dossier Gótico OCT.2025

Michelle Roche Rodríguez

Eres Luzbel eres Lucifer eres Satanás

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Mientras estés condenado al abismo. Mientras te obliguen a caminar la tierra con las patas hendidas. Mientras ese deambular se limite a las noches. Mientras malgastes los días en esta residencia del círculo noveno. Todo ese tiempo persistirás en el rencor. Ni los sufrimientos del espíritu, ni los males del cuerpo, ni las muertes. Ni las injusticias, por numerosas que sean. Ni las enfermedades o las pestes, aunque se hagan pandemias. Tampoco las guerras, si bien las hay muchas y bastante sanguinarias. Mucho menos los genocidios, si bien se repiten sin cesar, todas las veces igual de inexplicables. Nada te contentará. Ni tan siquiera las gélidas aguas del Cocito, donde ahora chapotean tus pezuñas, apagan el ardor furioso dentro de tu seno inexistente.

​ Sin embargo, ¿cómo había comenzado todo?

​ Padre organiza el caos para establecer el universo sin límites, cohesionado por el éter, que de todo es la esencia invisible y de ligera pureza. Único en su constitución eterna, Él sopla la materia oscura del vacío y, al punto, vetas de oscuridad moldean contornos y crean volúmenes labrando la luz blanca; brotan entonces ciertos seres eternos, sin forma definida: los ángeles. Las dimensiones del tiempo y del espacio nacen con el primero de ellos; tu belleza es inigualable, brillante como las mañanas de sol. Lucero del alba. Padre te hace creer que te prefiere sobre los demás, pues te llama para discutir innumerables misterios. Hasta una vez en que se niega a sentarte en su regazo. No lo comprendes. Deambulas por el Empíreo haciéndote preguntas cuando una luz sonrosada anuncia la mañana. Aurora aparece compungida por tu sufrimiento de astro. Te cuenta sobre la antigua profecía de la raza predestinada: Padre la creará y cuando esta raza le ofenda, Él mismo morirá para redimir la falta.

​ ¿Por qué querría tener más hijos el progenitor bienamado por sus ángeles?, inquieres. Te llevas una mano al cuello: algo te ahoga. Con semblante atribulado apareces frente a Padre, la inseguridad envenenándote como el dióxido de azufre. Él escucha tus quejas, un gesto de tedio le cruza la cara. Luego, concede: es cierto, desea ensayar otra raza. Para eso cuenta con dos materiales: el éter del que están hechos los ángeles y el barro del que está hecha la tierra. Con barro moldeará seres dentro de los cuales meterá éter. Al barro lo llama “carne” y al éter, “alma”; dice que allí, en el alma, los nuevos seres pondrán a prueba su humanidad.

​ La inminencia de la nueva raza cae sobre ti con la fuerza de una espada antigua. El dióxido de azufre atrae la materia oscura abriéndote un abismo por dentro. Carnal y no etérea, la nueva raza será más imperfecta que la angelical. ¿Se supone que esto debe tranquilizarte? No comprendes. En la profecía de Aurora, Padre morirá por ellos, recuerdas. Pero la divina naturaleza de Padre es eterna.

​ En soledad, consideras tu situación, aunque eres incapaz de responder las preguntas que te formulas. Admiras, como tantas veces en el pasado, la capacidad de Padre para crear de la nada. El detalle es que, ahora, el sentimiento viene picado por la envidia: tú eres incapaz de crear y no inspiras celos ni causas sentimientos semejantes a los que sus palabras han sembrado en ti. De la mezcla entre la admiración y la envidia surge el resentimiento. La incertidumbre alimenta tu combustión. Lo peor es rumiar aislado el encono.

