Jacobo y Patricio comenzaron a trabajar juntos en 2020, primero alrededor de textos breves, después editando libros completos, en procesos que pueden extenderse durante años. Al vivir en ciudades distintas, intercambian mensajes de correo electrónico casi todos los días, en los que intervienen, además, otros editores del taller. Con el tiempo se ha abierto entre ellos, poco a poco, una correspondencia paralela, más personal, pero en la que de manera inevitable se tocan, ocasionalmente, temas relacionados con la editorial. Los siguientes son fragmentos de conversaciones que sucedieron en 2024.
31 DE MARZO
Hola, Jacobo, ¿cómo estás? Empecé a escribir este correo el veinticuatro de febrero, guardándolo tres o cuatro veces a la espera de sentir que terminaba, pero no he tenido el orden para volver a él, así que me temo que te contestaré algo troceado: unas cosas respecto de la idea que has traído antes a nuestra conversación (el dilema de lo público y lo privado, de la verdad y la realidad) y otras de esto último sobre los versos y el cuerpo caminando.
Cuatro citas de Guy Debord extraídas de un texto de Brigitte Vasallo: “En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso”. “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediada por imágenes”. “Los espectadores no encuentran lo que desean, desean lo que encuentran”. “El espectáculo moderno expresa lo que la sociedad puede hacer, pero en esta expresión lo permitido se opone absolutamente a lo posible”.
He pensado un poco sobre eso últimamente. Siento cómo las cosas han cambiado para mí después de haber usado sin parar las redes sociales y los medios de comunicación. Dudo cómo puede uno hacerse una idea propia de las cosas navegando diario en ese mar de trozos de trozos, y veo cómo amigos míos son incapaces de vivir la vida con el cuerpo volcado a lo real; o, más bien, al resguardo constante del internet.
Por otro lado, relacioné la página que me enviaste de Borges, la del soneto como “forma portable”, con esto que dice Valéry: “Nada en literatura es más apropiado que el soneto para oponer la voluntad a la veleidad, para hacer sentir la diferencia entre intención e impulsos y la obra acabada; y sobre todo, para forzar al espíritu a considerar fondo y forma como condiciones parejas. Me explico: el soneto nos enseña a descubrir que una forma es fecunda en ideas, paradoja aparente y principio profundo del que ha sacado parte de su prodigiosa potencia el análisis matemático”.
No pienso que el soneto sea el único molde. La oración en Gerald Murnane hace lo mismo. Quienes enmarcan su escritura en el cuidado de una forma (general en la estructura de un texto; particular en la sintaxis y, en medio, toda la gama de posibles del lenguaje) probablemente son los que mejor terminan contorneando un algo propio, un algo nuevo… un estilo. Y sobre eso también van los errores (que lija el taller), que tocamos en nuestra conversación del jueves, que Valéry también menciona y que guardan, lingüísticamente, un espacio imaginable entre el acto inicial de la escritura y el acto “final” de la conquista de una forma íntima: escritura —error (errar, errar, errar)—, estilo. Dice Valéry: “El valor del artista tiene que ver con ciertas desigualdades de sentido o tendencia constante que, con ocasión de una figura, escena o paisaje, revelan a la vez la capacidad para trasponer y reconstituir las exigencias y propósitos y las facilidades de alguien. Nada de eso se encuentra en las cosas; y nunca se encuentra igual en dos individuos”.
Patricio
4 DE JULIO
Jacobo, hola, ¿cómo estás? He estado detectando de cuando en cuando una culpa por haber descuidado tanto tiempo esta correspondencia, que para mí es como una conversación muy amena; la prueba de un amigo. El fin de semana hacía los anexos para Un gesto del tiempo y pensé en su potencial: es un anexo que podría no terminar nunca, con posibilidades específicas e infinitas. Pensé en ideas, libros o conceptos que hemos platicado, y obviamente tuve que ceñirme a las pautas propias del anexo, no sólo en términos de límite espacial, pero también de zonas del decir: no cabían citas, ni demasiada “imaginación” (eso sí por los límites del espacio), pero hice un documento aparte y veré qué tan bien se adapta a mis ejercicios de escritura; a ver si se presta para expandirlo y hacer, quizá, un pequeño y personal glosario de tipos de escritura. Por lo pronto, para abrir de nuevo nuestra correspondencia, te comparto un texto de Gilles Deleuze que leí en ¿Qué es la filosofía? y que me ayudó para pensar la “Escritura arquitectónica” del anexo y me hizo recordarte. Casi nunca hemos hablado de arquitectura.
