Sean realistas, pidan lo imposible

M68 / dossier / Octubre de 2018

Philippe Ollé-Laprune

Traducción de: Nydia Pineda De Ávila

 Leer pdf

Mayo del 68. Cuántas ideas, clichés, nostalgia o rechazos conlleva la evocación de esta fecha. Despierta pasiones tanto favorables como francamente hostiles. Este movimiento estudiantil y social francés se articuló en diálogo con el mundo: reunió influencias ideológicas cargadas por un contexto que alimentaba pensamientos revolucionarios e internacionalistas, y emitió imágenes impactantes de una rebelión seductora. Originada en un grupo local de estudiantes anarquistas, anclado en una realidad reducida, esta ola rompió sobre la sociedad francesa con una intensidad imprevisible. Dos caras de esta época que vivían ignorándose una a otra tuvieron que encararse de pronto; el enfrentamiento fue tan inesperado como violento. Sus consecuencias se han impregnado profundamente en estas poblaciones; por primera vez en la historia la juventud se volvió una fuerza política en sí misma. El 15 de marzo de 1968, Pierre Viansson-Ponté escribe un artículo en Le Monde: “Francia se aburre”. En efecto, este país ha conocido un auge económico sin precedentes desde 1945, su población es joven y su dirigente emblemático, el general De Gaulle, de 78 años, continúa gobernando con una mezcla de nacionalismo y de dirigismo que fastidian. Si en 1958 había menos de 200 mil estudiantes, 10 años más tarde casi 600 mil, la mayoría formada por una burguesía triunfante, quieren gozar de una educación superior. La oposición está anclada a un Partido Comunista alineado a Moscú y los escasos opositores de izquierda tienen poca presencia, aunque Mitterrand haya logrado impedir la victoria de De Gaulle desde la primera ronda de elecciones presidenciales en 1965. Los jóvenes están a la escucha de la protesta que se alza desde los campus estadounidenses, en rebelión contra la guerra de Vietnam, cargados de rock, pero también de Marcuse y del Che Guevara. Los adultos se ríen de esta juventud que no conoció la guerra ni sabe de las privaciones y el hambre. Por un lado, se lanzan eslóganes que apelan a días idílicos y el hombre nuevo; por otra parte, con una sonrisa compasiva, otros explican que la vida consiste en consumir lo mejor posible, en ser dueño de la propia vivienda y en tener un poco más de vacaciones… el diálogo simplemente no es posible. Y el hastío pesa sobre esta sociedad dividida: una parte parece estar satisfecha y la otra se aburre a morir, aspira a un universo distinto. Esta época no conoce ni el desempleo ni el terrorismo, pero, si bien no faltan preocupaciones, el fastidio es lo que reina. Las inquietudes más bien se relacionan con el futuro en general, la herencia de un mundo juzgado injusto y una clase política que entiende muy poco a esta juventud emergente.

Francia, París. Universidad de la Sorbona, 1968. © Bruno Barbey/Magnum Photos/Latinstock México