​ Mucho tiempo después, cuando casi has olvidado la profecía, oyes la trompeta del arcángel Miguel que llama a los ángeles. ¡Ah!, te llevas un puño a la frente: ¡Los humanos ya han sido creados! Cuando llegas a donde han sido convocados, Padre muestra orgulloso su creación: dos míseras piezas de barro. Quiere que adoren las obras de sus manos. Sientes que el dióxido de azufre atrae la materia oscura abriendo un abismo dentro de ti. Sientes tu brillo titilar; con cada temblor tu temperatura se eleva. Sientes ira: Padre te ha traicionado.

Jonathan García Ayala, Autorretrato como diablito, 2023. Todas las imágenes son cortesía del artista.

​ —¡No venero barro e inmundicias! —aúllas. Y para más desafío, añades: —¡Plantaré mi trono en las nubes y será igual al del Altísimo!

​ Ahora sí: aquello que antes era brillo arde hasta convertirte en antorcha. El calor te agota: del humo brota un ser distinto, oscurecido. Lucifer. El portador de luz está convirtiéndose en el adversario. Eres Luzbel eres Lucifer pronto serás Satanás. Preso de la ira, buscas a los demás. Les cuentas que Padre es un monarca arbitrario, negado a la disidencia: sólo quiere seres dedicados a su adoración. En nombre de la libertad, los apremias a la rebelión.

​ Dos tercios de los ángeles se mantienen fieles a Él. Saben que viene una nueva edad. Se organizan en batallones de arcángeles, querubines y serafines. El primer día vencen los ejércitos de serafines. Al siguiente, aterrorizarás a los querubines. Surgirás entre las sombras, sentado sobre un trono flamígero. En ese momento ya te has planteado sustituir a Padre, pues quien siente dentro de sí el divino vigor no reconoce la omnipotencia de nadie. A la vanguardia de tu ejército irán innumerables máquinas, enormes y perversas, con largos y redondos tubos huecos por donde decenas de gases propulsarán proyectiles. Padre reconoce estos inventos endemoniados avistados muchas centurias en el futuro. Porque como existe fuera de todo tiempo o espacio, sabe desde el principio las acciones que sucederán y, aunque podría influirlas, no lo hace. Dota a sus criaturas de razón para que ellas mismas sean capaces de tomar decisiones. Por eso maduran con la vana aspiración a la libertad. Si buscabas vínculos con los humanos, allí están: el entendimiento y la ambición de ser libres. Pero tu libertad es una amenaza para Padre.

​ Al tercer día, Él manda a los arcángeles.

​ Miguel aparece revestido de poder divino para vencer a los tuyos. Avanza sobre el campo de batalla, con las manos llenas de rayos; como hará en el Apocalipsis, busca al dragón. Al fondo, contra el trazo delgado del horizonte, las monumentales figuras de Gabriel y Rafael destacan. Sus ejércitos los corretean hasta las murallas del Empíreo. Allí, las puertas se abren. Tú y tus ángeles rebeldes caen de espaldas, las alas abiertas, cubiertos de horror; con las miradas vueltas al cielo, que se aleja. Caen durante seis meses, seis días y seis horas; caen por siempre, nunca terminan de caer, desde ese momento penderán aterrorizados en las tinieblas eternas. La Caída es su tiempo y el abismo, su morada. Nomás llegar a la oscuridad absoluta levantan la mirada para escrutar el mínimo punto de luz a través del cual los arrojaron. Atrapados en ese margen perverso, la herida arderá siempre. Al despojarlos de su dignidad de ángeles, Padre los hizo demonios. De esa manera nacieron los polos del bien y el mal.

