Entrevista con Patricia Gualinga

El buen vivir y la selva viviente

Abya Yala / dossier / Abril de 2019

Editorial RUM

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Esta entrevista ocurrió en abril de 2017, en el marco del ciclo de conferencias Earth Rights realizado en Sigtuna, Suecia, al que asistió Patricia Gualinga como representante de las mujeres organizadas de Sarayacu, Ecuador. Su caso es representativo, debido a que la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló a favor del pueblo indígena kichwa de Sarayacu en 2012, en su alegato contra el Estado de Ecuador por haber realizado una concesión territorial a una empresa petrolera privada en 1990 sin previa consulta ni consideración alguna de los habitantes. La CIDH comprobó una serie de violaciones a los derechos humanos de la comunidad y recomendó mecanismos para “garantizar la participación efectiva de los integrantes de un pueblo o comunidad indígena en los planes de desarrollo o inversión dentro de su territorio”, con lo que la lucha de Sarayacu sentó un precedente en la consideración de los pueblos indígenas como sujetos colectivos dentro del derecho internacional.

Estamos con Patricia Gualinga, quien trae a Gotemburgo un mensaje muy importante desde la Amazonía del Ecuador.

Vengo de la Amazonía y se me ha pedido que hable sobre el buen vivir: para los pueblos indígenas es nuestra filosofía de vida pero, para tratar de explicarle a la sociedad occidental por qué no queremos industrias extractivas en nuestros territorios y por qué hay tantos pueblos indígenas en el mundo luchando para evitar no sólo las violaciones a los derechos humanos, sino a la naturaleza y a la vida misma, hemos intentado explicar a nuestra manera buscando generar una conciencia. De ahí sale todo lo que es el buen vivir y los derechos de la naturaleza. Como pueblo sarayacu hemos lanzado una propuesta que se llama la selva viviente. La gira aquí en Suecia abarca los mismos temas, pero con distintas conversaciones. Quieren que hable sobre la visión de los pueblos indígenas. ¿Qué es el buen vivir para nosotros? Se confunde mucho con el bienestar material, con la acumulación de riqueza, con toda la fantasía superficial, aunque es algo distinto. Para nosotros obviamente es importante que el ser humano encuentre bienestar, tranquilidad y felicidad, pero por más que tenga acumulaciones materiales nunca lo va a lograr si no tiene el verdadero buen vivir que es la conexión con la naturaleza y con la Madre Tierra. Muchos la llamarán espiritual, pero el ser humano tenía esa conexión y en algún momento la perdió, se rompió y se sigue rompiendo. Lo que intento explicar es que el buen vivir está conectado con la Madre Tierra, con la naturaleza, y está continuamente en comunicación con ellas. Hay muchas enfermedades desconocidas que están apareciendo y se deben a la ruptura de todo esto. En cambio, nuestros gobiernos extractivos, los gobiernos latinoamericanos, tratan de convencernos de que nosotros somos pobres, de que necesitamos mucha infraestructura, tener una calidad de vida y aprender de la sociedad occidental.

¿Entonces lo que ustedes vienen a mostrar es que no necesariamente esa visión es la más adecuada para todo el mundo?

Sí, les venimos a decir que, aunque no les estamos pidiendo que vivan como nosotros, hay un peligro inminente para la supervivencia del ser humano, y que no necesariamente la acumulación de riquezas genera felicidad y que los pueblos indígenas no tenemos ninguna pobreza. En la Amazonía, por ejemplo, donde por el calor tenemos casas de hojas, se cocina con leña y los niños andan descalzos y saltan al río, se trata del contexto en el que estamos viviendo, no significa que seamos pobres. Que usemos menos ropa, dentro de nuestro contexto, no significa que necesariamente estemos sufriendo de pobreza. Alguna vez discutía con una persona que me decía: “Ustedes son pobres, están sentados sobre la riqueza, no dejan explotar los recursos, son un impedimento para el desarrollo del país y son una piedra en el zapato”; obviamente, con tantas acusaciones, nosotros tenemos que responder. Todo depende de cómo veas la pobreza: ¿quién es más feliz, el indígena o el que vive en la gran ciudad, sobresaturado con que si no tiene casa, con pagar la renta, la luz, el teléfono, los impuestos y todo, y llega al final del mes totalmente exhausto?, ¿en qué momento tiene la oportunidad de conectarse? ¿O el indígena que está en el Amazonas, en un territorio vasto, limpio, sin químicos o comiendo comida orgánica, cazando en el agua o en las montañas, recolectando frutos y al final del día duerme tranquilamente? O sea, ¿en qué medida nosotros estamos hablando de qué es buen vivir?