El universo estudiantil y, en particular, el deseo de libertad sexual que se manifiesta en los nuevos campus universitarios, sirven de detonadores. Ciertos textos inflaron los ánimos: en 1966, la Internacional Situacionista publica un panfleto que cautiva a esta juventud: De la miseria en el medio estudiantil considerado bajo sus aspectos económico, político, psicológico, sexual, y, sobre todo, intelectual y de algunos medios para remediarlo.1 Estos situacionistas son particularmente activos y, en 1967, dos de sus miembros publican los dos libros más famosos del movimiento: Tratado del saber vivir al uso de las jóvenes generaciones, de R. Vaneigem, y La sociedad del espectáculo, de G. Debord.2 Estas ideas en gestación ocupan la mente de sus jóvenes lectores e intensifican los cuestionamientos, dan un sentido a un malestar real y profundo. La ola se forma en el campus de Nanterre, una universidad que no se siente bien, pegada a un barrio pobre e insalubre. Un grupo pequeño de estudiantes dirigido por Daniel Cohn-Bendit lanza un movimiento el 22 de marzo de 1968 y ocupa las facultades. El grupo no acepta el arresto de algunos de sus compañeros que se manifestaron en contra de la guerra de Vietnam. Las autoridades universitarias cierran las instalaciones de Nanterre y, a fin de continuar los debates que ya rebasan el marco estudiantil, estos jóvenes se van a la Sorbona. Varios grupos llamados gauchistes, células de extrema izquierda, se unen a ellos. La represión es dura y la policía evacúa a la universidad del centro de París. El Barrio Latino está en llamas: es el inicio de los disturbios que durarán cerca de un mes. El primer secretario del Partido Comunista escribe un editorial en L’Humanité, diario íntimamente ligado a este partido, denuncia al “anarquista alemán Cohn-Bendit” ataca a esos “jóvenes revolucionarios… hijos de grandes burgueses, que rápidamente pondrán en piloto su llama revolucionaria para ir a dirigir la empresa de papá y explotar a sus trabajadores”. El gobierno, la derecha conservadora en el poder y esta izquierda comunista se reencuentran en una crítica dirigida hacia los jóvenes radicales que desafían el orden público. Los estudiantes, en cambio, crean un bloque en contra de este esprit de sérieux o pensamiento siniestro, esos profesionales de la política que al fin y al cabo parecen llevarse bien. La Sorbona es ocupada, luego retomada por las fuerzas del orden, y después nuevamente ocupada por los manifestantes: el desorden sirve ante todo para alimentar la contestación. La policía, torpe y brutal, no logra encauzar la situación y los manifestantes que pretenden llevar “la imaginación al poder” alzan barricadas. París se vuelve una capital sitiada y los estudiantes no cesan de debatir, de pasar micrófonos a los que quieren expresar su opinión, criticar el estado de las cosas o aportar elementos de reflexión para mejor aprehender una época: “tenemos ganas de hablar” es una de las primeras frases de ese líder franco-alemán, anarquista y lúcido, Daniel Cohn-Bendit, quien se vuelve uno de los rostros simbólicos de la efervescencia de esos días. Intelectuales como Sartre, Beauvoir o Foucault se unen a los debates y apoyan a los insurgentes y los sindicatos de profesores se solidarizan. Las noches están marcadas por los combates entre las fuerzas del orden, frecuentemente rebasadas, y los jóvenes que aprenden rápidamente el arte del combate, a lanzar losas a la cabeza de los oficiales encasquetados de las Compagnies Républicaines de Sécurité, y a usar eslóganes casi poéticos que escriben sobre los muros. “Debajo del asfalto está la playa”, “Sean salados, no dulces”, o “Prohibido prohibir”. En este instrumento-graffiti, más que en ninguna otra parte, las palabras muestran hasta qué punto el fondo de la revuelta se apoya en una lectura del mundo profunda y original, tanto vigorosa como cargada de protesta. Se tiende hacia una cierta poética del discurso político… La espontaneidad y la toma del destino en manos propias nutre los espíritus de los jóvenes coléricos. Hasta el 13 de mayo las relaciones de fuerza son simples: jóvenes enardecidos cargados de ideologías radicales (anarquistas, trotskistas, situacionistas, maoístas, castristas, guevaristas, etcétera), desafían el orden establecido y oponen ideas calificadas como “utopistas” a una realidad que quieren cambiar. Pero la alianza con los obreros, la huelga general que de ahí se desencadena y la parálisis del país otorgan gravedad al movimiento y la sensación de estar al borde del abismo; nadie puede medir exactamente hasta dónde pueden llegar las revueltas. El poder político está dubitativo; para tranquilizarse, De Gaulle recurre a los paracaidistas franceses en el cuartel de Alemania. ¡De ninguna manera se puede permitir una represión que alimentaría esta crisis de por sí muy difícil de manejar! Resulta increíble que durante esas jornadas tan agitadas, tensas y llenas de violencia, sólo haya habido un muerto, y eso por un accidente. Los obreros se solidarizan con los estudiantes. Las imágenes de esos reencuentros son particularmente conmovedoras: dos capas de la sociedad que se habían ignorado durante mucho tiempo entran en resonancia. El poder pierde lucidez e incluso se ve a Georges Pompidou, uno de los pilares del régimen, el primer ministro y futuro presidente de la República, declarar ante la Asamblea Nacional que los movimientos estudiantiles son financiados por China, Cuba e incluso… ¡la CIA!