​ Revestido de tinieblas, te conviertes en Satanás, un cadavérico gigante con medio cuerpo prolongándose hacia la parte más meridional del abismo. En la septentrional, a la vista, dos caras nuevas emergen a cada lado de la que está en el centro, enrojecida por el fuego de la batalla celeste, blanca la diestra, negra la otra; así que seis ojos lloran tus tristezas, y sobre un trío de barbas corren lágrimas abundantes junto a babas sanguinosas. Al menos dentro de la gélida oscuridad del abismo nadie puede verte. Aunque, la verdad, para sufrir no se necesitan tantos órganos del cuerpo. Basta con el martilleo de una idea en el cerebro: el acoso de la razón. Como un arrepentido, te preguntas si merecía el pago de tu soberbia quien con tan alto rango te dio el ser, sin jamás echarte en cara su bondad. ¿Acaso tanto bien produjo mal dentro de ti? Te preguntas, en fin, si estás maldito porque por voluntad optaste, con absoluta libertad, por contrariar la de tu Creador. Pero la profecía de Aurora está vívida dentro de ti como para que estas cuestiones puedan preocuparte. El frío te recorre el espinazo; Padre te abandonó para siempre. El resentimiento alumbra de nuevo la vacuidad de tu ser. Adoptas entonces la determinación de descubrir qué significa la creación de los humanos. Inmerso en esa obsesión, el tiempo se diluye.

Diablitos, 2022.

​ Una noche —pues en el abismo no hay días—, una figura envuelta en una larga túnica que le cubre la cabeza emerge entre las tinieblas. Avanza hacia ti, guadaña en mano. Alguien te susurra el nombre de ese demonio: “Samael”. Unos dicen que es quien mejor conoce la superficie; otros, que ni demonio es: hubo una época en que fue regente del Quinto Cielo y alguna vez se le consideró amigo de Padre. Tiene noticias. Ha conformado un grupo de grigori, los más eruditos entre los habitantes del abismo, para encontrar la manera de exterminar a los humanos. Sus conclusiones te interesan. Con la lumbre del resentimiento prendes una hoguera frente a la cual Samael se dispone a dar explicaciones.

​ Ni caliente ni frío, ni húmedo ni seco, aquello que era aire puro en el fresco Empíreo, el éter, esa naturaleza penetrante e inmaterial tanto de ángeles como de demonios, en el ser humano es algo distinto. Samael te explica que el alma puede considerarse éter por cuanto propaga las fuerzas electromagnéticas esenciales para las emociones; pero cuidado con su envoltorio de carne: corrompe su ligera pureza. Puesto que sus cuerpos son de carne y no etéreos, la solución está en hacerlos la fuente misma de la corrupción. Para descubrir de qué manera pueden lograrlo, él y sus grigori llevan tiempo observándolos: ​ —En el Edén que Padre les ha dado por morada… ​ —¿Tienen ya lugar en la Creación? —inquieres, mortificado.

​ Samael asiente, sabe por qué eso te preocupa. Formados enteramente de gases, ángeles y demonios no ocupan espacio: existen sólo en la dimensión del tiempo, como la ideas y las fantasía. Padre los hizo con su misma naturaleza de éter; sin embargo, no son eternos como él. Existen para siempre, no desde siempre. ​ —¿Son perpetuos los humanos?

​ Imposible responder semejante pregunta. Samael prefiere hablar de su experiencia con los humanos piloto. Como muestras de la raza que vendrá, se ha fijado en la materialidad de su carne, la membrana que separa sus almas de aquello que los rodea. Son seres con cuerpos esponjosos, llenos de poros; incapaces de aislarse por completo del mundo, que será la herramienta de su aniquilación.

​ Sonríes: los imaginas bordeados por el grueso lápiz negro de su resentimiento ​ —Planté un árbol en el Edén. Es un experimento. Es el Árbol de la Sabiduría —dice. ​ Levantas una ceja… Piensas: un demonio que fue Su amigo. El demonio más útil del abismo, sin duda. Sonríes, tienes una idea: alguien debe hacer una visita a los seres humanos. Propones a Samael poner a los demás demonios al corriente de las investigaciones de sus grigori, seguramente entre todos podrán elucubrar muchas y muy dolorosas maneras de acabar con los humanos. Samael acepta. Entonces organizan un consejo general a donde los convocan. En cuanto aceptan, un palacio para el asiento del gobierno, que es al mismo tiempo un tribunal, se construye en el abismo. Te conviertes en el Señor y juez de las Tinieblas. Llaman Pandemónium a ese lugar. Eres Luzbel eres Lucifer eres Satanás; eres, desde ese momento, además, el Señor de las Tinieblas.

