499, Rodrigo Reyes

Ecos de la conquista

Contracultura / crítica / Marzo de 2021

Luis M. Rivera

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En circunstancias especiales, el hecho debe ser más rápido que el pensamiento. Hernán Cortés


La imagen que se tiene del conquistador español suele ser árida y causa un rechazo recurrente. Hombres barbudos con una ilusión de superioridad intelectual y gran capacidad armamentística, que vinieron a América en busca de una expansión territorial, religiosa y económica, y que acabaron con la vida de cientos de miles de nativos. El cineasta Rodrigo Reyes (Ciudad de México, 1983) retoma esa figura y la convierte en personaje central de 499, cinta que narra la experiencia de un hombre que afirma venir del siglo XVI con los mismos ideales que Hernán Cortés —una suerte de Bernal Díaz del Castillo—, pero que se encuentra con un México contemporáneo que le causa perplejidad, y que al mismo tiempo pone al espectador frente a la reflexión de un país que, aunque de manera distinta, sigue en guerra. La película recorre, a manera de road movie, lo que la historia ha querido definir como “la ruta de Cortés“, porque si bien se puede calcular cuál fue el recorrido que tomó su ejército para llegar al centro del país, no existe forma de corroborar los puntos exactos de ese trayecto. En un inicio, Reyes planteó trazar una ruta emocional con la soberbia, la desesperación y el horror como ejes. Al final optó por hacer un trazo territorial y dar capítulos a su película en grandes perímetros no del todo definidos: la Costa, Veracruz, la Sierra Madre, el altiplano, el Paso de Cortés y Tenochtitlán. En su recorrido, la voz en off del conquistador da cuenta de sus pensamientos y prejuicios, a la vez que las circunstancias del camino cuestionan su paso por esos territorios. 499 no esconde ninguno de sus elementos: por un lado está la dosis performática aportada por el actor de teatro Édgar San Juan, quien encarna a este fantasma español y, por otro, la dura realidad que se vive en el país: activistas asesinados, incansables búsquedas de desaparecidos, migración y feminicidios. Todo se combina con un tono de extrañeza, superponiendo tiempos distantes y ecos de la Conquista. La fotografía de Alejandro Mejía ejecutada con lentes anamórficos —en buena medida el elemento técnico más sobresaliente— dota al filme, a través de la luz natural, de una aparente textura al óleo con colores vívidos, que remarca todavía más la intención de unir visualmente al personaje y a la época que expone, un tiempo que parece moderno pero que sigue arrastrando los efectos de un país que se ha formado a partir de muchos preceptos heredados de la conquista. Reyes trazó una ruta para que 499 resulte pertinente y arriesgada. El conquistador aparece en la costa: “¿Acaso estoy muerto?“, se pregunta este invasor al que nunca se nombra, mientras desde un malecón observa un buque cargado de mercancía que se acerca. “He perdido mi voz, no puedo hablar con nadie. Y, sin embargo, por mis oídos entran voces que me llaman“; como la de Jorge, hijo de Moisés Sánchez, periodista asesinado en enero de 2015. Consignas y reclamos que exigen justicia se manifiestan en una misma plaza junto a un baile de danzón. El fantasma observa perplejo y recuerda: “entramos a un pueblo y de inmediato arrasamos los templos y quemamos a sus ídolos. Los indios lloraban como mujerzuelas, arrancándose a puñados los cabellos, pero no se atrevieron a hacernos la guerra”. A Martha González le arrebataron a su hijo, un policía municipal de apenas 24 años que no tiene claro para quién terminó trabajando. Lleva mucho tiempo buscándolo, pero el amor a su nieta y a Dios le recuerda cada día lo importante que es tener al menos la certeza de que sí murió. Junto al Colectivo Solecito recorre Veracruz con una lanza de acero, antes de realizar excavaciones la entierran a profundidad para saber si debajo hay olor a muerto. El conquistador, también cargado de fe, no comprende nada, “Madre Santísima, alumbra mi entendimiento, ¿qué hago aquí?”. Más arriba, lejos de la costa, se levanta la Sierra Madre, lugar donde se gestan los versos del poeta náhuatl Sixto Cabrera González, en el municipio de Soledad Atzompa. Quinientos años después sigue estando presente la necesidad de clamar, sólo que hoy por los 43 normalistas de Ayotzinapa y por mantener viva una lengua que la conquista vino a mermar y que la globalización insiste en diluir. Desde el centro de Orizaba, ciudad admirada por Cortés, sube un teleférico a la sierra en donde habita Cabrera, quien decide hablarle al conquistador sólo en el lenguaje de la poesía.

