crítica Nacionalismos DIC.2025

Sidharta Manzano Valenzuela

El historiador Joaquín García Icazbalceta: I. Los años formativos (1825-1862), de Rodrigo Martínez Baracs

El destino del peón: los años formativos de Joaquín García Icazbalceta

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La Academia Mexicana de la Lengua publicó este verano El historiador Joaquín García Icazbalceta: I. Los años formativos (1825-1862) de Rodrigo Martínez Baracs, historiador y actual miembro de la Academia Mexicana de la Historia. El libro forma parte de un proyecto editorial dividido en tres tomos, de los cuales el segundo y tercero aún no tienen fecha de publicación, pero se infiere que ya están listos y se presentarán pronto.

​ En este proyecto, Martínez Baracs pretende hacer un retrato completo y multifacético del bibliógrafo, editor, lexicólogo, historiador y empresario azucarero don Joaquín García Icazbalceta a partir de tres etapas de su vida. La primera comprende sus años formativos, su infancia, los negocios familiares, sus vínculos con intelectuales y sus trabajos iniciales como editor e historiador; la segunda abarca el periodo de la invasión francesa y el Segundo Imperio mexicano de Maximiliano de Habsburgo, época en la cual García Icazbalceta realizó sus mayores trabajos de edición —con México 1554, de Francisco Cervantes de Salazar (1875), y los Coloquios espirituales, de Fernán González de Eslava (1877)—; la tercera y última aborda el periodo final de su actividad como bibliógrafo y la elaboración de la Bibliografía mexicana del siglo XVI (1886), así como sus últimos años al frente de la empresa azucarera.

​ No es coincidencia la fecha de publicación de la obra: este año se cumplen dos siglos de su nacimiento, razón por la cual el Museo Nacional de Antropología, la Academia Mexicana de la Historia y la Biblioteca Nacional de México le han rendido diversos homenajes y han organizado exposiciones y coloquios para conmemorarlo. Al respecto, vale la pena recordar que, en 2024, el INAH inauguró las celebraciones con la impresión de Presencia de Joaquín García Icazbalceta,1 en la cual, por cierto, también participó Martínez Baracs, quien se ha especializado en la obra del historiador.

​ Basta decir el nombre de don Joaquín para relacionarlo con la historia, la literatura y la bibliografía de México. Sus aportaciones al conocimiento y al patrimonio nacional van desde la compilación, el estudio y la edición de manuscritos e incunables hasta la elaboración de la magna Bibliografía mexicana y la reconstrucción de las biografías de Zumárraga, Cortés, Antonio de Mendoza y Motolinía. Más aún, hablar de García Icazbalceta es hablar de libros y de su rica biblioteca, conformada por una colección de manuscritos e impresos del periodo colonial novohispano y que, actualmente, está resguardada en la Universidad de Texas.

​ En nueve capítulos, encabezados por títulos temáticos que van armando la cronología de don Joaquín, Martínez Baracs rastrea algunas de sus vivencias, tratando siempre de intercalar su labor intelectual con su papel como encargado de las haciendas familiares. El capítulo inicial ofrece un relato dinámico con datos sumamente interesantes sobre la llegada de la familia García Monasterio e Icazbalceta y Musitu a la Nueva España; su asentamiento, empresas y negocios; las herencias y la adquisición de las haciendas de Santa Ana Tenango y Santa Clara Montefalco; el éxodo de la familia García Icazbalceta a causa del decreto de expulsión de españoles de 1829 expedido por Vicente Guerrero; la estancia de la familia en Cádiz con el “tío Plácido” y el anhelado retorno, en 1836, a las fincas de Morelos y a la vivienda de la Ciudad de México.

​ En el capítulo siguiente, se aportan datos de la educación privada y católica que recibió don Joaquín en casa, así como del temprano interés por las letras y la investigación que se materializó, cuando tenía tan sólo diez años, en la creación de pequeñas revistas de variedades, como El Elefante (1835), y en la crónica de su paso por Cádiz, Mes y medio en Chiclana (1835). En la etapa de adolescencia, se muestran otras facetas del joven Joaquín, como la poco conocida de grabador que quedó cristalizada en algunos números de la revista Liceo Mexicano (1844) y de la que, posiblemente, podríamos deducir su futura pasión por la imprenta.