​ Los demonios son indisciplinados y durante un rato pierden el tiempo debatiendo acerca de diversas cuestiones. Gritos, interjecciones y palabras aisladas en una marea de murmullos fomentan el desorden. Algunos quieren redundar sobre los acontecimientos por medio de los cuales fueron despojados, marginados y demonizados; otros desean iniciar una nueva guerra para recuperar el Empíreo: no creen que sea una causa perdida. Tú no tienes tiempo para eso: quieres acabar con la raza humana antes de que cometan la falta por la que morirá Padre. Llamas a los demonios al orden, mas no escuchan.

​ —¡Pape Satàn, pape Satàn aleppe! —insistes en devolverlos al orden.

​ Samael interviene para ponderar cómo los hallazgos de los grigori afectarán la profecía. Algunos, atraídos por las descripciones del Edén, se ofrecen para indagar en las actividades de los humanos, pero te niegas: irás solo, Aurora te reveló a ti la profecía.

Volver el rostro, 2024.

Cedros, pinos, abetos y hasta palmeras forman una muralla espesa, cundida de zarzales y arbustos. Detrás de esa muralla encuentras el Edén. De lejos avistas el Árbol de la Sabiduría. Serpenteante avanzas hasta donde está, preguntándote por qué Samael lo llamaría así. ¿Por qué no, por ejemplo, Árbol de la Vida? Al llegar comprendes que tu tarea es más fácil de lo que pensaste. Los humanos están al pie del árbol, admirando la frondosidad de sus hojas, así como la belleza brillante de sus frutas. La visión de la pareja te abruma: donde esperabas encontrar dos cipotes de tierra hay, en cambio, un hombre y una mujer. ¡Qué rara belleza la del barro cocido!

​ En cuanto te repones, apenas un segundo te basta para imaginar a una serpiente y diseñar la venganza. Ahora tienes todo lo que necesitas. Una serpiente. Un árbol. Un hombre y una mujer. Las historias empiezan con casi nada.

​ Sin embargo, cuando todo ha terminado, no puedes creer el pobre resultado. La rebelión condenó a los ángeles rebeldes al vacío tenebroso, pero el castigo para los humanos soberbios se limita a que el hombre labre el barro, la materia misma de su carne, y a que, con los dolores del cuerpo, la mujer traiga otros humanos al mundo. ¿Qué tipo de caída es ésa?, te lamentas. Te sientes de nuevo timado por Padre. Habría sido más acorde con su disgusto por la disidencia que acabara con el hombre o con la mujer.

​ No, con la mujer no. Porque ella tendrá hijos, a quienes querrás tentar también. Y, por consejo de Samael, volverás tiempo después para herir al primogénito.

​ Pero lo encuentras ya marcado.

​ Se llama Caín. La relación con su hermano será el modelo de la convivencia entre los humanos. En honor a la verdad, no eres responsable de eso: lo que pasó entre ellos es hechura de Padre: ambos le ofrecen sacrificios, pero Él sólo acepta los de Abel, el más joven. Luego, entre los humanos también tiene favoritos. ¿Qué es ese Padre caprichoso sino un artilugio para promover el rencor? Un día, mientras aran los campos, los hermanos hablan al respecto. El mayor tiene el alma acalorada, no escucha razones. Los argumentos del menor son insuficientes. De pronto, Caín arremete contra Abel, que muere al instante. Sufre, Caín también, el encono. Jamás olvidará el sentimiento. Resentirá a Padre hasta el último día de su vida. Al menos a Caín le queda el consuelo de la muerte, si tuviera tu naturaleza etérea viviría por siempre carcomiéndose de odio.

​ Contento por lo que has descubierto, vuelves al infierno. Buscas a Samael y lo encuentras nuevamente de pie ante la hoguera de rencor. Dentro de la capucha que lo cubre, buscas sus ojos o siquiera su cara para mirarlo.