Tal vez convenga vivir bajo el concepto de que lo que tienes es suficiente, de que usas los recursos que realmente necesitas y no más, porque dentro de esta acumulación de bienes que tú mencionas pues también tenemos hoy en el mundo una desproporcionada inequidad: hay mucha gente que acumula cosas y otra gente que se muere de hambre. Entonces, de alguna forma tiene que haber un poco de reflexión sobre la mesura de las cosas que utilizamos, de lo que realmente podemos acumular y lo que no, que todo se mantenga en un equilibrio con los recursos que la Madre Naturaleza nos da.

Sí, y además hay que estar conscientes de que la energía que están utilizando muchas veces provoca violaciones a derechos humanos en territorios de pueblos originarios. Nosotros, por ejemplo, en el Ecuador, nos denominamos pueblos de origen. Estuvimos ahí desde antes de todo esto. Entonces, la discusión del buen vivir pasa netamente por la resistencia de los pueblos indígenas para que existan los bosques primarios. Nosotros tenemos 135 mil hectáreas, de las cuales 96% era bosque primario. Ahí entra lo que muchos denominan espiritual, y podría decirse que sí, que es nuestra manera de vida, de relacionarnos con la naturaleza, con la Madre Tierra, con las cosas que son parte de nuestro hábitat y que somos nosotros mismos de alguna manera. Como pueblo sarayacu hemos tratado de explicar el concepto de buen vivir, que claramente tiene que ver con el equilibrio espiritual y natural, no sólo con los recursos materiales o con el desapego total. Después pensamos: el concepto de buen vivir lo utilizan tantos gobiernos y ahorita ya es un caos el concepto: el buen vivir de la margarina, el buen vivir de la pizza o cosas así. Se ha prostituido el concepto, ya lo utiliza todo el mundo.

María Sosa, Formas de uso, 2018. Cortesía de la artista y de PARQUE Galería. Fotografía de Alberto Rubí

Sí, para obedecer a ciertos estándares del mercado —que es lo que ahora está regulando las políticas— la forma en que socializamos todo está mediada por ese mercado que pone algunos valores en dinero, desafortunadamente.

Sí y, por ejemplo, constituciones como la de Ecuador, que aprueban los derechos de la naturaleza, para nosotros hacen algo muy normal. La naturaleza tiene derechos por sí misma y los hemos respetado: no cazamos en exceso; con mucho respeto recogemos los peces, las plantas; no nos burlamos, tratamos de entender que la planta está viva, que no se puede golpear, que hay que pedirle permiso, que hay que utilizar lo necesario del bosque. Ahora, sobre la Constitución, aprobamos los derechos de la naturaleza no porque los pueblos indígenas necesitemos tener derechos sobre ella —porque, para nosotros, ya los tenía, mucho más allá de nosotros— sino para tratar de darle una idea a la sociedad que no entiende. Entonces, como pueblo, dijimos: ¿cómo lo explicamos?, ¿cómo llegamos al corazón de esta gente que no entiende?, ¿cómo llegamos al corazón de los gobiernos tomadores de decisiones?, ¿cómo llegamos a la conciencia mundial?

Y de los países como éste, que están invirtiendo fondos de pensiones, de grandes empresas para ir a hacer esos proyectos extractivos en otro país, en este caso en tu país o en el mío. Ése es el problema, que nuestros gobiernos les permiten llegar con esos proyectos y ¿quiénes se ven más perjudicados? Los pueblos originarios; ésa es la parte que la gente no ve.