​ Otro capítulo de interés es el tercero, pues en éste el autor nos cuenta cómo lo influyó la relación que tuvo con Lucas Alamán, su mentor y amigo, además de vecino. La obra Disertaciones sobre la historia de la República Mexicana (1844-1849) de este último orientó los estudios del joven historiador. De igual forma, se nota su influjo en el pensamiento y la ideología conservadora que le transmitió, la cual fue un detonante de su gusto por el rescate documental y el estudio del periodo virreinal. García Icazbalceta consideraba que el siglo XVI era el más relevante de la historia mexicana porque fue cuando se “estableció y propagó la fe cristiana en la Nueva España”.2

Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI. Primera parte, Librería de Andrade y Morales Sucesores, México, 1886.

​ Una parte significativa de El historiador Joaquín García Icazbalceta, esto es, de los capítulos cuatro a ocho, se centra en los trabajos que desempeñó como editor y bibliógrafo, especialmente, en los inicios de la formación de la Colección de manuscritos relativos a la historia de América, cuyos primeros cinco tomos se publicaron entre 1849 y 1850, pero su elaboración continuó durante el resto de su vida. Esta enorme obra la intercaló con otros trabajos, como la traducción de la Historia de la Conquista del Perú (1850) de Prescott, su colaboración en la edición mexicana del Diccionario universal de historia y de geografía (1853-1856) y la creación del primer tomo de la Colección de documentos para la historia de México (1859).

​ Martínez Baracs, ayudado de diversas voces y textos (cartas, prólogos y estudios del autor y coetáneos), retrata a un joven García Icazbalceta que debe alternar el tiempo entre su bibliofilia y su actividad de empresario y gestor de haciendas azucareras, gracias a las cuales, conviene señalar, financió dicha pasión. Quizá el mejor ejemplo de esta doble vida sea el párrafo sobre la forma en que distribuía su día a día:

Muy pronto se estableció la división de los días de trabajo de don Joaquín. Se despertaba a las cinco de la mañana y escribía, leía, imprimía, contestaba cartas hasta mediodía. De la una a las cuatro de la tarde trabajaba para el negocio familiar de las haciendas y el escritorio. A las cuatro comía con la familia. Más tarde se retiraba a sus oficinas, recibía amigos y colegas y proseguía sus trabajos históricos y bibliográficos.3

​ También son notables sus epístolas. El estudio y la exposición de esta correspondencia ha permitido recrear el círculo de colaboradores, amigos y corresponsales que ayudaron al historiador a lograr sus hazañas bibliográficas, como la ya mencionada Colección de manuscritos. En consecuencia, Martínez Baracs ha estudiado un archivo epistolar sustancioso: entre otras, se ha apoyado en las invaluables ediciones de Emma Rivas y Edgar Gutiérrez. Así, pueden leerse algunos fragmentos de su correspondencia con Alamán, Prescott, Ramírez, González de Vera y hasta su “desafortunada colaboración con Brunet”.

El historiador es, de este modo y a todas luces, el resultado de varios años de investigación, durante los cuales el autor se ha dedicado a entender y a documentar la vida y obra de una de las grandes figuras mexicanas del siglo XIX. Los capítulos contienen “temáticas particulares que interesaron a don Joaquín”4 y que Martínez Baracs ya ha tratado en artículos y conferencias —como la presentada en la Academia Mexicana de la Historia en 2020: “El joven Joaquín García Icazbalceta”; o la dada en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM: “El tomo primero de la Colección de documentos para la historia de México”, en 2023—. De igual manera, retoma y discute datos tanto de las obras que editó el impresor y periodista Victoriano Agüeros, entre 1896 y 1905, como de la tesis de Manuel Guillermo Martínez, convertida en libro en 1947.