Francia, París. 29 de mayo de 1968. Grupos de estudiantes y sindicatos (CGT) manifestándose. © Bruno Barbey/Magnum Photos/Latinstock México

La huelga general afecta a la población y se ven colas interminables para conseguir gasolina en las estaciones de servicio, el abasto alimenticio en las grandes ciudades está en riesgo, las barricadas bloquean el Barrio Latino y los combates entre estudiantes y fuerzas del orden son cotidianos. Pero los intereses no son los mismos y los sindicatos se clavan en la brecha que ha sido cavada: negocian ventajas para los trabajadores (revaluación de los salarios, ventajas en términos de vacaciones y jubilaciones…), temas alejados de los ideales izquierdistas propuestos por los jóvenes rebeldes. Se firman los Acuerdos de Grenelle. Una vez más, la fosa social marca su diferencia. La opinión pública, al inicio muy favorable al movimiento estudiantil, comienza a cansarse. Los obreros, satisfechos de los beneficios obtenidos, retoman su trabajo. A los comités de insurgentes se les agota el aliento. El 30 de mayo una manifestación de más de un millón de personas que apoyan al general De Gaulle invade las calles de la capital. El sueño utópico ha pasado pero sus consecuencias se harán sentir durante mucho tiempo en bastantes sectores. En el corto y mediano plazos las repercusiones en el dominio público son evidentes: aunque una nueva cámara de diputados es elegida y ésta muestra claramente la victoria del gaullismo, el jefe de Estado renuncia un año más tarde y la política francesa oscila hacia otra dinámica con el éxito del centro-derechista Giscard d’Estaing en 1974 y, sobre todo, del partido socialista de François Mitterrand en 1981. Esta avanzada de la izquierda parlamentaria se benefició sin duda de la ola del 68, y el Partido Comunista, aliado al Partido Socialista a través de un programa común, ya no será la fuerza principal de la izquierda. Fran­çois Mitterrand es elegido el 10 de mayo de 1981 con un eslogan de campaña que vino directamente de las ideas de ese mayo de los insurgentes: “Cambiar la vida”. Mitterrand gobierna con algunos ministros comunistas en el gabinete, y luego, dividido entre la gestión del poder y una actualidad internacional que ve la retirada del marxismo, el Partido Comunista Francés vive un declive del cual nunca ha podido salir. Pero más allá de las repercusiones políticas propiamente dichas, mayo del 68 penetró en muchos sectores y propagó ideas que se desarrollarían en varios terrenos. Estos choques fueron seguidos en el mundo entero y la juventud, ya muy afirmada en los campus universitarios estadounidenses, tomó conciencia de su fuerza para exponerla cuando fuera necesario. La especificidad del movimiento francés consiste en la alianza entre estudiantes y obreros, y en la organización de la huelga general que no se producirá en otra parte. En medio de la gran confusión que reinó es difícil establecer una jerarquía de las causas de esta efervescencia; sin embargo, se pueden observar con más detalle las consecuencias tanto en el plano nacional como internacional. Los grandes principios y las ideas de fondo van a extenderse aun si ciertos mecanismos ya estaban en marcha en otros países.

