El humanista nómada
AMIN MAALOUF
Premio FIL de Lenguas Romances 2025
Tres amigos sellan un pacto de fidelidad eterna. El primero es poeta; el segundo, visir; traicionando a los dos anteriores, el tercero se convertirá en líder de una secta criminal. Nos hallamos, en los albores del siglo XI de nuestra era, en la resplandeciente ciudad de Samarcanda —por cierto, donde por primera vez se produjo papel fuera de China—, dominada por sus inagotables minaretes y sus cúpulas turquesa. Mientras Omar Jayam redacta sus Rubaiyat, en los cuales le canta al vino y a las mujeres, y desmenuza la fugacidad del placer y la existencia, Nizam al-Mulk abandona la filosofía y se transforma en el hombre más poderoso del Imperio Sasánida; Hassan ibn al-Sabba, por su parte, funda una secta de fanáticos ismaelíes —cuyo uso del hashish derivará en nuestro término “asesino”—, uno de cuyos miembros ultimará a su viejo amigo, el visir, cuando este se dirija rumbo a Bagdad.
Yo tendría poco más de veinte años cuando me topé por primera vez con esta historia en Samarcanda, una de las novelas más hermosas con que me he cruzado: antes de eso no había escuchado el nombre de su autor y jamás hubiera podido imaginar que, casi treinta y cinco años después, iba a tener el privilegio de sentarme a su lado para celebrar su obra con el Premio FIL de Lenguas Romances. Aquel precoz deslumbramiento me llevó a devorar Las cruzadas vistas por los árabes y León el Africano, sus dos libros previos, y a seguir sin descanso sus novelas hasta Los desorientados o, en su vertiente ensayística, hasta El laberinto de los extraviados.
Sin embargo, me parece reconocer allí, en la primera parte de Samarcanda —la segunda nos conducirá hasta el hundimiento del Titanic—, todas las obsesiones posteriores de Maalouf: las fecundas y tensísimas relaciones entre literatura, historia y poder; la necesidad de desentrañar el presente a partir del pasado; la verdad que surge a partir de la minuciosa suma de realidad y ficción; la batalla intelectual contra todas las variedades del dogmatismo, el nacionalismo excluyente y la discriminación; y, en fin, la apuesta por un humanismo democrático en una era dominada por la oscuridad y la mentira. Frente a la insensatez y la barbarie, Maalouf apuesta, como Jayam, por el diálogo y la íntima celebración de la fraternidad y de la vida.
La historia de Maalouf comienza en El Machrah, el pequeño pueblo de su familia, en 1949. No el lugar donde nació —que en realidad fue Beirut—, sino aquel que aparece en su documento de identidad y lo liga con una tradición milenaria, siempre a medio camino entre dos mundos. Miembro de un linaje árabe en la que se suceden o confunden el catolicismo y el protestantismo, siempre en medio de comunidades musulmanas, desde muy joven Amin eligió el francés como lengua literaria: su “lengua de sombra”. Una amalgama que, a partir de 1976, cuando la guerra civil lo obligue a abandonar su patria, lo hará sentir siempre un tanto ajeno a su nuevo entorno occidental y decidido a compartir su más altos ideales. “Prefiero cultivar cierto aire de distanciamiento nómada”, ha dicho de sí mismo, “el cual me esfuerzo en sublimar en un sueño de universalidad”.
Esta herida, la herida de la identidad, reaparece una y otra vez en sus ficciones y ensayos, como si la escritura fuese la única oportunidad para curarla. Proveniente de esta región marcada a fuego por atroces conflictos no solo entre naciones y religiones enfrentadas, sino entre pequeñísimas comunidades enemigas entre sí, Maalouf no podía sino señalar muy pronto el peligro de las identidades excluyentes: esos relatos fundacionales que, borrando a los otros, se asumen como verdades absolutas y se convierten en permanentes fuentes de discriminación. Frente a estas esencias inmutables que se usan como armas, el escritor apuesta por las que sirven, en cambio, como puentes: ficciones personales o colectivas generosas y abiertas, plurales y flexibles, que no pretenden cancelar las diferencias, sino integrarlas en nuestro mejor relato: la humanidad.
Han pasado más de veinticinco años desde que Maalouf abordara estas ideas en Las identidades asesinas y su reflexión no podría resultar más urgente: hoy, cuando nos vemos rodeados por líderes que, aprovechándose del sentimiento de mutilación o de despojo que sufren grandes sectores de la sociedad a causa de la globalización capitalista, transforman sus heridas en odio, bien haríamos en volver a ellas.