Porque aquí las leyes son otras, las empresas o las inversiones de países como Suecia, su comportamiento en el tema de derechos cambia completamente si va una minera al Ecuador… Suecia tiene invertido en minería: Lundin Gold ha invertido en la Amazonía. Y entonces nosotros abrimos como pueblos indígenas nuestra parte sagrada, porque hemos avanzado, estamos avanzando en el buen vivir y nadie nos entiende y les dijimos: nosotros la denominamos selva viviente, muchos traducen kawsak sacha como living forest en inglés, y nos preguntan por qué le decimos así. Nosotros respondimos: porque la selva está viva, no solamente porque el árbol está vivo, la laguna también está viva; porque no han entendido que para que haya esa regeneración hay seres de la naturaleza o guardianes de los bosques que regeneran los ecosistemas que la industria extractiva destruye. Ellos no están ahí para luchar con lanzas y armas, eso es cosa de los humanos; su función vital es regenerar la naturaleza, es sanar a la Madre Tierra. Y son muchos, no hay uno solo. Dentro de nuestro conocimiento está el del bosque, el de la laguna, el de la montaña, el pequeño guardián, etcétera. Todo un contexto que cuando se pierde el ecosistema perece o huye buscando algún otro lugar. Aquellos espacios vitales de la humanidad, que son como oasis y todavía están dando un cierto equilibrio al planeta, están amenazados; si desaparecieran sería el caos mundial a nivel climático. Nosotros lo interpretamos así y ya han desaparecido muchos. El ser humano ha desaparecido. En varias partes del continente desaparecen espacios vitales para que el planeta pueda seguir subsistiendo sanamente, pero todavía quedan los últimos y muchos están en el Amazonas, pero podrían estar en el Ártico, en distintas partes del mundo conectados por hilos invisibles. Por eso, como nosotros somos de la Amazonía lo hemos dicho: la selva viviente es la parte fundamental del conocimiento de nuestros ancestros y esos espacios tienen que ser reconocidos por el mundo como vitales para la humanidad. No me estoy refiriendo a un parque nacional de conservación, a una reserva de la biósfera, a un bosque protector, porque todos ellos para fines prácticos son limitados por las industrias; me estoy refiriendo a una categoría sagrada, de territorios sagrados, de bosques libres de extracción a perpetuidad que sirvan para que esta humanidad pueda tener la oportunidad de seguirse regenerando. Y ésta es en esencia nuestra propuesta como pueblos. Cuando no nos entendían no decíamos: “bueno ya”; les seguíamos y les seguimos diciendo: “les compartimos algo de lo que no se ha hablado fácilmente, que se ha quedado ahí porque era difícil de explicar, porque se burlaban”; les estamos ofreciendo debates a gobiernos que no nos quieren entender, pero nos dimos cuenta en este proceso de que había muchos pueblos indígenas del mundo que hablábamos idiomas y con estructuras completamente diferentes pero que teníamos la misma concepción. Ellos le llaman los espacios sagrados y nosotros le llamamos nuestra selva viviente. Si no se respeta lo vital de estos espacios ni la tierra, ni siquiera nosotros tenemos esperanza. Sin eso se acabó el concepto de sumak kawsay, se acabaron todo tipo de derechos porque el ser humano no ha entendido que parte de la naturaleza también somos nosotros, aunque seamos depredadores. Hemos abierto esto un poco a discusión. Lo hemos presentado a otros pueblos. Estamos luchando para tratar de generar esa conciencia, que no sólo es una filosofía —nosotros lo vivimos, lo sentimos, lo miramos— es la vida de nosotros dentro de los bosques. Pero también estamos conscientes de lo que ello implica: un cambio profundo dentro del pensamiento del ser humano, en las decisiones políticas, en las ciencias naturales, en el sistema económico, en lo social; pero es importante empezar a hablar y no solamente del tema de los indígenas o los activistas, sino también desde las distintas religiones que en realidad son una sola pero se dividen en distintas ramas y desde las diversas nacionalidades, para lograr al final de un largo proceso un punto común. No sabemos cuándo llegaremos a ese punto, pero por el momento nuestro rol es seguir hablando para tratar de explicarnos de todas formas, decirle a la Iglesia católica, a las yachaks de Ilumán; a la humanidad, que en todo este proceso en que nosotros armamos el conflicto entero es momento de unirse.

Sí, las divisiones, las fronteras y todas esas categorías en las que se nos ha dividido a los seres humanos son nuestras, en realidad no son de la naturaleza. Bajo la lupa de ésta todos somos realmente lo mismo.

Sí, entonces para nosotros eso es el buen vivir, eso es la selva viviente; para nosotros la naturaleza tiene derechos desde el inicio de los tiempos. Ahorita lo que estamos intentando es que el ser humano entienda y vuelva a su raíz, que no significa volver a la Edad de Piedra; significa volver a luchar no solamente para que tengan compasión de los pueblos indígenas porque sus derechos humanos son violentados, sino también porque se está afectando su vida. Entonces ya no es una lucha de Patricia Gualinga o del pueblo sarayacu o de los pueblos zapatistas o de Bolivia, es una lucha de todos; no se salva nadie, no tiene por qué descuidarse a nadie. Es una lucha de los altos, de los que tienen plantales, de todos, porque es una sola lucha y es una lucha con nosotros mismos, es una lucha para nosotros cambiar.

Imagen de portada: Sarayacu. © Selvas Producciones

Este artículo es una transcripción editada de la entrevista rea­lizada a Patricia Gualinga en Gotemburgo, Suecia, y disponi­ble en YouTube y en este sitio.