Ultrafalso

Especial: Diario de la pandemia / dossier / Junio de 2020

George Zarkadakis

Traducción de: Elisa Díaz Castelo

Estábamos a media cuarentena en Londres y yo me guarecía en mi casa por miedo a morir solo en una unidad de cuidados intensivos sin suficientes respiradores para todo el mundo, cuando me contactó una reportera por correo electrónico para pedirme una entrevista. Me pareció raro, puesto que no soy un experto en epidemias, virus ni, desde luego, respiradores. Se lo comenté pero me ignoró y envió sus preguntas de todos modos; se trataba de una lista de teorías de la conspiración sobre el Covid-19. ¿Acaso los chinos habían diseñado el virus en un laboratorio secreto? ¿Había un vínculo entre la tecnología 5G y la pandemia? ¿Cómo es posible que Bill Gates haya vaticinado esto hace años? ¿Quizá formaba parte de un plan maestro de los Iluminati para lograr que a todos nos vacunaran con un nanochip? ¿Y cuál era el papel de Soros en todo esto? Querían saber mi opinión. De verdad no supe qué decir, pues no alcanzaba a vislumbrar cómo mi opinión podría tener importancia o cómo cualquier opinión podría ser relevante en absoluto. No suelo creer en teorías de la conspiración, pero también es cierto que sí han existido conspiraciones, pequeñas y grandes, a través de la historia y que seguirán existiendo mientras vivan los humanos. Las teorías específicas que circularon durante la pandemia parecían excepcionalmente ridículas, pero millones de personas creían en ellas. Así que hubiera sido más interesante que la reportera se preguntara por qué sucede este fenómeno. Pero no le interesaba redactar una pieza densa, escribía para un sitio web sobre moda y sólo quería un intercambio de preguntas y respuestas, corto, chistoso y animado con un escritor para que apareciera junto a un publirreportaje de una marca de ropa deportiva. Por una coincidencia (como las conspiraciones, se sabe que las coincidencias también llegan a ocurrir) en ese momento escribía un artículo para una revista de ciencia de amplia circulación sobre una tecnología relativamente nueva llamada “ultrafalsos” (deep fakes). En esencia, hoy en día puedes utilizar aplicaciones en tu teléfono inteligente para crear pequeños videos de personas que nunca existieron, hacer que las celebridades tengan sexo entre ellas o que los políticos digan lo que quieras que digan, para entretenerte a ti y a la docena (o por ahí) de seguidores que tienes en redes sociales con cosas divertidas. O puedes desencadenar la Tercera Guerra Mundial y el Armagedón. Imagina, por ejemplo, que Trump pierda la elección del 2020 y haya un video ultrafalso de él anunciando que la elección fue fraudulenta y no acepta el resultado (el mismo escenario podría suceder con Biden). O un video ultrafalso en el cual Kim Jong-Un anuncia que acaba de lanzar bombas nucleares con dirección a Tokio. Pero lo que a los nerds como yo nos resulta particularmente interesante de esta aterradora tecnología es cómo se crean los ultrafalsos con una técnica de inteligencia artificial llamada Redes generativas antagónicas o, por sus siglas, RGAs. Las RGAs están hechas de dos redes neurales artificiales que trabajan una contra la otra. La primera todo el tiempo crea imágenes falsas, empezando por ruido blanco. Para mejor ilustración, llamemos esa red “Donald Trump” (no estoy siendo partidista, ténganme paciencia). La otra red, llamémosla “Liberales”, tiene dos puertos de entrada: uno conectado a la red Donald Trump (que crea imágenes falsas) y otro donde recibe imágenes reales del mundo real de la realidad verdadera. “Liberales” compara las imágenes que recibe en ambas entradas y cada vez que descubre que Trump la está alimentando con imágenes falsas (bueno, fake news, si prefieren), las etiqueta como un disparate. Pero, y en esto radica la genialidad del sistema, Trump toma del puerto de salida las imágenes ya calificadas por “Liberales” y las emplea para crear la siguiente imagen falsa. Si se deja correr este diálogo de ida y vuelta algunas miles de veces, la red de Trump termina creando imágenes falsas que los Liberales ya no pueden diferenciar de las verdaderas. La falso y lo verdadero se habrán vuelto indistinguibles. Las RGAs son las máquinas de contenido supremas. Pueden crear texto, imágenes, música o videos. Quería decirle a la reportera que sus días estaban contados y que pronto una RGA la remplazaría, pero no era necesario ser grosero, ¿o sí? Las RGAs también son una de las tecno-profecías