periódicas Árboles SEP.2025

Álvaro Ruiz Rodilla

El legado del polvo: los suplementos de Fernando Benítez (1949-1971)

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Más que de hojas amarillentas propensas a desintegrarse, habría que hablar de emociones perdidas. Pensemos, por ejemplo, en las ilusiones —ya sabemos en qué acaban— de caminar un domingo al puesto de periódicos más cercano con el propósito de encontrarse con el hoy y el ayer, e imaginemos también la esperanza, ávida de asombros, que conllevaba empezar a ojear la portada del suplemento cultural…

​ Pero no se preocupen, no voy a marearlos con un maltrecho homenaje a la cursilería, aunque el dilema es claro: ¿se puede hablar sin algún dejo de nostalgia de esas páginas que fueron vitales para la circulación de la cultura mexicana, como faro de trasnochados y veleta de los más curiosos? ¿Exagero si digo que de aquel mundo queda sólo polvo, pero enamorado? En este tenor, es inevitable no ubicar los creados por Fernando Benítez, cuya trayectoria ocupa un arco de cincuenta años en la literatura y el periodismo de México: desde sus colaboraciones en Revista de Revistas, en los años 1930, hasta la fundación de Sábado (1977) y la dirección de La Jornada Semanal (a partir de 1984).

México en la Cultura, núm. 20, 19 de junio de 1949 y núm. 277, 11 de julio de 1954. Todas las portadas de los suplementos son cortesía de la Hemeroteca Nacional de México a través del autor del texto. La digitalización estuvo a cargo de Lisandro Olivares, Sidharta Manzano y Fernando Lizárraga.

​ Como ocurre con ciertas épocas canónicas, el paisaje se cubre de mitografías. Sobre las dos publicaciones clave que fundó Benítez junto con sus colaboradores también planean esas nubes: mafiosos, cosmopolitas, modernos, misóginos, disidentes, pioneros, etc.

México en la Cultura y los milagrosos cincuenta

Al despedirse del suplemento del periódico El Nacional, órgano del PNR (y luego del PRI), en 1949, Benítez crea México en la Cultura en el diario Novedades con la ambición de conectar lo mexicano con lo universal. Por aquellas páginas, que al arranque dirige junto al pintor y tipógrafo español Miguel Prieto, desfilan noticias de excavaciones prehispánicas, textos de Lázaro Cárdenas o Vasconcelos, entre mucha más literatura proveniente de varias épocas y latitudes. Sobre todo le construye un escaparate a la figura tutelar: Alfonso Reyes, a quien el editor le ofrece “cien mil lectores semanales”. Si echáramos un vistazo a los índices de México en la Cultura en este periodo (1949-1961), hallaríamos el canon de la literatura y la cultura universales —Homero, Goethe, Mozart, Heine, Baudelaire, Shakespeare, Cervantes, etc.— en diálogo con lo más granado del exilio español y con lo más ilustre del territorio mexicano, incluyendo a bisoños y veteranos —desde León Felipe hasta Tomás Segovia, desde Novo, Villaurrutia, Efraín Huerta y Octavio Paz hasta los más jóvenes de entonces: Arreola, Rulfo, Pitol, Rosario Castellanos, Elena Poniatowska, Monsiváis y José Emilio Pacheco, entre tantos.

México en la Cultura, núm. 157, 10 de febrero de 1952.

​ Como fiesta consagratoria de talentos y escuela que da forma y horma generaciones, el suplemento avanza como pocos en dos flancos que se complementan al tiempo que se enriquecen: el del diseño gráfico y tipográfico y el de la cultura letrada. Miguel Prieto acude con lo aprendido en las páginas de Romance (1940-1941) y Ultramar (1947): una vigorosa creatividad para maquetar, un caos expresivo y no menos armónico, que no obvia la responsabilidad ante la materia escrita. Benítez cuenta:

Cuando se me dio la oportunidad de hacer el suplemento México en la Cultura _del diario _Novedades, el primer as que saqué de mi manga fue Miguel Prieto. Su formato estaba de tal manera fuera de los cánones que la imprenta del diario debió adaptarse con dificultad a su diseño. Ya desde el primer número llamó la atención de un vasto público. Se trataba de un formato de gran elegancia, ligeramente barroco.1

La cultura en México, núm. 185, 1 de septiembre de 1965 y núm. 340, 21 de agosto de 1968.

​ El estilo de Prieto marca el medio siglo de los impresos mexicanos. Es un sello fresco y genuino que “nos lleva de la mano por el doble camino de la regla y de la libertad”, como apunta el gran Martí Soler.2 Y no sólo ocurre en este suplemento, también en las revistas: Universidad de México, México en el arte, Sinopsis y en la cúspide la edición príncipe del Canto general (1950), cuyos índices y desproporcionadas capitulares Bodoni aún reflejan una arquitectura tipográfica admirable. Todo esto en un tiempo en que las fuentes de las cajas de tipógrafos y de linotipos eran bastante limitadas: una veintena, según Soler, con las que Prieto consigue ampliar el registro del lenguaje visual de estos impresos, poniendo a su favor los blancos, combinando altas, bajas, versales y cursivas, integrando ilustración o foto con fluidez, tratando bloques nítidos de texto y de imagen por igual, para crear aquel atractivo equilibrio de la página.