Francia, París. Mayo de 1968. Left Bank. Los grupos de estudiantes se apoderan de los edificios de la Universidad de la Sorbona. © Bruno Barbey/Magnum Photos/Latinstock México

Estos jóvenes quisieron invocar la presencia de la fantasía, del sueño y de la imaginación en las actividades cotidianas, y esto dio una sensación festiva a este mayo del 68. La lectura de Marcuse implantó la idea, con su concepto de “Hombre unidimensional”, de que la sociedad moderna, tanto en los países socialistas como capitalistas, no toma en cuenta la parte sensible del ser humano, la ataca y busca destruirla para dejar al hombre sólo su rol funcional en el trabajo y como consumidor. El movimiento tiende a devolver al hombre esta sensibilidad y esta creatividad. Es entonces natural que, a fin de afilar la sensibilidad y la creatividad que todos tenemos dentro, haya que realizar las actividades que encaucen ese desarrollo. Antes de 1968, un buen número de militantes van a volcarse sobre métodos que permiten dar vida a esas facetas de sus existencias, particularmente en el campo de la educación, la cultura y los medios. El primer gran principio heredado de mayo del 68 es que la norma es limitante y que su imposición ha asfixiado al individuo. En el ámbito de la educación, aquello se traduce en el deseo de transformar al niño-discípulo en niño-sujeto. A lo largo de los años setenta las reformas escolares se suceden unas a otras, y uno de los libros de cabecera de esos tiempos es Libres enfants de Summerhill, de Alexander Sutherland Neill, quien difunde experimentos educativos que permiten a los niños des­arrollar una personalidad fuera de las imposiciones. A la par se motiva el crecimiento del individuo con la seguridad de que todo lo que está fuera de la norma es positivo. Los padres y los alumnos, en conjunto, participan en la toma de decisiones sobre el sistema pedagógico mismo e incluso se habla de co-gestión. La enseñanza no sólo debe liberar la palabra sino también motivar la creatividad y las actividades artísticas. Como sucede con todas las consecuencias de mayo del 68, hoy día se puede constatar que ciertos abusos y efectos perversos quizás opacaron esas acciones. Sin embargo, definitivamente se dio un giro y la dirección del sistema educativo cambió para siempre: se enseña para desarrollar al individuo y no para obligarlo a asimilar una suma de consecuencias a menudo inútiles. La expresión “tête bien faite” (la cabeza bien formada), contra la “tête bien pleine”, (la cabeza bien llena), de Rabelais, encuentra ahí todo su significado. Con ese principio que transforma la norma en un modo de represión, vamos a encontrar aplicaciones de esta idea en muchos sectores de actividades. Por ejemplo, se reta y se critica al sistema psiquiátrico e incluso al psicoanalítico. El enfermo mental, el loco, el desequilibrado: estas palabras definen a un individuo al que la sociedad rechaza y excluye injustamente. Los grandes pensadores de esta época como Foucault (Surveiller et punir), y Deleuze y Guattari (Mille plateaux, que critica el sistema psiquiátrico), trabajan sobre este tema. Si se espera un cambio, una revolución misma del sistema de pensamiento y, por ende, de la sociedad. Conviene liberarse de la alienación y la dominación para que la sociedad no pese sobre esos individuos. Los experimentos de nuevos métodos psiquiátricos, como se practican en el centro de Maison Blanche en la banlieue de París, se multiplican y van a marcar a este sector de salud hasta el presente. Los actores de mayo del 68 otorgan mucha importancia a los dominios culturales; las industrias de ese campo van a recibir un influjo significativo de personajes que participaron en los acontecimientos. Por un lado, los jóvenes de la Sorbona estaban destinados a ser intelectuales activos (pero más allá del mundo académico quieren intervenir en el campo social y difundir el pensamiento en la sociedad) y, por otra parte, saben que para animar el espíritu hay que producir libros, discos, películas… se trata de un movimiento doble y paradójico que acelera la entrada del mundo artístico e intelectual a una era del consumo al mismo tiempo que ataca este aspecto nuevo del mundo contemporáneo. Así, ciertas personas entran a editoriales o casas de producción para dinamizar la oferta; otros, más radicales, deciden crear su propia herramienta de fabricación. En los años setenta asistimos al surgimiento y a la implantación de múltiples editoriales que se niegan a trabajar como sus augustas hermanas capitalinas, y se desarrollan, frecuentemente, lejos de París, con un ritmo y un catálogo acordes con su crecimiento. Es la gran época de la editorial Maspero, del movimiento de editoriales como Verdier o de L’atelier du gué en el sur de Francia, y de Federop en Lyon… En general, la actividad cultural vive un crecimiento espectacular y verá su apogeo con la llegada de Jack Lang al Ministerio de Cultura, en 1981. “La imaginación al poder” era el eslogan de los jóvenes rebeldes de ese mayo inquieto. Es difícil confirmar que ese programa haya sido llevado a cabo, pero, una vez más, lo que cuenta es el eje, la dirección tomada… En Francia, la televisión y el automóvil habían cambiado las relaciones sociales. Una sociedad de ocio emergió lentamente y el lugar de la cultura en ella sería inmenso. Los órganos de información estaban fosilizados y apareció una nueva prensa. En 1973 se fundó el diario Libération y con él los agitadores del Mayo obtienen los medios para poner en la escena pública las noticias que integran la lucha contra el dominio de los poderes y la alienación: con Jean Paul Sartre como padrino y Serge July como director, el diario se ancla en un discurso contestatario. Retoma la antorcha La cause du peuple (La causa del pueblo), órgano de inspiración maoísta animado por los miembros del grupo La Gauche prolétarienne. Para entonces algunos ya pedían la libertad de transmitir programas radiofónicos pero habría que esperar hasta 1981 para que el poder autorizara las radios privadas en Francia. Aunque la televisión era aún una herramienta estatal, participó plenamente en los acontecimientos de mayo del 68 con una huelga del personal que dejaría huellas profundas: el movimiento sindical encontró ahí un espacio sensible para expresarse.

