La vida secreta de las plantas, Lee Seung-u

Tres mitos de árboles en busca de un lugar sagrado en una época secular

Risa / crítica / Octubre de 2020

Shin Hyoung-cheol

Traducción de: Seong Cho-lim

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La provocación herética contra una religión secular llamada amor fue una de las tendencias más significativas dentro del campo de las novelas coreanas en los años noventa. Muchas de ellas son del tipo “anatomía” del amor romántico (por influencia probablemente de Milan Kundera y Alain de Botton); otras, a través de temas como la infidelidad conyugal, cuestionan los pilares del amor heterosexual, la monogamia y el patriarcado. La obra de Lee Seung-U La vida secreta de las plantas (2000) apareció en esa época, cuando se deconstruía el mito del amor, para volver a hablar de él, lo cual podría entenderse como la negación de la negación, una doble refutación que desde luego no significa volver al punto de partida. Esta visión, por un lado, demasiado romántica del amor y, por otro, demasiado sarcástica, resulta bastante similar a nuestra actitud actual frente a la religión: el monoteísmo a ciegas y el nihilismo sarcástico.1 Si se rechazan los extremos en la religión, quizá también debamos hacerlo en el amor. Ésta es la razón por la que Lee Seung-U se proyecta hacia épocas mitológicas, tomando distancia tanto del monoteísmo como del nihilismo, en busca de un nuevo (pero viejo) camino que permita recuperar el amor como medio de salvación. La vida secreta de las plantas es una novela que se lee con la sensación de tener delante una obra clásica.

Dos amores

Kihyon ha fracasado ya dos veces en el examen de ingreso a la universidad y sigue intentándolo. Está muy acomplejado y se siente inferior a su hermano mayor, Uhyon, que ya es universitario. Un día Kihyon se enamora de Sunmi, la novia de su hermano, y justifica su peligrosa pasión con el pretexto de que el amor entre un hombre y una mujer nunca había de ser criticado. El hermano, furioso, lo insulta y se pone violento, pero Kihyon lo aguanta todo y, sin decir nada, decide abandonar la casa. Su idea es no volver nunca, así que roba la cámara fotográfica de su hermano y la vende sin ser consciente de que allí están almacenadas unas fotos políticamente comprometedoras de Uhyon. Por esta razón, el hermano mayor es arrestado y obligado a alistarse en el ejército, donde pierde las dos piernas en un accidente. Más adelante, se separa de Sunmi y empieza a sufrir ataques crónicos de ansiedad, tan intempestivos que su madre lo carga sobre las espaldas y lo lleva a visitar burdeles para aplacar sus síntomas. Uno de esos días, Kihyon vuelve a casa convencido de que debía recuperar la cámara vendida y buscar a la desaparecida Sunmi, pero pronto se da cuenta de que la verdadera causa de la separación de la pareja no es la que él imaginaba. A partir de este momento la trama da un giro inesperado. De pronto Lee Seung-U deja de hablar de Uhyon y Kihyon para contarnos el pasado de su madre, quien parte a un lugar llamado Namcheon, a donde Kihyon decide seguirla. Al llegar a una colina con vistas al mar, Kihyon presencia oculto el encuentro de su madre con un anciano aparentemente enfermo. Ambos están desnudos bajo una palmera majestuosa que, por arriba, casi alcanza el cielo y, por abajo, casi perfora el mar. Es como un acto sagrado. Kihyon vuelve al día siguiente con su hermano y su madre narra una historia sorprendente. Cuando ella tenía veinte años, antes de conocer a su marido, se enamora de un hombre con el que escapa a ese remoto lugar. El hombre, yerno de una familia poderosa, deja la política para entregarse a su amor por ella, pero acaba siendo detenido y llevado a la fuerza hasta Seúl. La madre se queda sola y da a luz a Uhyon, fruto del amor con aquel hombre, de quien nunca vuelve a escuchar más que rumores. Casi cuatro décadas después, esa vieja historia de amor concluye como Kihyon atestiguó.