A lo mejor voy a Querétaro el próximo fin de semana, ¿estarás? Patricio
## 5 DE JULIO
Hola, Patricio: Cuando hicimos la primera ronda de lectura y edición general de El lenguaje del poema, me dijo Guillermo Núñez que le había gustado mucho la propuesta de Mario Montalbetti de escribir en párrafos numerados dos de los últimos ensayos del libro (Ishigami y Vallejo), pero que después se puso a estudiarlos, y que había comenzado a escribir unos ensayos así, no para publicación, sólo para ejercitarse en esa forma, en apariencia sencilla, y muy copiada (con diversos grados de logro), pero en el fondo compleja y llena de limitantes.
De vez en cuando leo un párrafo que me interesa, lo traduzco, pero cambiándole una palabra por otra. El concepto central por otro. Sólo por experimentar.
Me alegra que el anexo haya despertado en ti eso, la curiosidad de explorar un camino, de seguir por ahí para ver si puede aparecer otro texto, dejando el anexo muy atrás, sólo como punto de partida. Creo que esos ejercicios valen la pena, si no por otra cosa, por el simple hecho de desviarnos de la tentación de “inventar” algo, de sentir que la escritura tiene que hacer algo nuevo de cero.
Alguien decía que lo mejor cuando se es joven es servir. Someterse a algo, quedar detrás. Traducir, por ejemplo.
El boletín de Pablo Duarte de esta semana tiene un párrafo (medio desapercibido entre otros párrafos) que me interesó mucho por eso. Dice: “En el prólogo a la edición que hizo la UNAM de unos cuentos de Donald Barthelme, Luis Miguel Aguilar escribe esto en el prólogo. Está hablando de la noción de novedad y del collage y del arte contemporáneo en la obra del escritor tejano: ‘Cuando tenía quince años su padre le regaló el libro de Marcel Raymond De Baudelaire al surrealismo, prologado por el crítico de arte Harold Rosenberg. En el otoño de 1959 Barthelme dirigía la revista Forum, en Houston. Ahí publicó un texto de Rosenberg titulado ‘El público como tema’. Al hablar sobre Rauschenberg, Rosenberg le trajo a Barthelme un eco de su prólogo a Raymond: insistía en que lo auténticamente nuevo es una variación sobre la tradición, no una cosa concebida de la nada para hacer una novedad. Rosenberg concluía que lo ‘nuevo’ extrae su vigor de haber encontrado ‘cómo hacer que ciertos materiales le respondan de maneras insospechadas a la civilización que los está produciendo’”.
Jacobo
6 DE JULIO
Patricio, hola de nuevo:
Cuando leí tu mail me quedé pensando qué te diría si me preguntaras por qué estudié arquitectura, o cómo fue la experiencia de estudiarla, y creo que llego a la misma respuesta de siempre, sólo que dicha con distintas palabras. La arquitectura te da unas bases para pensar. Es un gran tema de estudios que no se agotará nunca, algo sobre lo que siempre puedes regresar y repensar. Un prisma con el que puedes ver todo, o distorsionar todo. Supongo que las humanidades bien estudiadas son así: una base sólida y duradera. Más que una finalidad, son una manera de mirar o entender esa finalidad.
Una de las cosas que aprendí en esos años en la universidad, de los dieciséis a los veinte (me sigue pareciendo totalmente inverosímil este rango), es que toda edificación tiene, o debería tener, un concepto central. Y ese concepto se enunciaba en una palabra o dos. Y el concepto era, al mismo tiempo, a lo último que llegabas, lo más difícil de alcanzar, ¡pero también el punto de partida! Es decir, no podías trazar una sola línea sin saber cuál era el concepto de esa casa o de esa escuela o de ese edificio. Es como si el final y el inicio y el proceso fueran la misma cosa; como si el concepto fuera un punto o estallido desde el que todo se desprendiera de manera natural o previsible. Quizá caótica, pero previsible. Diseñar así no era fácil, y muchos profesores no veían con buenos ojos a los alumnos que seguían ese camino, pues el mundo real no era así, pero fue algo que aprendí y adopté muy al inicio y nunca he dejado de aplicarlo.
