periódicas Bibliotecas NOV.2025

Karen Álvarez Villeda

Ciento veinte años de Miguel N. Lira

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Tlaxcala celebra con orgullo el ciento veinte aniversario del natalicio de Miguel N. Lira, uno de los creadores más universales y queridos de nuestra tierra. Poeta, narrador, dramaturgo, editor y promotor cultural, Miguel N. Lira supo unir la palabra con la acción: fue sembrador de libros, impulsor de juventudes y constructor de instituciones que marcaron el rumbo de la cultura mexicana. Publicar este dossier en la Revista de la Universidad de México —espacio que dirigió— significa honrar su legado y dialogar con las generaciones presentes, quienes hoy pueden reconocerlo no sólo como una figura histórica, sino también como un autor vital y cercano.

​ Este homenaje reúne textos representativos de la obra de Miguel N. Lira y los entrelaza con miradas contemporáneas de artistas plásticas, mostrando así cómo su obra sigue convocando imágenes y resonancias, además de hacer comunidad. Leerlo es reencontrar a un hombre generoso que escribió pensando en su pueblo y en su tiempo, convencido de que la literatura es un patrimonio compartido.

​ Gracias a la Revista de la Universidad de México por esta publicación para conmemorar a Miguel N. Lira y compartir con México y el mundo la permanencia de su palabra.

Portadas de la Revista de la Universidad de México [entonces Universidad. Mensual de Cultura Popular], bajo la dirección de Miguel N. Lira.

Palabras a los pájaros

Y les digo a los pájaros: estos niños con hambre vestidos de miseria, con los ojos y labios de neblina y desierto ¿cómo duermen su sueño? ¿qué imágenes de nubes o cielos y paisajes asoman en las noches de su frío interminable? La soledad anida en sus dedos de cera, les recorre la piel con palidez de sombras abriendo las ventanas de los poros para que pase el viento con su escarcha de tisis y agudos alfileres, hasta la dulce sangre de las venas que se azoran y se vuelven amarillas igual que los canarios, temerosos de la mano solícita que cuida del agua y del alpiste.

Son niños para el llanto, niños de la tristeza olvidados del gozo niños sin luz tranquila.

Miran cómo los niños cuando se ponen serios debajo de los árboles a esperar la presencia de las tórtolas. Hablan con voz de ausencia como de muchos años, como si las palabras que inventan y se dicen no fueran suyas y sólo las dijeran los niños que amanecen con las blusas planchadas. Oyen como gacelas en los bosques de otoño que escuchan hasta el roce y las briznas sobre el aire y el césped.

¡Ellos son los humildes! Los que arrojó la tierra por caminos de angustia con sellos de tortura, con dolores de niño que adivina la muerte del hermano menor y el receso del juego. Nadie les dio caricias. Nadie el beso ni alguien la sonrisa, porque nunca supieron del recreo feliz de los halagos curvados en la cuna o en los brazos de pluma de la madre que se perdió en las sombras de donde nace el día.

Y sus quejas se ahogan en el cielo de estrellas que no les da luceros ni el velo de una nube para guardar sus sueños. ¡Son niños del misterio! Niños de la honda pena y del silencio espeso.

Su dolor es de llaga o muslo cercenado Fresco de sangre incontenida.

Viven sólo en la noche y mueren con el alba porque la luz no alumbra su destino ni el sol los glorifica como a los niños ricos que se cuidan del aire, que son dueños de un nombre, de una corbata de colores y de un libro de cuentos. Y ellos van a los cines, retozan en los parques y consumen refrescos de soda sin que nadie detenga sus pasos con el golpe o el insulto que lastima la carne.

¿Por qué llora ese niño de labios como lirio? ¿Por qué llora ese niño?

Oigo su voz aquí, junto a mi sangre, en mis ojos y manos. Oigo su corazón sobre mi frente como llanto y gemido, y quisiera cubrirlo con mis brazos contra el miedo y el frío, para que alguna vez, siquiera, se pensara en la cuna de su infancia y olvidara la maldad de los hombres que lo volvieron su andrajo, un niño triste y pobre.

Ilustraciones de Ana Rosa Diaz Ahuactzi, 2025.

La hormiguita que se quebró su patita

Había una vez una hormiguita que salió a dar un paseo por el campo. Como era tiempo de invierno y hacía mucho frío, la hormiguita se puso su abrigo, su bufanda, su vestido de lana, sus medias de lana y un gorrito que la resguardaba del viento.

​ El campo estaba cubierto de nieve. No obstante, la hormiguita salió a dar un paseo. Iba muy contenta a pesar de que hacía mucho, muchísimo frío. Sin fijarse por dónde caminaba, ¡zas!, tropezó y se quebró una patita. El pedacito de pierna cayó entre la nieve, y la hormiguita, por más esfuerzos que hizo, no pudo romper el hielo que poco a poco fue cubriendo su patita, y se quedó sin ella. Entonces se puso a llorar y oyó una vocecita que le decía: ​ —Ve a ver al Sol para que te ayude.

​ La hormiguita se secó las lágrimas y cojita, cojita, fue caminando hasta donde vivía el Señor Sol. A medida que se iba acercando a la casa del Señor Sol, iba sintiendo más y más calor, tanto que tuvo que quitarse el abrigo, la bufanda y el gorrito.