Francia, París. Mayo de 1968. La policía antidisturbios combate a los estudiantes que prendieron fuego a los autos en el Barrio Latino

Un rasgo general atraviesa las repercusiones del movimiento: el deseo de autonomía; sobre todo en la educación y la cultura (crear seres menos sujetos a la alienación). Este anhelo de autonomía enfatiza valores supremos y un horizonte deseado. Su práctica permite la emergencia de nuevos militantes y tomas de conciencia más auténticas en el seno de la población. En el campo económico aparece una nueva doctrina: la autogestión. Deseada por los trabajadores de algunos sectores, ésta consiste en desarrollar la actividad de producción industrial dando a los obreros la propiedad del bien de producción, la fábrica. La experiencia de la empresa Lip, que fabrica relojes de mano en Besançon, despierta pasión en los observadores. Su eslogan dice: “es posible, producimos, vendemos, nos pagamos”. La aventura termina mal: después de años de lucha, la fábrica debe cerrar, pero el aire de simpatía que suscita es un ejemplo que tiene ecos mucho más allá de las fronteras francesas: ¡es posible producir sin patrón! Otros ejemplos de búsqueda de autonomía: buscarse una vivienda fuera de la norma económica y organizar una nueva manera de vivir en comunidad. Al final de 1971 los alumnos del Liceo de Sevres ocupan viviendas vacías en una calle vuelta emblemática la rue des Caves. Es el comienzo de la vida en comunidad en squats. El mundo hippie, sin duda, ya había propuesto una forma de existencia alternativa, con una libertad sexual real y una jerarquía nueva. Pero el mundo del squat que de ahí nace va a desarrollarse en varias aglomeraciones. Este mundo citadino recibe las utopías hasta entonces reservadas al universo rural. Algunos abogan por el regreso a la tierra e incluso, a veces inspirados por un marxismo digno de Mao, creen reencontrar una existencia en mayor comunión con la naturaleza. En 1971 el gobierno decide ampliar el campo de entrenamiento militar en un territorio llamado Larzac. Los campesinos que viven y trabajan allí protestan y se manifiestan. Esto detona un movimiento de solidaridad inmenso que reúne sobre estas tierras a más de cien mil personas. El Larzac se vuelve símbolo de resistencia y finalmente, después de diez años de combate, el proyecto se abandona. Durante estos años este territorio recibió nuevos habitantes, vio el desarrollo de debates que fueron premisa de movimientos intermundialistas y ecológicos. El regreso a la tierra y el deseo de ver una vida más respetuosa de la naturaleza son parte de la herencia. Sin embargo, durante los debates de mayo del 68, nadie habla de ecología. Ese tema no es de actualidad, o al menos eso parece. Pero entre la población comienza a instalarse la conciencia de ser testigos de una sociedad de consumo que destruye el planeta. Las manifestaciones contra la energía nuclear se multiplican y la causa ecológica ocupa un espacio de protesta amplio. Por primera vez, en 1974, un candidato ecologista, René Dumont, se postula para la elección presidencial. Logra transmitir un discurso nuevo que da en el blanco: subraya los peligros del desarrollo energético tal como lo están viviendo los franceses. En tiempos anteriores, la ecología y el regreso a la naturaleza eran, más bien, un discurso de ultra-conservadores, incluso de los partisanos de la extrema derecha. Pero de ahí en adelante los gauchistes se lo van a apropiar; ven ahí una manera de cambiar la sociedad de fondo, con otra relación con el mundo, una más respetuosa con la naturaleza y su porvenir. En Alemania su discurso será aún más politizado que en Francia y parece natural que el antiguo líder estudiantil Daniel Cohn Bendit vaya a militar en las filas de los verdes alemanes. Este tema, fundamental para nuestras sociedades contemporáneas, se proyecta desde los residuos del 68. Otro tema esencial de nuestro tiempo que toma impulso desde mayo del 68 es el feminismo. Antes de ese momento de “desorden”, el feminismo no estaba