Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia de Lea Ypi

Obstinación

Enfermedad / crítica / Abril de 2024

Christopher Domínguez Michael

La literatura novelesca, testimonial y hasta poética sobre el comunismo y la decepción de quienes lo padecieron tras haber sido embargados por la esperanza (en calidad de víctimas, de victimarios o de tontos útiles) es acaso la más voluminosa del siglo XX. Incluso —lo confieso no sin cierto rubor— es mi literatura favorita; propia, me decía un amigo, de la “estética del renegado”. La bibliografía es inmensa. Cito, con cierto desorden, a un puñado de quienes vivieron esa experiencia en todas sus variantes, desde la adhesión filosófica, foránea o turística hasta la reclusión en el Gulag (o esperando en las antesalas del purgatorio): Boris Souvarine, Victor Serge, José Revueltas, Nadezhda Mandelshtam, Aleksandr Solzhenitsyn, Milan Kundera, Reinaldo Arenas, Carlos Franqui, Ana Ajmátova, Danilo Kiš, Octavio Paz, David Rousset, Ernesto Cardenal, Roger Bartra, Arthur Koestler, Mary McCarthy, Ignazio Silone, Claude Roy, Eduardo Lizalde, Czeslaw Milosz, Nicanor Parra, Julien Gracq, Gao Xinjian… Y faltan todavía los norcoreanos.

​ Esa saga continúa entregando capítulos, pues si el muro de Berlín cayó apenas en 1989, quienes nacieron poco antes o un tanto después tienen mucho que contar. Infancias y adolescencias enteras, nada menos. Es el caso de la albanesa Lea Ypi (Tirana, 1979), quien con Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia cuenta sus memorias. Ella tenía doce años cuando el régimen ermitaño de Enver Hoxha (quien había fallecido en 1985) fue finalmente arrasado por las llamadas revoluciones de terciopelo —así se refiere a ellas Ypi y emparenta aquellos días en Albania con la liberación dirigida por el gran Václav Havel, con la excepción, ya se sabe, de Rumania—.

​ El caso albanés es muy enigmático, puesto que la ansiedad de purificación de los comunistas de ese antiguo reino no tuvo paralelo. Se pelearon sucesivamente con los yugoslavos (cuando el mariscal Tito fue excomulgado por Stalin), con los soviéticos (tras el XX Congreso del Partido Comunista), con los chinos (cuando Deng Xiaoping detuvo la Revolución Cultural en 1978) y, durante una larga década, el Partido del Trabajo albanés navegó solo en contra de todos los imperialismos y todos los “revisionismos”, aunque en Francia o en México nunca faltaba una minúscula secta proalbanesa que se movilizaba entera en un vochito.

​ Con muy buena prosa y estimable sentido del humor, Ypi (quien vive en Londres y, se entiende, escribe en inglés) narra cómo fue descubriendo que su familia, vigilada y castigada por llevar manchada su “biografía” por un bisabuelo que fue primer ministro del régimen asociado al Eje y posterior a la caída del rey Zog, vivía una comedia similar a la actuada por Roberto Benigni en La vida es bella (1997), tan debatida que no conozco dos personas que concuerden en si un campo de exterminio puede ser examinado de esa manera.

Mujer partisana en batalla, detalle del mural del Museo Nacional de Historia de Tirana, AlbaniaMujer partisana en batalla, detalle del mural del Museo Nacional de Historia de Tirana, Albania

​ La Albania de Hoxha era un régimen totalitario, y además, muy, muy pobre; autárquico por necedad ideológica. El Estado era oficialmente ateo y Ypi tardó en enterarse de que ellos eran musulmanes de origen y que la gran mezquita había sido demolida para sustituirse por la sede del Partido, motivo por el cual su madre, cada vez que pasaban enfrente, alababa al Profeta.

​ Con todo, la infancia de Ypi fue feliz, porque sus padres construyeron hábilmente una realidad alterna donde las prisiones se llamaban universidades, los presos, profesores, y los crímenes, según su gravedad, eran cátedras de literatura o de economía. Ello lo supo hasta después de 1991, cuando los comunistas se autoliquidaron, transformándose en socialdemócratas, ganaron las primeras elecciones libres y todo para acabar siendo derrotados por un Partido Democrático que privatizó todo. Fue entonces que Ypi se enteró que cuando papá y mamá hablaban de las carreras universitarias de amigos y familiares, en realidad se referían a quienes estaban presos. Cuando alguien se doctoraba, era que había quedado libre; si, en cambio, se jubilaba, había sido asesinado.

