José Moreno Villa, lejos y cerca
Leer pdfMucho se ha escrito sobre el exilio español y su influencia en la cultura mexicana, pero seguirá siendo pertinente recordar cómo nutrió que la lengua fue la misma pero la mirada otra; muchas de estas familias venían de un país que, previo al año treinta y seis, habían vivido una época de incomparable esplendor artístico. ¿Cuántos amigos y conocidos tenemos que son descendientes de esta migración? Del prosista, pintor y poeta José Moreno Villa, que curiosamente fue el primer refugiado español en llegar a México en 1937, sorprende leer el elogio y cariño de tantos admirados críticos al grado que uno se detiene a echar un vistazo.
Octavio Paz, por ejemplo, dice sobre el amigo: “Discreto, irónico, cortés, elegante en el pesar y el decir, la sonrisa entre amarga y afable, fue ante todo un hombre sensible, quiero decir, uno en el que la reflexión y la emoción no están reñidas. Poeta, pintor y crítico, comprendió admirablemente ciertos aspectos de nuestro país”. Luis Cardoza y Aragón, a su vez, lo describe:
Advierto de nuevo qué exacto y qué sencillo, qué auténtico fue siempre en todo. […] Los valores universales tenían en Moreno Villa un expositor consumado. Su sencillez, su ternura, con un ligero relámpago irónico, su gravedad, suavizada por una sabia sonrisa, nos daban profunda y como despreocupadamente, el meollo de las cosas. Tocaba puntos principalísimos, con una sensibilidad y un conocimiento excelentes. Siempre lleno de atisbos, de sugestiones, de hallazgos
Guillermo Sheridan, por su parte, caracteriza su obra: “Vida en claro, una de las más bellas autobiografías que se han escrito en español”. Y Emilio Uranga afirma sobre Cornucopia de México: “Todo mexicano tiene que leer este libro”.
Impresiona otra revelación: Moreno Villa habita y orbita en la vida de artistas e instituciones decisivas. Por ejemplo, tal vez hemos visto el retrato del joven Octavio Paz en las portadas de la reimpresión de sus Obras completas (FCE, 2014); la autoría es justamente del español. Reconocemos El Colegio de México —antes Casa de España— como una importante institución; Moreno Villa fue uno de sus fundadores. Desde hace unas décadas, en la Ciudad de México, se habla de la Semana del Arte; el poeta ayudó a Carolina e Inés Amor a darle amplitud e identidad a la precursora Galería de Arte Mexicano. De él, por cierto, recordaba Inés Amor: “A mí quien me abrió a la crítica de arte fue Moreno Villa […] No sólo a mí me ayudó sino a todos los pintores […]. Su claridad de conceptos, su rectitud, lo hacían excepcional”.
Nacido en Málaga en el año de 1887, José Moreno Villa se dedicó a las letras y a la pintura mientras estudiaba química en la Universidad de Friburgo; escogió esta carrera porque sus padres deseaban que trabajara en la empresa familiar de exportación de vinos. A partir de este periodo, comenzó una producción artística que no se detuvo hasta el día de su muerte —de la que se conmemoran setenta años— en 1955.
Vivió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, por invitación de Alberto Jiménez Fraud, desde 1917 hasta el estallido de la Guerra Civil. Se puede decir que fungió como modelo, casi tutor, de algunos personajes que pasaron por ese edificio. Por ejemplo, el dramaturgo Santiago Ontañón cuenta que:
una mañana Moreno Villa bajó a desayunar con los jóvenes de la Residencia —entre éstos: Luis Buñuel, Federico García Lorca y Salvador Dalí— y les relató un sueño que inspiraría una de las escenas más memorables de la historia del cine: “soñé que me afeitaba con una navaja y, terriblemente, me cortaba el ojo”.
José Moreno Villa, Retrato de Joaquín Díez-Canedo, 1940. Cortesía de la familia Díez-Canedo.
Durante los años que vivió en España, Moreno Villa conversó e hizo amistad con figuras tan destacadas como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Azorín, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Concha Méndez, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes, Damaso Alonso, Max Aub, etc. La lista es abundante y menciones a su vida aparecen en toda esta familia de escritores.