​ Cuando llegó frente al Sol, le dijo: ​ —Sol que derrites al hielo, el hielo quebró mi patita. ​ —Yo no te puedo ayudar —le contestó el Sol—, ve a ver a la Nube que me tapa.

​ La hormiguita se encaminó entonces a la casa de la Señora Nube; cuando llegó ante ella, le dijo: ​ —Nube que tapas al Sol, Sol que derrites al hielo, el hielo quebró mi patita. ​ —Yo no te puedo ayudar —dijo la Nube—, ve a ver al Viento que me deshace.

​ Entonces la hormiguita fue hasta donde vivía el Viento. Cuando llegó frente a él, le dijo: ​ —Viento que deshaces a la Nube, Nube que tapas al Sol, Sol que derrites al hielo, el hielo quebró mi patita. ​ —Yo no te puedo ayudar, hormiguita —dijo el Viento—, ve a ver a la Montaña que me detiene.

​ Ya la pobre hormiguita no podía caminar, pero haciendo un esfuerzo, llegó hasta donde estaba la montaña. Era tan alta que la hormiguita apenas le veía los ojos. Así es que le tuvo que gritar, para que la montaña pudiera oírla: ​ —Montaña que detienes al Viento, Viento que deshaces a la Nube, Nube que tapas al Sol, Sol que derrites al hielo, el hielo quebró mi patita. ​ —Yo te voy a ayudar —le contestó la Montaña.

​ Entonces la montaña hizo un gran esfuerzo y dejó un hueco por donde podía pasar el Viento. El Viento, que lo vio, pasó soplando muy fuerte y la Nube que estaba tapando al Sol se deshizo. El Sol empezó a brillar, mandó a muchos rayitos para que derritieran el pedazo de hielo en donde estaba la pata de la hormiguita. Y cuando se hubo convertido en un charco de agua, la hormiguita sacó su patita, se la pegó con un poco de lodo y de puro gusto se puso a bailar.

Ilustraciones de Daniela Bonilla Morales, 2025.

Corrido de amor a Tapachula

¡Cómo no te conocí, Tapachula, de soltero! ¡Cómo hubiera yo querido quererte como te quiero!

Tú eres de tierra caliente y yo soy de clima frío: ¡imagina, Tapachula, qué amor el tuyo y el mío!

De haberte hallado a mi paso tan linda como hoy te veo, te hubiera raptado a lomo del potro de mi deseo.

Entre mis brazos, tu cuerpo de selva y de mar en bruma me dejarían su calor y su frescura de espuma.

Tus labios me entregarían su pulpa y sabor frutales: una mitad cacaoteros y otra mitad cafetales.

En tus ojos hallaría albas estrellas y luna y yo las iría besando de rodillas de una en una.

Tus muslos se me darían igual que trinos y plumas; dulces como vino de uva, tiernos como hilos de espumas.

¡Qué pena ver en mis sienes la nieve de mis octubres y no haberte descubierto si no es que tú te descubres!

Te apareciste a mis ojos, Tapachula, como llama, como un tulipán de fuego, como un flamboyán en la rama.

Mis ojos cuando te vieron se expusieron a cegar: ¡cuánta selva y cuánto cielo les entregó tu mirar!

La luz nacía entre tus dedos para teñir a la aurora. Tapachula ¿dónde estabas que te conocí hasta ahora?

Por bonita se me antoja llevarte a la tierra mía no importa que me persiga a tiros la policía.

¡Qué más da que el río Coatán quiera atajarme la huida, si al cabo te he de llevar con mi vida confundida!

¡Qué importa que el Tacaná ruja con violencia fiera, si en Tlaxcala tú has de estar conmigo de compañera!

Te subiré a mis montañas, te pasaré por mi río: ¡Ay Tapachula de mi alma, qué amor el tuyo y el mío!

Mas si la muerte nos niega vida y tregua a nuestro amor, ¡recuerda el frío de mi tierra y envuélveme en tu calor!

Acción de Gracias

Gracias te doy, Señor, porque dejaste que este año del 60 lo viviera entre espasmos de asfixia, y no volviera al limo con el cual me modelaste.

Gracias te doy, Señor, porque llenaste mis bronquios de una pena duradera al mudarlos de erial a sementera donde creció el dolor que en mí sembraste.

Gracias también, Señor, porque te siento cuando me falta el aire, y ya muriendo me devuelves la vida con tu aliento.

La vida y muerte así no las comprendo pues si quiero vivir, muero al momento, y con sólo morir, ya estoy viviendo.

“Palabras a los pájaros” se publicó en la RUM (diciembre de 1937); “La hormiguita que se quebró su patita”, en Mi caballito blanco (SEP, 1943); “Corrido de amor a Tapachula”, en Huytlale. Correo amistoso (marzo 1958) y se incluyó el mismo año en Itinerario hasta el Tacaná (notas de viaje); y “Acción de Gracias” se leyó en la cena de Nochebuena de 1960.

Imagen de portada: Portadas de la Revista de la Universidad de México [entonces Universidad. Mensual de Cultura Popular], bajo la dirección de Miguel N. Lira.