​ Tras 1991, su familia recibió una carta de Atenas, donde ciertas amistades los invitaban a reclamar tierras y herencias que habían sido suyas antes de la Segunda Guerra Mundial. Viajaron a Grecia, con muchas estrecheces, la niña Lea y su abuela afrancesada. Ypi escribe:

Cuando llegamos a Atenas, mi abuela me animó a que empezara a escribir un diario. Decidí hacer una lista de todas las cosas nuevas que veía por primera vez y las fui registrando meticulosamente: la primera vez que sentí el aire acondicionado en la palma de las manos; la primera vez que comí plátanos; la primera vez que ví semáforos; la primera vez que me puse unos vaqueros; las primera vez que no tuve que hacer cola para entrar a una tienda; la primera vez que pasé un control de fronteras; la primera vez que vi una cola formada por coches en lugar de por seres humanos; la primera vez que me senté en un retrete en lugar de ponerme en cuclillas; la primera vez que vi que la gente iba detrás de un perro sujeto a una correa en lugar de ver perros callejeros yendo detrás de la gente; la primera vez que tuve entre las manos un chicle de verdad; la primera vez que vi edificios con diferentes tiendas. y escaparates repletos de juguetes; la primera vez que ví cruces sobre las tumbas…

​ Como era previsible, en Atenas abuela y nieta no recuperaron nada, pero volvieron felices de haber visto el mundo, como si fueran Rasselas a la inversa, príncipe de Albania y no de Abisinia. Pero llegaron a enfrentarse al amargo chiste de que el eufemísticamente llamado “socialismo real” era la transición más larga del comunismo hacia el capitalismo (salvaje). Las reformas estructurales fueron brutales e Italia, que dio la bienvenida a los primeros héroes que festejaban la libertad, al ya no ser Albania un Estado comunista cerró sus fronteras a quienes, perdiendo la antigua condición de perseguidos políticos, se convirtieron en despreciables “exilados económicos”. Cientos de albaneses murieron en el mar tratando de alcanzar puertos como Bari o Brindisi en las costas italianas del Adriático; otros tantos fueron arrestados y fletados, por la fuerza, hacia su país de origen.

​ A la familia Ypi de nada le valió que la mamá se volviera transitoriamente lideresa del Partido Democrático y que el papá se reciclara como técnico (perdió el trabajo porque sabía ruso, búlgaro, griego y macedonio, pero no inglés) y luego como diputado. Ypi se marchó a estudiar al extranjero y nunca volvió a Albania, según dice en Libre.

​ De no ser por el desconcertante epílogo, Libre sería una muestra más, bien facturada y hasta tierna, de lo que significó la caída del muro de Berlín, obra de una niña que padeció el comunismo. Empero, Lea Ypi, no solo enseña actualmente marxismo en la London School of Economics, sino que se proclama marxista y considera al socialismo “una teoría de la libertad humana”. Más extrañamente aún, se enfadaba de que sus “compañeros universitarios” profesaran otro socialismo “claro, brillante y con futuro”, mientras pensaban que lo ocurrido en la URSS, China, la RDA, Yugoslavia, Vietnam o Cuba “no había tenido nada de socialismo”. Todas aquellas personas que vivieron en esos países “eran considerados los merecidos perdedores de una batalla histórica a la que todavía no se habían sumado los auténticos y verdaderos portadores de ese título”, los verdaderos comunistas, entiendo.

​ Lo que Ypi vivió, dice, era verdadero, como cualquier “otro híbrido compuesto de ideas y realidad”. ¿Por ser verdadero debe ser defendido? No lo sé. Su familia le reprocha que su “abuelo no había pasado quince años encerrado en la cárcel para que yo me marchara de Albania y me dedicase a defender el socialismo”.

​ Su respuesta es Libre. Entiendo poco del significado de su empresa. Cavilo que, si la Albania del tío Enver se obstinó en seguir su camino purificador contra el resto del comunismo internacional, Lea Ypi se obstine en el Ideal, como se obstinaron en su fe católica casi todos entre quienes sobrevivieron a la Inquisición. Ella quiere “continuar la lucha” y purificar al orbe de todo liberalismo, “la destrucción de la solidaridad”.

​ Obstinaciones de este género, me temo, no son infrecuentes.

Traducción de Cecilia Ceriani, Anagrama, Barcelona, 2021Traducción de Cecilia Ceriani, Anagrama, Barcelona, 2021

Imagen de portada: Mujer partisana en batalla, detalle del mural del Museo Nacional de Historia de Tirana, Albania