​ La obra de Martínez Baracs es, entonces, un rescate biográfico de la primera etapa de don Joaquín, la cual abarca desde su infancia hasta los 37 años del historiador, cuando pierde a su compañera y esposa, doña Filomena. Con un lenguaje sencillo, pero no por ello simple, alejándose a veces del académico y acercándose al del relato, recopila minuciosamente todos los datos de la vida de este personaje que se han dicho en diversas conferencias, se han publicado de manera dispersa en varios artículos, se platican entre investigadores y se comparten en mensajes fragmentados entre colegas, sin llegar necesariamente al papel y, menos aún, a divulgarse entre un público más amplio.

​ En este sentido, el libro El historiador es relevante porque reúne información biográfica y bibliográfica poco conocida y curiosa, como el hecho de que don Joaquín fuera el “único que nació tras la Independencia, por lo que fue el único mexicano de los hermanos”;5 además de que hay datos históricos detallados de sus trabajos editoriales. Al mismo tiempo, es un proyecto significativo porque presenta una propuesta biográfica casi ochenta años después de que se publicó la última, por el Dr. Guillermo Martínez.

​ De este modo, Martínez Baracs logra exponer la disciplina, pasión, dedicación y admiración por la cultura mexicana que le dieron al joven García Icazbalceta la humanidad, humildad y sensatez con que asumió y cimentó su labor como investigador. Además, el autor nos comparte la percepción que aquél tenía sobre sí mismo —en una famosa carta del 22 de enero de 1850 enviada a su colega Fernando Ramírez y reproducida más adelante, el emisor se coloca en el papel de provisor y reconstructor de fuentes, más que en el de artífice y constructor de una historia.

Autoría desconocida, Excmo. Sr. Dn. Joaquín García Icazbalceta, ca. 1900. SMU Libraries, dominio público.

​ No le faltaron méritos, dice Martínez Baracs: su formación casi autodidacta en las letras, su cercanía a intelectuales de la talla de Alamán, su conocimiento y sus relaciones con investigadores del momento, como Prescott, le auguraban un lugar cómodo y seguro en la historiografía mexicana; sin embargo, más que centrarse en la construcción de la “gran historia de México”, decidió concentrar sus esfuerzos en la recuperación de un corpus bibliográfico que nutriera y alimentara el camino para hacer esa historia.

​ El interés particular por estudiar el primer siglo novohispano le permitió profundizar “en la documentación sobre las consecuencias religiosas, lingüísticas y culturales de la Conquista”. Si bien su discurso podría percibirse como conservador porque pareciera que trataba de rescatar los valores y aportes de los tres siglos del virreinato, su intención era evitar que se negaran los efectos que tuvo este periodo en la formación de la nueva nación. Tomando esto en cuenta, el libro de Martínez Baracs contribuye a dar claridad sobre la postura política del historiador, tema ampliamente discutido, y permite comprender que, aunque sus ideales eran conservadores, pocos llegaron al tintero, pues se asumía más como un historiador que como político; cosa contraria a su hijo, don Luis García Pimentel, “más politizado, extremista y belicoso”.6

​ Por otra parte, en la obra también percibimos la propia afición biobibliográfica del autor, posiblemente heredada de su padre, el crítico literario y editor José Luis Martínez, quien años antes estudió el legado de don Joaquín. Martínez ocupó, desde 1960 hasta su muerte en 2007, la silla número tres de la Academia Mexicana de la Lengua, misma en la que se sentó García Icazbalceta, miembro fundador, hasta 1894, cuando murió.