tan vivo en Francia como en Gran Bretaña y Estados Unidos. Las mujeres no obtuvieron derecho al voto sino hasta 1945. Durante los grandes debates de la Sorbonne en aquel mes de mayo, el feminismo se abordó sólo una vez. La universidad de Vincennes se volvió, después del 68, un espacio de intercambio, de crítica y protesta. La constatación es clara: los líderes de esos movimientos casi siempre son hombres y cierto machismo impera en la rebelión estudiantil. Ciertas militantes se radicalizan y fundan el MLF: Mouvement de Libération des Femmes (Movimiento de Liberación de las Mujeres). Creado en 1970, esta iniciativa va a criticar fuertemente a la sociedad francesa que, por su parte, evolucionará lentamente en estos temas. Su primer acto simbólico es aportar una corona de flores a la mujer del soldado desconocido, enterrado bajo el arco del triunfo. Aún más desconocida que el soldado, su mujer… la historia de esos movimientos radicales (los hombres están excluidos) es larga pero nadie puede negar que su influencia será decisiva para las conquistas de las mujeres. La ley Veil, que autorizó la interrupción voluntaria del embarazo, es votada en 1975. La libertad sexual, la anticoncepción, el acceso al mundo del trabajo: estos cambios son lentos pero reales. Si bien el combate no siempre ha conservado su forma radical, continúa hasta nuestros días… Esos deseos de autonomía y de toma de responsabilidad atañen a grupos diversos que comenzaron a reivindicarse a partir de su diferencia. Así se ve cómo se constituyen los movimientos que tocan la identidad social (el primer Movimiento de Trabajadores Árabes: Mouvement des Travailleurs Árabes, que agrupa inmigrantes), sexual (la creación del Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire) o regional (la emergencia de grupos occitanos o bretones como el Ejército Republicano Bretón: l’Armée Républicaine Bretonne). La gran ola general que creía dar la palabra a todos provoca estas tomas de postura singulares, concretas, activas. Para cambiar el mundo, ciertos individuos y grupos trabajan también sobre el hábitat y las condiciones de vida. A partir de ese momento arquitectos y urbanistas van a agruparse para imaginar formas diferentes en estos campos. Por ejemplo, la revista Utopie, de Hubert Tonka, inspirado por los situacionistas, toma un auge increíble. En el campo político radical, el militantismo izquierdista se manifiesta en las fábricas, donde voluntarios logran infiltrarse como obreros para atraer al proletariado hacia la revolución. Uno de los dramas de esos años post 68 sucede en la fábrica Renault donde uno de estos voluntarios, Pierre Overney, es asesinado por un guardia. Tras una serie de debates contradictorios, los izquierdistas se niegan a tomar la vía de las armas y su acción va a desenvolverse en un marco que excluye la violencia (solamente, más tarde, el grupo Action directe practicará el terrorismo). En Francia, esta tendencia evoluciona en un sentido contrario al de otros países europeos, por ejemplo, Italia o Alemania. En 1973, los trotskistas incluso deciden pasar por las urnas y dejar de defender la revolución como método para acceder al poder. Ese abandono relativo va a provocar la emergencia de movimientos autónomos, frecuentemente ligados al mundo de los squats, que se infiltran en manifestaciones y proceden a actos violentos, rompen y golpean, en el estilo más puro de los nihilistas de finales del siglo XIX. Estos métodos aún se practican a medida que los movimientos izquierdistas, cuyo eco se ha ido debilitando en una sociedad de consumo omnipresente, fueron abandonando progresivamente la oposición radical. El ánimo del 68 lleva a Mitterrand a la victoria en 1981 y la gestión del país, las obligaciones del poder y las realidades de la administración cotidiana terminan por obligar a un buen número de actores de esos movimientos a practicar un pragmatismo cargado de contradicción. Las esperanzas de un mundo mejor se diluyen, y se aspira cada vez más a una existencia “menos peor”.

