crítica Bibliotecas NOV.2025

Eduardo Vázquez Martín

Apuntes flamencos, de Juan Vadillo

Las artes mágicas del vuelo

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En este conjunto de ensayos, el músico, poeta y académico universitario Juan Vadillo (México, 1970) se adentra en la naturaleza del arte flamenco con el propósito de exponer los principios y procesos que intervienen en este complejo sistema creativo que incluye poesía, canto, música y danza. Como punto de partida, retoma la idea de José Bergamín según la cual el flamenco, junto con el toreo, forma parte de “las artes mágicas del vuelo”. El autor mexicano se apropia de esta tan evocativa como precisa definición porque gracias a ella es posible establecer de principio la relación de esta experiencia estética con los saberes mistéricos de la hechicería.

​ Si para Bergamín todas estas artes asumen los riesgos de la intuición y la improvisación, no solamente como la exposición de las habilidades técnicas del “intérprete” virtuoso, sino como el abandono de la senda conocida, segura y confortable, con el propósito deliberado de perderse, es porque cree que únicamente el que tiene el valor de extraviarse podrá, quizá, encontrarse. De allí que Vadillo considere el flamenco en su dimensión ritual y ceremonial, pero la presencia de la magia no es pretexto para cerrar los ojos a la evidencia, todo lo contrario: el investigador estudia el fenómeno con las herramientas de la lingüística, la crítica literaria y la teoría de la composición musical, y con esos mismos instrumentos ensaya una aproximación a los múltiples procedimientos con que el flamenco se produce y reproduce.

​ Para Vadillo, como para la Biblia, el verso está en el origen; verso que se transfigura en canción, canción que se hace música, música que encarna en danza; verso, música y danza que son también ceremonia, fiesta y ritual con los que el ser humano se acerca a lo divino y la tribu se encuentra en comunión.

​ Quien busque una historia del flamenco no la encontrará en estos Apuntes —no se trata de otra Memoria del flamenco, como la que escribió el poeta Félix Grande—; lo que se propone Vadillo es desentrañar los pasos —y los pases— del mago, mediante los cuales hace posible que el ritual se cumpla y lo divino se presente. Para ello parte de la copla: género poético que se expresa bajo la forma de la brevedad y en el que caben la experiencia y la imaginación, la imagen y la metáfora, la parábola y la fábula. Una poética que se propone, además, reconocer la presencia de lo invisible en lo visible, de lo eterno en lo pasajero.

​ Vadillo nos recuerda que se trata de una forma de cantar —el cante, lo llaman, los flamencos— que, aún antes de ser verso, fue lamento, quejumbre, quejío, pero que, gracias a los procedimientos mágicos del artista y el mago, se convierte en revelación, ventana al misterio; sus remates de lúcida desesperación expresan verdades luminosas que se esfuman en el silencio que les sucede. Se trata de una forma de cantar que se desdobla más allá de su estructura fonética y gracias a las melismas, vocales sostenidas y extendidas que serpentean alargadas entre distintas notas colindantes hasta quebrarse y morir en el mar del silencio —“que es el morir”, tal como describe Jorge Manrique—. Pero antes de perderse para siempre “donde habita el olvido”, nos devuelve la novedad del origen, nos permite asomarnos al asombro del espíritu y sus infinitos misterios.

​ De la copla y su poética de la brevedad, nuestro autor pasa a sumergirse en la guitarra flamenca, en la que reconoce la simetría antitética de las cuerdas de carne —antaño de tripa, hoy de nailon— y las cuerdas de metal. Las primeras, agudas, vibran con la vida, trinan como el canto del jilguero, mientras que las graves resuenan con las campanas a muerto, como lo dice este verso de Manuel Machado que cita con fortuna Juan: “La prima que canta y el bordón que llora”. Esta división dicotómica le sirve al ensayista para representar no solamente el diálogo entre agudos y graves, sino para referirse a la presencia que en el arte flamenco tienen la vida y la muerte, la alegría y la pena: circunstancias y sentimientos que no se manifiestan como contrarios sujetos a la lógica dialéctica, sino que resultan complementarios, extensión de lo uno en lo otro; así, la pena se canta “por alegrías”, el placer estalla en un grito de dolor, la vida deviene en muerte y del instante brota la eternidad. Refiriéndose a la guitarra de Paco de Lucía, escribe Juan: “La guitarra, cuando encuentra al duende, nos bautiza entre dos aguas: el agua con su simbolismo vital, pero también el agua oscura con su valencia de muerte”.

Joaquín Araujo y Ruano, Cantaor flamenco, 1884. Museo Nacional del Prado, dominio público.