​ Enrique Krauze, en un artículo publicado en Letras Libres con motivo del fallecimiento de su amigo José Luis Martínez, compara el “sacerdocio de los libros” con el gusto y la facilidad por la reflexión, así como con la pasión por los proyectos editoriales y el rescate de la historia que el crítico literario y el bibliógrafo compartieron.7 Además, resalta la influencia que don Joaquín ejerció en el ensayista, expresada en la famosa carta que le escribió a don José Fernando Ramírez, antes mencionada:

la mayor desgracia que puede sucederle a un hombre es errar su vocación, procuré acertar con la mía y hallé que no era la de escribir nada nuevo, sino acopiar materiales para que otros lo hicieran; es decir, allanar el camino para que marche con más rapidez y con menos estorbos el ingenio a quien está reservada la gloria de escribir la historia de nuestro país. Humilde como es mi destino de peón me conformo con él y no aspiro a más.8

​ Probablemente, todos los estudiosos de la cultura e historia de este país entienden y comparten, hasta cierto punto, el “destino de peón”, cuya humildad se esconde detrás de la riqueza y el potencial de la pieza que, de paso en paso y cruzando el tablero, se corona. En el caso de García Icazbalceta, la labor humilde de bibliógrafo e historiador coronaron su obra a lo largo de estos siglos como una de las piezas imprescindibles para estudiar la historia de México.

​ El quehacer del historiador suele ser una tarea difícil porque el cúmulo de información obtenida durante el viaje por el tiempo, aunada a la inevitable escritura especializada, se interponen al estilo sencillo y coloquial con el que a uno le gustaría contar todo. Robert Darnton, el famoso investigador estadounidense, decía que los historiadores “hemos hablado con los muertos, pero nos cuesta trabajo hacernos escuchar entre los vivos. Somos aburridos hasta la médula”.9 La biografía que escribe Martínez Baracs, sin embargo, ha logrado salir avante de este viaje por el siglo XIX de la mano de Joaquín García Icazbalceta. Si bien no puede evitar, por momentos, caer en la redacción académica y llegue a abusar de las notas al pie, también aporta conocimientos y referencias muy útiles y novedosas, como adelantos de trabajos de sus colegas —por ejemplo, los de Edgar Omar Gutiérrez sobre la reconstrucción histórica de la biblioteca de don Joaquín,10 o las noticias y los datos ofrecidos por Emma Rivas en los epistolarios que ha analizado—. De esta manera, El historiador contribuye no sólo a darnos un retrato de los años de formación del bibliófilo, sino que, además, se suma a los merecidos homenajes que se le han hecho, reafirmando así la vigencia del joven “peón” don Joaquín García Icazbalceta.

Rodrigo Martínez Baracs, El historiador Joaquín García Icazbalceta: I. Los años formativos (1825-1862), Academia Mexicana de la Lengua, México, 2025.

Imagen de portada: Tiburcio Sánchez de la Barquera, Don Joaquín García Icazbalceta con su hijo Luis en el tianguis de Jonacatepec [detalle], 1895. Colección Carlos Bernal Verea, dominio público.

  1. Edgar Omar Gutiérrez López, Rodrigo Martínez Baracs y Emma Rivas Mata, (coords.), Presencia de Joaquín García Icazbalceta, Secretaría de Cultura, INAH, México, 2024, p. 283. 

  2. Rodrigo Martínez Baracs, El historiador Joaquín García Icazbalceta: I. Los años formativos (1825-1862), Academia Mexicana de la Lengua, México, 2025, p. 45. 

  3. Ibid., p. 170. 

  4. Ibid., p. X. 

  5. Ibid., p. 9. 

  6. Ibid., p. 49. 

  7. Enrique Krauze, “El sabio y sus libros”, Letras Libres, núm. 104, 2007. 

  8. José Fernando Ramírez, “Carta de Joaquín García Icazbalceta a José Fernando Ramírez (22 de enero de 1850)”, Ernesto de la Torre Villar (ed.), Obras históricas V. Poliantea, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2003, p. 314. 

  9. Robert Darnton, El beso de Lamourette, Fondo de Cultura Económica, México, 2010, p. 376. 

  10. Edgar Omar Gutiérrez López, “La biblioteca de don Joaquín García Icazbalceta”, en Emma Rivas Mata, Edgar Omar Gutiérrez López, Rodrigo Martínez Baracs (coords.), Presencia de Joaquín García Icazbalceta, INAH, México, 2024, pp. 119-150.