de Jonathan Swift vueltas realidad. En el Libro III de Los viajes de Gulliver, unos piratas abandonan a Gulliver en el continente Balnibarbi. Después de una visita a la isla voladora de Laputa, Gulliver llega a la Academia de Lagado, donde se emprenden “proyectos inútiles”. Ahí le hacen una demostración con una máquina de palabras, una computadora mecánica gigantesca que se emplea para hacer frases y libros. Los hombres sabios de la Academia se enorgullecen por el descubrimiento de una máquina que vuelve obsoleto cualquier estudio o especialidad; ahora incluso un completo idiota puede escribir una obra maestra tan sólo accionando las manivelas de la máquina. Armados de RGAs, los idiotas del siglo veintiuno pueden ganar el Premio Nobel de Literatura. O manejar el mundo en Twitter desde su oficina. O hacer que el mundo desaparezca. O se incendie. Parafraseando a Andy Warhol, la realidad es aquello que puedes hacer pasar como real. Mientras pensaba en todo aquello, en el fin de la civilización, en el Apocalipsis Pandémico, en Trump versus los Liberales, en Kim Jong-Un, y me deprimía cada vez más, comencé a leer reportajes de científicos que ponían en duda la letalidad del virus tal como fue planteada en un inicio. Al parecer los modelos matemáticos iniciales estaban mal. Su código estaba lleno de errores. Los expertos de los gobiernos habían sobreestimado el número final de muertos por la pandemia y asustado a los políticos infelices que, en un ataque de histeria, convirtieron a la mitad del planeta en una prisión colosal. Muchas voces se alzaron contra la cuarentena; afirmaban que la supuesta medicina era peor que la enfermedad. Mientras tanto, el número de personas sin trabajo se disparó. Filas de autos (muchos de ellos en apariencia caros) de varios kilómetros empezaron a aparecer en las noticias, sus conductores esperaban durante horas para conseguir víveres en los bancos de alimento. Dos realidades opuestas competían para dominar la esfera pública como dos RGAs adversarias que crean ultrafalsos a partir de la imitación de la realidad. Los científicos tampoco estaban siendo útiles. Están acostumbrados a debates sesudos donde múltiples verdades pueden coexistir hasta que los datos y los experimentos prueben que la mayor parte de ellos, o todos, estaban en un error. Pero el proceso de la falsificación científica se desconoce fuera de los muros de los campus universitarios, aquellas Academias de Lagado “de los últimos días”. Allá afuera en la jungla de las ciudades y el campo, distinguir qué es real y qué es falso implica demasiado esfuerzo, las personas tienen otras cosas que hacer, como filas para conseguir comida y papel de baño, y por lo tanto están más dispuestas a dejarse llevar por sus afiliaciones políticas o tribales. Así pues, la pandemia se volvió política con velocidad. Aparecieron los Leavers (sal de casa, salva a la economía) y los Remainers (quédate adentro, salva vidas). Si te inclinas hacia la izquierda probablemente irías con los Remain y si te inclinas a la derecha con los Leave. Después de vivir en el Reino Unido durante el trauma del Brexit, hubiera esperado que no volveríamos a caer en eso. Conforme el encierro se relaja a lo largo de Europa y las personas salen de sus casas como caracoles después de la lluvia, se ha hablado mucho sobre cómo el nuevo mundo cambiará a raíz de la pandemia. Volaremos menos, trabajaremos más desde casa, usaremos bicicletas en lugar de autobuses, nos saludaremos con un namaste o con un choque de codos, usaremos mascarillas y guantes, tendremos sexo virtual, bajaremos aplicaciones que sigan nuestra ubicación, nos lavaremos las manos con jabón quince veces al día. Todo me parece un poco irreal. Así que le mandé un correo a la reportera que había pedido mi opinión sobre las conspiraciones y le propuse escribir un artículo donde yo hablaría de la epidemia como una simulación (el más profundo de los ultrafalsos) y exploraría la posibilidad de que estemos viviendo en una computadora hiperinteligente que intenta predecir cómo la (verdadera) humanidad podría reaccionar en una pandemia verdadera. Le mandé la propuesta por correo electrónico hace dos semanas y le he dejado varios mensajes de Whatsapp. Todavía no me ha respondido. Lo cual me hace preguntarme si ella misma alguna vez fue real.

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Imagen de portada: Marcha contra la conspiración del coronavirus, Queen’s Park, Londres. Fotografía de Michael_Swan, 2020. CC