(Al hacerte viejo, una de las cosas que descubres es que todo ha estado siempre contigo, no en embrión, sino con lucidez. Lo único que hacen los años es dar herramientas para que puedas confiar en esas intuiciones y caminar o edificar sobre ellas.)
Otra cosa que hace la arquitectura —y que veo, cuando me cuentas sobre tus clases—, y que también tiene la literatura en su estudio, es una historia y una teoría. Un ladrillo de hoy es casi idéntico a uno de hace cinco mil años —igual que una letra. Construir un muro con una superposición de ladrillos es tan válido hoy como la primera vez que se hizo. Esto no lo entiende un joven ni un adolescente; lo entiende, pero no lo comprende realmente: que todo, absolutamente todo es una reinterpretación de elementos muy antiguos, previos a la historia. Y que la evolución de esos elementos, o conceptos (la ventana, digamos), responde a adelantos materiales o técnicos, pero también psicológicos, y que esa técnica y esa psicología están unidas, sin saber cuál influye en cuál, cuál ocasiona cuál. Y si en lugar de muros digo líneas o párrafos, sería lo mismo. Y si en lugar de ventana digo metáfora o poema, creo que sería lo mismo.
Tal vez por eso me gusta que me cuentes de tus clases, profesores y tareas, porque a veces siento que son estudios similares. Quizá uno no estudia arquitectura para construir o literatura para escribir, sino para comprender sus valores.
Italia (el Renacimiento) y Japón (la Antigüedad) son los viajes más hermosos por eso, porque muestran dos cimas del pensamiento. Ellos han comprendido el peso y la levedad de la arquitectura desde posiciones muy distintas, casi opuestas, y eso podría verse en una postal. Pero intentar entenderlo, cómo eso esculpe una sociedad y un carácter colectivo (o al revés), es fascinante, pero no puede verse ni comprenderse realmente. Llegar a un pueblo cualquiera de Italia, pararse en una plaza cualquiera y observar el edificio que tienes enfrente te deja vacío de respuestas: ¿por qué las ventanas son de ese tamaño?, ¿por qué construyeron con esas proporciones, humanas y sobrehumanas al mismo tiempo?, ¿quién les enseñó?, ¿cómo sabían que eso era lo correcto y que era trascendental?, ¿cómo podemos definir al “italiano”?, ¿hay una relación entre estas dos cosas? Por supuesto que la hay, la tiene que haber. Italia es el único país del que puedes decir: viajo para ver la luz, para ver la luz modificada por el arte. Y en Japón sería la oscuridad. Y en Estados Unidos, evidentemente, la posmodernidad, la casa poema inhabitable.
Me gustó mucho el pasaje de Deleuze que me enviaste.
Jacobo
22 DE JULIO
Hola, Jacobo: ¿Qué tal fue la lectura dramatizada de Momo?1 ¿Y qué tal Buenos Aires? ¿Vas de “vacaciones” o tendrás un “estudio” pequeñito? ¿Cómo está el clima?
Tengo un amigo arquitecto, al margen de la literatura —no completamente al margen, suele tener apetito lector muy variado y suele hacer caso de mis recomendaciones, pero lo suficientemente al margen para que conceptos como “estructura” le sonaran, por mucho tiempo, a un edificio—, con el que de tanto en tanto hablo de esos cruces. Es la única persona que me ha hablado de arquitectura. Cuando hemos visitado museos en la Ciudad de México, por ejemplo, me intriga su atención, sus énfasis y también la sumisión a la gravedad de los detalles: aflora en él una historia de los estilos o de los materiales o de las causas que a mí me era ajena o se sintió ajena mucho tiempo, y convivir con él la ha vuelto viable. Me gustan las palabras gárgola, tracería, dentículo, capitel, esas cosas prescindibles pero determinantes, de una manera parecida a la que me hizo sentir saber que un crisantemo era un crisantemo cuando lo vi después de leer juntas esas letras.