​ No obstante, el cáncer trunca demasiado pronto la promesa y Prieto fallece en el auge de su carrera, en 1956. Sólo compensa esta crueldad de la fortuna un azar que acaba por beneficiar al resto del siglo. En esos años, en los talleres del suplemento o en la Oficina de Ediciones del INBA, un modesto ayudante había asimilado las cualidades del maestro español. El legado de ambos es incalculable para el arte y el diseño mexicanos: Vicente Rojo carga con audacia y fidelidad la estafeta en la nueva época de México en la Cultura. Poseedor del archivo visual de Prieto, Rojo redirige y lleva a nuevos puertos ese legado que interpreta como “sutileza, discreción, sobriedad y calidez”.

México en la Cultura, núm. 529, 3 de mayo de 1959.

​ A partir de 1956, se vuelve el director artístico del suplemento —el primer número que dirige es el 401, el 25 de noviembre— y el diseño cambia radicalmente: una nueva cabeza tipográfica sin patines y la combinación de dos o hasta cuatro tintas remodelan la portada. Se reconfiguran anunciantes y secciones, y a los libros y al arte se les suman referentes de lo que por entonces no se llama todavía “cultura pop”: cine, radio, televisión (espectáculos) y hasta propaganda turística (con sus respectivos anuncios de hoteles y aerolíneas). Si las franjas publicitarias permiten patrocinar tintas y rediseños, así como autores nóveles —en esas páginas colabora, por primera vez en México, un recién llegado: Gabriel García Márquez—,3 también despliegan una publicidad cultural informativa y moderna: abundan anuncios de editoriales y librerías, así como de cines y teatros que se compaginan con ensayos y reseñas como verdadero servicio al lector y lealtad a la crítica.

México en la Cultura, núm. 445, 29 de septiembre de 1957.

La mafia se muda de casa

Por endogamia desvergonzada y un tanto más por envidia, al grupo de Benítez lo bautizan, burlonamente, la maffia. La dupla central, Benítez y Carlos Fuentes, empieza a manifestar abiertamente su apoyo a la Revolución cubana y, además, a escribir en otras revistas, como Política. Ese militantismo en otra publicación acarrea el quiebre con Novedades. Alrededor de este suceso, el editor y sus simpatizantes tejen un discurso de disidencia y lucha contra la censura, cuando en realidad la madeja es otra, pues pronto López Mateos aprueba un apoyo económico cuantioso para trasladar el proyecto del suplemento a la revista de José Pagés Llergo, Siempre!, donde, el 21 de febrero de 1962, empieza a circular el segundo y mítico suplemento de Benítez, ostentando la “Oración del 9 de febrero” de Reyes como pieza central. Durante una década, La cultura en México les abre cancha a nuevos talentos en labores editoriales —José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis fungen como jefes de redacción en distintas etapas— o a textos que todavía hoy son pasto brillante para historiadores: colaboran con asiduidad Carballo, Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce o Gabriel Zaid. En el panorama ya se vislumbran, además de Elena Poniatowska: Inés Arredondo, Julieta Campos e Isabel Fraire con notas, ensayos o traducciones. Gracias al suplemento, se gesta, al menos en ese ámbito impreso y público, el interés por varios grupos de intelectuales; el boom aún no se ha consolidado, pero ya se leen textos de Cortázar, Vargas Llosa, Donoso y del propio García Márquez. En suma, La cultura en México acoge las inquietudes contraculturales y coyunturales de su tiempo con un nuevo temperamento, desde las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, las manifestaciones contra Vietnam y a favor de los No Alineados, hasta los reclamos al gobierno a raíz del asesinato de Jaramillo y su familia, el cese de Arnaldo Orfila Reynal por publicar Los hijos de Sánchez (1964) o la crónica minuciosa de los movimientos internacionales de 1968. La composición de Rojo es más audaz tanto en lo gráfico como en lo político. Lo demuestra un botón: el díptico del 21 de agosto de 1968, una declaración contundente, frontal y arriesgada.

​ Para 1971, cuando Benítez deja el suplemento a cargo de Monsiváis, se cierra una época de oro marcada por el hilo inteligente de este editor, que tejió con innovación ambas publicaciones por más de dos décadas. La herencia del primero irradió y dejó huella en varias generaciones de escritores y lectores, como apuntó un estudioso brillante: “el [primer] suplemento dio origen al periodismo cultural en México. Hay un antes y un después de México en la Cultura: antes están los intentos, los titubeos, los buenos propósitos. Después, los demás suplementos culturales”.4 ¿Polvo enamorado?

México en la Cultura, núm. 528, 26 de abril de 1959.

Imagen de portada: Fragmento de México en la Cultura, núm. 445, 29 de septiembre de 1957

  1. V.v. a.a., Miguel Prieto: diseño gráfico, Era, México, 2000, p. 9. 

  2. Idem, p. 13. 

  3. El texto refiere la muerte de Hemingway el día anterior: “Un hombre ha muerto de muerte natural”, 9 de julio de 1961, p. 10. 

  4. Víctor Manuel Camposeco, México en la Cultura (1949-1961). Renovación literaria y testimonio crítico. Conaculta, 2015, p. 114.