Mani, el vehemente fundador del maniqueísmo, una religión que, por una vez en la historia, no se asume como única y verdadera; un profeta tolerante y pacifista en medio de las sectas que desgarran la Persia sasánida del siglo III. Omar Jayam, Nizam al-Mulk y Hassan ibn al-Sabba, de quienes acabo de hablar: un poeta, un visir y un asesino en la Persia musulmana del siglo IX. Hassan el-Wazzan, conocido como León, el Africano: comerciante, viajero, político de Al-Andalus, ejemplo de tolerancia y lucidez, gozne entre el cristianismo y el Islam en el siglo XV. Baldassare Embriaco, comerciante genovés que se lanza, en el XVII, en busca de un libro que puede salvar al mundo del apocalipsis. Tanios, el hijo de un asesino fugitivo, en el Oriente Medio del siglo XIX, y su búsqueda de refugio y de paz. Osyanne, un musulmán que participa en la Resistencia contra el nazismo en el siglo XX y, en contra de las tensiones del conflicto palestino-israelí, ama sin pudor a una mujer judía. Y, en fin, Adam, un historiador árabe exiliado en París que repasa la tragedia reciente del Líbano, microcosmos del resto del planeta, acaso un trasunto de su autor.
Las novelas de Maalouf conforman una sola, enorme, ambiciosa novela-río: un inaudito fresco, con las tensiones entre Oriente y Occidente como paisaje de fondo ineludible, poblado por personajes liminares, asediados por las pulsiones de destrucción y muerte de su época, siempre en busca de una salida hacia la luz. Esta portentosa saga nos lleva de Los senderos de luz a Samarcanda, de León, el Africano a El viaje de Baldassare, de La roca de Tanios a Las escalas de Levante y, al cabo, a Los Desorientados o incluso a Orígenes, su vibrante libro de memorias. Sus personajes forman, así, una honda genealogía, casi una familia expandida, llena de figuras a caballo entre la fe y la razón, el despotismo y la libertad, la barbarie y la tolerancia, la literatura y el poder.
Como en un espejo invertido, Maalouf nos conduce, en una segunda saga, al porvenir. En ella encontramos a Beatriz, una de las últimas mujeres en un futuro dominado por la ferocidad de los varones, y a Alec Zander, un sobreviviente del apocalipsis, y su vecina Eva, náufragos en una isla del Mediterráneo, capaces no obstante de controlar los destinos de la Tierra. Estas visiones distópicas, surgidas casi como un experimento mental en torno a las reflexiones propiciadas por su obra ensayística, se reúnen en El primer siglo después de Beatriz y en Nuestros inesperados hermanos: una puesta en escena en torno a los peligros —identitarios, tecnológicos, climáticos, políticos y sociales— que nos acechan. Tenemos así a dos escritores frente a frente: el que reinventa lúcidamente el pasado para mostrarnos quienes somos hoy y el que, con inquietante clarividencia, nos confronta con quiénes podríamos llegar a ser en un futuro por desgracia posible.
Dejo que sea el propio Maalouf quien, en sus palabras, resuma la vocación que anima su escritura, en particular la de sus ensayos: lúcidas y necesarias reflexiones que realizan una minuciosa anatomía de nuestras sociedades y que no se detienen en su esfuerzo por construir e imaginar una mejor convivencia democrática: Las identidades asesinas, El desajuste del mundo, El naufragio de las civilizaciones y El laberinto de los extraviados.:
“En todo lo que escribo tengo la sensación de llevar a cabo un combate, mi combate permanente, siempre el mismo”, escribe. “Contra la discriminación, contra la exclusión, contra el obscurantismo, contra las identidades estrechas, contra la falsa guerra de civilizaciones, y asimismo contra las perversidades del mundo moderno, contra la manipulación genética riesgosa. Pacientemente, me esfuerzo por construir puentes y me enfrento a los nitos y a los hábitos que alimentan el odio. Es el proyecto de toda una vida, que se continúa de libro en libro, y que seguiré en tanto pueda escribir. Un proyecto que se cifra sin duda en mi estado de minoría y que busca trastocar las cosas con una aparente dulzura”.
Esa inteligente dulzura es la que se aprecia, asimismo —no puedo dejar de mencionar su fervor musical—, en los brillantes libretos que Maalouf ha escrito para las canciones y óperas de la gran compositora finlandesa Kaija Saariaho: El amor de lejos, Cuatro instantes, Adriana Mater, La pasión de Simone y Émilie, acaso uno de los proyectos de colaboración artística más notables de nuestra época. Remansos frente al horror.
Como en el Imperio Parto, la Persia Sasánida, la Era de los Descubrimientos, el Siglo de las Luces, la Segunda Guerra Mundial o la Guerra del Líbano —oscuros escenarios frecuentados por Maalouf—, o ese tenebroso futuro que vislumbra en sus libros anticipatorios, hoy nos encontramos ante un abismo. Mientras la barbarie se fortalece por doquier, por ejemplo en Gaza o en Ucrania, quebrantando los ideales de igualdad, libertad y solidaridad, el humanismo nómada de Maalouf se vuelve más necesario que nunca. Es él quien nos recuerda que, frente a las incontables mutaciones del fanatismo homicida de al-Sabbah, debemos apostar por los pequeños placeres compartidos a los que les canta Jayam.
Guadalajara, 29 de noviembre, 2025
Imagen de portada: librairie mollat, 2019.