Dos mitos

A partir de aquí, la novela opta por un camino muy diferente de cualquier otra épica del amor. Tras su accidente, Uhyon vive obsesionado por los árboles, en cuya inmovilidad se proyecta. En particular, lo atrae el abrazo vegetal de una fina albufera, símbolo de lo femenino, y un pino robusto, que representa la masculinidad. La imagen de estos árboles refleja su sed sexual y lo avergüenza pero, al mismo tiempo, se convierte en una posibilidad de transformación después de la muerte. La idea de que los árboles son la “reencarnación de amores frustrados” proviene posiblemente de Las Metamorfosis de Ovidio. Uhyon se basa en esta visión para escribir, a su vez, un mito propio. Por supuesto, en la fantasía con la que pretende aliviar su sufrimiento los protagonistas son Sunmi y él. Una vez escrita la historia, Uhyon desaparece, queda claro, en el bosque que hay cerca de su casa. Lo que él no sabe es que Sunmi sueña con el mito escrito por él y lo espera en Namcheon, también desconoce que no sólo en la muerte sino en vida es posible transformarse en un árbol. La persona que debe mostrarle el camino para hacerlo es nada menos que su madre, quien encarna el segundo mito de los árboles en Namcheon, un lugar irreal, inexistente e inmune al tiempo, que se asemeja al Jardín del Edén, donde —además del Árbol del conocimiento del bien y del mal— crecía el Árbol de la vida (Génesis 2:9) en forma de palmera. El autor compara la escena en la que un hombre y una mujer, ambos de avanzada edad, se acarician desnudos bajo la palmera con el mito del andrógino en El Banquete de Platón y con la primera pareja de la historia humana en el Jardín de Edén. La vitalidad de la palmera, árbol foráneo que ha cruzado los mares para sobrevivir en tierra extranjera, se equipara al amor de esta pareja que sobrelleva los avatares de la existencia y consigue abrazarse en vida.

El tercer mito

Además de los dos amores-mito que Lee Seung-U plantea, es posible hablar de un tercero, tácito en la narración pero evidente en el proceso de lectura: el amor de los observadores. Cuando Kihyon fue al bosque en busca de Uhyon se sorprendió al ver que junto al hermano estaba su padre, un ser ajeno a todo menos a las plantas. El padre —el hombre que se casó con su madre hace 35 años, cuando ella se había quedado sola con su bebé, el que la ayudó a que pudiera reunirse por última vez con su primer amor— había sido también quien hizo que Kihyon siguiera a su madre y que, de esta manera, los dos hermanos conocieran el secreto de sus padres. En esta historia hay un árbol llamado “noche-muerte” y otro “día-vida”, detrás del cual estuvo siempre el padre, con la figura de un fresno. Si en la mitología ése es el “árbol universal”,2 lo que sustenta el mundo humano es el profundo amor que irradia el padre a través de su propio sacrificio. Visto así, el “padre-fresno” sería el árbol sublime por excelencia al que podría aspirar en vida un ser humano.

Pensé que ya había visto el enorme fresno que, desde tiempo inmemorial, sostenía el cielo y el tiempo. También pensé que el gigantesco fresno que mi hermano tanto deseaba contemplar no estaría plantado en el bosque, sino en el corazón humano. Pensé, asimismo, que no es que descubriéramos ese árbol en el fondo del bosque, sino que nosotros nos convertiríamos en un fresno.

A estas alturas, el lector descubre que quizá no sea el amor trágico de dos generaciones, madre e hijo, lo que debe llamarnos la atención, sino que hay otras existencias: la de Kihyon y su padre, espectadores de ese amor que se ofrecen a llevarlos hasta Namcheon. Si estos amores (el de Uhyon y Sunmi, y el de la madre y el anciano), fortificados en la lucha contra los obstáculos externos, vivieron libres de luchas internas, el amor del padre y de Kihyon se forjó en combate contra sí mismo y, por tanto, a través de otros sufrimientos. Un amor hecho no de bajas pasiones, codicias e irrefrenables ansias, sino de la superación de esas mismas fuerzas. El escritor vuelve a mitificar el amor de nuestra época, no en el sentido de reproducir su ideología sino como reclamo de sus grandes valores. Namcheon, espacio imaginado pero recurrente en la novela, es un lugar sagrado que bien podría ser la representación física del amor. Toda introspección llevada a conciencia nos conduce siempre a la reflexión sobre la vida misma, y Lee Seung-U ha conseguido llegar a ella porque quizá es el único escritor de la literatura coreana que puede entender y traducir el lenguaje de la religión, la mitología y de la literatura para hacer posible su reciprocidad.

Este artículo es el resumen modificado del comentario adjunto en La vida secreta de las plantas, publicada por Munhakdongne en 2014 como séptimo volumen de la Colección de Literatura Coreana. Ediciones El Ermitaño publicó una versión en español a cargo de Kab Dong Cho y Bernardino M. Hernando en 2009. La traducción y publicación de este texto fueron posibles gracias a una colaboración con el Literature Translation Institute of Korea (LTI Korea)

  1. En cuanto al diagnóstico general del monoteísmo a ciegas y el nihilismo sarcástico, ver All things Shining. Reading the Western Classics to Find Meaning in a Secular Age, de Hubert Dreyfus y Sean Dorrance Kelly, Nueva York, Free Press, 2011. 

  2. Jacques Brosse, Mythologie des arbres, Payot, París, 1993.