Su obra en prosa es inclasificable y en ella se concentra la síntesis y la gracia justa; la emoción natural y la complejidad de la sencillez. Casi todo el corpus ensayístico de Moreno Villa está constituido de pedacería, con títulos igualmente “raros” y churriguerescos. Locos, enanos, negros y niños palaciegos (1939) es un estudio, siempre de las minucias, sobre los bufones que retrataron Velázquez, Ribera, Ticiano y otros grandes pintores; Cornucopia de México (1940) es un análisis sobre las “formas de ser” de los mexicanos; Doce manos mexicanas (1941) compila ensayos de quirosofía —como nombró con sentido del humor al estudio de las manos de sus amigos— donde, además de textos, encontramos dibujos a lápiz de los dedos y las palmas de Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Fernando Benítez, con descripciones hasta de la uña y mugre; y, en Jacinta la pelirroja (1929), el escritor conjunta poemas sobre un amor frustrado que conoció en un viaje a Nueva York y lo trajo del tingo al tango.
Moreno Villa llegó a México cuando tenía cincuenta años. Desde su arribo, colaboró con frecuencia en revistas y suplementos literarios —Letras de México, Taller, El Hijo Pródigo, México en la Cultura del periódico Novedades—; más tarde recopiló estos textos para armar la mayoría de sus libros. Los ocho ensayos que publicó para la revista semanal Hoy, en 1937, bajo los encabezados de “¿Será esto?” y “Cosas vistas en México”, los recogió en su libro más conocido: Cornucopia de México. En 1947 comenzó también a escribir semanalmente para El Nacional, una de sus principales trincheras literarias. Ahí publicó memorias revueltas, retratos de personas con las que convivió y pensamientos de un hombre ya al atardecer, que arma y desarma sus experiencias y sus sensibilidades. En Memoria (2011), se reúne una buena selección de sus textos dispersos, además se incluye Vida en claro, así como el excelente estudio y trabajo editorial de Juan Pérez de Ayala. Hasta el momento, es la edición más completa de sus textos autobiográficos.
Al poeta también le dieron curiosidad la arquitectura, escultura y pintura de los siglos virreinales. De estas reflexiones salieron dos magníficos ensayos: La escultura colonial mexicana (1942) y Lo mexicano en las artes plásticas (1948). Ambas obras son estudios pioneros que reflexionan crítica y sintéticamente sobre la escultura mexicana de ese periodo y su relación con la española, entrecruce al que calificó como tequitqui, para referirse, sobre todo, al arte que realizaron los indígenas tras la Conquista. En sus páginas, Moreno Villa establece una cronología, a mi parecer, justa, aunque polémica: resalta la escultura del siglo XVI, la arquitectura barroca del XVIII y finaliza admirando la pintura mexicana del XX. “El siglo XVI se distingue por su anacronismo (mezcla de romántico, gótico y renacimiento). El siglo XVIII se distingue por su mestizaje inconsciente y el siglo XX se distingue por su consciencia del mestizaje.”
En sólo un par de años, comprendió —casi como vidente— el arte y la esencia de su nuevo país. Le interesaba descifrar y entender lo mexicano: “Al cabo de año y medio de residir en México se ha apostado en mi almacén, ciudades, amigos, monumentos, volcanes, platos típicos, semblantes, carreteras, ídolos, fiestas y modos de hablar […]. México crece dentro de mí”. En 1946 escribió estas curiosas y paranoicas líneas desde Tepoztlán: “Esa mata de florecillas me está tentando. Quiere que piense en ella, que la mire hasta comprenderla bien, que le diga cosas o que diga cosas de ella”. Su libro de ensayos Cornucopia de México es constancia de esto. Doce años después de su publicación fue reeditado en la colección México y lo mexicano, dirigida por el mayor del grupo Hiperión, Leopoldo Zea. En su catálogo figuraban, además, títulos como: La calavera de Paul Westheim (1953), En torno a la filosofía mexicana de José Gaos (1953) y Análisis del ser del mexicano de Emilio Uranga (1952). Es decir, José Moreno Villa fue una pieza medular del debate alrededor de la ontología del ser mexicano, que tendría su cumbre en el Laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz.
José Moreno Villa, Retrato de Aurora Flores, 1953. Cortesía de la familia Díez-Canedo.