Calle de París después de una noche de peleas entre estudiantes y la policía antidisturbios. Mañana del 11 de mayo de 1968. © Bruno Barbey/Magnum Photos/Latinstock México

Desde sus raíces hasta el final, mayo del 68 estuvo ligado a un mundo intelectual y uno de sus legados más evidentes se ubica en el campo del pensamiento. Uno de los rasgos que emergen de estos movimientos es su atracción por el antiautoritarismo. Hasta entonces este tema había sido considerado por pensadores liberales como Raymond Aron o filósofos cercanos al mundo libertario como Albert Camus. Pero después de los acontecimientos de mayo los jóvenes filósofos van a atacar brutalmente al marxismo y a denunciar todas las formas de autoritarismo. Son los “nuevos filósofos” que seducirán al lectorado y le ofrecerán una conciencia limpia. En estos tiempos André Glucksmann o Bernard-Henri Lévy publican sus libros e integran la primera generación de pensadores que saben usar a los medios para ocupar el espacio de los debates. De ahí suele reincidir cierta falta de consistencia en sus postulados, y esto se lo reprochan filósofos más centrados en trabajos de fondo. Los años setenta están marcados por obras de pensadores que conocen un éxito enorme en el mundo. La French Theory representada por autores tan diversos como Foucault, Baudrillard, Derrida, Deleuze, Barthes, Althusser, Guattari, Lyotard o Levinas, es inseparable de ese post 68 y de los anhelos que ahí se manifiestan. La pregunta sobre el reconocimiento del valor del individuo, la idea de que la norma es represiva y las ganas de autonomía, éstas son algunas de las ideas que integran este tiempo y las obras influyentes producidas por ellos. Estos pensamientos no están libres de intolerancia y, por ejemplo, las palabras de Althusser que acusan a los filósofos del pasado de “pequeños burgueses” hoy generan sonrisas. El debate intelectual se tiñe de sospecha y se ve marcado por la desaparición del sujeto responsable de sus actos. Los márgenes gozan de gran prestigio y ahí se buscan los fermentos de las revoluciones por venir. Así, florece una contracultura y la multiplicación de revistas y fanzines muestra que la toma de la palabra tan defendida por los estudiantes de mayo del 68 desemboca en esta efervescencia. En este auge de publicaciones se puede ver el éxito de este movimiento. La música rock y el cómic, las revistas satíricas como Hara Kiri (que después se convierte en Charlie Hebdo) u otras más ideológicas, como Camarade o Marge, marcan estos tiempos. Por supuesto, la influencia de la contracultura anglosajona es evidente, pero a la revolución en curso no le importan las fronteras. Otra consecuencia sensible del movimiento se caracteriza por el interés en lo entonces llamado “tercermundista”: la atención se vuelca sobre los países del sur y la responsabilidad del mundo occidental en su miseria, inquietudes poco presentes antes de estos movimientos, se vuelven temas en sí mismos. Historiadores revisitan la historia nacional e intentan denunciar los abusos del colonialismo, ahí también con una pertinencia nueva y también con algunos excesos, como se ve en las teorías de Humi Bhabba. La opinión