El Eternauta y la crítica de la dominación
Leer pdfRecientemente se estrenó la serie El Eternauta en Netflix. El éxito ha sido rotundo, desde el récord en ventas de la historieta original hasta las reacciones y reseñas en múltiples medios. Pero la pregunta es: ¿qué queda de la magnífica obra de Héctor Germán Oesterheld en la adaptación televisiva? Es un tema que debe evaluarse desde múltiples dimensiones.1
Empecemos por situar a Oesterheld, uno de los creadores más fecundos de mediados del siglo XX en Argentina. Si bien se sabe que nació en Buenos Aires el 23 de julio de 1919, no se conoce con precisión la fecha de su muerte porque fue secuestrado en abril de 1977 y asesinado —junto con su familia— en el transcurso de 1978 por la dictadura militar. Fue encargado de prensa del grupo guerrillero Montoneros, lo cual quiere decir que concebía su trabajo tanto como un acto de creación como un instrumento político. Su soporte narrativo fue la historieta, que cultivó y difundió de distintas formas, con numerosos personajes y diversas intenciones.
A partir de la década de 1950, participó en iniciativas editoriales y colaboró con revistas como Hora Cero, Frontera y Misterix; también publicó varios textos como Sargento Kirk (1953), Ernie Pike (1957), El Eternauta (1957-1959), Sherlock Time (1958), La guerra de los Antartes (1970), Latinoamérica y el imperialismo (1973-1974), Vida y obra de Eva Perón (1970), Vida del Che (1968), Mort Cinder (1962-1964) y otros más. Él era el guionista y los dibujantes, que eran los más creativos de la época, luego se convirtieron en íconos del cómic, como Hugo Pratt, Francisco Solano López, Alberto Breccia y Gustavo Trigo. Si bien ahora conocemos su obra reunida, antes sus tiras aparecían semanalmente, lo cual mantenía viva la expectativa del público que esperaba la siguiente edición.
El trabajo de Oesterheld tiene varias dimensiones, intenciones y formatos. Por un lado, es “un modelo para la educación, sobre todo, para la gente de menores recursos que no tiene acceso a los libros ni a la formación cultural elaborada”;2 por otro, es una apuesta por la relectura de la historia a largo plazo.
Parte de esta doble intención se refleja en las biografías que escribió del Che Guevara y de Eva Perón, aunque quizás se plasma con mayor claridad en la historieta América Latina, 450 años de guerra, aparecida originalmente en el semanario El Descamisado de julio de 1973 a marzo de 1974. En la presentación del cómic se anuncia que “[se va] a contar la historia de cómo nos robó el imperialismo” y parte con una serie de preguntas que develan el horizonte de lectura:
¿Qué es el imperialismo? ¿Cuándo empezó a enviar sus lugartenientes, sus soldados, sus espías, sus “embajadores”, sus empresarios para dominar y explotar a los pueblos latinoamericanos? ¿De qué manera los invasores extranjeros –primero los españoles, después los ingleses y ahora los yanquis– se movieron y siguen actuando para controlar los gobiernos títeres de los países del continente? ¿Cómo nos quitaron las riquezas, nos destinaron a la miseria, organizaron golpes, bajaron gobiernos populares, mandaron sus tropas asesinas para aniquilar las rebeliones de los pueblos?3
El autor argumenta que en el cómic se contará “nuestra verdadera historia. Cuál fue la realidad de nuestro pasado y cuál es la realidad de nuestro presente”. El documento entero refrenda la intención política e intelectual planteada desde un inicio: comienza revisando la invasión española y continúa con la rebelión de Túpac Amaru, la dominación e invasión inglesa, las luchas de resistencia y las batallas de la independencia republicana. Aunque no puede concluir su proyecto como lo había pensado, puesto que el repaso cronológico no llega a los años en que se escribió, algunas tiras sueltas sí refieren a la historia reciente y en ellas denuncia la violencia política en Argentina.