En 1940, participó en la paradigmática Exposición internacional de surrealismo, inaugurada el 17 de enero en la Galería de Arte Mexicano, de la que también formaron parte Picasso, Frida Kahlo, Max Ernst, René Magritte, entre otros. Cuatro años más tarde, organizó, junto con Josep Renau, la primera exposición de Picasso en México y escribió un texto para el catálogo, que también llevó escritos de Carlos Mérida y Agustín Lazo. Moreno Villa fue defensor de la pintura de Rufino Tamayo y enemigo declarado del “chauvinismo” político que imperaba en artistas como David Alfaro Siqueiros, con quien llegó a tener polémicas públicas. Compartió un estudio con Jesús Guerrero Galván, expuso numerosas veces sus pinturas y dio conferencias, dedicadas a la historia del arte, en el Palacio de Bellas Artes y El Colegio de México. Humberto Huergo Cardoso, uno de sus mejores lectores, reeditó Jacinta la pelirroja en la UAM (2021); incluyó notas y una minuciosa cronología de su vida y obra. En ésta aparecen muchas pistas sobre el José Moreno Villa pintor y animador de pintores.
Los tiempos de exilio renovaron a Moreno Villa, pero fueron también tiempos de nostalgia y diálogo con la muerte. Se casó con Consuelo Nieto —viuda de Genaro Estrada e hija de un reconocido político potosino— y tuvieron un hijo, José Moreno Nieto, quien fue su mayor devoción e inspiración en sus últimos días. Vida en claro (1944), ese hermoso libro que detiene el tiempo, está, en el fondo, dedicado a él. El nacimiento del niño lo marcó profundamente y lo hizo establecer una comunicación con él a través de preciosos libros infantiles como Navidad: villancicos, pastorelas, posadas, piñatas (1945) y Lo que sabía mi loro (1945). Así como al final de Vida en claro Moreno Villa deja de hablarle al lector común y dirige su voz al pequeño, este par de títulos, llenos de juegos y canciones, son una faceta importante en la historia de los libros ilustrados para niños.
Hace un año, Morton Subastas anunció que vendería una acuarela sobre papel de José Moreno Villa, fechada en 1939 y titulada Lagartos. En 2019, esta misma casa de subastas intentó vender una tinta del autor por un precio nimio y despistado, por lo que nadie levantó la mano. Museos, como el Reina Sofía, albergan obras de Moreno Villa, por lo que no es necesario saber de arte para comprender que el precio con el que arrancaría la subasta de 2024 era una ganga y, por lo tanto, una buena oportunidad. Emocionado y decidido a embarcarme en la tentativa de adquirir una pieza así, les compartí el entusiasmo a tres amigos expertos en el exilio español. Los tres, apasionados de la Generación del 27 y que bien podrían ser mis abuelitos, han escrito sobre el autor de Cornucopia de México; uno de ellos incluso comentó que una pintura de este artista no vale menos de cincuenta mil pesos.
El siguiente sábado asistí a la subasta. Llegó el turno del lote 106. El precio de salida fue de seis mil pesos. Levanté la paleta. Desde uno de los costados de la sala una señora, vestida con el uniforme de Morton, hablaba por teléfono y me clavaba su mirada en señal de guerra. Alzó la mano y dijo: “siete mil”. Yo alcé de nuevo la paleta y el precio subió a siete mil quinientos. Luego ella pujó a ocho mil pesos. Así estuvimos un rato hasta que no pude más, el costo había rebasado mis posibilidades. El subastador le pegó al bloque de madera con su mazo y Lagartos se vendió a quién sabe quién.
Ante mi fracaso, miré al amigo que me acompañaba y le dije desmotivado que mejor nos fuéramos, pero me zopiloteaba la duda por saber quién había sido el comprador. Antes de salir, me aproximé a la señora del teléfono y, disculpando mi indiscreción, le pregunté por la identidad del nuevo dueño de la acuarela. Ella me contestó: “Eso es confidencial, joven, pero le puedo decir que fue un señor mayor y experto en Josué Moreno Villa”. Espero que lo que imagino no sea verdad.
Imagen de portada: José Moreno Villa, Retrato de Aurora Flores, 1953. Cortesía de la familia Díez-Canedo.