Hierba buena / Yerba santa

Enfermedad / dossier / Abril de 2024

Pura López Colomé

Están preparando té,

los vapores invaden,

se adueñan,

cosa rara en este entorno.

La hierbabuena

recién cortada en el jardín

se mezcla con el mentol del ungüento

que se ha puesto a hervir en agua

en un pocillo aparte.

Alguien debe estar enfermo.

Con los ojos apenas entreabiertos

y pegados por tanta legaña,

distingo a varios sonámbulos.

Van y vienen, llevan y traen.

Suben y bajan

por la escala jacobina

de mi duermevela.

Borrosa escena, compartida

con una más cercana,

el trajín

de mi habitación a la cocina.

Unos dedos me acarician.

Los mismos que cortaron las hojas del té.

No quiero que se vayan. Quédense aquí,

les suplico sin palabras.

Como si pudieran responder.

De pronto,

identifico a tan febril persona

en el espejo biselado

que su rostro multiplica.

Ya respira hondo.

Qué alivio,

la claridad de lo inhalado

se une a lo que tengo enfrente.

Seres humanos.

Uno, sobre todo,

me convence de que no habrá dolor

(ni el menor indicio de alcohol flota en el aire),

la hierba “apacigua” los nervios.

No moriré,

pero ¿seguiré presa en esta cárcel?

¿Qué cárcel?

Otro entra con una taza humeante

en la charola: infusión de hierbabuena.

Ya transformada a medias,

antes de acercármela a los labios,

veo hojas de un verde muy intenso

flotando en ese estanque,

lanzas que con sólo existir

me pican, me agreden.

Debe oler y doler para curar

(acércate, acércate, acércate):

tomo, pues, el primer sorbo ardiente.

Me quema la lengua.

Me perfora

el velo del paladar.

Huele cada vez más y más

a una planta que no quiero olvidar.

Ahora mastico una de las hojas

y despierto, me percato de la vigilia.

Es amargo el mundo.

Quiero escapar.

Prefiero la dolencia.

¿Dónde fue a parar la escala?


Soy muy pequeña;

pienso en el cuento

donde alguien preparaba un brebaje

cuyas hojas otros preferían fumar:

debía entrar aquel olor de otra manera,

ser sabor para trastocarme,

volver salud la enfermedad.

Quiero inhalar

además de aspirar la menta.

Que llegue al fondo.

Que sea buena y santa.


[Claramente en tal ambiente se confunden yerba santa y hierbabuena. En la casa pronunciaban yerbasana, y yo entendía, claro, sana-sana-colita de rana, si no sana hoy sanará mañana… Se la usaba para enmascarar sabores. ¿A qué olía, pues, la sanación? ¿A santidad?]


Ya mayor,

buscando recuperar por recuperar,

le di el golpe a un cigarro mentolado.

Ni hierba ni buena

sino apenas un dejo del ungüento aquel,

descuartizante.

Momento: la inflamación continuaba.

Tomé una de las hojas lanceoladas,

la olí con el alma en un hilo.

Fue buena.

Fue bueno el mal.

Este poema forma parte de Borrosa imago mundi, FCE, Mé­xico, 2021. Se reproduce con el permiso de la autora.


Escucha el Bonus track de Pura López Colomé, con Fernando Clavijo

Imagende portada: Daria Kirpach, Rita Levi-Montalcini, 2015. Wellcome Collection