Otra manera en que Oesterheld plasma su militancia es vinculando sus relatos de ciencia ficción con pasajes y escenarios concretos de la vida política coyuntural. La guerra de los Antartes, publicada originalmente en la revista 2001 a partir de 1970 (reimpresa íntegramente en 1998), narra la invasión extraterrestre de los Antartes, una civilización más avanzada que la humana, con tecnología de guerra capaz de destruir ciudades enteras en cuestión de segundos. La guerra es desmedida y desigual, por lo que el sometimiento de los terrestres se logra casi sin resistencia. En el juego del poder y la negociación con los invasores, los países más poderosos llegan a un acuerdo, mientras que los del tercer mundo son dominados fácilmente, entregados y traicionados por los primeros.
Si bien la narración se inscribe en un relato de ciencia ficción, las evocaciones a su contexto son directas. El éxito de los Antartes se achaca no sólo a su superioridad tecnológica, sino también al “asesinato en masa de políticos, militares, hombres de ciencia, etc., que precedió a la invasión […] ¡ningún político, militar o intelectual de la derecha, ningún reaccionario ha sufrido ataque alguno!”.4 Del mismo modo, cuando el autor cuenta la manera como los Antartes logran el control del planeta, vincula su historia con las dictaduras de los setenta: “una gran sombra de muerte, tristeza y opresión oscurece el cielo todo de Latinoamérica. Todos los países del gran continente han sido aplastados por un gigantesco pinochetazo, de un golpe ha sido aniquilada toda la posible oposición”.5 En la misma dirección, la referencia a la realidad política es clara, así como su simpatía por el socialismo: “ya empezaron a desmantelar el maravilloso mundo nuevo de países como Argentina, Cuba, Perú [que] estaban terminando de forjar el incontenible avance de estos países hacia el socialismo”.6
Para el autor, la realidad, la ficción y la posición ideológica se entrelazan de distintas maneras. En uno de los últimos pasajes de La guerra reproduce un diálogo que parece un corolario conclusivo: en la invasión, algunos terrestres plantean la posibilidad de llegar a un acuerdo con los Antartes toda vez que “la humanidad puede esperar enormes progresos bajo su dirección, [pues] son mucho más avanzados que nosotros”. El diálogo de un abuelo con su nieto resuelve la disyuntiva:
—Abuelito, ¿cuál será el precio que pagarán los hombres por obtener la paz? —No lo sé, muchacho. Aunque me temo que el precio ha de ser terrible. Nada más hermoso que la paz cuando es justa y nada más triste cuando es injusta. Pensá en la paz que consiguieron los reyezuelos africanos hace cuatrocientos años a cambio de unas pocas cuentas de vidrio. Esa paz significó la esclavitud, siglos y siglos de humillación y llanto… ¿no será una paz parecida la que nos traen los Antartes?7
Héctor Germán Oesterheld con un ejemplar de Hora Cero, ca. 1957. Wikimedia Commons, dominio público.
A pesar de que Héctor Oesterheld encarna la figura del intelectual que utiliza su talento y creatividad al servicio de un proyecto político, su trabajo va más allá de la denuncia, ya que toca los hilos más finos de la dominación. En La guerra de los Antartes, el control político se ejerce tanto mediante la fuerza física —por ejemplo, cuando un rayo elimina enormes poblaciones rápidamente— como a través de una “enfermedad” que logra disolver el cerebro. Cuando los Antartes descubren a alguien destacado intelectualmente, lo eliminan; es un plan para controlar cualquier forma de inteligencia que pueda poner en riesgo la dominación:
los Antartes saben muchas cosas que los hombres ignoran… seguro que captan desde lejos las ondas cerebrales… Sarabia era demasiado inteligente. Los Antartes lograron de algún modo captar su pensamiento… vieron que era hostil para ellos.8
Su poder omnisciente no sólo vigila lo que las personas hacen en público, sino que, además, se introduce hasta sus mentes: “¡quiere decir que todo tipo que piensa contra los Antartes está en peligro! ¡Los Antartes deben tener alguna computadora monstruosa que vigila todo”.9 “Empiezo a darme cuenta… nuestros cerebros emiten ondas… los Antartes eligen… a los que planean algo peligroso para ellos [y] les licuan el cerebro.”10 Una vez subordinados, se les coloca un collar y se les hace actuar de acuerdo con la voluntad de los invasores.