​ El autor mismo sabe tocar con mucho sentido del arte la guitarra flamenca, por lo que estas reflexiones sobre el cante y el toque están cargadas de la experiencia del músico, de manera que en este libro la dimensión académica de la investigación y el ejercicio intelectual están alimentados por la experiencia creativa. Vadillo, como cualquier académico, se basa en una bibliografía precisa y en el análisis comparativo de diversas fuentes, pero también —y esto le da una profundidad inesperada— en la relación del cuerpo con el instrumento; los conocimientos adquiridos y expresados en estas páginas han pasado tanto por la lectura como por los dedos del guitarrista que puntea y pisa las cuerdas, así como por su oído, donde las notas se persiguen desgranadas por las uñas.

​ Los textos de Apuntes flamencos fueron escritos para su publicación periódica, a modo de colaboraciones , por lo que cada uno conserva autonomía y se sostiene en sí mismo, aunque reunidos construyen un relato que va del dolor a la palabra, de la palabra al cante, del cante a la guitarra, del zapateo que cala en la madera al vuelo del bailaor o la bailaora sobre el agua invisible de la música: de la madera percutida del tablao —versión andaluza de nuestros bailes de artesa— al vuelo de las manos, aves que se cortejan, contrapunto y castañetazo, en un ay que duele y un ole que celebra.

​ El relato que se entreteje se sumerge, con particular hondura, en la aparición del duende flamenco, presencia determinante sin la cual no se entiende la naturaleza chamánica del arte flamenco, pues revela la dimensión mágica de este último, en el que un espíritu interactúa realmente con nosotros. Y cita a García Lorca: “El duende hiere, y en la curación de esta herida, que no se cierra nunca, está lo insólito, lo inventado”. Vadillo complementa:

El arte enduendado es un arte herido. […] La llegada del duende representa un escape, el dolor se sublima brevemente, pero regresa, la emoción estética es fugaz y esto —paradójicamente— intensifica la belleza. Podemos hablar de una belleza herida. […] En el instante en que por medio del arte el duende sucede, el individuo muere momentáneamente, para encontrarse con el olvido, con su memoria más remota.

​ En estos Apuntes flamencos, Juan Vadillo reflexiona también sobre la relación entre la tradición popular y la creación literaria, entre tradición y modernidad —temas que no son exclusivos del flamenco, pero que forman parte de sus tensiones formales y creativas—; un arco que va de La Niña de los Peines a Camarón de la Isla y Enrique Morente; de la gui­tarra que acompaña con arte al cantaor a la “vuela libre”, emancipada de su condición de acompañante en manos de Paco de Lucía; de la copla popular y anónima a las que escribieron los hermanos Machado, García Lorca o Rafael Alberti. También se propone nuestro autor interpretar los simbolismos poéticos del flamenco y su relación con la mística oriental y cristiana. Al respecto, comenta: “Resulta muy natural que el flamenco haga suya la poesía mística, porque el cantaor, en última instancia, busca que el alma se salga del cuerpo, en un ritual sagrado, para entrar en comunión con el duende, que bien podría ser un dios oscuro”.

​ En estos Apuntes flamencos, el músico y el académico, el lector de poesía y el melómano se fusionan en el ejercicio simultáneo de la reflexión crítica y la intuición poética. Se trata de ensayos que abordan a conciencia un fenómeno artístico que, a pesar de su origen étnico y territorial, ha traspasado las fronteras del folclor para convertirse en una expresión del arte contemporáneo. Aunque Vadillo tiene, como tantos otros mexicanos, raíces que se remontan al exilio español republicano, es un escritor, músico y académico mexicano que se expresa sin complejos a través de la música flamenca como otros lo hacen con sones o chilenas, blues, jazz o rock.

​ Como los grandes ensayistas y poetas que cita —José Bergamín, Luis Rosales, María Zambrano o Luis Rius—, Vadillo observa el universo del arte a través de los lentes de la crítica, y con verdadera honestidad intelectual nos comparte sus reflexiones, pero no pretende nunca colocarse por encima del misterio, porque no se está hablando de ilusionismo sino de magia; si reconoce la existencia del duende en el campus académico del ensayo, es porque sabe que éste se mueve en otro plano, en una realidad distinta, y su presencia requiere de “rasgar el velo de la razón, rasgar el aire”, por lo que no se sujeta jamás a nuestra voluntad, aunque se le puede convocar, sin garantías de que se presentará, a través de “las artes mágicas del vuelo”.

Juan Vadillo, Apuntes flamencos, Bonilla Artigas Editores, Ciudad de México, 2025.

Imagen de portada: Francisco Díaz Carreño, ¿Y a mí qué?… (Tipo de maja del siglo pasado), 1884. Museo Nacional del Prado, dominio público.