​ —El alma toma las decisiones morales: el mal es el precio de la libertad —dices, frotándote las manos: ni frente a una hoguera te calientas del frío infernal. ​ —¿Y qué enseña eso? —pregunta Samael. ​ ¡Qué peste con tantas preguntas! Un vago deseo de quemarlo con tu gélida mirada te embarga, pero te contienes porque el exasperante erudito tiene un punto: los demonios no pueden separar el alma del cuerpo, los humanos deben entregar su alma. Sólo así encontrarán la perdición. ​ —Debemos conformarnos con corromper el alma —contestas. ​ Samael asiente. Sugiere que llamen “pecados” a las faltas de las personas.

​ Tardas un rato en comprender por qué está tan interesado en que hablen sobre el tema: el pecado es la herramienta para demonizar a los humanos; los convierte en seres a la medida de ese monarca arbitrario que es Padre, quien sólo conoce la bondad si se trata de adorarle. Al menos tú tienes el consuelo de que una vez fuiste un ángel. ¿Qué tienen los humanos? Pedazos de barro que con la muerte vuelven a ser tierra y polvo. Tú eres Luzbel eres Lucifer eres Satanás.

Abertura flujo, 2024.

​ El descubrimiento te llena de alegría. Por fin le ganas una a Padre. ​ —¡Pape Satàn, pape Satàn aleppe!—invocas a tus hermanos, entre carcajadas. El eco de tus risas se reproduce en las once mil legiones de seis mil seiscientos sesenta y seis demonios que ocupan el abismo. Y todos bailan y cantan a la vez, causando un escándalo atroz.

​ En el futuro, san Agustín argumentará que el pecado es la estructura del universo; que Padre permite el mal para extraer el bien. Intentarás dictarle la doctrina tal como la concibe Samael, pero el futuro santo es terco, como Padre. Discute contigo. Para él, las caídas en desgracia tanto de los ángeles como de los humanos serán sólo historias ejemplarizantes. Afirmará que el sistema que Padre ha diseñado, en el que los hijos mayores se ponen en contra de los menores, como Caín contra Abel, convierte a los primeros en el instrumento para corregir los malos hábitos y las costumbres perniciosas de los segundos. Comprenderás, entonces, que el pecado, aunque haya sido diseño de Samael, ya estaba contemplado desde el remoto principio en la “sagrada” arquitectura de Padre. En realidad, nunca le has ganado. El bien necesita del mal para existir, es tan simple como eso: Él lo sabía desde antes de la Creación. Para mostrarse como el eterno benefactor, necesitaba de un Adversario. ¡Y tú, ahíto de resentimiento, compareciste presto! Sin embargo, jamás le darás el gusto a san Agustín de darte por derrotado. Le contestarás que el alma permite elegir entre lo bueno y lo malo, y que la única libertad verdadera sería que los humanos pudieran regirse a sí mismos, que para eso tienen conciencia. Él lo negará. Estará furioso: afirmará que el objeto de la vida humana es la relación con Padre. Ay, por favor: Llamará a eso estado de gracia…

​ ¿Que cómo sé tantas cosas? ¡Ay! ¿Es que aún no te has dado cuenta? ¿Por qué crees que conozco tanto sobre ti? Dime: ¿Te has olvidado de la otra parte de la profecía? ¿No dijo Aurora que Padre morirá por los humanos? ¡Él, cuya divina naturaleza es eterna! ¿Qué alternativa tiene Padre a la muerte, él que es eterno…? Mírame: ¿lo comprendes? ¡Exacto! Un hijo sin raza, porque es eterno y mortal, por eso tiene dos razas al mismo tiempo. Ahora comprendes, ¿verdad? Bueno, entonces llegó la hora de comenzar por el principio:

​ —Encantado de conocerte, espero que adivines mi nombre…


Escucha el Bonus track de Michelle Roche Rodríguez, con Fernando Clavijo M.

Imagen de portada: Jonathan García Ayala, Armagedón, 2023.