En otro libro, Oesterheld construye el personaje Sherlock Time, el cual le explica a su amigo Luna que la gente pierde el control de su vida porque mediante ondas mentales se le obliga a “hacer lo que ellos quieran”.11 El escritor exagera la tecnología de su tiempo e imagina un escenario en el cual la medicina puede realizar operaciones cerebrales capaces de anular la conciencia. Un doctor le expone su programa a un paciente que convertirá en un “ojos de plomo” así:
Tranquilo… no te haré sufrir… diciéndolo en pocas palabras, te injertaré en ciertas partes del cerebro porciones de materia gris que te sacaré de partes poco importantes de la materia encefálica. Te cambiaré los circuitos mentales, por así decirlo… y te desarrollaré al máximo la capacidad de ser manejado por otra inteligencia. Ya operado, seré yo quien pensará por ti… cuantas veces yo lo quiera tus pensamientos y sensaciones pasarán a mí sin que tú te des cuenta… Míralos… allí tienes a Elliot […] es un ornitólogo especialista en pájaros marinos […]. Todos sus cerebros son ahora míos… yo los he conquistado. Yo vivo, a “mi voluntad” la vida interior de un pintor, de un sabio, de un jugador de fútbol… Mi cerebro ya no está limitado por las paredes de mi cráneo […]. Llegará a ser el centro de toda la vida intelectual de cuantos seres yo quiera… ¡mi poder no tendrá límite! Mi experiencia vital también será única: el mío será el primer pluricerebro del universo […]. Dueño y señor de todos. Sin enemigos, sin nadie que pueda soñar siquiera [con] discutir mi poder… dueño y señor de todo como jamás lo fue señor feudal alguno.12
En El Eternauta también se describe una situación similar en la cual los Manos, invasores que provienen de una cultura más avanzada, llegan a la Tierra e instalan un rayo paralizante que “interrumpe ciertas conexiones nerviosas: el teledirector, según uno lo maneja, las reacomoda para ser dirigidas desde lejos, por ondas, o para que se restablezcan los circuitos normales”. En un momento, un ser humano pregunta si después de la operación podrá ser libre, el Mano responde negativamente: “[esto] quiere decir que sólo eres dueño de tu cuerpo…, pero no que eres libre […] sólo yo, cuando quiera, podré soltarte […], cuando haya concluido con la manificación de vuestros cerebros […], es decir, cuando vuestros cerebros piensen exactamente como nosotros, los Manos”.13
En su obra, Oesterheld explora la jerarquía del poder: los Manos, a su vez, son subordinados de otros seres más poderosos:
un día vinieron Ellos. Nos vencieron. Y para que por siempre quedáramos domesticados, nos insertaron la glándula del terror… Nos sacaron de nuestro planeta y nos llevaron a lejanos mundos. Nos usaron como fuerza de choque para conquistar otras razas […]. Ellos quieren para sí el universo todo […]. Ellos nos obligan a destruir y a matar a nosotros, los “Manos” que sólo vivíamos pensando en lo bello.14
Y más adelante:
con la glándula del terror los Ellos dominan a los “Manos”… Los “Manos” no pueden pensar en rebelarse… porque… apenas lo hacen, apenas sienten el lógico temor de la prudencia, la glándula del terror empieza a funcionar […] y apenas […] la glándula ha entrado en actividad sienten un terror mayor, lo cual excita aún más la glándula.15
Ante el escenario de una dominación compuesta tanto por la violencia física como por la psíquica, Oesterheld se pregunta sobre las salidas y las formas de resistencia. Por un lado, plantea la organización social como una solución posible, pero también apela a la imaginación. En la obra ya evocada, Sherlock Time le dice a Luna: “usted no es amigo de dejar volar el pensamiento por nuevos caminos. Teme que le pase lo que a las moscas, que por lanzarse a volar suelen terminar sujetas por una telaraña”.16 Luego insiste:
usted vive en el siglo XX, amigo Luna, si aprendiera usted a vivir en cualquier siglo, sabría que todo, absolutamente todo, es posible […]. Debe usted liberar su cerebro y aceptar como posibles cosas que todavía no se han inventado. El sólo pensar en un nuevo aparato es una forma de empezar a crearlo.17
En suma, de una manera especialmente creativa, Oesterheld aborda el tema de la dominación, que ha sido problematizado por las ciencias sociales desde su origen. De hecho, unas décadas después de la publicación de las historietas, Pierre Bourdieu reflexionó sobre el concepto de violencia simbólica, con el cual explica que la dominación no sólo radica en la violencia física, sino también en el hecho de que los dominados son prisioneros de sus propias estructuras psíquicas de dominación, las cuales han sido construidas socialmente y de las que no tienen conciencia. Por eso sugiere estudiar “la ‘subjetividad’ o, si se prefiere, […] los cerebros bajo la forma de estructuras mentales, de percepción y de pensamiento”,18 pues la combinación entre estructuras mentales y estructuras sociales hace que las cosas aparezcan como naturales e inamovibles. En una suerte de diálogo póstumo con Bourdieu, Oesterheld habría denunciado “las categorías de pensamiento impensadas que delimitan lo pensable y predeterminan lo pensado”,19 idea que el francés desarrolló más tarde.
En sus relatos el historietista pone en duda lo inamovible, coloca a la imaginación como el núcleo para la emancipación y examina a conciencia la naturaleza del poder: lo disecciona en sus múltiples rostros develando sus más sutiles tentáculos, los más oscuros y ocultos. Pero volvamos ahora a nuestra pregunta inicial: ¿qué nos deja El Eternauta de Netflix? Luego de que la humanidad pasó por la pandemia del covid, ha visto decenas de películas futuristas y series apocalípticas y vive la destrucción del medioambiente, etc. La actual adaptación, en esta primera temporada, parece ingenua y repetitiva. El resultado todavía no revela la profundidad de la apuesta analítica del argentino, porque hay que recordarlo: con lápiz y papel, Héctor Oesterheld expuso un razonamiento crítico, intrépido e inteligente. Habrá que ver si en la próxima entrega la agudeza del autor es la protagonista. Pago por ver.
Cartel de la serie El Eternauta, 2025.
Imagen de portada: Fotograma de la serie El Eternauta, 2025.
Algunas ideas de este texto fueron publicadas en La Jornada Semanal el 31 de marzo de 2013. ↩
Héctor Germán Oesterheld y Leopoldo Durañona, Latinoamérica y el imperialismo. 450 años de guerra, Doeyo y Viniegra Editores, Buenos Aires, 2004, p. 1. ↩
Id., p. 5. ↩
H. G. Oesterheld y Gustavo Trigo, La guerra de los Antartes, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1998, p. 99. ↩
Ibid. ↩
Ibid. ↩
Id., p. 54. ↩
Id., p. 100. ↩
Ibid. ↩
Id., p. 104. ↩
H. G. Oesterheld y Alberto Breccia, Sherlock Time, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1997, p. 58. ↩
H. G. Oesterheld y Alberto Breccia, Mort Cinder, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1997, pp. 60-61. ↩
H. G. Oesterheld y Francisco Solano López, El Eternauta, Clarín, núm. 24, 2001, p. 163. ↩
Id., pp. 175-176. ↩
Id., p. 242. ↩
H. G. Oesterheld y Alberto Breccia, Sherlock Time, p. 52. ↩
Id., p. 46. ↩
Pierre Bourdieu, Razones prácticas: sobre la teoría de la acción, Anagrama, Barcelona, 1997, p. 98. ↩
P. Bourdieu, Lección sobre la lección, Anagrama, Barcelona, 2002, p. 11. ↩