentos, contaban con cerca de 10,000 años. Un par de milenios antes del cambio de alimentación que ocurrió en Europa. Aunque la expedición de Flannery comenzó en la década de los años 1960, fue hasta 1997 que la revista Science llevó en portada una de las semillas de Cucurbita pepo y narró el descubrimiento y su trascendencia. La agricultura mesoamericana tuvo como padres a estos pioneros de los valles oaxaqueños. La calabaza es uno de los primeros frutos que se domesticaron, y más tarde se adaptaría el teocintle, el maíz silvestre, hasta que evolucionó al maíz que conocemos actualmente (Zea mays).


Centeótl, representada en el Códice Borgia


La cueva de Guilá Naquitz no es la única en la que se encontrarían restos de semilla de calabaza, teocintle, chiles secos, y objetos para trabajar la piedra. En los refugios de Cueva Blanca, Gheo Shih y La Paloma también se encontraron semillas de frijol y pieles curtidas por aquellos primeros pobladores de la región. Dato excepcional: las condiciones climáticas de los Valles Centrales no han cambiado de forma radical. De modo que la sopa de guías de calabaza, los chiles tintextle, los pasilla mixe, las tortillas de Xaagá y las tlayudas de maíz olotillo, se pueden considerar frutos de un mundo primigenio, casi sin tocar, en el que Perséfone vuelve a la luz del mundo con otro rostro, el de Centéotl, la diosa del maíz tierno y de la nueva cosecha. De todos los mitos conocidos en la Antigüedad, el que más nos acerca a una esencia divina se encuentra en el origen de los alimentos.

Imagen de portada: Mural de Bonampak