Piltontli moyolkokojtinemi iuan nemi ichtakatsin,
tlampa tonatiu, ojpitsauakej
kemi atsonkali.
El joven camina triste y en silencio,
recorre bajo el sol veredas
que semejan la cabellera de agua.

El altiplano es una zona de tránsito migrante, un lugar cuya cartografía no obedece límites precisos. Es el reflejo de un Estado que centraliza sus poderes y excluye los territorios que no están en su mapa político y económico. Entidades ocupadas por el crimen y segregadas por la democracia, destinadas a las personas expulsadas de las grandes urbes. En algún punto de ese perímetro está la Sagrada Familia, un albergue que representa un oasis en el centro del país para los migrantes que viajan en La Bestia. Ubicado a un costado de las vías del ferrocarril, atiende cada año a miles de viajeros que buscan la idea de un norte más próspero. El fantasma español decide dormir ahí, alimentarse de lo mismo que cualquier migrante y dar oído a sus historias. Es entonces cuando el conquistador parece más dispuesto a escuchar y empieza por recordar lo que aprendió de una mujer: “Doña Marina me enseñó los nombres de las maravillas de esta tierra: zapote, aguacate, chocolate, ahuehuete, papalote, huitlacoche, chapulín, escuincle, achichincle, coyote”. Ahora se dirige al Paso de Cortés, así se le conoce a la zona que separa al volcán Popocatépetl de la montaña Iztaccíhuatl, muy cerca de Amecameca. Ahí se detuvo Hernán Cortés en su expedición y subió a la montaña en busca de azufre para recargar armamento. Ambas elevaciones son emblema de la leyenda de los volcanes, una historia que cuenta el amor entre una princesa tlaxcalteca y un joven guerrero, el más apuesto de su pueblo. Hay varios relatos sobre ello, pero todos terminan con la muerte de Popocatépetl en la guerra. Por fin el fantasma español llega a la gran Tenochtitlán, la encuentra abrumadora, muy distinta y no la recuerda. “¿Qué ha pasado con la laguna?, sus aguas eran cosa de maravilla, sobre una isla en el centro estaba la ciudad más hermosa del universo”. En ese mismo lugar las cosas han cambiado mucho: quinientos años después se narra la historia más devastadora de 499. Lorena Gutiérrez, madre de Fátima, le cuenta con detalle al fantasma cómo asesinaron a su hija, cómo se arrepiente de haber perdido la oportunidad de que el pueblo quemara vivos a los asesinos, lamenta haber buscado una justicia por la vía legal que nunca llegó. Su historia es espejo de un país feminicida en donde habitan, como dice Lorena, “bestias que asesinan a nuestras hijas y que nos las dejan expuestas de esta manera, como si fueran basura, para enseñarnos y demostrarnos cuánto nos odian”. En el extremo norte de la gran ciudad habita el santuario que rinde culto a la Virgen de Guadalupe, el emblema religioso venido de Europa que más almas convoca desde los estados hacia la capital mexicana. La Basílica de Guadalupe, que se levanta en una plaza gigante como una especie de reencarnación de la Antigua Parroquia de Indios, recibe cada año a millones de fieles congregados para celebrar a la Virgen. Muchos arriban de rodillas, al lado de concheros que bailan casi desnudos. Una escena de contraste a la que nos hemos habituado. “Por fin lo comprende mi corazón, por fin comprendo por qué estoy aquí“, dice el conquistador mientras avanza arrodillado hacia el templo guadalupano. De pronto un feligrés se le acerca y lo pone de pie: “compañero mío, levántate, que todavía te falta mucho que caminar, que Dios te acompañe“.

499 de Rodrigo Reyes forma parte de la selección Ahora México de la edición 11 del FICUNAM, que se llevará a cabo del 18 al 28 de marzo de 2021 en formato virtual.

Imagen de portada: Fotograma de Rodrigo Reyes, 499, 2020