He tenido ganas de planear un viaje largo que a lo mejor haga en uno o dos años y he pensando mucho en Japón y en Italia. También en Francia, pero en cualquier caso se trata de una atracción espacial, por apreciar algo que si hubiera visto antes quizá no habría podido mirar. Me gustan mucho las analogías que haces: muros-párrafos, ventana-metáfora, pienso que la lista podría seguir, y creo que entiendo a lo que te refieres… Yo no sé bien por qué alguien estudia literatura. En estos días diría que abre planos, extensos y delgados, donde se hace notoria la linealidad de un camino, pero también su simpleza y la ¿ilusión del movimiento? Los conceptos que escogiste para definir a Italia y a Japón y a Estados Unidos nos llevarían a pasar de la arquitectura a la pintura…
En otros temas, he estado leyendo en las noches algunos textos de Nabokov. No sé por qué (¿a lo mejor tú sí?) no lo había propuesto para Mis teorías conspirativas. Estoy buscando su libro sobre Gogol; sé que hay ensayos críticos entremezclados con ensayos sobre su proceso de escritura, y si hubiese uno con la mitad del tono hilarante de sus narradores, sería una opción que podría venirle bien a la antología. David Foster Wallace es intenso, pero diría azucarado, como un caramelo muy dulce.
Pronto nos vemos por allá. Patricio
25 DE JULIO
Hola, Patricio, ¿cómo estás?
Entre el viaje y los primeros días acá, perdí noción de muchas cosas.
Desde hace tiempo quería compartir contigo el libro de Sciascia. Quería enviarte algo antes de que lo recibiera, pero veo que lo recibiste ya, lo había olvidado por completo, imagínate. Dos cosas me intrigaron de ese libro: la manera en que está hecho (como en espiral o en matrioshka), a veces llegando a ser una forma celosa (hasta un poco molesta), y la figura de Sciascia, sentado, inspirándose para escribir, definir en un párrafo muy breve un libro.
Lo de Momo fue extrañísimo: ver un texto en las tres dimensiones del escenario, no sé qué esperaba, pero no lo que sentí. Fue una experiencia mucho más onírica que diurna. Y, en mi caso, más que por el texto (que es muy bueno), por su puesta en escena; la manera en que un espectador lee un texto así versus la manera en que un lector lo hace en libro impreso. Eso me sorprendió mucho. Podría decir que hasta ahora entendí en su totalidad el texto y a Guillermo en el texto. Lo más curioso y menor, quizá, y también lo más tonto (porque reafirma un defecto en cómo leo), fue que, antes de la representación, no tenía clara la identidad de cada uno de los personajes femeninos; ahora son claramente independientes, y sus personalidades me fueron reveladas en un segundo. En el manuscrito, para mí, se confundían a veces. Al cobrar vida el texto, cobró vida todo, todo lo demás. Salí sorprendido, y no sólo por esa experiencia particular, sino por la experiencia del teatro, de la voz, de las posibilidades de la lectura, de una narración, de una audiencia. No lo esperaba.
Buenos Aires ha estado bien, con un clima que amo, y que lo sabes: niebla, frío delicado, grises, humos y brumas, lluvia invisible (todo está húmedo, pero no sabes cuándo llovió)… Pero a partir de hoy ha cambiado: sol total, temperaturas más altas, desperté deprimido por este cambio repentino. Dijeron en el radio que la próxima semana podría llegar una ola de aire polar y eso haría que bajen mucho las temperaturas, pero es sólo un pronóstico. Yo esperaré a que regresen las nieblas que cubrían todos los techos y los fondos de las calles.
Hacemos oficina en casa unas horas al día, luego salimos por ahí o tenemos reuniones o vemos amigos.
Lo más importante de estos días es que murió Lewis Lapham ayer. Llevaba años esperando este momento, pero aún así es muy fuerte imaginarme eso, que todo lo que hizo ya es pasado. Del 2015 para acá escribí veinte páginas de su obituario, para cuando llegara este día, pero anoche que las leí vi que no eran nada, una serie de notas escritas sin la sensación de que realmente ya no está. Así que esta mañana he comenzado a escribir algo nuevo, pero sin esperanzas de llegar a un borrador remotamente bueno. No sé cómo explicar lo que fue para mí, de eso me he dado cuenta en estas horas, cómo le explico alguien su importancia…
Jacobo
Imagen de portada: Paul Nadar, [“Ahí está el inconveniente de esta filosofía de retóricos, de grandes parlanchines que no dicen nada. Nos contentamos con palabras, y con palabras vacías” ], 1886. The J. Paul Getty Museum, dominio público.
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Se refiere al libro Momo en los infiernos (una puesta en escena sobre los reportes de lectura, la dictaminación de manuscritos y los absurdos del campo editorial actual), de Guillermo Espinosa Estrada, editado por Gris Tormenta en 2023. ↩