pública reacciona ante los grandes malestares y a las grandes crisis de ese “tercer mundo”. Concebida en la urgencia, la asociación Médecins sans Frontieres es creada en 1971, y envía por primera vez cuerpos médicos, como prueba de solidaridad internacional, a países en crisis, como fue el caso de Biafra y Jordania. La sociedad de consumo occidental se ve socavada, y el humanismo que inspiró los fundamentos de ese mundo encuentra en estos movimientos un campo posible de expresión. Ahí se perciben rastros del pensamiento de Rousseau: el hombre nace bueno y la sociedad (de consumo) lo corrompe. Las ONG se vuelven un medio para intervenir en el mundo sin que los Estados puedan emitir su opinión… una vez más: el deseo de autonomía y la responsabilidad que eso conlleva se vuelven elementos clave de nuestro universo. Esto viene directamente de ese mayo tan agitado. Este revuelo del mes de mayo del 68, cargado de ideologías y teorías tan diversas, inició cambios en dominios tan numerosos como variados: este tiempo fue el acelerador de procesos y el revelador de malestares hasta entonces escondidos. Curiosamente fueron las acciones de pequeños grupos minoritarios y radicales las que cambiaron a la sociedad. El eslogan “sean realistas, pidan lo imposible” fue el motor de una evolución real y profunda. Paradójicamente, la crítica del marxismo tradicional vino de pensamientos más revolucionarios que aquellos empleados por los comunistas clásicos, y ahí se puede ver un signo de su declive. De ahí en adelante, la contestación podía dirigirse tanto a la sociedad capitalista como al mundo socialista y estatal. Las lecciones serán retomadas en países con una juventud ansiosa de expresar una oposición y un malestar por mucho tiempo guardados. México, que conocerá semanas más tarde una rebelión estudiantil amplia y severamente reprimida, seguramente recibió más influencia de campus universitarios estadounidenses y de la contracultura que ahí circulaba. Pero la agitación se volvió planetaria y los nuevos valores en gestación se cruzan, se intercambian y se multiplican de un territorio a otro. La juventud se vuelve una fuerza de oposición fundamental y ya no soltará el lugar conquistado. Su privilegio fue ocupar una posición que nadie podía tomar. Su deber es conservarla y darle vida a través del tiempo, por todos lados y para siempre.

Imagen de portada: Págs. 50-51. Francia, Boulogne-Billancourt. 17 de mayo de 1968. 5,000 trabajadores se hacen cargo de los edificios de la planta de automóviles de Renault en los suburbios de París. © Bruno Barbey/Magnum Photos/Latinstock México

Adelanto de Memorial 68. Vol. II: Ciudadanía y movimientos, Di­rección de Literatura UNAM, 2018.

  1. De la misère en milieu étudiant considérée sous ses aspects économique, politique, psychologique, sexuel et notamment intellectuel et de quelques moyens pour y remédier, Union Nationale des Étudiants de France, Association Fédérative Générale des Étudiants de Strasbourg, Supplément special au No. 16 de 2 1- 27 Étudiants de France, 1966. 

  2. Raoul Vaneigem, Traité de savoir vivre à l’usage des jeunes générations, Guy Debord, La société du spectacle, 1967.